PUKA YAKU, LA AUNTENTICIDAD EN LOS CUENTOS DE FRANSILES GALLARDO
Comenta: Cronwell Jara
Poeta, narrador y docente universitario peruano
Comenta: Cronwell Jara
Poeta, narrador y docente universitario peruano
Fransiles Gallardo,
ingeniero civil de profesión; poeta y narrador de talento, nos entrega ahora Puka Yaku; río de sangre, un conjunto
de cuentos, escritos con voz propia y registrada con definitivo talento.
Explico por qué.
Existe una
cuentística importante surgida en las décadas del 90 al 2010, en la literatura
peruana.
Es un hito bien
ganado.
Fue, en un inicio,
señalada por un consenso de la crítica nacional e internacional como la
“narrativa de la violencia”, la que luego pasó a ser “narrativa de la violencia
armada”, de la “guerra subversiva” o de la “guerra popular”.
En este marco
sobresalen y se consagran autores (que concursan y ganan merecidamente premios
de todo calibre dentro y fuera del país).
Esta literatura
atrapa la curiosidad. Refieren hechos sociales de suma violencia.
Situaciones
que sobrecogen, aterran, asquean. Las bombas y la sangre, las desapariciones
humanas y las muertes encarnizadas, misteriosas, amañadas, aparecen también en
la vida real, en las primeras planas de los diarios capitalinos y tocan alarma.
Esto no es ficción.
La historia peruana siempre fue cruenta. Y, dadas estas nuevas formas de
violencia y crisis social, la narrativa breve la retratan.
Son los cuentos que
describen la violencia armada en muchos ámbitos, sobre todo en las zonas centro
y sur del país, y en Lima, la ciudad capital, por supuesto.
La violencia que
atañe, en especial, a los espacios (provincias, pueblos y caseríos) más
alejados y pobres, donde hay carencia indispensable para vivir: oportunidades
de trabajo, medicinas, escuelas, alimentos, seguridad ciudadana, industrias,
universidades; lugares, a veces, de pase de droga y “protegidos” solapadamente
por el narcotráfico y, aunque parezca increíble, por las mismas fuerzas armadas
o las policiales.
Según se ve en los
cuentos y en algunos diarios. Y la indolencia de la opinión pública y la
iglesia, lo sabe (la corrupción en todas las instituciones del país tiende a
crecer, como en muchos países del mundo). Y hay en esta población “olvidada”
por el Estado, marginal, desprotegida: resentimientos por lo que signifique
gobierno nacional, instituciones públicas, “democracia de los ricos”, Congreso
de la República, justicia del Estado, “congresistas”, partidos políticos,
medios de comunicación (alarmistas, racistas ante todos los colores salvo lo
blanco y rubio; o indolentes, salvo excepciones).
Cuentos donde muchas
veces las fuerzas de Sendero Luminoso se ven confrontadas con las fuerzas
militares o policiales; y donde el cuento, no siempre imparcial en sus puntos
de vista o parcializado con una u otra ideología (la del poder, la de los
militares, o la de los subversivos), nos ofrece una imagen de todos modos
terrible. Donde al entrechocar policías o militares vs. subversivos, se
escenifican anécdotas nunca vistas en el imaginario narrativo, hechos y escenas
con imágenes brutales: degollamientos, torturas, fusilamientos, linchamientos,
decapitaciones, atropellos, abusos,
persecuciones y masacres a humildes campesinos, como asaltos a puestos
policiales; muertes de niños, ancianos y mujeres inocentes y desarmadas;
incendios, saqueos y violaciones no solo a mujeres jóvenes, también a niños o
ancianas. Ilícitos cometidos por ambos bandos.
Cuentos
donde se señala también cómo es que los subversivos luchan contra: la
corrupción, el abuso del poder del Estado, los narcos, las injusticias
sociales; además contra los ‘sucios y ocultos negociados del llamado Estado con
las trasnacionales’, como contra las grandes mafias burocráticas del Poder
legal y sus leyes arbitrarias, convenidas e injustas. En tanto que, como
contraparte: los del gobierno se empeñan, a punta del terror que producen las
armas y las bayoneta, la granada y las bala, por imponer con su presencia un
orden basado en las leyes “creadas en democracia, por proteger sus intereses”,
que son los que “le convienen al pueblo”.
Luego, la narrativa
surgida en estos años, con esta impronta de guerra y sangre y clamor por una
justicia popular (emerretista o senderista) parecería haberse impuesto de tal
modo que habría desplazado otras formas de argumentar historias, de crear
cuentos.
No habrá un buen
cuento si es que éste no trata la “lucha popular”. Y quien no se ciñe a este
juicio, no es un buen escritor. No valdría otros modos de ver la vida; aunque
ésta no siempre sea sangrienta desde que también es compleja, profunda, llena
de misterios en todos los actos y recovecos del espíritu humanos.
Y en este contexto se
llega a sentir que ‘cuento que no se enmarca con el sello de la violencia
armada, está fuera de la historia y fuera de las antologías. No son
trascendentes en este contexto de indignación y rebelión popular. Y, por tanto, no merecen estudio o
crítica. Porque ‘sus personajes viven en una burbuja de aire’ y no alcanzan a
trascender como para llamar la atención al lector de modas literarias que busca
la explosión del petardo en los cuentos.
Como si estos temas
fuesen requisitos indispensables. Motivando, incluso, una sensación de vacío
por los cuentos de Ribeyro o de Arguedas, puesto que, aunque prestigiados, se
sentirían ya obsoletos, ‘quedaron atrás, la coyuntura de la historia lo exige’.
Así aparecieron en
estos últimos 30 años, revistas, congresos de escritores, gruesas antologías y
prolíficas críticas literarias tratando la nueva temática: la literatura de la
violencia armada.
Y con ella, los
escritores de aire heroico, los Ché de la pluma y del cuento, los dueños de la
verdad, los Túpac Amaru redivivos hechos narradores del pueblo, las metrallas
del verbo pensante con nueva visión ideológica. Sin ellos los Andes y la selva
se vienen abajo.
Nadie más siente o
piensa, sólo ellos tienen derecho al resentimiento.
Sin embargo, ahora
que aparece Puka Yaku; río de sangre,
el nuevo libro de Fransiles Gallardo, se descubre algo muy importante, por lo
menos desde mi punto de vista.
Y ello es: la autenticidad. Algo que tiene que ver
con el tono personal, emocional, vivencial y, por tanto, con la experiencia
propia en los puntos de vista que aplica el autor en sus cuentos.
Y es que los cuentos
del llamado ‘boom de la literatura de la subversión’, justamente, resultan en
gran medida inauténticos.
¿Por qué? Porque se
perciben efectistas, en su mayoría se les huele a cuentos con historias
extraídas de periódicos, noticias de la TV o de la radio; o de artículos,
ensayos y revistas. Y lo peor: resultan, a lo largo de los años, las mismas
historias ‘refritas’ (la misma cantaleta, iguales tratamientos, diálogos, tono
emocional, técnicas) que se reinventan y se remedan en otros cuentos.
Y lo más terrible:
sus autores no han pisado el lugar de la historia que describen. Y si la han
pisado, es porque ya pasó todo. No fueron a donde olía la pólvora. Cuando ésta
reventaba ellos estaban en Lima o en su provincia, lejos del fragor, bien
protegidos, o fuera del país.
En otras palabras, no
experimentaron esa realidad de la que hablan. Aunque tampoco el ‘haber padecido
una experiencia real y hablar de ella’, garantiza la calidad de un
cuento’.
¿Y cómo, además, se
percibe la inautenticidad? Fácil. Muchos de sus cuentos aparte de sentirse
esquemáticos y melodramas distantes, a veces más parecen ofrecer una visión
turística pero dramática.
Pero más huelen a
artificio, a telenovela mexicana o peruana mal hechas.
Lo que narran logran
crear bulla, alarman, pero no vibran, no palpitan ni respiran vida real,
auténtica. No huelen a vida sino a simple ficción y fingimiento. No se les
percibe sudor ni hedor humano. Se sienten historias truculentas (aunque nuestra
historia lo sea, como lo son algunas obras clásicas; y aunque nuestra historia
sea además: despiadada, cruenta, escandalosa, mórbida); tampoco resudan ese
aroma a campo gozado o sufrido por quien realmente lo ha trajinado y
vivido.
Y, claro, en las
literaturas de todo mundo ocurre lo mismo. Pero hay literaturas auténticas e
inauténticas. Como escritores auténticos e inauténticos. Y en esta temática de
la literatura con los temas de la “guerra armada popular”, los escritores y los
cuentos inauténticos sobran; y más, los escritores con pose de guerrillero
frustrado, quienes nunca estuvieron en ningún lugar de combate; o, apenas
quienes tiran la piedra y esconden la mano.
Con Puka Yaku; río de sangre, los 23
cuentos reunidos en este libro del escritor e ingeniero Fransiles Gallardo, no
tenemos como lectores, en lo que se refiere a su calidad literaria y a su
autenticidad, nada que lamentar; sino, agradecer la presencia de un excelente
trabajo artístico.
El de ser un libro
que, dados sus méritos, fácil podría trascender las fronteras; ser leído aquí,
en Ecuador, Chile, México o en cualquier país del mundo, de llegar a ser
traducido. Bien lo merecería.
Cronwell Jara, autor de Montacerdos, Ricardo Virhuez, escritor y
editor,
Fransiles Gallardo y Bethoven Medina, ingeniero agrónomo y poeta.
Hace algunos años atrás.