domingo, 27 de diciembre de 2020

27 DE DICIEMBRE: VOLVER POR LOS CAMINOS - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN

 


 

Construcción y forja de la utopía andina
 
 
DICIEMBRE, MES DE LAS MONTAÑAS,
DE LOS DERECHOS DE LOS ANIMALES;
DE LOS MIGRANTES, Y DEL NACIMIENTO
DEL DIOS NIÑO EN LA NAVIDAD
 
CAPULÍ ES
PODER CHUCO


 
SANTIAGO DE CHUCO
CAPITAL DE LA POESÍA
Y LA CONCIENCIA SOCIAL


 
*****
27 DE DICIEMBRE
 
PARLA
EL
FOGÓN


 
 
FOLIOS
DE LA
UTOPÍA


VOLVER
POR LOS
CAMINOS


Danilo Sánchez Lihón
 
 
¡Hasta cuando seamos ciegos!
¡Hasta
que lloremos de tánto volver!
César Vallejo
 
 
1. Dardos
del arcano
 
Quienes hemos nacido en algún arrecife del mundo andino nos hemos quedado hechizados por un misterio indescifrable que nos mantiene despiertos, fascinados y transidos.
Quienes hemos abierto los ojos al abrigo de algún tejado de los andes en un corredor vetusto y desguarnecido, es imposible que no permanezcamos febriles, desvelados y ateridos por aquel enigma.
Quienes cogimos el pulso y el aliento de la vida en el sitio más empinado de la tierra, colindante al techo de nubes y a las estrellas, estamos atravesados por los dardos de lo que es arcano, enigma e incógnita indescifrable.
Por eso, zumban en nuestros oídos los moscardones nómades de lo incognoscible y secreto, que rozan sus alas en nuestras sienes y corazones desvalidos y azorados.
Y por eso retornamos cada tarde vivos o muertos, en cuerpo o espíritu, hoy y siempre, eternamente, hacia esa región translúcida y aureolada de misterio.
 
2. Y que tú
vuelvas
 
¡Y por eso volvemos! Incluso, es posible que quizá jamás nos hayamos ido del sitio de donde partimos.
Es probable que permanezcamos quietos y mudos bajo algún dintel en aquel lugar donde se erigía nuestra casa nativa.
Es probable que si nos fuimos la vida verdadera se haya quedado temblando mimetizada en una piedra del patio o del dintel de la puerta. Y sea eso lo que padezcamos y tanto nos conturbe el alma, y nos hiera en la fuente de la sangre tanto que pareciera que estamos hechizados.
Es probable que quien se fue, salió y se despidió haya sido otro: un aventurero, trashumante y andariego. Pero el núcleo y la raíz de lo que somos se ha quedado al centro de lo que nos conforma, y permanece aquí inconmovible.
Y es probable que la periferia de lo que somos también esté intentando volver siglo tras siglo sin poder hacer el viaje definitivo para que más nos duela lo que es extrañar y querer tanto. Sin encontrar el camino de regreso.
 
3. Zumba
en el aire
 
Es probable que nuestro corazón se haya quedado inmerso en lo más pequeño e inerme, talvez en una brizna de hierba, en una piedra pulida en el fondo de una gotera.
Tal vez en un grumo de adobe, en un rayo de luz de una lágrima que se resiste a secarse y a morir.
O en una gota de lluvia extasiada cuyo rastro ni se evapora ni se olvida.
Y vivamos en un universo latente que tiembla y se estremece. Incrustado el espíritu en un pedazo de teja o de puerta caída.
En una gotera de la pared, en una arista de la cumbrera en un balaustre del balcón, desde donde observamos entristecidos la casa. Y que tú aún no vuelvas.
Pero ya emprendimos el retorno.
Volvemos porque para eso nos fuimos. ¡Para un día retornar con tantos pasos andados, y caminos enrollados bajo nuestros pies!
De lo contrario la vida no sería ni arco, ni flecha, ni el impulso que vibra y zumba bajo el disparo de la saeta en el aire.
 
4. Un día
propicio
 
Volvemos por tener que recoger nuestros pasos a fin de construir un sendero en la morada que se nos asigne. ¿Porque acaso podremos ignorar lo vivido por los siglos de los siglos?
Acaso, ¿es en vano haber cavilado tanto para seguir una senda, asegurándonos a fin de que no se pierda el rastro de ella, ni solo sirva para el instante en que se vive?
Volvemos por la cruz que hace la casa con el cuadrante. O por la aureola que la corona.
Pese a los caminos inciertos para regresar, pese a los peligros infalibles de quedarnos para siempre deambulando en una curva o en una explanada. O pendiendo hacia el abismo.
Volvemos por los caminos. Volvemos porque nos hemos quedado eternamente subyugados por el aroma antiguo de nuestra casa soñada en el amanecer de un día propicio.
Volvemos a la casa que guarda de nosotros sumergido en su suelo el anagrama de nuestro destino siempre inconcluso.
 
5. Los balaustres
pasmados
 
Y la casa que abrimos en un retorno maravillado porque permanecimos sin irnos jamás de ella. Y, sin embargo, volvemos, solo por la emoción del retorno, sin irnos. Y volvemos no importa a retazos. No importa hecho brizna, poña o jirones rotos y desvencijados.
Volvemos desde la playa donde acampamos, esperando con ojos humedecidos la nave que nos conduzca hacia la tierra del origen, que no olvidamos jamás ni de noche ni cuando el día despunta y amanece.
¡Desato entonces mis sandalias y quiebro la punta de las flechas y desarmo mi aljaba siendo este el día del regreso! Regreso porque siento que tú me estás esperando en algún recodo para ir juntos a la matriz, a lo más hondo de la geografía de mi alma y de tu alma.
Para entrar juntos a la pacarina y por ella al epicentro de las montañas. Al fulgor de los bajíos y nevados; de tus ojos y los míos, de tu mirada en mi mirada; de tus olvidos y cariños junto a los míos.
Regreso también a lo más recóndito de los muros de piedra y en ellos al nido diminuto de una golondrina. A lo vetusto de las paredes y de los balaustres pasmados donde siempre hay una mariposa posada.
 
6. No
te remontes
 
A quienes alcanzan a volver o regresar yo los he visto: bailar en la plaza, a veces sin música, poseídos de su propia cadencia y ritmo de lo que es volver al lugar de donde partimos. Y dan vueltas en torno a un eje invisible, casi siempre inclinados a su propio corazón; oculto el rostro, en un rito atávico; y además porque están llorando.
Hay otros que regresan a su tierra y suben a la colina más alta desde donde están largas horas sólo mirando la hondonada y el rebaño de casas en la ladera, como si quisieran cazar o pescar algo inhallable.
Allí empiezan a cantar un triste, un huayno o una marinera. Incluso han acuñado un nombre para este rito del retorno. Y lo llaman echar una pechada.
Porque es el corazón el que se agita y danza. Y es cuando el pecho se desgarra, se rompe o resquebraja. Y la manera de sanarlo es dejar que aflore todo lo que lleva como carga, y dejar salir todo lo que está dentro.
Es decir, hay que dejar aflorar lo que está muy al fondo del alma. Y se canta y se baila con los castillos que estallan y las bandas de músicos que atruenan el aire: Paloma blanca, / piquito de oro, / alas de plata. / No te remontes, / por esos montes, / porque yo lloro.
 
7. Quebradas
y puquiales
 
Porque somos tú y yo las junturas de las claraboyas ya no afuera sino adentro del ser y de lo creado.
Y de la casa que se reconstruye y vuelve a cobrar vida, en este tiempo en que todo comienza de nuevo
Y somos la argamasa del adobe en nuestras manos y en nuestros corazones.
Porque en los aleros y en las cumbreras de los techos como si nunca nos hubiéramos ido y sobreviviéramos, porque a estas piedras estamos intrínsecamente unidos.
Somos el aire impalpable de que está hecha la escalera. El misterio que roza y vibra en el campanario y en la asta de la bandera.
Como también en la mirada y en su sombra que se ha quedado quieta en el espejo raído, en la repisa, en el albañal y la grada que no acaba.
Como en el trino que el zorzal lanza a la hondonada juntando a la casa por cuyas tejas ya se cuela el humo del fogón que arde, los ríos, quebradas y puquiales.
 
*****

 

 

27 DE DICIEMBRE

AHORA QUE VIENEN LAS VACACIONES

 


 

MI OFICIO

DE

CARPINTERO

Danilo Sánchez Lihón

 

1. Celebra

embelesado

 

Aquí está él, don Ernesto Villalobos, el mejor carpintero de toda mi provincia, a tal punto que solo a él se le da el título de ebanista. Y aquí estoy yo, de pie como un devoto admirador en su puerta, iluso y arrobado de ver cómo corta, cola, ensambla y cepilla.

Él con su mandil de cuero en su cuerpo enjuto y liso; con los ojos azules y el cabello áureo, con su rostro solitario y ausente, midiendo y cepillando las tablas.

Cuando de repente un día me mira no sé si cariñoso o compasivo, y me dice:

– ¡A ver! ¡Pasa! ¡Y de esos pedazos de madera haz lo que quieras!

Tomo mi sitio y pasados los días de mis manos van apareciendo cofres para mi madre, alcancías para mis hermanos, repisas para los dormitorios de la casa, una caja de lustrar zapatos para papá.

Como también pequeñas mesitas de noche que él alza en sus brazos, las mira por uno y otro lado y celebra embelesado. Obras que en mi casa mis hermanos y mis padres acogen con exclamaciones de admiración y júbilo.

 

2. He sido

testigo

 

– ¡Realmente estoy sorprendido! ¡Qué buen carpintero eres! –Me dice don Ernesto. Y que él lo diga, para mí, es mucho.

Y así don Ernesto Villalobos me permitió en todas las vacaciones que tuve, y no sé por qué razón de orden supremo, ser el carpintero que soy. Y que él descubrió en mí, en base a no sé qué de los muchos prodigios de que está colmada mi vida.

A él, sin embargo, la gente le teme, aunque nunca hablen mal suyo; quizá porque de ahí sale la ebanistería más ilustre, eximia y reluciente de toda mi comarca y distritos aledaños.

Y no acepta obra que no la vaya a poder tener lista para la fecha que él ofrece. Precisando para ello incluso la hora en que pueden venir a recogerla, con la anticipación de uno o dos meses. ¡Cosa rara que eso ocurra en un oficio como este!

He sido testigo de cómo ha rechazado dinero, contante y sonante que le ponen en la mano, para una obra que iba a interferir para que él cumpla con otras, a entregar las cuales ya se había comprometido.

 

3. Momentos

supremos

 

En aquellos años él era la única persona de mi pueblo que conocía los Estados Unidos de Norteamérica, y había viajado y vuelto de Europa. No es que él haya venido de allá, sino que había ido desde aquí, y ¡había vuelto! Porque nació y vive en esta mi aldea, cuidando y junto a su madre.

También es el único ser humano de aquí que ha cruzado en barco el canal de Panamá. ¡Nadie más lo ha hecho! ¡Y el relato que hace de este suceso y portento es sencillamente inenarrable! Y solo yo sé buscar el momento más propicio para que él lo cuente.

A ratos pienso que él me permite usar sus herramientas, y me regala su madera que es fina y exclusiva, y que me la obsequia con el mayor contento y cariño, solo ¡por tener quién le escuche hablar!

Y me consiente utilizar el otro lado de su banco, frente y muy cerca de él, y me permite que yo tenga acceso a la cola, a los clavos y a los barnices que compra en Trujillo, solo para tener momentos supremos que él escoge, a fin de que alguien le escuche atento, como yo hago, de algo que él quiere contar. ¡Y que nadie antes de ahora ha escuchado!

 

4. ¡Vamos

corriendo!

 

Mis padres saben dónde estoy. Y me felicitan. Y les complace. Y cada obra que termino, que sale de mis manos y llevo a casa, lo celebran como si fuera maravilla. Y le buscan un sitio en el patio, en la sala, el comedor o los dormitorios. Y me lo agradecen con honda emoción que siento cuando me abrazan.

Abrazo que trasunta el más inmenso cariño y casi la devoción en lo que yo puedo hacer, y que son estas obras entresacadas de la resina de los árboles que han sido vida auténtica en algún lugar embrujado de la tierra.

 Les encanta cada vez que llego con una joya de estas en donde labro volutas e incrusto espejos, encajes de metal, y después acolcho con pana roja o brocados.

Ahora mis hermanos pequeños ya saben dónde buscarme. Y hasta aquí llegan en tropilla, al principio para mirarme desde la puerta hacer lo que estoy haciendo. Y después de un largo rato en que alguien los despierta, me hablan:

– Mamá dice que ya la mesa está servida. ¡Y los platos se están enfriando!

– ¡Y recién abren la boca! –Les regaño–. ¡Vamos corriendo! Y nos lanzamos cuesta arriba, a ratos abrazados.

 

5. Cielos

rasgados

 

Nunca el maestro me pidió que le ayude ni siquiera a sujetar una tabla, o lo que sea. Ni para traer algún tablón, de los que tiene secándose en su corredor, en el interior de su casa, por donde muere el sol de la tarde.

Todo es dejarme confeccionar lo que yo quiera. Tampoco, nunca me ha corregido algo, o me ha dicho hazlo de esta manera.

Al contrario, se pone a mirar embelesado lo que yo hago. Y lo contempla satisfecho y, con frecuencia, asintiendo con la cabeza.

Algunas veces, cuando abre la puerta hacia el interior de su casa para traer una olla donde hierve la cola, veo la figura de una señora, que es su madre, sentada e hilando en el corredor abierto al crepúsculo y al cielo ilimitado.

Su taller en cambio no tiene cielos rasgados, salvo encima de la casa de enfrente cubierta de matojos y madroños y cuya puerta nunca se abre porque es casa abandonada.

 

6. Bandas

de músicos

 

Sin embargo, aquí dentro en la madera se concentra la esencia de los bosques y las flores de todo el universo.

Y la fragancia de los árboles que han absorbido todas las savias de la tierra.

Ahora pienso que ésta también fue para mí una escuela en mi infancia, en el período de vacaciones, desde cuando cursaba la Educación Primaria.

Y en todos los años que estudié en el colegio la Educación Secundaria, hasta salir de mi pueblo. ¡Esta vez sí hacia los cielos desgarrados del mundo!

Y es desde allí, desde la ebanistería de don Ernesto Villalobos desde donde cada período de vacaciones escuché el reventar de los cohetes del mes de enero

Y es desde allí donde escuché en jirones y a retazos las bandas de músicos, anunciando que ya vivimos el advenimiento de la Bajada de Reyes. Y que en tal o cual casa se celebraba la Levantada del Niño Dios, o la llegada de los Reyes Magos.

 

7. Un día

como hoy

 

Y, durante los meses de febrero de cada año, los acontecimientos de las fiestas de los carnavales, con los sones lejanos de pasodobles, marineras y tonderos que desgranan las bandas de músicos que acompañan bailes, desfiles y jincanas, y que se arman en cada uno de los barrios.

Avivando la imagen en nuestros corazones, de que en alguna casa hay aires de fiesta, con rica y abundante comida y chicha; y con alguna orquesta aldeana que entona huaynos, serranitas y la música del pallo de Santiago de Chuco.

Mientras se sirven tamales y se cruzan miradas y requiebros que harán que en los meses futuros nazca algún niño. Y que en los años y décadas del porvenir por una hora como esta se sea feliz o se llore, Se evoque y se gima desconsolados. ¡Y tal vez hasta se muera!

Teniendo al frente ahora el muro derruido, pero lleno otra vez de flores de todos los colores y matices, que al principio parecía musgo, después yerbas silvestres, pero ahora han ido tomando cuerpo, espesor y altura, para que un día como hoy han estallado en esa vieja pared todas las flores.

 

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