Danilo Sánchez Lihón
1. Es
tu sangre
Rodrigo
por fin ha conseguido que su abuela le obsequie los dos periquitos que
tanto le ha pedido desde hace meses. ¡Y años, tal vez!!
Le ha tocado uno color carmesí con tornasoles de ópalo; y el otro azulado con iridiscencias de color azafrán.
La
señora los extrae de su inmensa pajarera donde una maraña de pajarillos
de todos los colores y trinos nacen, crecen, se reproducen. Y también
mueren.
Mueren
sin salir jamás de esa malla de alambres, plumas desprendidas y pétalos
de flores caídas de las macetas que cuelgan hacia afuera.
El niño ha tenido que enfermarse para que su abuela se conmueva y acepte desprenderse de sus pajarillos. No ha sido fácil.
La
última vez la señora puso otra condición para obsequiarlos, cuál ha
sido: que tenía que traer una jaula nueva para llevarlos. ¡Y para que no
se fueran a volar por el camino! ¡Por favor!
–
¡Ya deja de hacer sufrir más a mi hijo! –Ha protestado hoy día la mamá
de Rodrigo, e hija de la señora–. Lo estás enfermando a mi hijo con tus
caprichos. Parece que más te importaran tus pajaritos que las personas, y
sobre todo tu nieto y que lleva tu propia sangre. –Le reprocha la hija a
su madre.
2. Cómo
los va a criar
– ¡Es que tú no sabes lo que es criar y querer a los animales!
–
¡Pero, tienes tantos! Y es tu nieto quien te pide. No es un niño
extraño ni ajeno. Y son meses y años que lo tienes ilusionado. ¡Y es tu
sangre, mamá!
La abuela adora a su nieto. Pero más puede el escrúpulo de cómo los va a criar.
Pero,
ahora, ha tenido que ceder, prestar ella misma una jaula. Y hoy mismo
los dos pericos han cambiado de casa. Al despedirse de las avecillas
todavía desde la puerta recomienda:
– El agua fresca tienen que cambiarla todos los días”.
O esta otra:
– La clase y calidad de los granos de alpiste escogerlos de un casero de confianza, nada de comprarlos de ambulantes.
Y más aún:
– No se olviden la hora de abrigarlos. Cubran la jaula con una manta, que está haciendo frío.
Y sigue:
– Han de tener cuidado del gato que tienen en la casa. ¡Y de otros animales que pueden hacerles daño!
Y
se ha despedido de ellos con los ojos cristalinos de lágrimas y el
corazón enturbiado por la pena. La llegada de los pericos a la nueva
casa es todo un acontecimiento. Correrías, nerviosismo, alegría.
3. Un grito
herido
Han
pasado los días y pronto Rodrigo ha aprendido a darles de comer, a
limpiar su jaula y a protegerlos del frío. Y pasa horas enteras
contemplándolos.
Le encantaba el movimiento de sus cabezas, los saltos que dan. La forma cómo toman el agua.
Le
extasía la policromía de sus alas que se abren al sol. Y hasta le
parece percibir debajo de sus plumas temblar sus minúsculos corazones
con acompasados latidos.
Y
lee manuales y consulta enciclopedias para saber de sus costumbres y
acerca de la menor manera de criarlos. Esté en donde esté viene a
atenderlos.
Pero hoy día Virginia ha salido temprano al jardín y ha querido acariciarlos. Abre la jaula y deja la puerta entreabierta.
El perico macho ladea la cara para ver mejor la abertura:
– ¿Qué es esto? –Dice.
– ¡Cuidado con los peligros! –Le advierte la perica desde dentro.
Da
un brinco el macho. Llega hasta la puerta. Gira la cabeza a uno y otro
lado y divisa las altas ramas del árbol en el centro del jardín.
Salta hasta allí. Y llama a su compañera. En seguida ambos se lanzan al cielo abierto e ilimitado.
Detrás de ellos y lejos queda la jaula entreabierta.
4. Buscando
rama por rama
A
la vuelta de la escuela Rodrigo ha ido a saludar a sus pericos en su
jaula. Y al no encontrarlos suelta un grito herido, como si lo hiriera
un cuchillo penetrando en carne viva.
– ¡Mamáaaa!
Y es que como un relámpago ha imaginado lo que ha sucedido.
La
mamá ha soltado la prenda que cosía y casi ha rodado por las escaleras
por socorrer a su hijo: pensando que un puñal le ha atravesado el pecho
por la espalda:
– ¡Hijo! ¡Dónde estás! ¡Rodrigo! ¿Estás bien? ¡Háblame hijo! –Grita a su vez.
– ¡No están mis pericos, mamá! –Chilla el hijo desesperado.
La
mamá al ver la jaula vacía comprende toda la verdad: ¡Los periquitos
han escapado! Ya reunidos los demás hermanos miran por todos los
contornos. Buscan rama por rama entre las plantas.
Se asoman con escaleras a mirar las paredes y los patios de las casas vecinas. No. ¡No están! Han desaparecido.
– ¿Quién abrió la puerta de la jaula? –Es la pregunta que se hacen.
Nadie contesta.
5. Escucharon
los pasos
De
pronto Virginia emite un gemido, se encoge contra su pecho y empieza un
llanto incontenible. Y se sacude su espaldita. Está desesperada.
– ¡Es culpa mía! ¡Es mi culpa! ¡Yo he sido!
– ¿Tú fuiste?
– Sí. ¡Pero yo solo he querido acariciarlos!
Los hermanos lloran toda la tarde.
La madre anda silenciosa por la casa. Todos esperan la llegada del padre.
A Virginia han tenido que acostarla en su cama porque le duele el pecho. Y hasta ha hecho fiebre.
Rodrigo da vueltas, subiendo y bajando la azotea, desde donde mira con rencor y hasta odio a cada gato que pasa.
Ya de atardecida se escuchan los pasos del padre que llega. Y todos corren a abrirle la puerta.
6. Haber,
cuéntenme
– ¡Papá! ¡Los periquitos han escapado!
– ¡Se han perdido nuestros pajaritos, papá!
– ¡Es una desgracia, papá, para toda la familia!
– ¡Virginia dejó abierta la jaula y se han ido!
– ¡Nadie sabe en dónde están! –Le dicen trabándose la lengua, agitados, entre gemidos.
– ¿Y dónde está Virginia?
–
En su habitación. La he acostado en su cama. Se siente mal la
pobrecita. Hasta tiene un poco de fiebre. –Dice la mamá, también
llorosa.
Ya en el cuarto Virginia se abalanzó a los brazos del padre.
– ¡Papá, es mi culpa! ¡Es mi culpa! –Solloza.
El
padre la abraza, la tiene contra su pecho y después la sienta en sus
rodillas. Abraza a Rodrigo y sienta a los demás al borde de la cama.
– Haber, cuéntenme. ¿Qué ha pasado?
7. ¡Han
desaparecido!
Todos hablan a la vez, repitiendo lo que unos y otros saben.
– ¡Es culpa de Virginia, papá! –concluye Emilio, el hermano mayor.
–
No es culpa de tu hermana, porque ella no ha querido que se fueran. Al
contrario, quiso darles cariño. –Empieza diciendo el padre.
– Pobre mi hijita, se siente culpable. Y está destrozada, la pobre. –Aduce la mamá.
Virginia otra vez no puede contener un llanto desconsolado.
– ¿Han buscado por todos lados?
– ¡No solo aquí en la casa, sino que hemos ido por todo el barrio y preguntando casa por casa, papá!
–
¡Y no están! Hemos subido con escaleras para ver por los techos. Hemos
trepado incluso a los árboles del parque. ¡Han desaparecido!
–
Bueno, hijos. –Continúa el padre– Para nosotros de repente ésta es una
pérdida, que la sentimos mucho, pero para los periquitos este es un día
feliz.
– ¿Feliz, por qué, papá?
8. Y fuimos
felices
– Porque están libres y quieren hacer juntos su destino. En la vida de ellos ésta será una fecha inolvidable que recordarán así:
–
“Que un día una niña como un ángel se acercó, los acarició las alas,
los miró con ternura y dejó entreabierta la puerta de la jaula. Entonces
volaron hacia una rama alta y luego, por el cielo azul, hasta un árbol
donde hicieron un nuevo nido, tuvieron sus hijos y fueron felices”.
Con el rostro congestionado Rodrigo exclama:
– ¡En qué barriga de gato estarán mis dos periquitos!
– ¡Ningún gato ha devorado a los pericos! –Explica el padre–. Y les digo por qué:
Primero, habría plumas en algún lugar. ¿Las hemos encontrado? ¡No!
Segundo: Si los periquitos han podido volar por encima de estas paredes que son altas, quiere decir que vuelan bien.
Y, tercero, los animales saben defenderse y superar peligros.
Además,
no es uno, sino son dos. Y entre dos se ayudan, se avisan, pelean
juntos. Y una pareja tiene mayores fuerzas para luchar, porque entre
ellos cooperan y se defienden muy bien.
– Gracias, papá. –Dicen.
9. Dichosos
como nunca
De todos modos, los días siguientes son tristes e inconsolables para Rodrigo.
Sus ojos se nublan mirando las azoteas lejanas, queriendo ver aparecer y aletear a sus pericos.
Rodrigo
sigue limpiando la escudilla, cambiando el agua anterior por otra nueva
y fresca, poniendo temprano la ración de alpiste.
Esta madrugada ha corrido agitado y ha despertado a sus padres:
– ¡Papá! ¡Mamá!
– ¡Qué sucede, hijo!
– ¡Vengan, vengan corriendo!
– ¡Qué sucede, Rodrigo, dinos!
– ¡Los periquitos he visto cómo han tomado el agua que les pongo! ¡Y ahora están en la ventana!
En
el pálido nácar de la madrugada, y recortados ante el cielo tenuemente
rosado, amarillo y celeste, gorjean dichosos como nunca.
Están los dos periquitos: el uno carmesí con tornasoles de ópalo y el otro azulado con iridiscencias de color azafrán.
10. Libres,
sanos y felices
Padres e hijos se quedan viendo y escuchando emocionados.
Libres y deslumbrantes con sus vuelos se lanzan hacia el amplio cielo color añil y se posan en el árbol del patio.
¡Es espléndido verlos revolotear, alzarse y dejarse caer en el aire!
¡Es
emocionante verlos hacer picadas vertiginosas y rozar sus alas en el
aire, una con la otra, hasta venir casi a posarse en las manos de
Rodrigo!
– ¡Papá! –Dice él con los ojos llenos de lágrimas.
– Sí, hijo.
– ¿Has notado que cantan en dirección a la ventana de Virginia?
– ¿Así? ¡No me había dado cuenta!
Ni los padres ni el hermano mayor, quien también se ha despertado y observa, se habían dado cuenta de eso.
Virginia,
a estas horas duerme en su cama, sin saber que una pareja de periquitos
felices, cantan para ella en el amanecer de un día hermoso.
¡Completamente sanos y felices! ¡Y libres en el día que amanece!
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