INSTITUTO DEL LIBRO Y LA LECTURA, INLEC DEL PERÚ,
Y CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
TERCER DOMINGO DEL MES DE AGOSTO
DÍA DEL NIÑO EN EL PERÚ
PLAN LECTOR, PLIEGOS DE LECTURA
MATE DE CEDRÓN
Y CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
TERCER DOMINGO DEL MES DE AGOSTO
DÍA DEL NIÑO EN EL PERÚ
PLAN LECTOR, PLIEGOS DE LECTURA
MATE DE CEDRÓN
La infancia es el porvenir del hombre
Uno
– ¿Qué hora es?
– Las cuatro de la mañana.
– Y, ¿dónde estamos?
– En plena jalca. Y hace un frío horrendo.
Todos duermen en el bus, arropados bajo mantas, ponchos, rebozos y frazadas.
– ¿Y por qué se habrá detenido el ómnibus?
– Parece que aquí se abastece de agua. Seguro que el radiador se recalienta por la subida tan larga y empinada que hace. Y mira, ha nevado.
– Ahí hay un letrero con una flecha. ¿Qué dice?
– Mina Buenaventura.
– Y, por ahí, hay otra carretera.
– Es el desvío que sube a la mina.
– ¿Podrá la gente vivir más hacia arriba todavía?
– Vive y labora
– ¿A qué altitud estaremos?
Dos
– Estamos sobre los cuatro mil quinientos metros.
– Y nieva, mira las piedras, todas tienen escarcha.
– Por eso, aquí solo crece el ichu.
– Y mira, hacia allá, esa casa ya vetusta, torcida por los años. Con techos de tejas viejas.
– Es una casa valerosa.
– Es la única en este páramo, y parece deshabitada.
– ¿Por qué crees eso?
– Porque, ¿quién va a vivir aquí? ¡Habitar aquí sería inhumano! En esta oscuridad, en este frío y en este silencio.
El aire escasea. Los pasajeros se arrebujan y se hunden en los asientos. Por aquí ningún árbol crece, todo es roca, piedra y cascajo.
– ¡Pero mira! La puerta de esa casa se ha abierto. Y sale una débil luz, que debe ser de mechero, lamparín o de vela.
– O del fogón de una cocina.
Tres
Por la ventana empañada vemos que de esa casa corren hacia el ómnibus donde estamos, dos niños trayendo algo.
– ¡Cedrón! –dicen con sus voces cristalinas–. ¡Mates de cedrón! ¡Calientitos, para el frío!
– ¡Mira la ropita de esos niños, en tanto frío! ¡Y tienen los pies descalzos! ¿Qué edad tendrán?
– Quizá ocho años, la mujercita. Y el niño, unos seis
– ¡Cedrón! ¡Calientito, mate de cedrón!
Nadie los hace caso. Poco a poco el entusiasmo con que salieron corriendo va cediendo a una voz menos animosa, más lenta y distante.
– ¡Cedrón!
– ¡Mates de cedrón!
Lo ofrecen por las ventanas.
¿Y quién va a abrirlas con tanto frío? Todos duermen, además.
– ¡Pero suban! –Les digo–. ¡Suban! ¿Quién va a bajar a comprarles? ¡Nadie!
Cuatro
– El chofer no quiere.
– ¡A ver, voy a avanzar hasta la puerta.
Una ráfaga de viento helado sopla y pasa bramando.
Los niños tiritan de frío, les castañetean los dientes.
– ¿Pasan muchos carros por aquí?
– Más volquetes que bajan de la mina.
– ¿Y para qué es bueno el cedrón?
– ¡Para el corazón!
Es noche oscura. No se distingue el perfil de los cerros ni dónde empieza el cielo. Aquí no brilla ninguna estrella en el cielo.
Ya subió el chofer. Ya el ómnibus arranca.
– Denme una botella. ¿Cuánto es? Ahí está el sol. Bueno niños, adiós.
– Adiós.
Cinco
– ¿Has comprado?
– No comprarles es ser indiferentes. ¿Y eso, acaso, no los hará sentirse frustrados, defraudados de que en la vida nada hay, ni nada se consigue?
– ¿Y está caliente? A ver. ¡Está frío!
– Yo diría que tibio.
– Pero dijeron caliente.
– Pero, ¿cómo vas a pedirles aquí que lo mantengan caliente? Mucho hacen con que esté tibio. Y no helado, como nuestras almas.
– ¡Qué! ¿Y lo estás tomando? ¿Con qué agua lo harán?
– Acabo de probar. ¿Quieres tú?
– No. ¡Ni loca! ¿Qué tal si al llegar te enfermas? ¿Quién dicta el curso? Mira esa agua turbia y la estás tomando. Nadie ha comprado, ni siquiera la gente que es de este lugar. Y tú, sí.
– Pero si vieras sus caritas de ilusión, el afán de hacerle frente a la dureza de la vida. ¡El poder emprender algo! Y son niños.
Seis
– Quizá alguien los utiliza.
– ¡Quizá! Pero esa moneda que es su pago honrado, ese único sol exacto, para ellos justifique muchas cosas. Por lo menos el haberse levantado a estas horas, al oír el rumor del ómnibus. De lo contrario, ¡nada! Su ilusión para poner las botellas cerca de la lumbre a fin de que estén calientes, ¿dónde queda?
– ¿La sigues tomando?
– Sí, ¿Y qué crees? ¡Por su puesto que lo voy a tomar!
– A ver. ¡Y no tiene grumo de azúcar!
– El dulce es el encanto con que lo tomas.
– ¿No crees que ya es suficiente con los sorbos que has tomado?
– ¡Voy a tomarlo todo! No hacerlo sería como despreciar a este mundo. Voy a tomarlo, así me muera.
Siete
– Eres terco.
– Pienso en su ilusión, pienso en sus manitas, en cómo se han despertado en tanto frío. Pienso en que ese sol, ese mísero sol en sus manos se convierte no en pan sino en su capacidad de seguir creyendo.
– Seguir tomando esa agua es no tener conciencia, ni instrucción.
– Quiero confesarte lo que imagino: Estas botellas están tibias y no heladas como está una piedra, y frecuentemente nuestros corazones, porque las han abrigado con sus cuerpos. Han dormido con ellas. Y eso me conmueve. Y lo asumo como un pacto de latidos que ellos y yo hacemos.
– A ver, dame a probar. Y si me enfermo me curas. Y si me muero me entierras.
No te vas a morir. Al contrario, esto va a hacer que vivas eternamente.
Por Danilo Sánchez Lihón
"El mejor olor es el del pan,
el mejor sabor es de la sal,
el mejor amor ¡el de los niños!
Grahan Greene
el mejor sabor es de la sal,
el mejor amor ¡el de los niños!
Grahan Greene
Uno
Un niño canta en el microbús. Me regala la ternura de su mirada sólo porque pongo en su manita morena e inocente, cincuenta céntimos.
Otro sube y dice así:
No te molestes conmigo amable pasajero. No creas que no siento vergüenza al interrumpir tu lindo viaje. Pero, levántame la moral haciendo que lleve un pan a la mesa de mi hogar. Ayúdame con una moneda que a ti no te va a hacer pobre ni a mí rico. Y no creas que no tengo nada que ofrecer. Te traigo el poema "Pobre amor" de José Gálvez, que dice así:
Pobre amor, no lo despiertes
que se ha quedado dormido...
hay en sus labios inertes
la tristeza del olvido.
Dos
Pobre amor, no lo despiertes
Dios sabe cuándo ha sufrido.
Pobre amor, no lo despiertes
que se ha quedado dormido.
¡Una moneda por la inmensidad de esas palabras! Y encima me ha dado bendiciones en nombre tuyo, mi Dios.
Dos hermanitas están cantando una canción andina que no había vuelto a escuchar desde los días de mi infancia. Les doy un sol y ponen en mis manos diez caramelos. Pruebo uno que endulza mi vida para siempre.
– Dar limosna aumenta la cantidad de pordioseros en la ciudad. –increpa, sin mirarme, mi ocasional compañero de asiento.
Otros niños del Centro Victoria dan testimonio de cómo se han recuperado de las drogas. Venden unos pañuelos de tocador con un fresco aroma a espliego y alhucema, a manzanilla y jazmín.
Tres
Todo por un sol y encima agradecen tanto que te hacen sentir el ser más bondadoso de la tierra. ¿No es extraordinario? ¿Quién hace que te sientas así? Incluso la gente que dice que nos quiere hace que nos sintamos mal.
Sé que la solución no es esta. Sé que tendremos que luchar a morir para que todo cambie pero, entretanto, gracias Dios por el privilegio de poner en mis manos unas monedas que pueden hacer dichosos por un momento a quien las requiere.
En el fondo de todo esto hay desgracia y terrible pena; llanto y no sé cuantos sufrimientos. Pero maravilla esta fuerza por vivir. Esta pugna por no dejarse morir.
Si no hemos podido todavía cambiar el mundo, gracias a estos niños porque con todo su dolor nos dan la oportunidad de sentir siquiera por un instante la bondad con que también está tejida la trama del universo. Y nos hacen prometer en silencio a no claudicar en intentar otra, y otra vez más, en cambiarlo.
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