Danilo Sánchez Lihón
1. Voz
redentora
De aspecto cejijunto, severo y grave. Áspero, seco y taciturno, Alejandro Romualdo evolucionó de la Torre de los Alucinados al libro de su Poesía concreta.
Avanzó de la levedad del ser de la poesía para cruzar hacia donde la poesía es fragor, batalla y es abismo.
Tenso, feroz, apasionado, con la piel pegada al hueso. Evolucionó de la duda existencial a los poemas del Dios material.
Los ojos fríos, helados, duros en sus órbitas cavaron sus trincheras en su libro Cuarto Mundo.
Hecho un látigo, un fuete, un disparo; con ojos que hurgaban en las noches más tenebrosas, para arribar a las profecías de Como Dios manda.
Escueto, feroz, lapidario, Romualdo evolucionó de ser poeta que reluce a ser poeta que conduce.
De ser artista que plasma una obra a ser un visionario que marca otro paso, otro espacio y otro rumbo.
Proteico, dejando toda ostentación verbal, con sencillez desgarradora y colmado de voz redentora alcanzó en su Edición extraordinaria esa cumbre planetaria que es Canto coral a Túpac Amaru que es la libertad.
2. Hacia
las estrellas
Estricto, grave, solemne, fue y es la suya otra manera de asumir la poesía.
Para luego, como era natural, él mismo hacerse silencio y soledad, irse mimetizando poco a poco, escondiéndose y haciéndose soledad.
Lo que nos prueba que todo lo hizo de a verdad, no para ganar sinecuras, canonjías ni prebendas, no para ganar premios, podios ni lauros.
Que no es para eso que la poesía fue concebida sino para hacernos comulgar con las esencias de la vida.
Nada para la figuración.
Y vivió sin nada que pudiera decirse que era una concesión hacia afuera, nada por ganarse un aplauso de la tribuna.
Hosco, abrupto, abismal.
Siempre con un gesto rudo, adusto y riguroso. Con las mejillas chupadas hacia adentro; flaco, demacrado, enjuto.
Y el pelo revuelto como si ya anhelara escaparse hacia las estrellas.
3. Candentes
y poderosos
Poeta risco, roca, ruta, montaña tutelar. Coherente consigo mismo y con lo que es el Perú profundo.
Su vida es coherente con su épica: montaraz, hirsuto y hierática como la de un puma o cabeza clava chavín que debieron ser sus antepasados sanguíneos y ancestros anímicos.
Él constituye el punto más alto de la poesía social en el Perú, y decir Perú en este campo es decir del mundo. Y el poema Canto Coral es la mascapaicha o corona imperial eterna.
Y que el pueblo coloca cada día que lo declama, en la frente del héroe de Tungasuca. Dicho con la distancia de los siglos lo cual engrandece mucho más esta gesta.
Son los versos más candentes y poderosos escritos después de César Vallejo. Y referidos, así como España, aparta de mí este cáliz, a una de las gestas más asombrosas del género humano, como fue el sacrificio y la inmolación del cacique Túpac Amaru.
4. Con ética
y visión
Es la corona de laurel en la frente del héroe. Es la culminación de toda una época, la coronación de la poesía de inspiración histórica a lo largo de los siglos.
Para escribir ese poema hubo que haber llegado a una cima muy alta. Hubo que tener en las manos el rayo, el sol y una bandera inmarcesible.
Hubo de saber que era vocero de todo un pueblo, de una cultura, de una civilización. Hubo de saber que la historia se tendía a sus pies para escuchar cada uno de sus acentos.
Hubo de saber que la historia estaba esperando siglos oír aquellas palabras y se abría como un surco que ya jamás se cierra para escuchar esos versos que son más que siembra y cosecha juntos.
Que es la consagración de edades para lograr un canto tan contundente. Es la coronación de la poesía que quiere resarcirse con lo más vibrantemente humano.
Es la poesía con ética y visión como para el país que somos.
5. Ha
de volver
CANTO CORAL A TÚPAC AMARU
QUE ES LA LIBERTAD
Ya no tengo paciencia
para aguantar todo esto.
Micaela Bastidas
Lo harán volar
con dinamita. En masa,
lo cargarán, lo arrastrarán. A golpes
le llenarán de pólvora la boca.
Lo volarán:
¡y no podrán matarlo!
Lo pondrán de cabeza. Arrancarán
sus deseos, sus dientes y sus gritos.
Lo patearán a toda furia. Luego
lo sangrarán:
¡y no podrán matarlo!
Coronarán con sangre su cabeza;
sus pómulos, con golpes. Y con clavos
sus costillas. Le harán morder el polvo.
Lo golpearán:
¡y no podrán matarlo!
Le sacarán los sueños y los ojos.
Querrán descuartizarlo grito a grito.
Lo escupirán. Y a golpe de matanza,
lo clavarán:
¡y no podrán matarlo!
Lo pondrán en el centro de la plaza,
boca arriba, mirando al infinito,
le amarrarán los miembros. A la mala
tirarán:
¡y no podrán matarlo!
Querrán volarlo y no podrán volarlo.
Querrán romperlo y no podrán romperlo.
Querrán matarlo y no podrán matarlo.
Querrán descuartizarlo, triturarlo,
mancharlo, pisotearlo, desalmarlo.
Querrán volarlo y no podrán volarlo.
Querrán romperlo y no podrán romperlo.
Querrán matarlo y no podrán matarlo.
Al tercer día de los sufrimientos,
cuando se crea todo consumado,
gritando: ¡libertad! sobre la tierra,
ha de volver.
¡Y no podrán matarlo!
6. En los hombros
de un gigante
Él mismo, Alejandro Romualdo, leía en alta voz ese poema entresacado de sus huesos con gravedad metálica, con resonancia de socavón, de bajo profundo. Con voz honda, de muchos matices y de mil ecos.
Poemas que, junto a otros de Scorza, de Rose, de Valcárcel, de Nieto, de Florián son los picachos nevados de los andes de la poesía, porque en general todos los miembros de esa generación son montañas tutelares.
Y es que es una generación que tiene a Vallejo como punto de apoyo. Que sienten el privilegio de que como en ninguna otra cultura ellos se erigen sobre los hombros de un gigante, quien les ha dado la prerrogativa de reconocerse que están en lo más inhiesto de una cordillera.
En todos ellos Vallejo es la bandera tremolante y ellos la portan. Sabiendo que con Vallejo nadie puede ya disputarles nada.
Vallejo les da aplomo, ética, lenguaje; así como sangre, pulso y coraje.
7. No morirá
jamás
Cuando la muerte sorprende a Alejandro Romualdo pobre, digno, abandonado, el poeta Winston Orrillo se encontraba gestando un movimiento para postularlo al Premio Nobel de Literatura.
Quien en 1976 ganó el Premio del Festival OTI con su poema titulado Quiero salir al sol, musicalizado por Ernesto Pollarolo e interpretado por Fernando Llosa.
El gran Romualdo de quien el poeta español Vicente Aleixandre, quien recibiera el Premio Nobel el año 1977, reconocía que Alejandro Romualdo era el poeta más grande de América después de Vallejo y Neruda, murió solo, a tal punto que su cadáver fue encontrado en su casa después de varios días después de haber fenecido.
Pero quizá su destino sea estar ligado a la suerte de los grandes creadores artísticos que no tuvieron tumba como el Dante y como Mozart. Y su acontecer sea estar en la boca y en el alma de niños y jóvenes que lo recitan a cielo abierto y estupefacto.
Él está en cada corazón que se abre a escucharlo. Y que vuelve a saber de su verso. Por eso Romualdo no muere ni morirá nunca.
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