Danilo Sánchez Lihón
1. Tan
linda
De
niños con mi hermano Juvenal venimos a las chacras de mi tía Carmen en
Guamanchal a la cosecha de papas por encima de los cuatro mil metros de
altitud,
en donde también se siembra mashua, ocas y ollucos.
En
la conversación de la noche en torno a la hoguera en el corredor de la
casa de campo en donde está el fogón de la cocina, frente a las chacras y
bajo
las estrellas que rutilan en el firmamento, se cuentan anécdotas,
pasajes y se recrea la vida cotidiana pero como si ya pasara a ser
mágica.
Una
de esas historias refiere que antes el mal eran las heladas que
asolaban sobre los cultivos. Que cuando caían al otro día las plantas
estaban quemadas
como si hubiera pasado por ellas un incendio.
Sin
embargo, antes era la helada la que se imponía y nada podíamos hacer
frente a ella, de poder sembrar por todo ámbito ya que asolaba la aridez
y la
muerte:
–
¡Ay, mi chacrita, tan linda y preciosa que estaba! ¡Ya echando flores
cada tallo y dibujándose cada espiga! Cuando ahora todita está quemada.
2. Encendemos
fogatas
–
¡Ay, con sus frutos colgando de las ramas ya estaban mis habas y mis
alverjas! Y otros apenas enterrados en la tierra, pero ahora toda está
calcinada.
– ¡Ay, mis ovejitas!, muertas han amanecido, matadas por la helada siniestra. Toda su carnecita y hasta su lana está quemada.
Y así cundían los lamentos, la desolación y la desgracia. Antes no podíamos hacer nada.
¿Cómo hacerle frente si no tiene cuerpo y, además, viene de lo alto y ni se acerca, sino que mata desde arriba y desde lejos?
Quemaba nuestras plantas, que al otro día amanecían muertas. Y si las tocábamos se deshacían como ceniza.
Pero
ahora sí podemos combatirla porque salimos con mecheros, antorchas, y
candiles. Encendemos fogatas y la ahuyentamos de nuestros campos.
3. Sus vientres
se abultaban
Y la vemos que se aleja por esos confines a seguir haciendo daño, pero ya por otros parajes.
Pero, ¿cómo la vencimos? Esto nos cuentan nuestros abuelos:
Que eran dos hermanas muy lindas y de buen comportamiento que vivían solas, cultivando juntas sus chacras de ollucos.
Todo
el trabajo lo hacían ellas y de tanto cuidado que ponían los ollucos
que daban sus campos eran los más grandes, dulces y sabrosos.
Regaban y acicalaban sus hojas. Y les quitaban las malas yerbas.
En
sus cabellos lucían las flores blancas y verde azuladas que no era que
ellas se las ponían, sino que de las mismas plantas se prendían a sus
cabellos.
Y
las plantas en sus chacras florecían de lo más hermosas y finas. Pero
un día ambas notaron que sus vientres se abultaban y que la regla se le
había suspendido.
4. Se parecen
tanto
Ambas estaban encintas.
– Yo siento que algo me palpita en el vientre, como si tuviera dentro un hijo.
– Me ocurre igual a mí. Siento palpitaciones, pero no he tenido relación con ningún hombre. Y además soy virgen.
– Yo también. Entonces, ¿por qué nuestros vientres están abultados? Y las dos al mismo tiempo.
Habían concebido cada una un hijo de la chacra de ollucos.
Al cabo de nueve meses nacieron dos niños varoncitos hermosos, de una preciosura sin par; y transparentes.
–
Son hijos de las plantas de olluco. –Dijeron ambas–. No puede ser de
otro modo. Además, ¡se parecen tanto por lo lindos que son!
5. Nobles
y puros
Y era cierto.
Cuando nacieron eran dos preciosos niños, completos y cabales.
Pero que tenían toda la esencia del olluco, rozagantes, de piel lisa y brillante, colorados y con tornasoles en las mejillas.
Y ambos al crecer además de bellos eran fuertes y valerosos. Y de extraordinaria inteligencia.
Además,
tenían una rara cualidad: Eran resistentes al frío. Podían estar apenas
cubiertos con una ligera camisa y el viento más frígido no les afectaba
para nada.
Tenían toda la belleza del olluco: pulidos abrillantados, y sobre todo eran nobles y puros.
Y se criaron juntos, como dos hermanos al cuidado de sus madres que nunca los abandonaban.
6. La
helada
Un día otra vez asolaron los campos los esperpentos de las heladas ensombreciendo la comarca.
La
gente empezó a correr desesperada a fin de tener tiempo para guardar su
ganado y trancar sus puertas tapando todo resquicio y agujero.
Pues
las heladas ya se pintaban en el horizonte. Y, es más, algunas
aparecían escondidas en el cerro más cercano. Y pronto llegarían aquí
con su manto
de horror, desolación y muerte.
Mataría todo lo que quedase afuera y estuviera vivo, sea un buey, una cabra o una chacra de cultivo, de lo que sea.
No había tallo ni espiga que resistiera, y hasta la copa de los árboles eran convertidos en cenizas
– ¡Corran! ¡Corran! ¡Ya viene la helada! ¡Entren! ¡Entren en sus casas!
En cambio, los dos jóvenes salieron a ver lo que sucedía.
– ¡Entren! ¡La helada va a matarlos!
7. Hasta
que por fin
– ¡Nosotros no la tememos! ¡Déjennos luchar en contra de ella para librarnos de tanto perjuicio!
No presentía la helada que dos varones la esperaban para vencerla.
Nadie
antes había podido luchar contra ella, por sentirla y saberla tan fría y
desalmada, haciendo que los hombres se escondieran.
Fueron
ellos que salieron al campo descubierto y con sus mazos y porras. A
ratos las heladas, reunidas para vencerlos, parecían doblegarlos. Y a
ratos
ellos lo corrían asestándoles fuertes golpes. le dieron muerte.
– ¡Fuera!
– ¡Aléjate! –Le decían.
Lucharon a brazo partido ambos muchachos. Hasta que por fin le dieron muerte y la sumergieron en el río para ahogarla.
– ¡Música! ¡Música! –Pedían– Con pífanos y tambores celebremos.
Epílogo
tenaz
Fueron
los dos hijos de la chacra de ollucos quienes nos enseñaron a
defendernos de las heladas encendiendo hogueras y ahuyentándolas con
nuestros gritos.
Desde
entonces la corremos y cada vez hemos ido conquistando más campos de
las alturas donde cultivamos maca, papa, olluco quinua, cañihua y
quiwicha.
Y ya no las tememos. Los dos hermanos hijos de la chacra de olluco nos enseñaron a cómo hacerlo.
A partir de entonces la prosperidad reina entre nosotros.
Y es porque al final el olluco es hijo del sol, así como la papa es hija de la luna serena, apacible y nocturna.
Porque el olluco tiene la figura de su padre: amarillo, brillante, cálido, y fuerte. Y que nos alumbra y da la vida cada día.
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