Danilo Sánchez Lihón
Todo hombre es un camino
hacia sí mismo.
Un puente hacia la otra orilla.
Herman Hesse
1. Sin él
o ella
Esperamos
que alguien se aleje, desaparezca y hasta muera para recién ofrendarle
–ya demasiado tarde e inútilmente– la flor que de manera muy justa y
legítima recién comprendemos que se merece.
Esperamos
que alguien fenezca para reconocerle valores, virtudes y nobleza que en
vida no supimos apreciar. Y que ni siquiera se nos ocurrió tomarlo en
cuenta y consideración.
Y esas personas son los seres más importantes para nuestras vidas.
Incluso
esperamos que alguien expire para reconocerle el importante sitial que
ocupa en nuestros sentimientos, tanto que sin él o sin ella la vida ya
no nos parece ni posible y ni siquiera soportable.
Y
hasta inventamos una vida imaginaria que seguimos y llevamos con esa
persona, solo con el impedimento de que ahora no está y entonces todo
ello se convierte en añoranza y amargura.
2. Falta
que nos hace
Esta
situación, lamentablemente, ocurre más con los seres cercanos, y hasta
íntimos en nuestro afecto. Y mucho más con aquellos seres con quienes en
algún momento nos juramos amor eterno.
E
incluso, sucede más con aquellas personas que están más pendientes de
lo que hacemos o no hacemos para acoplarse y hacer de su vida una
dimensión feliz y placentera.
Mientras
aquellas personas están a nuestro lado la desconocemos. Y hasta
pareciera que ignoramos el mérito y el valor que ellas tienen. Y su
carácter fundamental y hasta sagrado para nuestras vidas; y a quienes no
le expresamos casi nunca nuestro afecto.
Hasta que de un momento a otro desaparecen o se esfuman, por uno u otro motivo, de nuestras vidas.
Entonces recién sentimos la falta que nos hacen y el significado grandioso que tenía su presencia para nosotros.
3. En el ojal
del pecho
Entonces
nos sentimos tan en deuda y culpables de no haber sido más sinceros y
explícitos en nuestro cariño que les llevamos ramilletes de flores
estupefactas a los cementerios.
Y
deambulamos desorientados por dentro o fuera de esos muros desolados
con la incierta esperanza que nos vean o nos escuchen la confesión de
amor que les hacemos ya a destiempo, acerca de cuánto los quisimos o
queremos.
Y les brindamos muchas otras ofrendas en nuestro mundo íntimo, pero todo ello cuando ya están muertos.
Cuando
ya aquellas no dejan de ser sino flores de ausencia y flores de la
tristeza y la melancolía, ya que no son las flores vivas que harían que
la realidad se torne más radiante y jubilosa.
Que
ocurre cuando no la expresamos. No la prendemos en el ojal del pecho de
la persona amada, ¡que es como si nos afanáramos en ocultar el amor que
profesamos a un ser querido!
4. En el cielo
azul
¿Por qué guardamos entonces la flor para cuando ya no existimos? ¿Por qué ocultamos la flor verdadera en nuestras vidas?
Porque
lo que no se consiguió decir, lo que no nos permitimos expresar es
aquello que no se alcanzó a saber ni descubrir la maravilla que era.
Permaneciendo
como cofres sin abrir, o urnas cerradas; o como baúles sellados sin
saber los tesoros que guardan y las joyas que hay allí dentro; y todo
para mí.
Y
nos convertimos en campanas mudas que no convocan ni repican. Y
permanecen quietas y calladas, mientras abajo y al pie se desata la
fiesta llena de alegría, con bombardas que suben y estallan en el cielo
azul.
Y
somos como galerías a las cuales no penetramos y que constituyen los
palacios fastuosos que todos traemos a la vida, que están dentro de
nuestro ser para que nosotros seamos los primeros que encendamos sus
luces y los develemos.
5. El afecto
y el cariño
Pero
no solamente desconocemos o ignoramos la flor que guarda nuestro
corazón para otras personas, lo cual podría ser comprensible y hasta
perdonable por no ser conscientes de que lo sentíamos.
Porque sería más insensato e inimaginable saber que lo sentimos y, aún así, el latir de nuestros corazones.
Ya
que, ¿cuál es la razón para que reservemos, escondamos u olvidemos
expresar nuestros sentimientos más sinceros de cariño e identificación
hacia otras personas?
¿Y que sólo lo hacemos evidente cuando nos hemos distanciado de aquellos seres queridos definitivamente?
¿Por
qué preferimos vivir con todo aquello que es mecánico, duro, funcional,
identificando que las personas más nos movemos por los afectos?
Hay que dar la flor que alguien se merece, pero ahora y no cuando la persona se haya muerto.
6. Alegre
y feliz
Pero hay algo más aún: No extraemos la flor que nos merecemos nosotros mismos, para ser el altar que debiéramos llegar a ser.
Nos negamos la flor que tenemos para nosotros mismos en el fondo de nuestro ser.
Y siendo así nos prohibimos de su hermosura, de su fragancia e inspiración.
Ni no nos hacemos el homenaje de hacer aparecer la flor y el fruto que somos.
Hecho
con lo que sería ya implícito y natural ofrecerla al otro; porque ya
somos nosotros mismos esa flor y ese fruto esplendente.
Ser la flor y fruto es un problema de lenguaje, de expresión y de libertad.
¡Entresacar la flor que está al fondo de nuestros corazones!, es la consigna. Aquella flor pletórica, alegre y feliz.
7. Brazos
abiertos
Por eso, corta del prado más fragante la flor más hermosa y lozana, y ofrécetela a ti mismo primero.
Reconociendo que ella está en la alegría de la hora solar. En la luminosidad de la luz en el patio y en la alborada.
En las voces cariñosas de los aldeanos que llegan de la campiña a primera hora y conversan en la clara mañana de primavera.
Regálate
esa flor lozana que es la dicha de vivir y la gratitud de existir. Esa
capacidad de ser radiante y jubiloso, y que proviene de la inmensidad de
tu corazón.
La
flor de la felicidad, de la ternura y la sosegada sabiduría. Porque
amarse uno mismo es siempre tener los brazos abiertos y sentir abierto
el abrazo del mundo.
Flor que abre su capullo en el huerto más hondo de la paz interior.
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