Danilo Sánchez Lihón
1. Almas
nómades
– ¡Boyeros! ¡Ya la palizada está cerca! ¿Ya? ¿Todos listos? ¡Al agua!
Carneticéis boyeros hacen el primer impulso hacia adelante. Y dan el primer paletazo del remo de sus canoas en el agua turbulenta.
Se apagan con la lluvia los candiles, y hasta la mirada se empaña por los azotes y ramalazos del agua en el cuerpo y en la cara que ciega los ojos.
– ¡Qué mala suerte llegar la mijanada de palos esta noche en que la lluvia arrecia y en sombra tan tupida!
– ¡Y con esta tremenda tormenta!
Es noche lóbrega y tenebrosa. La lluvia arrecia y los hombres ponen toda su atención en oír, palpar, imaginar en dónde puede haber un tronco en la anchura silenciosa de todo el vasto río.
Hace meses que la vida de los troncos de los árboles en el río ha sido atravesar libres por lugares ora tranquilos ora turbados.
A veces estar dando vueltas en los remolinos. Retorciéndose con las curvas, dobleces y giros. Y, a veces, quedar extasiados por un tiempo, varados en alguna orilla. Hace meses que su vida es indomable, libre, salvaje. Hace meses que son almas nómades y solitarias, vagando en medio de la corriente alucinada.
2. No se divisa
nada
Los boyeros desde hace días han avistado la llegada de los troncos de árboles echados al río, en la primavera pasada. Y que recién ahora se acercan a la playa del aserradero en el barrio de los Aragones, situado en la parte alta del pueblo de Contamana.
Para eso se ha convocado a los mejores hombres, la mayoría indígenas. Y, a quien dirija el rodeo, al maestro Shanti. Si no, ¿a quién más? A él. ¿Quién tiene ojo para divisar en lo más intrincado de esta tormenta incluso lo que hay al fondo del agua? Solo él, ¡el maestro Shanti lo puede!
Es noche tupida y en cada canoa, al principio, apenas hay una linterna que titila con el viento y la borrasca. Y luego se apaga, con la lluvia con los rayos y los truenos.
Es ya pasada la medianoche, cuando la oscuridad es tan cerrada que parece un muro, y latigazos de negrura que golpean el rostro. Y no se divisa nada, cuando están llegando los troncos.
Cuando entrar al río es como entrar en un túnel, donde la oscuridad es una masa física con la cual uno se topa. Que parece una pared. Y se alzan los brazos como queriendo separarla, y abrir esos ramalazos de bosque. Y uno marcha de costado y manoteando lo que sea. Es lo oscuro que tapa y lo cubre todo.
3. Selva
adentro
– ¡Ahora, boyeros, aunque empapados! Tapen sus oídos a la tempestad y la lluvia. Que nadie la oiga, solo atentos al latido y a la respiración de los troncos. Cada quien espere el suyo. Atentos a cualquier rumor o zumbido que venga desde dentro del agua.
Esta es una prueba de habilidad suprema, de arrojo y de valentía, como de intuición y coraje.
Donde cada madero tiene el diámetro de dos metros y el largo de nueve, que vienen a travesando todas las fragosidades del río que se contorsiona en meandros de miedo y en devoradoras muyunas.
Y hoy es cuando en la noche tenebrosa luchamos con esos mismos troncos que han viajado por el río Ucayali durante meses. Desde que fueran arrojados al agua, en el Alto Ucayali, y que son principalmente de la madera más fina.
Cuando sería una desgracia que un solo árbol se nos escapara. Son miles de soles que cuesta uno solo. ¡Ah, eso no nos lo perdonaríamos nunca! Sería perder una millonada de plata, pero más sería perder el honor. Y una afrenta para nosotros.
Hay aserraderos que han quebrado solo por perder uno solo de ellos, puesto que para ubicar un árbol de madera fina hubo necesidad de enviar brigadas que partieron selva adentro, otras que tumbaran y cortaran los árboles. Otras que los sacaran a orillas del gran río, y otras que los botaran ya marcados a las aguas. Es mucha la plata invertida.
4. Sacarlos
a flote
Ahora hay compañeros que se alejan a todo lo ancho del río, dejándose llevar por las aguas, separándose a lo largo de su cauce, haciendo una cadena a fin de no perder ningún tronco, atentos y vigilantes al más leve rumor, zumbido y el reventar de los soplidos del agua.
Apenas brille y se apague alguna burbuja blanca alrededor del madero para advertir que es él. que llega después de nueve meses de haberlos arrojado al cauce de la corriente del majestuoso Ucayali.
Solo nos orientamos por el ruido o el murmullo del tronco que zumba en la corriente como una abeja reina perseguida por un tábano, o un moscardón atrapado dentro del agua.
Solo nos guiamos por el instinto de sentir bajo nuestros pies o en los nervios algo que aceza y que se acerca.
Pero hay troncos que vienen debajo de la superficie, que se han hundido. A ellos, entonces, ¿cómo atraparlos? Hay que zambullirse, lacearlos en el fondo y sacarlos a flote llevándolos a la ensenada del aserradero.
5. ¡Aquí
está!
Por eso:
– ¡Boga! ¡Boga! ¡Boyero!
¡Y no dejen escapar a ninguno de esos toritos!
Y avanzamos en la noche sin luces ni candiles pues ninguna flama arde con esta lluvia y con este viento.
– ¡Ohé! ¡Boyeros del Ucayali!
Solamente orientándonos con nuestras voces que se dejan oír entre trueno y trueno
Apagadas por breves instantes, cuando el boyero capitán da la orden, que es el instante preciso para no dejar pasar los troncos de la palizada en la noche sideral.
Pero tampoco lanzarnos segundos antes, de tal modo que no podamos sostenernos en la corriente que pugna por arrastrarnos.
– ¿Ya?
– ¡Aquí!
– ¡Ya lo cogí, al primero!
– ¡Hurra!
– ¡Aquí va! ¡Es este!
6. Noche
oscura
El primer madero cogido ha sido enlazado por el viejo Shanti. ¿Quién más? Y, ¿cómo lo sabía? ¡Ahí está pues! ¡Viejo bufeo! ¡Viejo baqueano! ¡Boyero bien experimentado es!
Quien inmediatamente le ha echado un lazo y ha dejado que el tronco avance unos metros echando espuma, corcoveando en el agua de sentirse privado de su libertad de hace cientos y miles de años.
Y moviendo la paleta debajo del agua lo hace avanzar y lo arrima por dónde él quiere, divisando las luces parpadeantes de algunas casitas que permanecen pendientes en la orilla.
– ¡Voy al aserradero! ¡Déjenme pasar!
Allí llega y lo fija, exactamente en el lugar en donde es una cabecera de playa, a partir de la cual se alinearán otros troncos inmensos como este.
Es de noche y la luz del candil apenas titubea en la esfera lóbrega. Pero uno de los maderos ya ha sido arrimado y puesto en la orilla asignada.
– ¡Ahí viene otro!
7. Quedándose
dormidos
– ¡Denle paso! ¡Denle paso!
– ¡Este está embravecido!
– Ya lo tengo a este también. Es el 81.
– ¿Cuánto mide?
– ¡Doce metros!
– ¡Asu!
– De ese su sitio es más abajo!
– Y ha echado ramas el bandido.
– Trae un bosque encima con sus nidos de pájaros y de víboras.
Ahí viene otro. Felizmente a este tronco, que no hay de dónde enlazarlo, le ha tocado un buen boyero.
– He tenido que arrojarme al agua, bucear en la oscuridad y enlazarlo, teniendo que voltearle un poco, para anudarle la cuerda. Y con la cual jalarlo.
– ¡Bravo! ¡Bravo!
Hay trajín en el atracadero, donde hay una fila interminable de troncos que se remueven impacientes, donde unos crujen y dance vuelta impacientes. Que se acomodan, que quieren hundirse y buscar una escapatoria para seguir bogando. Y que al final terminan quedándose dormidos.
8. Nadie
parpadea
– ¡Boga! ¡Boga! ¡Boyero!
– ¡Yo también aquí traigo el mío!
Dice el Shego contento de dominar a otro recio tronco que apenas levanta sus narices del agua.
– ¡Avancen otros hacia esta banda!
– ¡Por ahí! ¡Por donde no se crucen!
– ¡Alalau! ¡Este sí qué es inmenso!
– ¡Qué grande es este torito!
– ¡Lacéenlo! ¡Lacéenlo! ¡No lo dejen pasar!
– ¡Lancen la cuerda!
– ¡No lo dejen pasar!
– ¡Mira que por ahí se desliza otro!
– ¡Cuidado, que ese se ha torcido!
Nadie parpadea. Ni siquiera cuando tiene ya a su tronco prisionero y amarrado.
9. Se canta
y se baila
– ¿Ha escapado alguno?
– ¡Ninguno!
– A todos los hemos atrapado.
– ¡A todos!
– Entonces, ¡bravo!
– Faltan solo dos que vienen de pie y lejos. Nadie, ni de día lo ha podido ver. Para ellos hemos asignado a Beni y a Baro.
– ¡Está bien! Buenos cholos son.
Es la noche de don Shanti, y ningún árbol se ha pasado. Todos han sido recogidos y yacen enfilados en el aserradero.
Eso somos los boyeros del Ucayali. Se han recuperado los ciento dieciséis troncos. Hay alegría, se canta y se baila.
Y por momentos se exclama:
– ¡Ohé! ¡Ohé! ¡Boyeros del Ucayali!
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