FERROCARRIL
Fransiles Gallardo
–Cholito, mañana nos vamos a la costa-, dice
sonriendo con mostacho y todo, el viejo Joshua.
No hemos dormido casi nada, no vaya a ser que nos
quedemos dormidotes –sólo con un ojo, cabeceando– y no si'olviden
das de nosotros; despertándonos sobresaltados, de rato en rato.
Entre sueños escuchamos
el canto de los gallos, adivinando de qué casa provienen; asustándonos con el
ladrido de los perros en la calle.
–No vayan a dejarnos dormidotes por muermos, ni
gafos que juéramos-, soportando los
ronquidos del viejo Joshua y los ligeros quejidos de mama Beca.
Los gallos han cantado ya tres veces y, ni bien
escuchamos el carraspeo del viejo Joshua y sus afanes de levantarse; dasito nos tiramos de la paracha, nos cambiamos de ropa, amarramos
nuestros chamarros y nos sentamos derechitos en la banca de sala, por si quieran
olvidarse de nosotros.
–Si así madrugaras, cholo, pa' regar la chacra del naranjillo, qué bueno sería –dice el viejo Joshua, sonriendo.
–Güenos
dìas taita –lo saludamos y nu'estamos pa' discuticiones, redepente
si algo malo lo digo, se amarga y nos
deja con las ganas di'rnos a la
costa, ni de vainas; así que calladito nomás.
Desde hace varios días Mama
Beca está malita.
–La edá
crítica, dejuro, será Bequita-,
comenta entristecida la tía Génova Poma–.
Media shúmbula estás, Bequita,
así nu'eres vos; bueno sería que el dotor te viera-, le dice palmeándole el
hombro.
Ni los emplastos de llantén con higuerilla, hierba santa
y barro mitoso del puquio, ni las mezclas
de hierbas y menjunjes de doña Lolita Cabrejos, la curiosa del pueblo.
–Tómeste
este calientito, friyo dejuro li'a dentrao– nada le calma los dolores y ardores.
Ni la mesada del cholo Basilio Chanduví -brujo güenazo soy-, diciendo con sus
rezos -to los dañus y maloras yo corando
yo sanandoyo mijorando -ni las danzas a media noche alrededor de una mesa
de rajas de leña cubierta con mantel
de lana multiclor – yo brojo maliro no
suy, brojo corador suy, su’ijo del poquio di la pomapara suy, sus sicretus miad
au a me solitu – sobre la mesa están distribuidos sables, calaveras,
huacos, callanas, semillas, frascos con culebras y un cristos crucificado –yo lempiandooo, shaacc, shaacc, shaacc, yo corandooo, shaacc, shaacc, shaacc, livantandooo,
shaacc, shaacc, shaacc –, ni las
invocaciones al Apu del cerro del
Trinche ni los ruegos a los gentiles de la waca
del Piloncillo, ni la limpia con cigarro inca ni el sanpedro inhalados por su nariz
–yo, limpiandooo shaacc, shaacc,
shaacc, yo curandooo, shaacc, shaacc, shaacc levantandooo shaacc, shaacc, shaacc .
Nada.
Ni las pastillas del compadrito Absalón Quiroga con
sus lentes plateados, su paciencia de siglos para tomar el pulso y su milagrosa alforja de caminante –bien acertao
con los males es.
Nada.
Ni las recetas de don Cosme Portal, el entendido en
remedios y medicinas del pueblo de los Chiquilotes, logran aliviarle los males.
Mama Beca
está malita, doliéndole todo, quejándose de todo.
Después de cinco años de ausencia, el tío Federico
Velásquez ha regresado de la costa pa' cumplir
con una promesa a la Patrona de la Playería.
–¿Qué pué tienes
Bequita, medio malita creyo estás?.
Entre recuerdos almacenados y aguardientes vaciados
con el viejo Joshua y la parentela de siempre, comenta que al puerto de
Pacasmayo ha llegado el doctor Josefino Gaviria.
–Es un médico buenote,
Joshua y con toda seguridad segura va
a sanarla; dejuro sus males son males
que la medicina cura, Bequita-, le dice, consolándola.
Pasados los días de fiesta, jarana y cañazo, el tío
Federico regresa a la costa.
-El primer lunes de agosto te'stamos molestando, Federico- le dice el viejo Joshua- sólo hay
que conseguir unos reales pa' movilizarnos.
-Los espero en mi casita, vayan con confianza nomás.
En el primer camión que baja de Wamanmarca
acomodamos a mama Beca en la cabina
del chofer, arropadita con su pañolón azulino con rayas verdes.
En la caseta, como zorros devisando lindazo, nos
sentamos junto al viejo Joshua.
A las nueve llegamos a la estación del ferrocarril.
Erre con
erre, guitarra;
erre con
erre, barril;
rápido
corren los carros,
rápido
el ferrocarril…
Nos impresiona el tren –collebra
grandota, pareciendo di taita–,
ese inmenso animal de fierro que está delante nuestro chuzzz chuzzz chuzz humeando frente a nosotros chaca chaca chaca, chuzz, chuzzz, suena y humea con una fila de
vagones atrás.
–De premera,
pa' la ginte que tiene so platita –comenta el flaco vendedor de los
pasajes–; la sigunda es pa' lus cumerciantes y nigociantes –vestido con camisa blanca y gorrita
azul– y la óltima es pa' los endios chuscos como ostedes –repartiendo los
boletos de viaje.
–¡Ya, ya!, no tienes por qué halagarnos tanto, ¿ah? –dice
ofuscado un señor de barba entrecana y sombrero de tarro negro -¡Como si vos no
fueras indio o, crees que porque repartes boletos te crees dueño del tren!
–L’otro vagún is pa' las rises, las guishas,
los cuches y las gallenas– continúa explicando burlón el boletero, mostrando
dos dientes partidos por la mitad -Ay
las pirsonas viajan de gratis; piro lu qui lis pasi ayadentro, yu nu respondo, je, je, je.
Detrás de los vagones está el tren cargado de
mineral.
–Unos baldotes
grandazos, cholo, llenitos de metal cenizo que la Norden Perú cúper corporácion saca de las viejas minas de
Paderones, hasta el puerto de Pascamayo y di’ay
en vapor hasta Chembote onde, a punta
de fuego y moldes, los vuelven fierros de construcción, rieles, planchas,
clavos, perfiles y tanta fierrería más.
El viejo Joshua, cogiendo del brazo a mama Beca, la acomoda dentro del vagón
sobre una banca de madera –mirando pa'delante, porque mirando pa'trás me mareyo, dice–; nosotros prendidos a la ventanilla del vagón miramos
asombrados las plantaciones de mangos, los arrozales verdeando y llenitos de
agua, los postes que pasan volando delante de nuestros ojos, los dos ríos
juntarse, haciéndose uno más grandote y más bravo.
–Es el Jequetepeque-, nos ilustra el viejo Joshua.
Entre el asombro y la fascinación pasamos por unos
huecos grandes, largos y oscuros, hechos entre los cerros.
–¡Túneles son, gafazo! ¿Qué pué, nu'as leíu en tu
libro Bruño? ¡Por las puras entón te'chamos a l'escuela!–, sintiendo miedo
a la oscurana y temor de que el tren
se empale, como mi yegua Valentina, quedándose paradote a media mitad.
–¡A'vé quién
es el machazo que lo mueve a tremendo animalote,
achichinsazo!–.
Llegamos al pueblo del paludismo y la tembladera.
Mujeres de vestidos vuelosos, cargaditas de ollas con tamales, bandejas de arroz con
trozos de gallina, tazones de yucas con carnero y bolsas de mangos maduritos,
llenan los vagones.
El viejo Joshua saca de su bolsillo monedas y
billetes, diciéndonos contento:
-Come, cholito, aprovecha-.
Nosotros, bien mandados, pide y pide, come y come. Mama Beca, naranjitas nomás pela y el juguito lo chupa.
El tío Federico Velásquez, anoticiado de nuestra llegada, con sus brazos largos y su pantalón
con tirantes, sonriente en la estación del tren nos espera.
–De no ser porque mi Beca está media malita, das-dás le
meteríamos media de cañacito que
traigo en mi alforja –le dice el viejo
Joshua, después de abrazarse con cariño.
–No se preocupe, primo –contesta contento el tío Federico–; di'un
ratito mi Nievitas lo lleva a la
Bequita a que el doctorcito Gaviria
la vea y en un santiamén verá que das
la cura y después, primito, nos agarramos a la cañaceada hasta que los gallos canten y las penas se acaben,
primito –cargando las cositas en una
camioneta roja.
-Si hasta mi guitarra lu'e afinao, pa'
cantarnos unos tristes bien tristes
–rumbo a su casa–, como en nuestros buenos tiempos, primito –por la subidita
del cerro, alejado de la playa.
Oscurana es ya y el tío Federico con el brazo
extendido, señala una gran mancha oscura, que por la neblina, no logramos
divisar bien.
-Es el mar, sobrino-nos dice sonriente.