Danilo Sánchez Lihón
1. ¡Salta
Lucero!
– ¡Salta Lucero!
Fue
el grito que el taita Andrés Avelino Cáceres dio con su voz rijosa
asordinada y con todas las fuerzas de sus pulmones que ese día, el 10 de
julio del año 1883, en la Batalla de Huamachuco que él iniciara y
dirigiera, habían resoplado como fuelles.
El caballo levantó la corcova como un resorte, que el jinete esperó empinado sobre los estribos y el abismo.
Se
lanzó al vacío y después de segundos interminables suspendido en el
aire el corcel puso las patas traseras apenas unos centímetros del filo
de la fosa ya casi para caer dentro del barranco.
Casi resbalaron hacia la sepultura.
Pero
más pudo el jinete que lo impulsó hacia arriba y adelante. Y así pudo
salir la cuesta antes que hagan blanco los disparos de fusil que
empezaron a hacerle desde el altozano la soldadesca enemiga.
Lucero
había saltado una fosa de nueve metros de ancho con Cáceres herido
encima, después de haber participado luchando cuerpo a cuerpo en el
campo de batalla de Huamachuco.
2. En los momentos
decisivos
En esta como en otra circunstancia era la convicción de realizar imposibles la que se imponía y ejecutaba.
Era
el aliento que agregaba a lo que cada uno podía hacer, incluso al
caballo que montaba en ese atardecer supremo, para convertir lo adverso
en glorioso.
Aquella fosa fue la valla que el pelotón de chilenos que lo perseguían para ultimarlo, ya no pudo cruzar.
Y
así como “¡Salta Lucero!” otro símbolo es el “Guapido de Cáceres”
recogido por él en Chupaca de los hombres que se enfrentan a la
adversidad en las montañas.
Que se hizo la voz de alerta de los montoneros, la consigna del valor, la contraseña de ataque, el grito de heroísmo.
Arenga con la cual en un solo día vencimos en tres batallas de la Campaña de la Breña: en Pucará, Marcavalle y Concepción.
Se
lo decía el “Guapido de Cáceres”, en los momentos decisivos y
culminantes, como un vocerío de extremo coraje, para enfrentar la muerte
si es posible.
3. El
destino
Por
eso, “¡Salta Lucero!” y el “Guapido de Cáceres” son las señales que
debemos hacerlos símbolos y emblemas en la juventud actual.
En
todo lo que esto significa que hay que vencer retos sumos, máximos y
superiores que demanden todos nuestros esfuerzos. Cuando se trata de
superar todas las dificultades, y hacer frente a los momentos aciagos e
infaustos para vencer con la vida.
Aún más, aquellos que estuvieron en el límite de que se convirtieran en gloria, como fue el caso de la batalla de Huamachuco.
Que
es en esta como en otras las ocasiones cuando Cáceres se convierte en
un guerrero mítico. Que si no murió en el campo de batalla fue por algo
inexplicable. Porque siempre se arrojó a lo más arduo, reñido y voraz de
la contienda.
No
murió por esos avatares en que el destino suele cruzar los dedos,
porque él estuvo y asumió cada confrontación de frente y con el pecho al
descubierto. Esa era su estirpe. Y esto él supo poner de manifiesto
desde muy joven, casi desde la adolescencia.
4. Una apoteosis
de gloria
Era
apenas un mozalbete de 15 años cuando dejó el colegio y se enroló en el
ejército. Y esto ocurrió cuando Ramón Castilla visitó la ciudad de
Huamanga, lugar de donde él era originario.
En
el sitio de Arequipa contra Vivanco a fin de librarlo de la muerte el
jefe de su ejército tuvo que tocar diana de retirada, pues se había
lanzado muy adentro del combate con sable desenvainado, en el lugar
denominado “Siete Chombas”. Allí fue herido en el ojo. Su comandante le
dijo después estas palabras de enojo:
– ¡Joven!, sea usted prudente y primero mire el lugar donde se mete.
En
la Guerra del Pacífico la participación de Cáceres siempre fue heroica,
desde las batallas de Pisagua, San Francisco, Tarapacá, Alto de la
Alianza, San Juan, Miraflores, Pucará, Marcavalle, Concepción. ¡Y muchas
otras más!
Y así hasta Huamachuco, el 10 de julio del año 1883, que fue en palabras del historiador Luis Alayza Paz Soldán:
“Una hecatombe de dolor y una apoteosis de gloria”.
5. Rozaban
su frente
Veinte
años antes de la confrontación con Chile, en la sublevación de Vivanco
en Arequipa, en 1858, avanzó por los techos y entre los cadáveres de sus
propios compañeros izó la bandera del Perú en el conventillo de San
Pedro.
Incontables
veces murió el caballo en él cual cabalgaba, alcanzado por las balas,
el más célebre entre ellos fue el llamado “Elegante”, que lo acompañó el
mayor tiempo en la Campaña de la Breña.
Las
balas rozaban su frente y silbaban alrededor de su cuerpo sin tocarle.
De allí que se lo consideraba invencible y los propios chilenos le
dieron el apelativo de “El brujo de los Andes”. Porque siempre de tales
circunstancias salió ileso, pese a estar en lo más peligroso y reñido
del fragor de la batalla.
En
Tarapacá tuvo que desensillar una mula capturada, que tenía la montura
para un solo lado. Al parecer era de una cantinera chilena. Así
reemplazó su caballo que momentos antes había sucumbido fulminado por
las balas.
No
es “Brujo de los Andes” porque no aparecía, o porque no lo encontraban
en donde lo buscaban, ni porque allí en donde le tendían una celada él
no llegaba por el lado de enfrente sino por detrás o el costado.
6. Ser
invulnerable
Lo
pusieron “Brujo de los Andes” sus enemigos, porque le disparaban a boca
de jarro y las balas pasaban zumbando por sus orejas o delante de sus
ojos, sin matarlo. Todos morían a su alrededor. Caían sus propios
soldados y oficiales. Y él seguía avanzando intacto.
Nadie
se explica cómo es que no caía muerto. Y era fulminante en sus
reacciones. Daba órdenes de inmediato. E implementaba una nueva
estrategia en el momento oportuno. Roque Sáenz Peña dice de la batalla
de Tarapacá:
“El desconcierto fue tal, que a no ser por el general Cáceres todos hubiéramos perecido; a él le debemos la vida”.
En
la batalla de Miraflores luchó con denuedo. y estuvo a punto de ser
muerto si no hubiera sido por la intervención del capitán de fragata
Leandro Mariátegui.
Este
tuvo que arrastrar un cañón con el que hizo fuego rescatándolo, pero
una bala le había destrozado ya el fémur derecho. Fue auxiliado en una
ambulancia de la Cruz Roja por el Dr. Belisario Sosa, luego traído a
Lima y escondido en el convento de San Pedro por los jesuitas en la
celda del prior superior que cedió su lecho a fin de ocultarlo.
7. Nuestra
consigna
A
partir de entonces surgió el mito de ser invulnerabilidad. Como
aquellos guerreros míticos que por ser hijos de dioses son sumergidos de
niños en las aguas sagradas de algún lago o río.
Como
Aquiles, hijo de Peleo y de la Ninfa Tetis, diosa del mar, que quiso a
su hijo hacerlo invulnerable bañándolo en las aguas de la laguna
Estigia.
O
en El Cantar de los Nibelungos, el caballero germano Sigfrido, que es
invulnerable por haber sido bañado con la sangre del dragón Fafnir, a
quien él mismo diera muerte.
Pero
en el caso de Andrés Avelino Cáceres tiene que haber sido las aguas
cristalinas de alguna de nuestras lagunas inmarcesibles.
O
las nieves heladas de la Cordillera de los Andes que lo hicieran el
guerrero mítico que fue, o que es porque él se encarna en todos
nosotros.
Y
ello a fin de que todos seamos Cáceres, por nuestra identidad,
filiación, por aquel “¡Salta Lucero!” y el “Guapido de Cáceres” que son
nuestra consigna ahora y siempre.
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