Danilo Sánchez Lihón
1. Yo
te voy a dar todo
Recuerdo
a mi tío José Antonio vestido de lino, de colores claros y frescos en
verano, usando “sarita”, ese sombrero tradicional que caracterizó a toda
una generación de peruanos de la primera mitad de este siglo. En
invierno lucía ternos grises u oscuros. Pero pese al humor y al encanto
que tenía para alumbrar cualquier situación, con una referencia llena de
ingenio, él, en el fondo, tenía dolor, una tristeza y melancolía
profundas en el alma, que creo era por la situación del Perú, y más
particularmente de la raza indígena, a la que dedicaba mucho de su
esfuerzo y sus desvelos.
Quizás
también contribuía a ello su soledad; el no tener una esposa. Aunque
tenía sus amigas muy íntimas. Una de ellas era una señora muy
distinguida y encopetada, que venía a visitarlo y él en algún momento de
la conversación, después de haber estado discutiendo, yo oí que le
decía:
–
Mira, yo me caso contigo en este momento, tú de blanco y yo de frac. Te
aseguro que en este mismo momento llamo a mi amigo el arzobispo de Lima
y él viene y nos casa. Mi sobrina Gloria, que está aquí, será la
testigo y aquí mismo nos casamos. ¡Pero despréndete de todo lo que
impide casarnos que son tus propiedades. ¡Despójate de todas aquellas
tierras y casas que tienes y que cargas a cuestas! ¡Obséquialas a la
pobre gente! Yo te voy a dar todo. ¡Nada te va a faltar, mujer! ¿Qué más
quieres?
Y ella le respondió:
– Imposible. Es la herencia de mis padres que debo respetarla.
2. Para
el porvenir
Él
fue amado por personas inteligentes y superiores, cuyo amor era una
prueba de valor, porque amarlo suponía haber superado una serie de
prejuicios y convencionalismos, como los del dinero o de los bienes
materiales, con respecto a los cuales él tenía un desprendimiento total.
U otras actitudes, como es su posición política socialista.
Sus
ideas, para su época, eran hasta cierto punto disparatadas, como
defender al indio, de quien se pensaba lo peor. Y él, en eso era
radical, lo que pensaba lo hacía. Su casa estaba llena de campesinos,
obreros y artesanos que lo visitaban.
¡Y
en educación ni se diga! Algunos de sus planteamientos no fueron para
su época, ni siquiera para ésta, sino para el porvenir. Algunas de sus
geniales intuiciones han cobrado vigencia recién ahora, pero otras ni el
mundo actual aún está preparado para comprenderlas. Son para el futuro.
Así:
se oponía a los exámenes, al conocimiento teórico y a todo lo que fuera
convencional. Por ejemplo, una vez regañó a mi mamá, porque yo me había
aprendido una serie de categorías gramaticales, el sustantivo, el
verbo... y todo aquello que en lenguaje nos enseñaban en la escuela. Y
mamá, para mostrarme, orgullosa y ufana, me llamó y me hizo repetirlo
ante él. Y yo como una lora, de paporreta, le dije la conjugación del
verbo con indefinidos, subjuntivos, pluscuamperfectos,... toda esa
terminología. ¡Qué más le diría, pues! Ya no me acuerdo.
3. La mente
es un diamante
Él volteó asustado hacia mi mamá, que también era maestra e inclusive directora del colegio, y le dijo:
–
¿Y tú te sientes orgullosa de esta crueldad? ¿Tú permites esta
aberración? ¿Para qué sirven esas cosas? –Y volteándose a mí me acarició
la cabeza, diciéndome–: Hijita –dijo como si quisiera curarme de algo–,
olvídate pronto de estas tonterías.
Y
me sentó en sus rodillas, acariciándome largo rato. Y con sus manos
trataba de borrar de mi mente algo que a mí me pareció como si él
pensara que fueran heridas o daños terribles que me habían hecho. Y muy
serio le dijo a mi mamá:
–
¡Cómo le haces repetir así las cosas! –Le seguía reprochando a mi
mamá–. ¡La mente del niño es una joya, Aurora, un diamante! ¡No podemos
maltratar de ese modo a los niños!, –le reclamaba mientras me consolaba.
Eso,
cuando lo que esperaba mi madre era más bien que él celebre a su
sobrina querida y que me felicite por lo que acababa de hacer.
¡Imagínese!,
cuando en esos tiempos toda la escuela era memorística y nos castigaban
si es que no aprendíamos esas lecciones. ¡Cómo sufriría! Y cómo lo
verían los funcionarios y administradores de las instituciones
educativas ¡que en su casi totalidad se suscribían a esas prácticas!
4. Para mí
es un honor
Recuerdo que solíamos irnos a almorzar a Chosica y que mamá para esos paseos solía preparar la comida propia de nuestro pueblo.
Papá José, estando en el auto, decía:
– Pasemos por la señorita Etelvina, en Miraflores, para ver si quiere acompañarnos.
Mamá se ponía nerviosa y le decía:
– Entonces pasemos por un restaurante para comprar pollo o algo presentable.
–
¿Qué? –Se encaramó él– ¿Por qué tienes que ocultar lo que eres a los
demás? ¡Siéntete orgullosa de lo que eres! ¿Por qué vamos a estar
cediendo a cómo son los demás, e imitándolos? ¡No, no!, que ella coma
nuestro chuño. ¿Por qué tienes que avergonzarte tú de nuestra comida?
Ya en el auto con la señorita dentro, papá José, dirigiéndose a ella le contaba:
– Oye Etelvina, Aurora tiene vergüenza de ti, que quizás no aceptes comer nuestro chuño puneño.
– No. –Decía ella–. ¡Cómo no lo voy a apreciar, señora! Para mí es un honor...
5. Un pedacito
de pared
Ya
se imagina la vergüenza que tenía mi mamá. Pero él trataba así de
romper esos abismos, distancias y hasta muros que nos dividen como seres
humanos.
Por
eso, amar a José Antonio suponía un acto de valor, que sólo podían
ejercerlo mujeres superiores, que a la vez debían tener lo mismo que él:
independencia de criterio, e incluso transponer las barreras de clase
social, que en aquella época eran infranqueables. No formalizó un
matrimonio, pero fue amado intensamente.
Le
contaré, don Danilo, que papá José ayudó, con una buena cantidad de
dinero, para que mis padres construyeran esta casa en donde ahora
vivimos. Eso yo no lo supe, hasta que después me lo contaron mis madres.
Y él nunca comentó ese hecho con nosotros ni con alguien. Pero una vez
me escribió una carta que era para abrirla cuando yo cumpliera veinte
años, plazo que respeté devotamente.
En
esa carta me decía que me quería mucho, que presentía que ya se iba a
morir, pero que quería contarme algo, y esto es: que él les había pedido
a mis padres que le permitieran poner unos ladrillos y hacer un murito,
un pedacito de pared de mi cuarto –¡cuando en realidad él contribuyó
mucho para edificar toda esta casa!
6. Amaba mucho
a su pueblo
En
esa carta me decía que un pedacito muy pequeñito de mi cuarto él había
pedido que le permitieran hacerlo (Gloria, en esta evocación enjuga unas
lágrimas y después llora con sollozos). Y que por ahí mirara. Que ahí
estaba él. Que era una ventanita.
Y
que cuando creyera que todo estaba perdido, cerrado u oscuro, que
mirara por ahí, que recordara que ahí había una ventana, que él había
abierto un resquicio y que por ahí yo encontraría felicidad, consuelo y
que lo encontraría a él.
Y,
en realidad, no es un murito, es toda la pared, es toda esta casa donde
él venía siempre, algunas veces a almorzar. Y tocaba ese piano que está
ahí, o le arrebataba notas tristes y hermosas a la zampoña que él
interpretaba con inigualable maestría.
O
se sentaba en este sillón, en donde yo lo he visto tantas veces llorar
escuchando huaynos que lo conmovían profundamente, llenándosele los ojos
de lágrimas, porque amaba mucho a su pueblo y le dolía tanto su
miseria, su explotación y su agobio de siglos...”
Así concluye la entrevista
que le hiciera a Gloria Zegarra Encinas sobre su tío, el maestro José
Antonio Encinas. Y yo evoco estas frases:
7. Ahora
y siempre
El hombre es fuerte, pero el miedo lo derriba.
El miedo es fuerte, pero el sueño lo vence.
El sueño es fuerte, pero la muerte lo es más.
Pero el amor bondadoso sobrevive a la muerte.
Y pienso que solo quien tenga y ofrezca amor bondadoso es quien puede alzarse como senda y camino en el Perú.
Porque se puede ser
inteligente, y Encinas lo fue, pero no alcanzaremos con ello a ser
horizonte en nuestro país. Podemos ser valerosos, y Encinas lo fue, y
tampoco con ello alcanzaremos a ser ruta y destino en nuestra patria.
Es el amor bondadoso, que él
sintió por el niño, por la juventud, por la escuela, por el maestro, por
el indio, y por el Perú, el que lo hace sobrevivir y el que hace que
nos llegue, su obra y su personalidad, como aire puro y fértil para
seguir bregando, convencidos y esperanzados, por redimir los
sufrimientos de nuestra sociedad.
Y para forjar, a partir de la
educación, la patria hermosa que nos merecemos, y la felicidad del
hombre, que es nuestro anhelo y nuestro pleno derecho, ahora y siempre.
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