Danilo Sánchez Lihón
El poeta peruano Javier Heraud nacido el 19 de enero del año 1942, alzado en armas en busca de un mundo con justicia social, murió acribillado a los 21 años el 15 de mayo del año 1963 en el río Madre de Dios, frente a Puerto Maldonado. En todo fue un ser límpido, sincero y amoroso. Quien a su corta edad ya había publicado dos libros de poemas, tenía inéditos varios otros, y había obtenido premios nacionales resonantes. He aquí una semblanza de cómo ocurrieron aquellos hechos.
1. El fragor
de las aguas
– ¡Corre! ¡Corre!
Dice Javier. Y él salta. Avanza a grandes trancos por entre los arbustos en dirección del río, pisando espinos, ortigas y tacuaras en la tierra rojiza y húmeda. Desciende por una chacra de naranjos y coge varios frutos ya maduros en su carrera.
Detrás lo sigue su compañero, Alaín Elías Ambos portan una mochila pequeña en donde llevan diversas prendas y cosas, y entre ellas una ligera pistola.
Han sorprendido a la policía que ya los ha localizado y está cercando el lugar donde han pasado la noche escondidos. La orden es matarlos. Ya ingresan con sus armas apuntando a cualquier objetivo que se mueva.
Pero ahora se han escabullido. Sin embargo, alguien logra divisarlos.
– ¡Allá van, allá van! ¡Vean, en dirección del río! ¡Apúntenles, disparen!
Los dos compañeros legan a un farallón, y desde allí se lanzan lo más lejos que pueden para no ser alcanzados por los disparos que han empezado a sonar y que seguirán haciéndoles desde la orilla.
– Chassss. –El golpe al caer en el agua los hace hundirse y llenarse los oídos y todo el cuerpo con el fragor de las aguas y la fuerza de la correntada.
2. Si supieras
con qué orgullo
Mamá, podría mentirte si te digo: hoy estoy contento. No, no es cierto. ¿Por qué? Pues, hoy es Día de la Madre y no estoy junto a ti; hoy es Día de la Madre y no sucede como en 19 años anteriores: corriendo a tu cama con algún regalo para darte, o un beso, o un corazón pegado en cartulina.
Por otro lado, mi tristeza aumenta al no tener noticias. ¡Hace justo un mes y medio que salí de casa y sin una carta tuya! Nada, absolutamente nada sé de Uds. ni cómo están ni qué hacen, ni qué pasa por allá.
A las siete y media, las muchachas que cocinan en casa, mientras tomábamos desayuno, repartieron una rosa roja a todos los muchachos que tienen madre.
¡Si supieras con qué orgullo recibí la mía y en ese momento leía un editorial de un periódico sobre el Día de la Madre, un hermoso editorial, y yo tuve que hacer inmensos esfuerzos para que no se dieran cuenta que lloraba, sí, interna y externamente lloraba!
3. Una canoa
que baja
¡Qué refrescante el chapuzón del agua al caer! ¡Qué bien después de haber soportado el sudor pegado a la ropa durante varios días de caminatas por el monte, sin poder bañarse, durmiendo a campo traviesa sobre la tierra húmeda, con la picadura de los zancudos y mosquitos por todo el cuerpo, durmiendo en los matorrales, entre plantas silvestres. ¡Qué bien hundirse en la corriente fría!
Pero, es un instante de olvido y vuelve la realidad con toda su crudeza y horror. Están siendo perseguidos por la policía y aún permanecen sumergidos dentro del río, tratando de aparecer lo más lejos, escapando del acoso que les han tendido las fuerzas del orden y la población civil azuzada.
Emergen a la superficie y luego bracean fuerte y sin descanso, alejándose del lugar desde donde podrían balearlos.
Los gendarmes y otros pobladores ya se asomaron y empiezan a disparar descargas de rifles y fusiles.
– ¡Fuego! ¡Fuego! –Ordena el capitán a sus hombres.
Son jóvenes de gran fortaleza. Javier tiene 21 años y Alaín 24. Y se alejan rápidamente de la orilla. La correntada es fuerte y con la desesperación y el peso de la mochila y las botas llenas de agua es difícil mantenerse a flote y empiezan a hundirse.
En este momento divisan una canoa que baja.
– ¡Auxilio! ¡Por favor, ayúdenos!
4. Siempre
seré el niño
Mamá: ¡Si supieras cómo los extraño a todos! A menudo, casi siempre, pienso en ti, en todos, en Miraflores, y en nuestros paseos y en la mesa familiar que era tan alegre.
No sabes cuánto agradezco ser hijo tuyo, ser miembro de una familia como la mía, tener un padre así y tales hermanos, y mi mamama tan sabia, y todos en general.
Recuerda tú, recuerden todos que mi cariño y mi amor crecerán siempre, que nada ni nadie nos podrá separar aunque estemos lejos, y que algún día nos reuniremos para cantar y llorar juntos, para abrazarnos y querernos más.
Y que yo siempre seré el niño a quien tú tuviste en brazos aunque haya crecido por este tiempo que avanza y destroza los años, pero no los recuerdos.
¡Si supieras cómo los extraño!, cómo recuerdo a menudo cada sitio de mi casa, a cada uno de ustedes y en cada episodio.
5. ¡Qué
raro!
Alberto Vásquez y su ayudante han cargado en la orilla sacos de arroz y lo llevan a pilar en el molino que está situado río abajo. Es padre de 18 hijos y hoy día es su cumpleaños.
– ¡Auxilio! ¡Por favor, ayúdenos! –Escucha.
– ¡Déjalos! ¡Qué nos importa! –Le dice el ayudante–. Estamos apurados.
– ¡Pobrecitos! ¡Oye, cómo los vamos a dejar! Se van a ahogar. Se ve que son forasteros, y no van a poder resistir. Ahorita se cansan y se ahogan. Apeemos rapidito los sacos. ¡Ayúdame! Y vamos a recogerlos.
Dejaron en la orilla los sacos de arroz que habían cargado hacía un momento y ambos remaron lo más veloz que pudieron yendo a su rescate. Se habían alejado ya buen trecho de la rivera.
Estando ya cerca escucharon:
– ¡Retírense! ¡No los ayuden!
– Pero no parecen maleantes. ¡Qué raro! Incluso se ve que son jovencitos, casi adolescentes.
Los alcanzan y los ayudan a subir a la canoa. Y sin querer ofenderlos Alberto Vásquez les dice:
– La policía quieren hablarles. Los policías quieren hablar con ustedes.
6. Es mejor
serenarse
Queridísima mamá:
Recién hoy lunes te escribo y es que desde el sábado estoy recordando tu voz en el teléfono, ¡Oh maravilla! Te contaré cómo fue todo. Me decidí a llamarte –ya que tenía dinero– el sábado a las 2 y media p.m. Hasta las 6 y cuarto estuve esperando, no sabes con qué intranquilidad, hasta que por fin pude escuchar tu voz.
No sabes, es decir, espero que te imagines, la emoción que me entró. Pero qué cortos me han parecido los tres minutos. Yo solamente quería llamarte para saludarte y supieras directamente lo bien que me encontraba. Yo quise llamarte por el día de la madre pero todavía no tenía plata.
Si vieras cuando corté los saltos que daba, tenía tu voz metida en los oídos, saltaba, sonreía, hasta que tuve que tranquilizarme. Desde el sábado estoy sintiendo tu voz en la cabeza.
En cada momento la recuerdo con especial cariño. Si supieras cuánto me alegró de saber que estás bien, que todos están bien. Si supieras las ganas que me entraron de seguir hablando contigo, horas, días años. Pero en fin, eso no es posible y es mejor serenarse.
7. Siguen
disparando
– ¡No podemos acercarnos! ¡Sigan remando! ¡No se detengan! ¡Más rápido! –Exigen.
Desde la orilla el capitán ordena:
– ¡Apunten bien! ¡Fuego! ¡Más fuego!
Subidos ya a la canoa se abre la esperanza de que ya pueden escapar internándose en la selva de la otra orilla. Y eludir así a la policía.
Los disparos les zumban la cabeza y van a hundirse en el agua.
– ¡Más rápido!
Balsero y ayudante al sentir la lluvia de balas se arrojan al agua. Alberto Vásquez no sabe nadar. Cogido a la popa recibe un impacto en la cabeza. El ayudante se aleja nadando, dejándose llevar por la corriente. Menudean las balas, algunas que caen en la canoa y otras muy cerca.
En eso aparece en medio del río, rodeándolos a toda velocidad, una lancha cargada de policías fuertemente armados. Anoticiados han embarcado en el puerto y salido en su persecución con las caserinas repletas de balas.
– Deja de remar. ¡Y saca tu camiseta! ¡Átala al remo e ízala como una bandera blanca!
– Ya lo hice, pero siguen disparando.
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