CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina
2012, AÑO
DE LA DEFENSA DEL AGUA PARA LA VIDA Y
CONSTRUCCIÓN DE LOS ANDENES NUEVOS
SEPTIEMBRE, MES DE LA PRIMAVERA,
DE LOS DERECHOS CÍVICOS
DE LA MUJER, EL NIÑO Y LA FAMILIA
Teléfonos Capulí:
420-3343, 420-3860
y 997-739-575
capulivallejoysutierra@gmail.com
dsanchezlihon@aol.com
12 DE SEPTIEMBRE
MI
HERMANO
JAIME
PLAN LECTOR,
PLIEGOS
DE LECTURA
ERIGIDA Y EN PIE
ESTÁ LA CASA
DE LA INFANCIA
Danilo Sánchez Lihón
“Todos han partido de la casa,
en realidad,
pero todos se han quedado
en verdad”.
César Vallejo
1. Querido
Jaime
Hoy, 12 de septiembre, es tu cumpleaños. Y, en primer lugar, quiero abrazarte, agradecerte y encomiar un hecho de extraordinario valor: el haber reconstruido tu casa de infancia, la casa donde nos criamos, la casa de nuestros padres, y situada en nuestro pueblo natal.
Casa que tú has levantado palmo a palmo desde los escombros que apiñaron las goteras y los techos caídos, sepultados de bruces en los cuartos como esqueletos de pájaros ya fenecidos o todavía agonizantes.
Y que tú has salvado de entre las ruinas en que la habían sepultado el desmoronamiento de los adobes y el viento que ulula por los huecos abiertos en las paredes por la incuria, el desamparo y la desidia, ocultando nuestras voces y juegos de cuando éramos niños.
Pero aún peor: la has salvado de nosotros mismos, de nuestra indiferencia, frialdad y apatía de no querer mirar atrás y ver lo que hemos dejado en el camino. Y que siempre está a la expectativa de lo que hagamos, de lo que nuestra lealtad y gratitud a nuestras raíces nos inspire mínimamente hacer para corresponder por lo recibido.
Porque todo lo dejamos, tirado, deshecho y descartado. Pero tú nos enseñas que la vida no tiene por qué ser así. Y todo lo atesoras, y todo lo evocas. Y a todo le vuelves a dar valor.
2. Ahora
allí moran
Has salvado nuestra casa, que ahora nos da vergüenza decir “nuestra”. Y más bien debiéramos decir “tuya”. Pese a que cuando vamos a ella prefieres que si falta sitio para alguno de nosotros tú decides irte a un hotel, con tal que allí nos alojemos los demás.
La has rescatado del comején y la polilla que habían carcomido sus vigas, su techumbre, como sus puertas y ventanas. La has librado de los moscardones de la fatalidad que allí habían tejido sus nidos y revoloteaban ya inclementes e inexorables.
Para lucir ahora lozana y sonora como una campana cuando nos recibe; amplia, airosa y feliz cada vez que vamos, ocasión en que se abre con todas sus voces que son nuestras propias voces de niños.
Así como nos alumbra con todas sus luces y antorchas, que nos siguen iluminando de día y en sueños. Y con todo el fulgor de la luna y el sol que ahora allí moran.
El significado de un hecho como este es inmenso para nuestro pueblo. Y para todos los pueblos del mundo que han sido abandonados por sus hijos, de donde han emergido para hacerse grandes y valiosos. Y que ahora han de retornar, como tú has vuelto.
3. Tanto
que ahora
Un día como hoy, hermano, recuerdo mucho nuestra infancia. Y nuestra casa en Santiago de Chuco. Y la habitación en los altos donde dormimos todos los hermanos juntos.
La lámpara de kerosene de tubo acampanado, que se iba negreando por efecto de la mecha dispareja. La humedad del invierno o la helada del verano. El silencio de las horas que pasan lentas y, a veces, llenas de presagios por algo inexplicable. O de aflicción y lágrimas por algún familiar enfermo.
Y, sin embargo, me pregunto: ¿cómo es que ese mundo pobre, estremecido y hosco era a la vez tan inmensamente afable, cordial y amoroso? ¡Porque eso hemos sido! Si no ¿cómo es que resulta inolvidable? ¡Y se nos ha quedado tan clavado en el alma! Creo que por la calidez de hogar. Y por nuestros padres que lo hicieron dulce y pródigo.
Y por nuestro cariño de hermanos, tan compenetrado, que ahora siempre regresamos en la añoranza a ese tiempo entrañable para reverenciarlo y sacar fuerzas, a fin de afrontar el mundo que vivimos, mucho más cómodo en lo material, pero ¡tristemente carente del amor y la unción, que sí la tuvimos de niños!
4. Nos eleva
en sus alas
Casa inmensa, honda y eterna, que ahora tú has erigido haciéndola más grande todavía, tanto que ya no cabe el cosmos en ella, ¡yo no sé por qué sortilegio o magia que marca el devenir del destino! Porque nuestra casa en verdad era ínfima, y si se lo mira bien, y como decía mamá, “Un hueco”en la pared. Porque no tenía patio, ni corredor; ni zaguán, ni pozo, ni portón, ni acequia, ni curahua, ¡ni nada!
Tampoco tuvimos jardín, el mismo que yo ahora invento y fantaseo en mis relatos, donde crecieran hortensias. Ni siquiera esas rosas chiquitas que sobresalen en los altozanos ariscos o en los matorrales; como si fueran flores silvestres, endurecidas por el cascajo y las rocas de que está hecha la tierra hosca. Rosas empero entremezcladas de blanco y carmín, aun así muy espinosas, como si tuviera que costamos mucho el sorbo breve de la pureza en sus pétalos.
Nuestra casa tampoco tenía huerto donde siquiera asome el limoncillo o el toronjil, cuya fragancia expansiva y sin linderos, invade todos los confines de Santiago de Chuco. Porque el toronjil con su aroma es cometa que nos eleva en sus alas y nos hace aspirar todos los campos de nuestra comarca, y después nos esparce y riega por toda nuestra serranía.
5. Vuelta
a poner de pie
No teníamos dentro de nuestra casa nada de lo que pudiera ser fácil y espontáneo, ¿Cómo qué, por ejemplo? Como, ¡una cocina! La nuestra era un pasadizo al final de la escalera, paso único y obligado para entrar o salir del dormitorio de arriba, al mirador y al terrado, casa chiquita que tú has reparado con tanto esmero y la has vuelto inconmensurable.
Pero, ¿entonces qué teníamos? ¡Ah, yo creo que mucho! y quizá de lo que es más importante: el cariño sincero, el espíritu indoblegable, la educación de nuestros padres, la belleza del alma, la rectitud de nuestra vida.
De allí que es increíble cómo nos hemos encariñado tanto con ella al punto que yo nunca la olvido, despierto o en sueños. Y tú, a la edad que tienes, con la única lógica del querer y la nostalgia, la has reconstruido y vuelta a poner de pie, queriendo que sea igual a como era cuando fuimos niños
Inventándonos entonces un patio en donde dore el sol de los andes, que es el sol más regio y espléndido del mundo, sol que permite ver la vida muy clara, muy nítida y transparente, luz para que entre ¡no habría pared qué abrir o tumbar! ¡Ni dónde ponerlo, salvo en nuestras almas!
6. Las espinas
de las rosas
Como ves nuestra vida ha sido ¡tan humilde y sencilla!, ¡tan desprovista de lo que tenían otras casas! Pero, eso sí, enorme en los sentimientos y en los valores, tanto que sigue siendo para nosotros como un tesoro que nos fortalece de todos los embates de estos tiempos que son fieros y crueles, con que nos golpea el destino.
Pero somos un linaje que tenemos un sello indeleble de nobleza en la frente o en el alma, que nos hace fuertes para cruzar ríos sin puentes, mares sin barcos y cielos sin tener que subir a aviones.
Somos árboles frondosos, los patios vigilantes, los jardines florecidos y los huertos con toronjil y limoncillo por donde no pudimos deambular cuando éramos infantes.
Y el retazo de tierra en el campo que no tuvimos, mientras los más pobres de los pobres sí lo poseían. Pero nuestra riqueza era otra, más profunda cual es abrir esos espacios dentro de nosotros mismos.
Y ojalá que dentro de los demás. Por eso retornamos con tanto valor a la época en que fuimos niños, con nuestro corazón grande y herido en las espinas de las rosas que tampoco tuvimos.
7. Sólo
por hoy día
Hoy es día de tu cumpleaños. Y si estuviéramos en Santiago de Chuco mamá ya estaría pensando qué hacer de comida, mientras alguno de nosotros va por el pan, otro raja leña, otro barre la casa. Pero yo sé lo qué mamá haría, por ser lo que te gusta:
De sopa: caldo de carnero, con arroz, con papa amarilla salpicada de perejiles. El caldo con presas de pulpa suave sacadas del lomo y las costillas del carnero, que nos ha traído bajo su rebozo la señora María que vive en Chulite, en la punta del cerro San Cristóbal y cuya casa divisamos desde el terrado.
De esa carne, ya en el plato, hay que separar el pedazo de sebo blanco con que viene pegada la pulpa, tan níveo que parece la cresta de los nevados que se divisan en lontananza desde el mirador en las cumbres lejanas de la Cordillera Blanca del departamento de Ancash.
Todo el caldo con bastante culantro y cebollas, por no comer las cuales tengo las orejas un poco torcidas, de tanto que me las jalaba papá. Y mamá sólo por hoy día nos lo hubiera servido en esos grandes platos de losa que teníamos, símbolo de que éramos un hogar pobre pero decente y hasta de cierta alcurnia.
8. El humo
de la leña
Seguramente que en la mesa, que tenía un hule raído en algunos sitios, con flores azules enmarcadas en cuadrados rojizos, habría puesto encima el único mantel bordado, con algunos agujeros discretos y otros zurcidos.
La sopa sale humeante, servida por mamá y alcanzada por Elvia o Zoila, muchachas que están en su edad más florida y rozagante, frescas como verduras o frutas de los huertos de Santiago de Chuco, y sus campiñas.
En el centro de la mesa hay habas verdes. Y ocas amarilleadas al sol sobre alguna alforja tendida en el tejado de la casa, o en ese rellano del mirador hasta donde llega el sol, aunque por breve instante.
O, de lo contrario, habrá choclos conteniendo en cada hilera de sus granos los manantiales del campo, como el albor de la luna cuando boga a media noche entre los cerros y bosques. O habría cancha de maíz, que hubiera absorbido todo el humo de la leña, que tiene a su vez todo el viento y el trino de los pájaros de los árboles de donde ha sido desgajada. Y pan, que tanto como la tierra contienen todo el cielo azul de la serranía.
Pero el plato de segundo habría sido indudablemente cuy sancochado, con revuelto de papa y arroz.
9. ¿Te
acuerdas?
Mi mamá ¡ya sabía a quién servirle la presa que le gustaba! A ti la pata delantera, esa presa que se despelleja y que se mezcla en la boca con el guiso y el arroz, aderezado con manteca de chancho, que lo hace brillante, esponjoso y dulce al paladar.
Por ser día de tu cumpleaños yo le pedía a mamá ya con el frasco en la mano, que le rociara azafrán, para que tuviera el color anaranjado de los amaneceres, que me parecía propio de una fiesta.
Y luego, en el segundo bocado del cuy, mordías el muslo blanco de la presa hasta el hueso transparente y fino que se pela con los dientes, mirando la luz del mediodía que llega junto con el piar de las aves, el mugido de alguna oveja y el tintineo de las cucharas en los platos. ¿Te acuerdas, o no?
Todo esto en esa cocina limpia y fresca, del rellano de esa casa que mamá en sus ratos de impaciencia y desencanto llamaba "El hueco", mientras papá se calla la boca, sabio y pensativo en lo lejos que llegaríamos, tanto que este abrazo es estrecho y emocionado en el apego, pero desconsolado en la distancia gigantesca que nos separa, de continente a continente.
10. Porque
así era
Para esta ocasión de tu cumpleaños quizá lo más emotivo que acontezca es que comemos juntas las dos familias que hicimos con mi tía Carmen y sus hijos.
Eso ocurrió luego que se abriera "la puerta de en medio", que así la llamábamos y que nos mantuvo separados por varios años de la casa de la abuela donde ellos vivían.
Para la ocasión la invitada de honor habría sido entonces la abuela Sofía, que la íbamos a llamar y la traíamos cogiéndola de la mano. Tengo yo imborrable en mis palmas su calor, como también su palpitación y latidos, hablándonos ella siempre de algo a cada paso que daba cogiéndose de la pared con la otra mano, bien peinada, fresca, con su traje a cuadros, limpio y largo hasta rozar el suelo.
Nosotros, cuando eso ocurría, estábamos alegres y dispuestos a cualquier travesura, porque con la abuela en la mesa todo era cariño, amabilidad y halagos, incluso para nosotros.
La conversación en tales casos estaba pendiente de lo que ella hubiera querido referir ese claro mediodía, porque así era el respeto y la consideración que deparábamos a los mayores.
11. De vez
en cuando
¡Pobre abuela Sofía! Todavía no le he hecho el homenaje que ella se merece. Porque ella ha sido una presencia tierna y protectora en nuestras vidas, que era en muchos aspectos dura, y donde ella es una sombra dulce y consoladora, como un bálsamo en nuestra pobreza que mirada a través de la distancia uno la reconoce como una extraordinaria riqueza.
Pero, siguiendo el relato de ese día, ya en la tarde mamá hubiera hecho alfeñiques, que es la hora en que subían a la casa la abuela Rosa, por parte de mamá, con mis tías Zarela y Betty. Y la prima Mirtha.
Y entonces nosotros hubiéramos dejado que los mayores tomen encariñados su café con aceitunas negras encebolladas, y mantequilla de Uningambal, mientras nosotros jugábamos en la oscuridad, porque no había luz en la casa, salvo en la cocina donde ellos conversaban y reían.
Jugando a escondernos en todos los rincones y chiribitiles, debajo de las mesas, en los rincones húmedos o en el suelo polvoriento, debajo de las camas. Viniendo de vez en cuando a coger los alfeñiques que desaparecían del plato de porcelana en donde torcíamos todas las cucharas tratando de despegarlos.
12. Lo
que sea
Te recuerdo de pequeño como un ser de cariños fuertes y libres, que rápidamente hacía "querencias". Que sabías llegar y encantar. Que tenías muchas ilusiones, y voluntad propia.
No olvido acerca de cómo para una fiesta del Apóstol, tú mismo te empleaste como ayudante de un vendedor de cachivaches: de aretes, anillos y collares.
Lo increíble es que tendrías 6 o 7 años. ¡Y no más! Porque la impresión es que eras muy pequeñito y lo cierto es que el vendedor reconoció que tenía que pagarte mucho, y día a día. Si no de repente no volvías y la ayuda que tú le prestabas era para él como un milagro.
¡La venta en los momentos en que tú estabas ahí era buenísima, increíble, asombrosa! Y bastaba que desaparecieras para que todo decayera. Porque tú le ponías corazón y vida, colocándote a un costado del atril y anunciando las ofertas “de lindos aretes, anillos y collares”.
Y lo decías de manera tan persuasiva que la gente se detenía, dándole gusto ver a un chiquillo gracioso y vivaz entre la multitud y el bullicio, que se detenía a comprar lo que sea solo por la gracia de haber visto hacer lo que tú hacías.
13. Que
era tanta
El negocio para el mercachifle era estupendo, tanto que en plena fiesta tuvo que ir y volver trayendo más mercadería de Trujillo. ¡Tanto vendía que te citaba desde primera hora de la mañana hasta la anochecida!
Venías a almorzar tan apurado que te quemabas la boca. Y tomamos tan en serio y con tanta responsabilidad tu puesto de trabajo que te íbamos llevando la comida a La Alameda, donde tuviste tu primer empleo.
Pero el gesto maravilloso es que todo lo que ganabas venías y lo entregabas a mamá. Y eso te llenaba de orgullo y de felicidad exultante, que todo el tiempo en la casa estallabas de gozo, como un cascabel.
No recuerdo cuánto era en dinero lo que ganabas cada día, pero me ha quedado la certeza de que era mucha plata, porque eran fajos y fajos de billetes que entregabas a mamá.
Aunque en los recuerdos se agrandan las cosas, esta vez a todos nos tenías asombrados. Y ya en confidencia con mamá, comentábamos acerca de tu generosidad, que era tanta y que se ha corroborado con el correr de los años porque a todos ayudas y proteges.
14. Y es
que tú
Porque entregarlo a mamá era como regalárnoslo a todos nosotros, que sabíamos de los apuros de orden económico que en la casa se vivía y que eran tirantes. Y mamá los sufría de veras.
Esa determinación tuya me revela que sufríamos mucho y las carencias del hogar eran enormes.
Nuestra vida era angustiante en muchos aspectos, pero en ese era peor. Porque de lo contrario tú hubieras gastado lo que ganabas en ropa, juguetes, golosinas o en cualquier otro antojo.
Pero al entregarlo puntualmente para la comida de la casa, a los seis o siete años, aportando al presupuesto del hogar, es una acción tan honda de lo que era nuestra vida y de lo que tú eres, que se me ha quedado indeleble y grabada como una flor con todas sus espinas.
Y hasta ahora me produce dolor, admiración a la vez que me fascina, de cómo un niño es tan grande y puro en sus afectos.
Y es que tú eras un ser alegre, animoso, luchador. Y ese mismo espíritu es lo que te hace triunfar ahora.
15. La crisálida
sus alas
Indudablemente, acciones como esa eran anuncios de lo que harías después, como reconstruir esta casa, adobe tras adobe, un patrimonio que la mayoría abandona y desestima. Tú en cambio la has levantado de las ruinas, muchos creyéndote loco:
– ¿Viene a invertir en estos despojos? Entonces eso quiere decir que ha fracasado lejos, en el extranjero.
Lo has hecho incluso con la opinión adversa de muchos de nosotros: “A mí ni me hablen de eso”. “Ni que estuviera loco”. “¿Y qué saco yo con eso?”. “¿Acaso me sobra la plata?”
Tú la has levantado peleándote con todos y yo quiero celebrarlo como ejemplo. Y signo de una actitud coherente y moral en relación a nuestra historia.
Porque el carisma es regresar a nuestros pueblos de origen; devolver lo que la tierra y nuestros pueblos nos han dado, puesto que cada grumo de polvo pertenecen a la tierra que nos vio nacer, debiendo ser gratos con el sitio donde pudimos alentar nuestros sueños, anhelar y donde pudo abrir la crisálida sus alas, para volar hasta el sitial en que ha volado.
16. Aquí
y ahora
Por eso, te abrazo ahora hermano, en esa vieja casa que tú has reconstruido, en donde yo sé que se humedecen los ojos de nuestro padre muerto, viéndonos bracear en las aguas a veces turbias y voraces de la vida.
Te abrazo en ese cuarto del segundo piso de nuestra casa, con la lámpara de kerosene de tubo acampanado que se ha ido negreando. Y ya se ha apagado. Conversando desde nuestras camas antes de dormir, que es cuando nos confesábamos secretos y, a veces, llorábamos en silencio.
Y creo que todavía allí seguimos desvelados, ideando un destino mejor para todo nuestro pueblo, por lo cual también estamos luchando.
Hay tesoros escondidos en nuestras vidas, como son nuestra infancia, nuestra familia y el mundo de inocencia, candor y ternura que nuestros mayores supieron cultivar en nuestras almas, ahora extasiadas en esas lejanas horas. Y es eso que nos hemos prometido rescatar y defender, consagrando nuestra vida, aquí y ahora.
Por todo eso, te abraza con toda el alma, tu hermano que te quiere y admira tanto, Danilo.
Texto que puede ser reproducido
citando autor y fuente
Teléfonos: 420-3343 y 420-3860
dsanchezlihon@aol.com
Obras de Danilo Sánchez Lihón las puede solicitar a:
Editorial San Marcos: ventas@editorialsanmarcos.com
Editorial Bruño, Perú: ventas@brunoeditorial.com.pe
Instituto del Libro y la Lectura: inlecperu@hotmail.com