EL MINIMALISMO EN LOS CUENTOS DE FRANSILES GALLARDO
Cronwell Jara
Puka Yaku; río de sangre,
del ingeniero y escritor Fransiles Gallardo, ingeniero civil de profesión;
poeta y narrador de talento, es un conjunto de cuentos, escritos con voz propia
y registrada con definitivo talento.
Los cuentos están ambientados en
el pueblo de Tocache (provincia del departamento de San Martín, Perú). Una zona
de la selva peruana, cercana a Huánuco y Tingo María. Y tal como lo describe
Fransiles, a lo largo de los 23 cuentos, es un pueblo hermoso, de mucho calor,
lleno de vida, con habitantes alegres y sencillos. Gente con la que Fransiles
Gallardo trató como ingeniero civil, como amigo y confidente, de donde resultan
estos cuentos.
Fransiles, en Tocache, nunca
estuvo en un lugar de combate, solo fue el ingeniero que llegó allí a trabajar,
a ejercer su profesión y construir un colegio. Pero convivió con su pueblo.
Los escuchó hablar y llorar.
Como ante un padre o un familiar querido, le contaron muchas historias. Y
Fransiles las cobijó con cariño y respeto. Y, según Fransiles confiesa, lloró
con ellos.
Y también se encariñó con
Tocache. Y Tocache fue más que un nombre. Más que Tocache, gustó de su
historia. Con sus bares, hospedajes, hoteles, restaurantes turísticos, una
comisaría, un puente, una garita de control y dos colegios, la 412 y 413.
De no ser por las guerras
buscando un control y el poder por la fuerza de la violencia brutal o el poder
de las armas, entre los narcos contra narcos, o entre los senderistas contra
los narcos, el ejército y la policía, este pueblo de Tocache sería un lugar
privilegiado, de disfrutes, cercano a la idea de un paraíso.
Posee un hermoso río, el Wallaga
(tal como lo escribe y siente el autor), una iglesia, un santo digno de
festividad y procesiones llamado “San Fan” (San Juan); y, por si fuera poco,
posee mujeres bellas y siempre dispuestas a divertirse, a hacer fiesta y gozar
del vigor de su naturaleza plena.
Lo lamentable es que en este
territorio, la muerte es también protagonista. Tanto como la cocaína, la
drogadicción, la prostitución y las riquezas desmedidas de los
narcotraficantes. Y con ellas la violencia que generan los pases de los fardos
de droga, al chocar con la competencia de otros narcos. O con las fuerzas
armadas o con la policía.
Y, como consecuencia de todo
ello: la muerte de los tocachinos, quienes más prefieren una vida pacífica que
depender de la droga y sus consecuencias de violencia.
Los tocachinos prefieren la
cerveza y el uvachado, trabajar el campo, hacer el amor, antes que andar
matándose.
Ahora hablemos de los valores de
este libro:
Desde “Maquinaria”, el primer
cuento del libro, hasta “Recreo Bar”, las historias se sienten convincentes,
gustan, atrapan, cautivan y son hasta amenas pese a retratar situaciones o
circunstancias despiadadas, terribles.
El patrón Vam Pirius conversaba con la sonriente Nachita; se alejó de
ella y se acercó al “cantorcito soplón”, sin decir una sola palabra; extrajo de
su cinto de cuero un filudo chuchillo de monte y de un solo tajo le cercenó la
garganta.
Uno de los guardaespaldas se acercó al agonizante “cantorcito soplón”,
le abrió la boca con la mano izquierda, empujó la lengua hacia abajo y con la
derecha se la sacó por la sangrante abertura de la garganta, quedando colgando
afuera.
Nachita chillaba de terror.
(Del cuento: “Corbata michi”)
El castellano dialectal de
Tocache, escenario de los cuentos, en boca de los personajes y de la voz que
narra, conforma el gran soporte de los puntos de vista, diálogos, comentarios,
reflexiones, dichos, giros idiomáticos, modismos, que se resumen en una
idiosincrasia y un espíritu que aparecen y relumbran en cada línea y párrafo. Y
logran de este modo, una tonalidad, una musicalidad, una magia y una poesía,
que felizmente, en suma llegan a cuajar en una originalidad excepcional:
La vio hundirse, como machacuy, bajo las aguas del Wallaga.
Venían de Sarita. Cruzaban el puente. Su pelo chobón y su shapra
pacucha, el Francés. Su pelo pispacha y sus sandalias rojas, la tocachina.
Riendo dicen unos; en una discutición, dicen otros.
Lo cierto es que eran pareja, hacía poco, desde sólo dos meses atrás.
Él, su sherete. Ella, su wambra.
(Del cuento: “Francés”)
Y es que, apoyándose en ese
castellano dialectal, su vibración y su sonoridad musical, cada cuento salva lo
perverso de aquellas historias de degollamiento, tortura o sangre, gracias a
que de por medio aparece también, de tras de cada escena, muy marcado el tratamiento
del humor, de uno o de otro modo.
No un humor cualquiera – se
trata de un humor de todos los matices y colores: cruel, sugerido, negro,
corrosivo, suspicaz–, de modo que cada cuento está escrito apoyándose en un
tono coloquial, vivaz y alegre, sino festivo:
Por eso, cuando quiero soy hombre y
cuando quiero soy mujer, pincho o ocote, tu dirás; pero, a mi hermana nadie la
toca ni la jode.
Está llorando, los recuerdos la han
marcado.
Le dicen Marianella y trabaja en el
Reffuggios. Tiene los ojos grandes, casi redondos y los labios a lo Angelina
Jolie.
Rezaré, dice. Se persigna. Se arrodilla
y hace el amor.
Y con este tono personal o forma
de estilo, muy marcado, cada tragedia narrada resulta una paradoja cruel,
puesto que nos podría llevar a reír como a conmover, a disfrutar como a
reflexiona, a criticar como a protestar tanto como a llenarnos de pavor al
visualizar parte de nuestra historia viva y actual.
Cada cuento de Puka Yacu; río de sangre resulta
entonces una especie de radiografía dolida pero auténtica de una porción de
nuestra realidad nacional.
Y si hablamos de disfrute, como
lectura, es porque los cuentos de Puka
Yacu; río de sangre, aparte de entretener, poseen otras virtudes: son
también poéticos.
“En plena travesía, llueve. Llegando al puente de color naranja y
cables acerados, sigue lloviendo. Bajo el bus, llueve.
“Será lluvia hembra”, malévolamente comentan los pobladores, “jode todo
el día y jode toda la noche, ñañito”.
La prosa de los cuentos no es
proliferante. Es minimalista en dos
sentidos: por su escritura y por
ser una metáfora que trasciende
desde la aldea a toda una nación.
Su escritura es
mesurada, medida, equilibrada. Nunca desborda en descripciones demás.
Como en sus versos, busca una
precisión. Ni una palabra más ni una menos, para no descalabrar el ritmo, la
gracia ni el tono musical. Ni un personaje más ni un personaje menos.
Y lo mismo en los diálogos.
Éstos son en rigor, muy amenos, ajustados, cortos y precisos.
Casi un pentagrama musical para
lograr una composición.
También sus personajes son los
precisos. Se presentan los que se tienen que presentar. Fransiles no deja cabos
sueltos, los personajes son los justos, las ideas, el ritmo, el tono poético y
los diálogos también.
Como metáfora minimalista, Tocache, en esencia representa a esta nación,
a este país. Y, finalmente, a esta América. Tocache, tierra invadida de narcos,
senderista, tupamaros, enfrentados a las fuerzas del orden legal, ejército o
policía, representa la imagen de una violencia cada vez más creciente. Y tiene
como testigo activo, al río Wallaga:
Por las mañanas los cadáveres flotan sobre las aguas tranquilas del río
Wallaga.
(Del cuento: “Morgue”)
El minimalismo, desde luego, como
escritura o como metáfora, logrados con gran sentido del ritmo poético y
sonoro, es uno de los mayores logros en los cuentos de Puka Yaku; río de sangre.
“Corto y directo”, como decía
Hemingway en sus cuentos. Pero, lo musical y poético, como decía –salvando las
distancias y a beneficio de Fransiles– Ángel Rama de la prosa de García Márquez
en Cien años de soledad o la de Alejo Carpentier en El reino de este mundo, al
llenar de gracia y elevar los méritos de este libro, también lo distancian del
común de los cuentos que tratan la “guerra de la violencia armada”.
El recurso de la técnica de la in media res, al iniciar
más de un cuento (o por lo menos varios
de ellos), es otro de los méritos a destacar en este libro. La in media res (que significa iniciar un
cuento planteando un problema o una acción dramática, desde la primera línea)
no es un recurso fácil, plasmar esta técnica requiere destreza, precisión y
fineza de artista.
Fransiles Gallardo lo logra de
una pincelada, aunque lo que exprese, escarapele, espeluzne:
Estiró los brazos en su intento por retenerla. Sólo un retazo de
pañuelo de cuello, quedó entre sus dedos.
(Del cuento: “Francés”)
Podríamos señalar aún otros
méritos más que realzan la belleza y originalidad de este libro. Entre ellos,
causan cierta fascinación los nombres de algunos de los protagonistas, como:
Sanguijuela, Perro Bravo, Karlinda, Raymundo Facundo El Cucaracho, San Fancito,
Sussana La Leonella; o la descripción del escenario de estos cuentos: su flora
y su fauna, a lo largo del río Wallaga, que dan una poderosa atmósfera de magia
y extrañeza que favorecen el tono poético del libro. Y que, por cierto,
fortalecen la curiosidad e interés por leer y releer cada cuento.
Auguro que Puka Yaku; río de sangre, del ingeniero y escritor Fransiles
Gallardo, llegará a ser un libro que generará serios e importantes estudios en
la literatura peruana. Y muy posibles traducciones. Y no sería de extrañar que
llegue a ser considerado, merecidamente, un clásico.