jueves, 3 de octubre de 2019

3 DE OCTUBRE DE 1714: SE APRUEBA LA CONSTITUCIÓN DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA (RAE) - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN

 

Construcción y forja de la utopía andina
 
OCTUBRE, MES DE LA SALUD,
LA ALIMENTACIÓN, LA GESTA
DE ANGAMOS; VIDA Y EJEMPLO
DE MARIO FLORÍAN Y LUIS
DE LA PUENTE UCEDA
 
CAPULÍ ES
PODER CHUCO


 
SANTIAGO DE CHUCO
CAPITAL DE LA POESÍA
Y LA CONCIENCIA SOCIAL



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3 DE OCTUBRE
EN EL DÍA DEL ODONTÓLOGO


Tengo la impresión que los dentistas, como trabajan con la boca de sus pacientes, son quienes mejor guardan las tradiciones de los pueblos. Así la última vez que encontré a don Manuel Vásquez Olivares, uno de los odontólogos más destacados de mi comarca, hombre bueno, vital, y erudito de las mejores tradiciones de Santiago de Chuco, fue en Lima, en el jirón Emancipación, cuando yo buscaba una tienda de zapatos, por lo que reproduzco de memoria lo que me iba diciendo, más o menos, mientras me acompañaba a comprarlos:
– Mejor, ¡mándate hacer tus zapatos, Danilo! Porqué, ¿de qué lo hacen ahora? De plástico, de material sintético o de jebe. ¡Ya no son de cuero! ¡Ahora son huecos por dentro, en la suela! Y lo hacen para que se acaben, poniéndole tácitamente fecha de término, que es corta y breve. ¿A fin de qué? ¡De que te compres otros! Cuando antes se hacía todo para que dure eternamente, que es lo legítimo, lo moral y pertinente.
– ¿Así era?
– ¡Claro! Por eso los zapatos no se compraban de un momento a otro. ¡No, señor! Se programaba su hechura de un año para el siguiente. Se hacía una fiesta incluso. Y se mandaba hacerlos a la medida. En nuestro pueblo era un paseo de toda la familia al taller del zapatero. Para eso había zapateros en el pueblo que eran verdaderas instituciones, hasta donde se iba y se tomaba la medida al pie: Sin media. Y primero era la medida del pie izquierdo, y después del derecho y que, aunque parezca mentira, no siempre son iguales. Ponías el pie en un cuaderno a su vez apoyado sobre una revista vieja, y el maestro trazaba los bordes de una manera suelta, siseando y tú mirando su nuca. Al sentir el lápiz que se deslizaba era inevitable que sintieras cosquillas y levantabas el pie. ¡Sin poder resistir el reírte!, hecho que causaba el enojo de nuestros padres que recalcaban siempre que hay que ser serios, respetuosos y ecuánimes.
– ¡Entonces era todo un rito!
– Sí. Y luego te pasaba la cinta a lo largo y a lo ancho del pie y por los bordes, midiendo el grosor del empeine, cinta muy distinta en las medidas a la que tiene, por ejemplo, el carpintero; que es de otra nomenclatura, y en donde los centímetros son más ajustados y estrechos. Y la pregunta a los papás era: ¿le hacemos zapato medio chuzo o botines? Y, ¿de suela corrida o estaquillas?
– ¿Todo eso había?
– Era muy prolijo todo. Ahora ya no hay ni siquiera los materiales con que se hacía antes un buen y señor zapato, que eran: cáñamo, cerote, estaquillas; los cueros y suelas que había, y las herramientas tan especiales como leznas, escofinas, hormas, diablos. ¡Y para hacer zapatos eternos, señor!, en donde lo que se acababa no era el cuero ni la suela sino el pie, pie lleno de hondo quebranto y dolor por cómo es esta vida, y cómo rueda el mundo.
– Pero don Manuel, –le digo yo– sin ir más lejos, y dejando de lado a los zapatos y a los zapateros, ¿cuánto ha avanzado su profesión, que es la odontología, en relación a cómo era antes?
– ¡Muchísimo, y en proporción inversa a la fabricación de zapatos! Antes, ¿quién era en Santiago de Chuco el que sacaba las muelas? ¡El carpintero! Y, ¿sabes por qué? Primero porque tenía alicate, lezna, pinzas y martillo. Dos: porque tenía banco, que era recio porque estaba plantado a tierra y ahí se podía amarrar al paciente. Y tres, porque tenía medida, para tomarle grosor y estatura al paciente, porque se moría. Y cuatro, tenía la madera para hacerle el cajón dónde enterrarlo. Ahora, la odontología es una profesión y hasta una ciencia. Del banco de carpintero ahora la silla del odontólogo es electrónica, computarizada y hasta en un minúsculo taladro se utiliza energía atómica.
Así era don Manuel. Por eso, ¡sea en el cielo en donde esté usted, reciba mi abrazo entrañable!
DANILO SÁNCHEZ LIHÓN


 
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3 DE OCTUBRE DE 1714


SE APRUEBA LA CONSTITUCIÓN
DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA (RAE)


 FOLIOS
DE LA
UTOPÍA
 
ESE LEVE AIRE
DE NUESTRAS
BOCAS


 
Danilo Sánchez Lihón
 
 
1. Son la cumbre,
el techo o la puerta
 
La palabra es la esencia y el fundamento del hombre. En nuestro ser están todas ellas, conformando y rebullendo en un haz de luz y sombra, tejiendo y destejiendo nuestros destinos.
Son ellas las que sostienen la estatura del hombre en su estado más pleno y total. Son ellas la verdadera morada de nuestro ser.
Son ellas nuestra identidad libre, bella, afectiva. Son ellas nuestra dimensión mágica, creativa y trascendente.
Todas las palabras tienen un trasfondo. Hay que abrirlas y destaparlas o darles vuelta para ver lo que hay debajo y dentro de ellas.
No hay fuente o manantial o espejo de agua que mejor refleje la imagen que cada uno tenemos.
No hay mejor escudo que aquellas palabras que hablamos y hacemos nuestras. Son ellas las que nos definen, construyen y configuran.
Son la puerta de afuera y adentro por donde podemos ingresar y sentir la corriente y el deslizarse de las aguas profundas Son la cumbre, el techo o la cima más enhiesta desde la cual aspiraremos a ser eternos.
 
2. Una vida
sin respuestas
 
Y seguramente hemos de encontrar mundos, vidas palpitantes, aventuras entretejidas, acontecimientos grandes o pequeños, que ellas contienen y nos evocan.
Para ello, hay que desarrollar una sensibilidad respecto a su índole. Y luego la actitud de querer conocerlas, expurgarlas y absorberlas. Y ver lo que de ellas brota.
Pero las palabras también trasponen fronteras, aduanas y atajos que se alzan. De allí que sea importante ya no solo verlas en profundidad sino también en extensión para ser libres.
Es importante encontrarlas por los caminos y abrirles paso por los senderos por donde nos encontramos con ellas.
Porque, ¿qué sería de la vida sin las palabras? Sería una vida sin respuestas, a nada. Porque no habría preguntas, acerca de una parte o del todo que nos conforma. Y eso sería nefasto.
 
3. Vigila
las palabras
 
De allí que una función del lenguaje o de la palabra sea desentrañar realidades y contenidos ocultos e íntimos.
Por ello el lenguaje es movimiento y acción: aventura y conquista, rebelión y compromiso.
Por eso, ser impecables con las palabras. Sobre todo, para domeñarlas y ponerles freno.
Reconocer y valorar que cada uno podemos comprender y expresarnos con ellas. ¿Qué otro ser o presencia del universo puede entrelazarse en pugna con ellas? Nada, o nadie.
Por eso: vigila las palabras que salen de tu boca. Porque una vez que las hemos pronunciado ellas se vuelven nuestros capitanes y adalides. O adversarios y hasta carceleros. Y nosotros nos hacemos presos y hasta esclavos de ellas.
Que las palabras más bien relumbren, que brillen, que te exalten. Que vuelvan a ser dijes, abalorios y talismanes para tu vida y a coronarse en tu frente.
 
4. El genio
del lenguaje
 
Sacarles brillo y lustre a las palabras. Esta es una función mágica, heroica, revestida de los atributos de la gloria.
Porque es dejarlas más límpidas y fulgurantes, frescas y espléndidas. Y esto con aquello de que ya por sí son espléndidas.
Sacarles brillo y lustre a las palabras es un enunciado que podemos imaginarlo como un cuento de hadas.
El de Aladino que frota la lámpara mágica. Y aparece un genio que se pone a nuestra disposición para servirnos en lo que quisiéramos.
Por supuesto, ellas son mucho más maravillosas que una lámpara. Y no contienen, sino que son el genio mismo.
¿Pero en verdad, al sacarle brillo y lustre el genio de cada palabra aparece? ¡Sí! ¡Claro! ¡Por supuesto!
Ahí estará dispuesto a lo que podamos mandarle, el genio del lenguaje, del idioma y de la comunicación.
Porque, acaso, ¿no es una lámpara maravillosa verla cuando nos quedamos fascinados primero con el ropaje caído desde su cuerpo y luego con toda su intimidad expuesta?
 
5. La fuerza
de las palabras
 
El lenguaje es un leve soplo, es un personaje mágico. Pero es también materia ígnea.
Una realidad que será según sea cómo tú conectes con ella: horrible o hermosa, que tiene un ser y una presencia según tú hayas aprendido a tratar con ellas. Porque todo deviene de ella.
Así: ¿cómo se crea el mundo? Con palabras, no con materiales, tecnologías ni otras herramientas. Ni siquiera con las manos que son santas, o cualquiera acción mecánica, sino con palabras:
«Hágase la luz», y la luz se hizo. «Sepárese el cielo de la tierra». Y el cielo se desprendió con sus nubes y dejó abajo el suelo con sus raíces.
¿Cómo resucita Jesús a Lázaro? Con la fuerza de las palabras.
No utiliza masajes, ni técnicas, ni abluciones. Nada que pudiéramos llamar físico o «práctico».
Lázaro está tan descompuesto, después de varios días de yacer muerto, que «ya huele», según dicen sus hermanas.
Son ellas quienes ya han perdido toda esperanza, tanto que no le piden nada a Cristo.
 
6. Las palabras
son milagros
 
Pero él hace quitar la piedra que lo tapa. Y con toda su alma grita, tres palabras:
– ¡Lázaro, sal fuera!
Son aquellas tres palabras con las que revive a Lázaro.
Y observemos: que solo es el poder de tres palabras.
Esto para que se tome nota que no hay que abundar en ellas. Sino más bien reducirlas y concentrarlas.
También, Jesús cuando envía a sus apóstoles a predicar les da el don de curar enfermos, pero con la palabra.
De ahuyentar a los demonios de los seres a los cuales afligen, a los espíritus inmundos o presencias malignas en el cuerpo, pero solo con la palabra.
Y cuando regresan desmoralizados por no poder lograrlo les dice: «Les falta orar». Es decir, palabras de fervor, de fe y devoción.
 
7. Este leve
y tembloroso aire
 
Grandes milagros son ver, oír, palpar. Grandes milagros son las palabras. Contemplémoslas siquiera, o sumerjámonos en su profunda raigambre.
Cada uno de nosotros somos grandes milagros del lenguaje.
Porque las posibilidades de que existiéramos era un imposible matemático.
Y, sin embargo, estamos aquí ahora.
Y grandes milagros son también las palabras salidas de nuestras bocas.
Que ellas nos enaltezcan. Porque, a su vez, por las palabras seremos condenados o salvos, cuando Jesús lo dice:
«Pero yo les digo que en el día del juicio los hombres tendrán que dar cuenta de toda palabra imprudente que hayan pronunciado. Porque de tus palabras se te absolverá, y por tus palabras se te condenará».
Es decir, por este leve y tembloroso aire que sale de nuestras bocas.
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