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GARROCHA
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Por Armando Alvarado Balarezo
(Nalo)
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“Garrocha es digno de una novela,
pero ante la crisis de lectores que
atraviesa el mundo,
basta una página de la
Historia”.
Shapra
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“GARROCHA”, también conocido como "5 patas",
no era bello como “Platero”, el burrito de algodón, de Juan Ramón
Jiménez, "sino todo lo contrario", como diría Mario Moreno "Cantinflas";
ni famoso como “Rucio”, viejo borrico del andariego Sancho Panza. Tampoco
tuvo el intelecto de “Benjamín”, el burro del libro “La Rebelión de la
Granja” de George Orwell; menos tocaba el laúd como el asno del cuento
“Los Músicos de Bremen” de los hermanos Grimm. “Garrocha” nunca intentó
tocar un instrumento, como el “Burro Flautista” de la fábula de Iriarte,
que tocó una melodía por casualidad, “Garrocha” sólo lanzaba agudos rebuznos
durante sus cortejos amatorios. Menos fue un asno electorero como su primo azul,
símbolo del Partido Demócrata Americano. A diferencia de los burros aludidos,
“Garrocha” fue de carne y hueso, y elevó a niveles olímpicos el crecimiento
demográfico de su progenie, en tiempos de mayor demanda de
sementales.
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“Garrocha” vino al mundo el 14 de febrero, Día de San Valentín, en los últimos estertores del siglo XIX, justo al año de ser concebido por sus padres Jacinto y Perlita, ni un día más ni un día menos, como muchos de su raza: Eqqus africanus asinus, consagrados al dios Príapo.
Como figura emblemática del amor équido, jamás llevó en su lomo un saco de papas, ni siquiera una alforja vacía, y no por holgazán, sino porque desde púber dio muestras de ser un reproductor nato, y a ejemplares de su casta se le mima desde tiempos inmemoriales, si se quiere garantizar un buen producto de exportación no tradicional. Nada de paja, menos rastrojo, sólo alfalfa en flor, era su dieta habitual. Asiduamente trotando alegre junto al arroyo de agua cristalina.
Le pusieron el nombre “Garrocha”, porque una mañana de febrero un hacendado lo ampayó en su feudo, haciéndole masticar aire a su yegüita, novia de un garboso alazán. Nadie pudo explicar, cómo salió de la chacra de su dueño para acudir a la cita que casi le cuesta la vida si no huye a tiempo, pues la única puerta estaba con triple candado, y la pirca tenía más de dos varas de alto, sólo superable saltando con garrocha. ¡Un misterio por resolver! exclamaron los presentes, recordando el grito de euforia de los seguidores del escapista Harry Houdini, de moda en ese entonces.
Pronto conocieron sus hazañas amorosas los potreros y los caminos de herradura. ¡Garrocha a la vista! ¡Burros, caballos, mulas y arrieros, abran paso! gritaban los chacareros cuando lo veían fiero y blandiendo su amenaza con largo rebuzno, presto a derribar la carga de las burritas en celo.
Generalmente se
le veía con una maltoncita de ocasión, trotando socarrón. Se le recuerda
"como todo un caballero”, siempre pidiendo disculpas por “la
pequeñez”. Aunque no faltaron algunos celosos, dueños de los alfalfares, que
ocultos tras una pirca le arrojaban hualancas, huyendo despavoridos para
evitar la arremetida del lesionado.
“Garrocha” dominó a la perfección el "Arte de Amar", del poeta romano Plubio Ovidio Nasón. Tierno y apasionado con las burritas durante el galanteo; ídem con las yegüitas chúcaras a quienes les dejó una mulita o un mulito de regalo por los favores concedidos, como buen garañón provinciano.
Fuentes dignas de fiar afirman, que sólo una vez fue llevado al Coso, penal de animales dañeros. De nada sirvieron las explicaciones argumentando que no ingresó a potrero ajeno por hambre de pasto, sino por una inagotable sed de amor. “Hace mucho frío, seguro ha querido entrar en calor con un mañanero”, agregó un caminante en su defensa, mas el dueño del potrero miró de reojo la virginidad perdida de su burrita, y posando los ojos sobre “Garrocha”, sentenció con la frase universal: “Con la misma vara que mides, serás medido”, y acercándose con disimulo al acusado quiso hacer justicia con su cayado, pero recibió una coz que por un pelo no lo deja estéril, cumpliéndose así la tercera ley de Newton: “Para toda acción existe una reacción igual y opuesta".
Garrocha caminó hacia su encierro con las orejas gachas y el corazón deshecho. Ya en el Coso fue condenado a un día de reclusión por ser su primer arresto, sin presagiar que esta breve pena abonaría, 25 años después, para no ser declarado patrimonio vivo y deje sus huellas en el paseo de la fama, luciendo el preciado báculo de oro como hijo predilecto de Eros, y figurar en el libro de los récord Guinnes. ¡De Ripley! exclamarán los cultos ¡Un abuso! añadirán los menos sabios.
Como pena accesoria juntaron sus patas delanteras con una soga, pues su reputación como saltador de garrocha era de conocimiento comunal, y los muros de la prisión resultaban bajos.
Su llegada al presidio inquietó sobremanera a las reclusas que aún no habían sido tocadas por su varita mágica. Ellas, recostadas en las paredes levantaban sus colas y mirándolo con glaucos ojos le enviaban sonidos sonoros invitándolo a divertirse un rato, mas permaneció imperturbable, ya que su naturaleza era como de la mayoría de los cóndores y elefantes que se abstienen del goce carnal en cautiverio; y además porque nunca se dejó seducir por burrita o yegüita alguna, pues como seductor por antonomasia, sabía que aceptar la iniciativa femenil lo privaba de su condición de amo y señor de sus dominios, ubicándolo en la fila de los enamoraditos de media asta.
Pero, ¿Lloró “Garrocha” en el penal?, fue la pregunta de una parte de la población. La otra parte retrucó en el acto: ¡Sí! ¡Y a mucha honra!, porque hasta los burros lloran de impotencia por una vil condena.
Si bien es cierto, que por imperio de la Ley, “Garrocha” permitió que aten sus patas delanteras, varias versiones concuerdan que jamás permitió esta bajeza estando en libertad. Aquellos que lo intentaron sucumbieron ante la andanada de coces que recibieron. Con seguridad, “Garrocha” hubiera preferido que lo capen antes de quedar sin el movimiento de sus patas, tan necesarias a la hora del apareamiento. ¿Se imagina Ud., amable lector, a “Garrocha” caído de espaldas como una cucaracha, con las patas delanteras amarradas, por haber perdido el equilibrio en el primer intento de acoplamiento? No ¿verdad?, pues hubiese sido el hazmerreir de los curiosos que copan estos acontecimientos, y su crédito como padrillo hubiera generado más que simples sospechas. Por eso es comprensible su negativa a ser atado de patas sin una orden judicial de por medio. Aceptar lo ponía en el cuerpo de un halcón con las garras recortadas frente a una vizcacha o, en el mejor de los casos, en el pellejo de un perro sin caninos, disputándose con sus congéneres bien cebados, una perrita en celo.
Con el paso del tiempo "Garrocha" alcanzó celebridad como semental, siendo requerido para mejorar la raza pollina en los contrafuertes andinos y la franja costera. Muchos testimonios indican que todos los hijos que procreó a lo largo y ancho de su periplo, heredaron su estampa, ninguno salió parecido al vecino. Lo recuerdan abanicando sus largas orejas para apagar la chispa de anhelo que lo perturbaba siempre.
Como premio a su esfuerzo, y no por envarado, fue llevado a un zoológico para ser exhibido y además contribuir a la inseminación artificial en gran escala, sobre todo en los países con bajo índice de animales de carga, con las características somáticas de “Garrocha”.
Ya en la recta final de su carrera, a los 35 años de edad, cuando por méritos propios iba a ser declarado patrimonio vivo, fue expulsado del zoológico, pasando de héroe a villano, al haber sido hallado culpable de engendrar un hijo “medio rayado”, fruto híbrido del pecado con una cebrita, y obrar en autos un telegrama del registro de condenas, indicando que pasó un día como recluso primario en un penal para animales dañeros, según esgrimieron en su informe denegatorio dos asesores eunucos.
“Garrocha” dominó a la perfección el "Arte de Amar", del poeta romano Plubio Ovidio Nasón. Tierno y apasionado con las burritas durante el galanteo; ídem con las yegüitas chúcaras a quienes les dejó una mulita o un mulito de regalo por los favores concedidos, como buen garañón provinciano.
Fuentes dignas de fiar afirman, que sólo una vez fue llevado al Coso, penal de animales dañeros. De nada sirvieron las explicaciones argumentando que no ingresó a potrero ajeno por hambre de pasto, sino por una inagotable sed de amor. “Hace mucho frío, seguro ha querido entrar en calor con un mañanero”, agregó un caminante en su defensa, mas el dueño del potrero miró de reojo la virginidad perdida de su burrita, y posando los ojos sobre “Garrocha”, sentenció con la frase universal: “Con la misma vara que mides, serás medido”, y acercándose con disimulo al acusado quiso hacer justicia con su cayado, pero recibió una coz que por un pelo no lo deja estéril, cumpliéndose así la tercera ley de Newton: “Para toda acción existe una reacción igual y opuesta".
Garrocha caminó hacia su encierro con las orejas gachas y el corazón deshecho. Ya en el Coso fue condenado a un día de reclusión por ser su primer arresto, sin presagiar que esta breve pena abonaría, 25 años después, para no ser declarado patrimonio vivo y deje sus huellas en el paseo de la fama, luciendo el preciado báculo de oro como hijo predilecto de Eros, y figurar en el libro de los récord Guinnes. ¡De Ripley! exclamarán los cultos ¡Un abuso! añadirán los menos sabios.
Como pena accesoria juntaron sus patas delanteras con una soga, pues su reputación como saltador de garrocha era de conocimiento comunal, y los muros de la prisión resultaban bajos.
Su llegada al presidio inquietó sobremanera a las reclusas que aún no habían sido tocadas por su varita mágica. Ellas, recostadas en las paredes levantaban sus colas y mirándolo con glaucos ojos le enviaban sonidos sonoros invitándolo a divertirse un rato, mas permaneció imperturbable, ya que su naturaleza era como de la mayoría de los cóndores y elefantes que se abstienen del goce carnal en cautiverio; y además porque nunca se dejó seducir por burrita o yegüita alguna, pues como seductor por antonomasia, sabía que aceptar la iniciativa femenil lo privaba de su condición de amo y señor de sus dominios, ubicándolo en la fila de los enamoraditos de media asta.
Pero, ¿Lloró “Garrocha” en el penal?, fue la pregunta de una parte de la población. La otra parte retrucó en el acto: ¡Sí! ¡Y a mucha honra!, porque hasta los burros lloran de impotencia por una vil condena.
Si bien es cierto, que por imperio de la Ley, “Garrocha” permitió que aten sus patas delanteras, varias versiones concuerdan que jamás permitió esta bajeza estando en libertad. Aquellos que lo intentaron sucumbieron ante la andanada de coces que recibieron. Con seguridad, “Garrocha” hubiera preferido que lo capen antes de quedar sin el movimiento de sus patas, tan necesarias a la hora del apareamiento. ¿Se imagina Ud., amable lector, a “Garrocha” caído de espaldas como una cucaracha, con las patas delanteras amarradas, por haber perdido el equilibrio en el primer intento de acoplamiento? No ¿verdad?, pues hubiese sido el hazmerreir de los curiosos que copan estos acontecimientos, y su crédito como padrillo hubiera generado más que simples sospechas. Por eso es comprensible su negativa a ser atado de patas sin una orden judicial de por medio. Aceptar lo ponía en el cuerpo de un halcón con las garras recortadas frente a una vizcacha o, en el mejor de los casos, en el pellejo de un perro sin caninos, disputándose con sus congéneres bien cebados, una perrita en celo.
Con el paso del tiempo "Garrocha" alcanzó celebridad como semental, siendo requerido para mejorar la raza pollina en los contrafuertes andinos y la franja costera. Muchos testimonios indican que todos los hijos que procreó a lo largo y ancho de su periplo, heredaron su estampa, ninguno salió parecido al vecino. Lo recuerdan abanicando sus largas orejas para apagar la chispa de anhelo que lo perturbaba siempre.
Como premio a su esfuerzo, y no por envarado, fue llevado a un zoológico para ser exhibido y además contribuir a la inseminación artificial en gran escala, sobre todo en los países con bajo índice de animales de carga, con las características somáticas de “Garrocha”.
Ya en la recta final de su carrera, a los 35 años de edad, cuando por méritos propios iba a ser declarado patrimonio vivo, fue expulsado del zoológico, pasando de héroe a villano, al haber sido hallado culpable de engendrar un hijo “medio rayado”, fruto híbrido del pecado con una cebrita, y obrar en autos un telegrama del registro de condenas, indicando que pasó un día como recluso primario en un penal para animales dañeros, según esgrimieron en su informe denegatorio dos asesores eunucos.
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Fuente:
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“El
Juguete y Otros Cuentos” de NAB – Huari, mayo de 2009
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