Danilo Sánchez Lihón
y la función
de la yerba purísima
César Vallejo
1. Curan también
las palabras
La medicina de la cultura andina tiene como una de sus extraordinarias cualidades, entre otras, basarse en el poder curativo de las plantas. Y en este rubro el Perú ha aportado al mundo para la farmacopea mundial, y lo sigue haciendo, más del 70 % de plantas medicinales y curativas que se conocen y se procesan para la fabricación de fármacos. Pero gran parte de nuestra población practica en vivo curarse en base a yerbas.
En mi pueblo, que es Santiago de Chuco, un sector minoritario recurre al médico, o a un hospital, o a un doctor, que lo hay muy pocos. La mayoría de personas practican la medicina natural en base a yerbas que domina ampliamente el espectro de cómo la gente se cura de cualquier dolencia. Esta sabiduría forma parte de la mayor proporción de conversaciones que sostiene la gente, que es la relación que esta vez quiero establecer, entre la curación en base a lo que nos prodiga la naturaleza y el lenguaje de la palabra.
Así, en mi casa de infancia guardábamos toda nuestra farmacopea en un cajón con divisiones que colocábamos en la ventana. Quizás para que el sol de la mañana y la brisa mantuvieran frescas y airosas las plantas curativas que guardábamos envueltas en sobres rotulados, con el nombre mágico de ellas y hasta las propiedades que tenían esos tallos, hojas, raíces y flores. Allí aprendí, gracias a mi madre, acerca del valor curativo de cada una de ellas. Y me instruyó para recetarlas. Y para mí valía tanto sus sustancias como sus nombres.
2. Dones
y virtudes
Aprendí que en dos se dividen los componentes de ese arte milagroso: las plantas de altura o de jalca, y las del valle o de temple; sea de los climas frígidos y empinados, sea de los bajíos, abismos y hondonadas.
Pero tanto o más que el poder curativo o el prodigio de las yerbas que sanan, para mí ese cajón representa el milagro del lenguaje y la resonancia de las palabras:
Porque hay voces y sonidos que encierran todo el universo; los huertos, paisajes y arco iris. Así: la zarzaparrilla, la trinitaria, el láudano; la panizara, el toronjil, el cardo santo. O bien, el "Juan Alonso", el alcanfor, el "pie de perro"; el acíbar, el membrillo. ¿Qué son?
¿Acaso no son maravillas? ¿Dijes, abalorios y talismanes? ¿No resuenan acaso como vocablos inmemoriales, más fastuosos y refinados que las filigranas persas, las pedrerías egipcias o las joyas del fabuloso tesoro del Señor de Sipán?
¿Pueden aquellas frías alhajas compararse en hondura, fulgor y connotación a los nombres de las plantas? Y, más aún, ¿a los dones y virtudes de que ellas están dotadas?
3. El ñorbo
o la pasionaria
Y a otras, como: la huamanripa, a la que más recurro creo que por su acento y tañido, o por su aroma que me extiende en toda la geografía lacerada de mi provincia, departamento y región.
Y la receto, yendo de la idea al acto, al ponerla a cocer en una vasija, no sólo para curar la tos y cólicos de barriga, sino para apaciguar dolores del pensamiento y del sentido de la vida extrañando a alguien.
Otra planta es la zarzamora que, unida a higo seco, a la raíz de altea, a las hojas de rosas y a brotes de jazmín, todo echado a hervir y colado, es buena para aftas bucales de los niños de teta.
¡Que siempre los hay en todas nuestras casas, donde lloriquean inconsolables por estos padecimientos que no sabemos por qué se descargan en niños tan tiernos que nos muestran sus boquitas que sangran!
El ñorbo o la pasionaria, cuyo nombre me explica mamá, evoca la corona de espinas, el clavo y el martillo de la cruz del señor Jesucristo.
Planta que estuvo presente al nacer Jesús en Belén y también al morir en el monte Calvario, en Jerusalén.
4. Alforja
al hombro
Otra es la ortiga, que ¡cuánto no he chillado y zapateado por cogerla mal en el camino a Cachulla! Buena cuando está seca, para curar los resfríos o detener la caída del cabello.
Pero fresca, con sus temibles hojas aserradas, sirve para latiguear las rodillas o los brazos de la gente atacada por el reumatismo.
¡También las madres desalmadas la cultivan frente a la puerta de sus casas para castigar las malacrianzas de sus hijos indefensos!
Otra yerba es el matico, de color pardo, sirve para tomarlo en emoliente, cuando hay inflamaciones de pecho, o para lavar las heridas, o para hacer gárgaras.
El mastuerzo, de pecíolo largo, bueno para el escorbuto, mezclado con el jugo de granadilla.
Y que cuando alguien en casa presenta esas heridas mi padre, poniéndome al hombro una alforja, me envía de madrugada a traerla desde el fundo de Pasabalda, que queda a un día de camino.
5. Para curar
una vergüenza
La cola de caballo, que en tizana es para las compresas y cataplasmas aplicadas en heridas, hemorragias de la nariz y úlceras de las encías.
Pasada por la barbilla provoca estornudar que lo hacemos de juego; pero que notando que es a propósito, enoja a las mamás, que por ese hecho nos resondran jalándonos de las orejas.
El llantén y el ajenjo son para dolores de estómago. La congona para curar una vergüenza. El “amor seco” para la inflamación de los riñones.
La escorzonera sirve para la temible tos ferina con que se mueren tanto aquí los niños; la semilla de membrillo en panetela es para formar el estómago de los recién nacidos.
La valeriana te la damos a sorbos, mamá, en tus desmayos, sin que tú te des cuenta.
Así como te damos a oler el “agua florida”, frotándote la frente que la tienes tersa y luminosa como de alabastro.
La trinitaria cocida en hidromiel y pasada en vino, es excelente contra las molestias respiratorias y el asma.
6. La resonancia
de sus nombres
La pimpinela es para los enjuagues tónicos.
Y los odiosos ¡churgapes!, para baños de "caisas" y consentidos, con los cuales me amenazaron mis tías de parte de madre. Nunca las otras.
Pero que tú jamás permitiste que lo hicieran, mamá. Y mi padre ¡menos todavía!
¡Jamás! Además, la palabra churgapes, por sí misma ya produce escozor, irritación y molestia. Por el nombre mismo ya es odiosa, hostil y repelente.
Hay una relación pues del nombre de cada planta, y con su efecto en el cuerpo y en el alma, con el abrir nuestros corazones, y hasta exponernos y arrobarnos, por el vocablo que las enuncia.
Por eso, cuando a veces me preguntan cómo es que me nació en mí el gusto por las palabras y la literatura, yo contesto que fue por este oficio de niño curandero que fui en base a las plantas que sanan y alivian los males.
Y esto basado en yerbas que en mi ingenuo sentido era tanto por su sustancia como por el poder de la resonancia de sus nombres y terminología.
7. Luminosa
la vida
O quizá porque forma parte de las conversaciones de la gente. Cuando a primera hora de la mañana, estando aún en la cama, viendo el sol del amanecer que se cuela por las rendijas de la puerta, o ya entrando por la ventana, escucho en la calle a las señoras barriendo, y hablarse de una puerta a otra puerta:
–¡Ay, mi Catita ha amanecido con la erisipela!
– Ponle compresas de hojas de malvavisco, hervidas; cataplasmas de lechuga verde; o bien te de ajenjo y aceite de almendras. Ahí tengo el malvavisco...
– Ay, démelo para ponerle.
El lenguaje, y hasta la manera cómo se lo dice también es lo que cura. Que es aquello que los hace tener sus mágicos poderes curativos a las plantas.
Y con ellos espantar y hacer retroceder a los males que con frecuencia son fieros y obstinados, pero que las palabras los exorcizan, inclusive hasta a la misma muerte.
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