Danilo Sánchez Lihón
1. La patria
lacerada
Manuel Scorza es el poeta de la patria lacerada, quien nació el 9 de septiembre del año 1928 en un hospicio de pobres, como era la Maternidad de Lima, situada a un costado del Mercado Central, en donde frecuentemente en una misma cama se colocaban a tres parturientas. Y murió el 27 de noviembre del año 1983, al estrellarse el avión en que viajaba, en Mejorada del Campo, cerca del aeropuerto de Barajas, en Madrid.
A él la patria y sus miserias lo atraviesan con sus hierros candentes: el pecho, la frente, el alma. Le atraviesan el corazón con sus puñales de desgracias y desventuras, lo postran y desangran:
Yo conocí en mi patria solo rostros vacíos,
hombres de mirada prematuramente cana,
balnearios de hueso
donde antes de tiempo veraneaba la muerte.
Yo solo recuerdo ojos en la niebla.
Así era mi padre:
un hombre que miraba la lejanía
como si él mismo estuviera por venir.
Así son los que en mí caminan cuando duermo,
así son en mi patria
los hombres, los pueblos, las cárceles, el mar.
Pese a que ser pobre nos hace amorosos, delicados, sensibles, nos lastima sus desdichas y adversidades. Pese a que la pobreza nos hace sobrios, sentimentales y de buen corazón son desgarradores los sufrimientos. Y a él le dolía todo eso verlo en los demás.
2. Duele
y lacera
Razones por las cuales juzgó importante cambiarla, transformarla de cuajo y de raíz. Y él hizo todo lo posible por lograr dicho objetivo arriesgando la vida y haciendo vigente ese mensaje, de lo cual hizo su prédica y el contenido de su canto.
Pero la patria para él está mancillada y hay culpables, y esto constituye su amargura y su agonía. Y eso es parte de la razón por la cual ahora a él se lo elude, se evita nombrarlo y se le margina de toda mesa.
La patria es tierna
decíanme en la infancia...
Y es por esa veta, filón y galería subterránea que empieza a aparecer la razón de la marginalidad aludida, mucho más cuando, en el caso de Manuel Scorza, trata de la patria ofendida, vejada y lastimada, la patria que duele y que lacera:
Ahora soy el dolor de mi tierra quebrada.
Porque plantea un contenido que no nos gusta tratar, porque pone en tapete nuestras miserias individuales y colectivas.
Así como también vuelve a reabrir las fisuras personales, las mismas que no queremos que alguien nos las recuerde, ni mucho menos las abra y nos lo muestre como también nos lo enrostre:
3. Pronto
a sublevar
¡Ay, qué amarga dulzura!
Bella era mi juventud
Yo cantaba: ahora estoy triste.
Y es por ti, patria pobre,
es por esos pueblos de una sola calle
por donde nunca caminó la dicha.
Su sentido de filiación, de pertenencia y de arraigo es hondo. Él asume una posición y consuma una posesión, ama su mundo por pobre que sea. Es más, lo consagra, sublimiza y defiende por ser pobre. Él se aferra incluso a sus maderos temblequeantes.
Distinta a la actitud de quienes la cambian fácilmente por otra, de quienes la reemplazan por prebendas, de los apátridas que están en el trono. Que se valen de ella, pero que no la aman. Que medran cuando los favorece, pero que no hacen nada por enaltecerla.
Los mendaces que tienen enfocadas sobre sí todas las luces porque para eso venden su alma al diablo. Y que, en el momento más inesperado, por levitar tanto niegan pertenecer a ella, y se dicen ciudadanos del mundo, o universales.
Scorza en cambio, presto e inflamado por la vehemencia, encendido de entusiasmo y furor, exaltado por la lucha, pronto a sublevarse, está dispuesto a los arranques, improntus y estallidos, así como a la cólera:
4. Presencia
que salva
A mí no me vengan con la patria espuma.
La patria hiede,
desgraciadamente,
la patria vomita buitres.
Ahora bien, ¿quién no se impacienta, desespera y contradice cuando ama tanto? ¿Quién no cae, se equivoca y sucumbe en el frenesí, la desilusión y el desengaño? ¿Quién no golpea el espejo cuando lo ha puesto todo en el fiel de la balanza?
Cuando se ha ascendido por la fuerza del sentimiento a las cimas de la pasión y la identificación plenas y totales con algo, ¿quién no rueda por la pendiente y, a veces, hacia el precipicio?
Ay, patria;
ay, enemiga,
¿con qué me has mojado que no puedo secarme?
¿Qué amada, ante quien nos despojamos de todo y a cuyos pies dejamos la llave y el cerrojo de nuestra vida, no es a la vez una interrogante y hasta una herida en nuestras vidas?
Irreparablemente, aquella amada es a su vez savia que nutre y sustenta, como es licor que envenena y quita la vida.
5. Cuando
se quiere tanto
Porque, ¿qué amor al cual hemos ofrendado todas nuestras ilusiones y esperanzas no es presencia que salva; pero a la vez abismo y martirio cuando los males no acaban y hay dolor en el alma?
A mí no me digan «hay visitas».
¿Hasta cuándo la patria
será el muro donde orinan los gendarmes?
Quien ama, quien se desvela también tiene derecho, a la queja y hasta a la blasfemia. Quien ha probado el sabor de lo exquisito y ha aspirado el olor de lo primoroso también sorbe la pena y lo acosa lo agrio, lo amargo y acerbo. ¡Quien estalla de dicha está presto al llanto, al desgarro y al lamento!
Yo conocí en mi patria solo rostros vacíos,
hombres de mirada prematuramente cana,
balnearios de hueso
donde antes de tiempo veraneaba la muerte.
Yo solo recuerdo ojos en la niebla.
Cuando se ama mucho, estamos al borde y orillando el desengaño. Cuando se quiere tanto, se tiene al costado el abismo de la desilusión y el consecuente resentimiento, el vacío y la despedida.
6. El arraigo
a una patria
Manuel González Prada, esa egregia conciencia de nuestra nacionalidad y acontecer histórico, a quien sin duda Manuel Scorza apreció y admiró mucho, pergeña a su vez este apotegma, reproche e imprecación, que solo ocurre cuando algo nos duele y lastima en lo más hondo del ser:
Patria: feroz y sanguinario mito,
yo execro tu bárbara impiedad,
yo repito: Humanidad.
¡Ay!, desgraciadamente,
Perú: con odio tu nombre escribo.
Talado está el árbol de los relámpagos,
seco está el río de los valientes.
Pero incluso maldiciéndola, apostrofándola y extrañándola tanto, Scorza opta por el arraigo a una patria y a un destino.
El exilio es una herida extremadamente grave y dolorosa.
El exilio es casi una condena a muerte.
7. Amaneceres
en flor
Amar la patria y extrañarla, añorar su aire y ante ello y por ello dar gritos de batalla, es lo valeroso y supremo en el mensaje de Manuel Scorza. En quien sus poemas, más que lamentos son proclamas. Indignación sublevante, y también júbilo a torrentes:
¡Sácame, patria, del pecho las espinas,
borra los malos sueños!
¡Enciende la luz que no se extingue!
¡Danos la libertad que no termina!
Ahora bien, el arraigo no significa inmovilidad. Se puede ser un trotamundos sin dejar jamás la patria, llevándola siempre a cuestas, enternecida en nuestros brazos, inspirando nuestros sueños, cobijada hondamente en nuestro corazón fervoroso.
Como la llevaron César Vallejo y Manuel Scorza, por los caminos del mundo, por las calles, los bulevares, las esquinas y cafés de los lugares por los cuales enrumbaban sus pasos. Siempre pensando de dónde habían partido y adónde tenían que volver, aunque el destino hizo que se quedaron lejos. Pero a cuyo encuentro vamos sea en los amaneceres en flor, sea en las noches enraizadas en lo profundo.
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