Danilo Sánchez Lihón
1. De un azul
y lila intensos
Mi prima Amelia me enseñó a nombrar a aquellas flores de color violeta, inclinándose a morado, con el nombre de “Rostros de Cristo”.
Pero nunca más a nadie he escuchado denominarlas de ese modo. ¿Se le ocurriría solo a ella?
– Y, ¿por qué las llaman así? –Le pregunto abstraído.
– Porque mira. –Me dice en pleno campo florecido y fragante, casi empapados por el rocío de que se colman las plantas y bajo el arrebol del mes de diciembre.
– ¿Qué? –Le inquiero.
– ¿Qué ves ahí?
– ¿Dónde?
– ¡Mira, pues, grabado en los pétalos!
Y veo que en cada uno de esas leves partículas de la flor está impreso, lacerado y sufriente el rostro del Señor.
Y siento una honda conmoción. Porque, ¿cómo es que, en este campo fragante y bello, en medio de esta naturaleza pródiga y de belleza infinita, en el centro de esta explosión de amor, y en cada pétalo innumerable, esté el martirio de nuestro Dios? ¿Por qué?
2. Cohete
que estalla
Y se cubre toda la campiña de estas flores de un azul y lila intensos, sin que nadie las siembre ni las riegue.
Ellas hacen que todos los contornos estén teñidos de su color y sin que se sepa, transidos de pena. Las he traído hasta mi habitación para mirarlas mientras te escribo, mamá.
¿Y cómo se llaman esas otras que cubren con un manto de pasión celeste, blanco y violeta, las lomas, cumbres y bajíos de nuestra tierra natal?
Pero hay otras flores de amarillo intenso que crecen en los cercos de los caminos. Las decimos «Rompe ollas», porque esa es la fama que tienen.
Por eso, nunca las traemos a las casas y menos las dejamos sobre la mesa en la cocina. Ni siquiera sobre el batán, porque si así fuera todas las ollas amanecerían rotas.
Pero correteando por el campo sí las hacemos reventar, poniéndola en la palma de una mano y con el aplauso de la otra al oprimirla, produce entonces un ruido de cohete que estalla.
3. Campos
humedecidos
Quiero ir al campo a contemplar también esas flores mínimas que crecen entre otras yerbas y casi pegadas a tierra, de hermoso color cadmio, breves e intensas, y las otras de vehemente y arrebatado amarillo y cálices naranjas.
O bien aquellas de granate violento, que se mecen sobre el verde de los prados con el viento de la tarde.
Y la llamaré con tu nombre mamá, diciéndola “¡Elvira!”, a nuestra flor más emblemática de pétalos abiertos y extendidos.
Y no pongo aquí su nombre antiguo porque desde que yo era un niño las llamo con tu nombre, mamá: “Elvira”.
Y saludaré como siempre lo hago a las “pachas rosas”, de color carmesí, que viven entre las espinas.
Y rozaré mi mano por la frente de esas otras flores moradas todavía en capullo regadas por las laderas y los campos humedecidos.
4. Más
que los caminos
¡Tampoco no me olvido de las malvas humildes ni de los secos rastrojos ni de los chilenos macilentos de encima de los muros de adobe o de las tapias de tierra!
Tampoco, por si acaso, me olvido de las flores que crecen entre las piedras de las casas abandonadas.
¡Siendo ellas las que persisten y que siguen brotando como si esperaran el regreso de los dueños de esta estancia!
O quizá, sin saberlo nosotros, ellos ya han regresado y viven aquí, y las flores lo saben y por eso estallan, aunque entre ruinas.
Como fantasmas ensimismados que penan con las puertas cerradas, en silencio y sin dejarse ver.
Y nosotros de afuera de estas puertas clausuradas no nos hemos dado cuenta que aquí viven, aunque en espíritu, mientras adentro estallan las nuevas floraciones de las plantas bajo el ulular de las abejas y los moscardones conscientes o sonámbulos.
¡Hay tanto de lo que no puedo olvidarme nunca, mamá! Y que está quieto dentro de los muros de las casas, igual o más que los caminos. ¡Y que es lo que también nos hace padecer en la añoranza!
5. En calles
y plazas
Pero, ¿por qué empecé acordándome de todas estas presencias, mamá, que más hoy son ausencias, y precisamente el día de hoy? Te lo diré: ¡Porque hoy es Día de la Virgen de la Puerta de Otuzco!, a la cual tú adoras, mamá, como veneras al Apóstol Santiago el Mayor de nuestro pueblo, que han cuidado de nosotros de niños y resguardado nuestra casa de infancia, que gracias a Dios está de pie. Y ambos siguen guiando nuestros pasos ahora por los caminos de esta vida.
Porque, aunque ya no seamos niños y nuestro hogar de infancia quede lejos, y quizá andemos extraviados por uno y otro sendero, sentimos seguir estando protegidos bajo el manto arrebolado y lleno de prodigio de estas dos santas divinidades.
Evoco todo esto para decir que toda flor que traíamos a la casa era para ponerla en el florero y en la repisa bajo el cuadro de la Virgen de la Puerta, del cuarto donde dormíamos. Y cuyo rostro tan bello, tan candoroso y sublime nos ha bendecido siempre. Relaciono todas estas flores silvestres de los campos de Santiago de Chuco, como flores de la emoción por lo sagrado que un día como hoy se puebla en su fiesta y en su pueblo de danzas, cohetes y cantares en calles y plazas por la milagrosa Virgen de la Puerta de Otuzco.
6. Profunda
y entrañable
Te escribo todo esto, mamá, porque es el día de la santa que desde el cielo donde mora tú sabías reverenciar y nos lo enseñaste a nosotros que te vimos orar ante ella y encomendar en sus manos la vida de cada uno de tus hijos; porque junto con el Patrón Santiago el Mayor de nuestro pueblo nos han sabido proteger, dar salud y hacernos hombres de bien. Y esa es la felicidad que ellos entendieron que le pedías para nosotros. Y era en razón de ese desvelo que le traíamos todas esas flores que crecen a la vera de los caminos se siembran por las colinas y que inclinado y a tientas he podido rememorar.
Porque es la imagen de la Virgen de la Puerta lo que más hemos mirado en nuestra casa de niños. Ya que era el único cuadro colgado en el lugar donde dormíamos. Y por ser así es la imagen a la cual más he volteado para rogarle por la salud de un hermano o hermana cuando se enfermaban.
En esa devoción, y mirando su imagen me preguntaba: ¿Por qué se llamará así? ¡Virgen de la Puerta! Y no más bien: Virgen del Arco de la Luna, en donde ella se sostiene de pie. Y es porque atacado Trujillo por los piratas, y puesta la Virgen de la Concepción, como se llamaba antes, en la puerta de la ciudad los piratas no se atrevieron a entrar y se fueron, imagen de la Virgen que presidió siempre la habitación más profunda y entrañable de mi casa desde donde nos derramó sus bendiciones.
7. Nuestras
mejores rosas
Virgen de la Puerta, mamá, cuyo nombre completo es patrona del Norte del Perú y Reina de la Paz Universal, quien desde el cielo ha hecho posible que todos tus hijos, naciéramos con todos nuestros deditos de las manos y los pies, con nuestras ilusiones completas, íntegros e inocentes. Y con nuestras orejas que son de un perfecto caracol.
Virgen de la Puerta que es la imagen que yo más he mirado de niño, puesto que despertaba y ya estaban mis ojos posados sobre su rostro nacarado, con un tinte de arrebol y flotando ella en su media luna blanca. ¡Qué digo! ¡En su media luna blanca no!, sino apenas en el cuerno de luna creciente, sobre el cual ella se erige flotando en el cielo azul.
Porque era hasta la repisa de su altar en nuestra casa de infancia hasta donde traíamos esas flores silvestres que acarreábamos desde los campos fragantes. Virgen que, junto al Apóstol inmerso en nuestros corazones, juntamos e hicimos enamorados, o novios, o pareja en el cielo y en nuestros campos que en diciembre ya empiezan a verdecer. Y a quienes enlazamos en nuestras ilusiones y utopías anhelando que también ellos sean felices.
Es a la Virgen de la Puerta bendita y al Apóstol Santiago el Mayor valeroso, a quienes ungimos con el sumo de nuestros mejores pétalos y a quienes coronamos sus frentes con nuestras mejores rosas.
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