Danilo Sánchez Lihón
1. Y felices
consigo mismos
No hace mucho visité nuevamente la fortaleza de Sacsayhuamán en el Cuzco, que tiene alineadas y una sobre otras piedras que encajan perfectamente y que pesan algunas 30 toneladas; y no conocieron ni ruedas ni poleas, y las canteras de rocas de donde las extrajeron quedan lejos. ¿Cómo las acarrearon y subieron así a Sacsayhuamán? ¿Como también a Pisac, Ollantaytambo y Machu Picchu?
Un niño que guiaba a Julio Cortázar le dio la respuesta precisa cuando este, jalándose los cabellos exclamaba:
– Pero no puede ser. Esto es imposible. ¿Cómo pueden haber movido estas piedras?
El niño indio que lo acompaña le responde:
– Muy fácil don Julio.
– ¿Así? ¿Tú sabes cómo lo hicieron?
– ¡Sí! Cantando y bailando.
¿Qué significa esta aclaración? Que lo hicieron porque eran un pueblo feliz, en armonía con la naturaleza, con la vida, con su gobierno, con sus autoridades. Armonía con el tiempo y el espacio, con su historia, su presente, su pasado y su futuro. Y felices consigo mismos.
2. Amable
y límpido
Lo hicieron porque estaban bien alimentados, sanos y jubilosos. Porque estaban identificados con lo que hacían, y había poderosas razones y sinergias en juego y en movimiento.
Lo hicieron con el arte, con la música, con la poesía. ¡Y con la danza! Lo hicieron con el alma arrobada ante las nieves eternas y ante las estrellas rutilantes del firmamento. Lo hicieron porque tenían paz en el alma, no había conflictos, rivalidades, luchas internas de poder. No había egos en pugna. Lo hicieron en esa situación y en ese contexto.
Pero esta vez en Sacsayhuamán mientras descansábamos sentados en una escalinata después de hacer un largo recorrido, se acercó un yanacona, un runa indígena, un hombre aparentemente más mísero que ninguno otro de la tierra.
Con las ropas raídas y hechas harapos, sus ojotas gastadas, con el rostro cetrino y las manos curtidas por el frío y la intemperie. Con su cuerda o lazo en las manos para cargar bultos, o lo que sea: canastas como costales o cajas de gaseosas.
Al pasar nos saludó con reverencia, como saben hacerlo aquellos a los cuales llamamos indios, quechua hablantes, aborígenes del Perú profundo. Su saludo en quechua era cordial, amable y límpido, como su mirada, llena de humanidad. Y con una sonrisa a la vez de respeto y sumisión.
3. Lo cultural
se hace genético
Y uno de los turistas chilenos que estaban allí en el grupo, cuando ya se alejaba comentó:
– Es increíble, cómo pese a su horrenda pobreza no ha perdido ni su distinción, ni su ternura ni su inocencia.
– Y en su miseria tienen intacta su humanidad. –Acotó otro.
Y, ¿esto, por qué? Porque deviene de una cultura egregia, de una cultura de paz, de una cultura de la no violencia. Una cultura viejísima, pero que esa senectud o edad provecta no ha sido para acumular desencanto, amargura o resentimiento. Ni siquiera desilusión acerca de la vida.
Porque los descubrimientos arqueológicos, como el de Caral en Huarmey, nos muestran que estas culturas son antiquísimas. Que cuando en Europa o en Asia había tribus desperdigadas y salvajes, aquí en América ya existía en el Perú una ciudad civilizada.
Y que, sin embargo, y sorprendentemente, cuando los españoles incursionaron en nuestros territorios encontraron poblaciones candorosas, creyentes, cordiales; y felices en su vida de identificación con el trabajo y de pertenencia a la tierra. Es decir, encontraron una cultura de paz, en donde no había gente abandonada, o seres que sufrieran de marginación u ostracismo, que padecieran de hambre, que estuvieran desprotegidos y arrojados a las calles. Ni encontraron meretrices que comercializaran sus cuerpos para mantenerse ellas mismas y sostener a sus hijos, o a sus familiares, como ocurre ahora.
4. Sabiduría
andina
Pero, ¿qué explica que existiera este mundo de paz y de no violencia en el antiguo Perú, y sobre todo en el Tahuantinsuyo?
Diferentes y variados factores, partiendo de algunos principios que se hicieron política de Estado en el Imperio de los Incas.
En principio la concepción del mundo, o cosmovisión andina, que se sintetiza en las tres dimensiones de Huiracocha, o principios de vida de la cosmovisión andina. Y lo que voy a exponer a continuación es lo que nuestro director de la Cátedra de Sabiduría Andina de Capulí, Vallejo y su Tierra, ha podido identificar, después de toda una vida consagrada a la investigación y valoración de nuestra cultura. Él es el maestro Ramón Noriega Torero, escritor, arqueólogo, antropólogo y humanista de enorme sapiencia.
Dichos principios son:
MUNAY: Querámonos y amémonos como hermanos.
YACHAY: Adoptemos soluciones inteligentes.
LLANKAY: Asumamos el trabajo mancomunado
Es, en primer lugar, sobre la base de estos tres principios que se logra conformar un mundo de armonía, corrigiendo, superando y eliminando el desorden y el desequilibrio que es lo que al final produce la violencia y las guerras. Y se alcanzan a concretar en un punto todas las sinergias posibles como es mover, subir y alinear las piedras de Sacsayhuamán
5. Principio
Munay
El principio Munay, que es poner por delante el mundo de los afectos, del cariño y respeto entrañables. El deponer todo resentimiento, rencor y antipatía; y tener la conciencia despejada y límpida que es condicionarla para el pensamiento y la actitud lúcida y hasta resplandeciente.
Principio también enunciado como: “Querámonos y amémonos como hermanos”, que el mundo occidental recién reconoce como importante para el desarrollo humano, con los aportes de Daniel Goleman, quien lo reconoce como “Inteligencia emocional”, y Howard Gardner con sus descubrimientos acerca de las “Inteligencias múltiples”.
Siendo los antiguos peruanos quienes privilegiaron el mundo de la estimación, del aprecio y la alegría; ámbito en donde se modelan los paradigmas de la paz como se incuban los gérmenes de la guerra, que en gran medida están condicionados por las emociones.
Relaciones de armonía y de paz que no solo se establecían con los demás seres humanos sino con toda presencia del mundo natural como cultural, sean mínimos o gigantescos, desde una oruga o mariposa que repta y revolotea, hasta un río que discurre o las montañas que velan y permanecen.
Quererse, amarse, expresar nuestra intimidad recurriendo a las imágenes más tiernas y vibrantes es la clave, hechos que se dan en el lenguaje de la palabra, de los gestos y los actos, y en dimensiones acrisoladas aquí como son la música, la poesía y la danza.
6. Principio
Yachay
El principio Yachay, que es reconocer el rol y la valía del mundo de la mente y de las soluciones inteligentes que ella propicia. Que supone cultivar un raciocinio lúcido y práctico, hecho y presto a dar solución a los problemas que nos presenta la realidad. No una inteligencia imbuida de falsos problemas, que en vez de hacer claras las perspectivas confunden, nublan y entorpecen, priorizando aspectos frívolos o tangenciales, y hasta carentes de sentido, como la atracción por el dinero, por el poder o los placeres, como es una mente envuelta en nebulosas, en morbos y bajas pasiones.
El principio Yachay es reconocer cuáles son los verdaderos asuntos esenciales y trascendentales en la vida, y cómo valiéndonos de los conocimientos y los instrumentos que nos prodigan las tecnologías y las ciencias podemos darle una solución adecuada. Con esta visión en el Tahuantinsuyo se concibieron maravillas en todo orden de cosas, sobre todo en los diversos campos de las ingenierías, pero también en aspectos como el de la salud y la organización del Estado. Todo ello condiciona a la paz, a tener tranquilidad, a no acumular neurosis. Y a estar en armonía con el mundo, con los demás y con nosotros mismos.
Y en eso la sociedad incaica fue profundamente desarrollada, logrando una ciencia que solucionaba problemas y no que los creaba. Y que fue portentosa en su sentido humano, en sus contribuciones en lo que es el desarrollo agrícola, en el tratamiento y conservación del agua, en el procesamiento y conservación de alimentos a fin de garantizar su consumo después de años y décadas, así como en la ingeniería de caminos y en sus políticas de prevención de desastres.
7. Principio
Llankay
El principio Llankay, traducido como: asumamos el trabajo mancomunado, donde nos sintamos unidos y solidarios entre todos los seres humanos. Es aquel que nos hace reconocernos no solo como individuos y personas aisladas sino como una comunidad integrada. Porque la tierra es un bien colectivo, el agua es de todos y el trabajo en común o en conjunto nos dota de un sentido colectivista, que nos abre paso también a la distribución justa de los productos y de la riqueza.
Inherente a esta situación ha sido en el Estado incaico en donde se han plasmado las más avanzadas políticas de previsión, almacenando alimentos, ropa, herramientas, medicinas en los tambos, superando todos los estadios de necesidad para dar paso a los estadios de creación y de libertad, propios de una sociedad desarrollada e ideal.
Con ello se solucionan los detonantes de la violencia, que son el hambre, el desempleo y la marginalidad. Con ello se rompe las causales que generan los enconos, los conflictos y divergencias. Trabajar en equipo y solidariamente no solo nos da lugar a conocer las características concretas de una realidad, sino que nos abre las puertas al compromiso y a perfilar una alta conciencia social.
Porque la paz no es un resultado, ni el final de un camino ni la conclusión de algo, sino que ella es el principio o el camino mismo para asegurar una presencia feliz, dichosa y fecunda del hombre sobre la faz de la tierra. Y maravillado ante el universo.
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