1. La belleza
del paisaje
Gaby Vallejo, connotada escritora boliviana quien irradia su labor desde Cochabamba, asistió al XVII Encuentro Internacional Capulí, Vallejo y su Tierra, llevado a cabo en el mes de mayo del año 2016.
Viajaba pendiente de cada rasgo de la gente y de todos los escenarios que encontraba a su paso en el recorrido itinerante de este peregrinaje hacia la tierra en donde nació el poeta César Vallejo Mendoza, y que es Santiago de Chuco.
Quedó maravillada, tal y como lo escribió y se ha publicado, respecto a la excelente organización del certamen que recorre pueblos y que en aquel año abarcó: Lima, Trujillo, Otuzco, Huamachuco, Santiago de Chuco y Cachicadán.
Le sorprendió a Gaby la belleza del paisaje de nuestra costa y serranía. Y la dejó impresionada la adhesión de los niños que salen a recibirnos a nuestro paso.
2. Somos hijos
leales
Sin embargo, en determinado momento la escuché decir mientras miraba por la ventana del ómnibus:
– ¡Me desgarra el alma!
– ¡Qué!
Le indago preocupado.
– ¡Las casas abandonadas!
Fue uno de los rasgos de nuestro paisaje que nos hizo notar. Y al cual nosotros, creo, que nos hemos malacostumbrado, sin que nos cause alarma ni nos llame siquiera la atención.
Según ella eran demasiadas casas abandonadas en las ciudades, aldeas y a lo largo y ancho de los caminos.
3. ¿Somos
hijos leales?
E incluso son pueblos enteros que yacen abandonados. Y que se han tornado fantasmales.
De casas con los techos desvencijados, con las ventanas ladeadas, los muros desportillados.
Con las puertas clausuradas y salidas de sus marcos.
– ¿Por qué? ¿A qué se debe? ¡Es lacerante!
Pensando y haciendo hincapié en este panorama en el fondo ¿no es esto una traición? Está bien: nos hemos ido a buscar un mejor porvenir en las grandes metrópolis, hemos emigrado al extranjero, está bien.
Pero no es razón para que nuestras casas de origen sean cementerios ni tierra arrasada. ¿Qué alevosía es esta? ¿Somos hijos leales y agradecidos?
No seamos pérfidos con nuestros pueblos de origen. Ni con nuestra infancia. Ni con nuestros padres.
Pero esta es la otra cara de la medalla:
4. Se anhela
volver
Desdichados son los amaneceres del inmigrante en tierra extranjera. Y llenos de amargura.
Recuerda su casa materna; su luz, sus aromas, los sonidos manifiestos, como los otros ocultos de su alrededor.
Recuerda el sabor de su pan, el olor de la leche, el sabor de la miel.
El rumor de su lluvia y el abrigo de su sol. Y aquello que no se sabe qué es, ni dónde está, no es fácil de olvidar.
Ni bien amanece abre los párpados y despierta por una tenue sensación.
Una llamada apenas esbozada o incipiente se perfila en su alma, como un destello o una iridiscencia en la pared.
5. Una niebla
y un vacío
– ¿Qué es?
– ¿Cuál?
Apenas el estremecimiento de una flor en el muro de una huerta interior, ahora inhallable a su alrededor, pero quizá en su casa de infancia, o nativa.
– Qué raro, ¿no? ¡Desde tan lejos!
¡Cómo quisiera revertir el tiempo y escuchar las voces de su madre en la cocina en el alba haciendo alguna fritura!
En cambio, ahora una niebla y un vacío oscurecen la ventana. Y con ello sus párpados y sus sueños.
Permanece tendido boca arriba en el lecho, sin moverse, y sin querer ponerse en pie.
6. Añora
a su gente
Su pueblo natal habita en su ensueño y quimera; el mismo que desaparece en la luz cotidiana, en el acontecer y rutina de los días que lo desconocen y desestiman.
Pero que está presente cuando sus ojos se entrecierran y vuelve a caminar por los espacios, senderos y recodos de su alma.
Sin ganas para levantarse se adormila:
Además, afuera llueve tenuemente. Y hay tristeza. ¿A dónde ir? ¿Con quién hablar?
¿Para qué deambular más en esta casa vacía? Allá, o adentro, están las voces alegres de su infancia.
Extraña su tierra natal, añora a su gente, anhela volver a su lengua y a su patria de origen.
7. Me dio
la vida
Anhela amanecer por los caminos de su pueblo, reconociendo cada flor y cada trino de ave en el pajar, en el molle o en el saúco tutelar. Y extasiarse en el revoloteo de cada libélula en el maguey de las cercas.
Unas lágrimas corren por sus mejillas.
Alucina algún día volver a su tierra de origen. Su mente y su alma están subyugadas en el lar natal. Y se pregunta:
– ¿Por qué estoy tan lejos de dónde he nacido? ¿Qué estigma e insensatez es esta?
Como también:
– ¿Para quién trabajo? ¿Por qué me afano? ¿De qué manera soy feliz y leal con los míos?
– ¿De qué manera contribuyo a hacer el bien a los pobres que he dejado en aquella tierra que me dio la vida?
Epílogo:
El cariño
Desearía que esta tarde alguien lo escuchara. Agradecería tener un oído abierto adónde confesarse. Tener a su lado a un confidente.
Pero no hay nadie. Todos andan ocupados, han salido temprano cumpliendo horarios, tareas, programas.
Todos han salido por encargos planeados hace mucho tiempo, semanas y meses.
Porque todo debe funcionar como un reloj que está hecho para marcar y dividir el tiempo, y no para integrarlo.
O permanecen entretenidos en los juegos, diversiones y pasatiempos más descabellados.
Pero, ¿qué es aquello que integra el tiempo en vez de dividirlo? El cariño, que aquí no se le reconoce ni tiene carta de ciudadanía.
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