martes, 31 de agosto de 2010

31 DE AGOSTO: DÍA DE LA SOLIDARIDAD - EL GALLITO CHUCO - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN

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INSTITUTO DEL LIBRO Y LA LECTURA, INLEC DEL PERÚ,


Y CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA

31 DE AGOSTO


DECLARACIÓN 31 DE LA ONU

DÍA DE LA SOLIDARIDAD

PLAN LECTOR, PLIEGOS DE LECTURA


EL GALLITO CHUCO


Danilo Sánchez Lihón

1. ¡No lo hagas por mi!

– ¡Ricardo! ¿Jugamos?

– ¡Hoy no! ¡No juego!

Mientras mis amigos del barrio se arremolinan, corriendo tras la pelota, yo quiero acompañar a Pablo, quien está solo a un costado, y a quien últimamente veo acongojado y triste. Y algo peor que la tristeza: no puede caminar. Sus piernas no tienen fuerzas. Se doblan como acalambradas.

– No lo hagas por mí. Ricardo. ¡Anda juega!

– No quiero jugar pelota. Prefiero jugar damas. Aquí las tengo; mira, traje el tablero.

– ¡Ricardo! ¡Entra que nos están ganando! –Pero yo les repito que no voy a jugar.

– Lo haces por estar con Pablo, ¿no?

– ¡Oye tú, Pablo! ¿Por qué no intentas jugar, ah?

– A mí también me parece, Pablo, que lo haces de flojo. Por estar allí sentado, y ocioso. –Le achaca también Nicolás.

– ¡Juega hombre, anímate!

2. ¿Qué tiene?

– No insistan–, les advierto.

– ¡Sí, puede! ¿Por qué no lo intenta? ¡Siempre fue flojo!

– ¡Ayúdame a pararme! –Masculla y resopla indignado.

– No les hagas caso, Pablo.

Se ha ofendido por lo que acaban de decirle.

– ¡Jugaré!, ¡para que estos zonzos vean sí puedo aún jugar!

– ¡Ya ves! ¡Podrá, pues!

– ¡No le insistan! –Repito indignado y enfrentándoles.

– ¡Déjame Ricardo, podré!

Se hace el valiente. Da un paso. Intenta otro. Se tambalea y cae de bruces, abriendo los brazos. Se ha golpeado la boca. Y sangra.

Un grito general y corremos a ayudarlo.

– ¡Pronto! Avísenle a Doña Mercedes.

Entre todos lo alzamos y lo llevamos hasta su casa.

¿Qué tiene?

3. Bordonean las guitarras

Nadie quiere reconocerlo pero es una enfermedad malvada que tiene un nombre simple e ingenuo: polio, por la cual, probablemente, no pueda volver a caminar. ¡Qué horror, con él que ha sido nuestro compañero de aventuras y correrías!

Cuando lo estamos llevando cargado en nuestros hombros escucho que Amelia me llama:

– Ricardo, tu papá te está esperando para que ensayen en la orquesta.

Me acuerdo. Y corro. Porque mi padre, ciertamente, me reiteró varias veces que hoy a las cinco de la tarde en punto iba a ensayar la orquesta, pues hay varios compromisos por cumplir, incluso viajar a Uningambal.

Entro. Veo que los músicos ya están todos esperando, listos con sus instrumentos.

Paso entre ellos y me siento ante la batería. Mi padre guarda conmigo un minuto severo de silencio. Es su castigo. Luego oímos que dice:

– Empezamos. Tondero: “La hamaca”. En re menor.

Bordonean las guitarras. Sigo el compás primero suavemente, y en un quiebre entran las mandolinas.

Ahí es cuando yo tengo que golpear fuerte la tarola y apurar el ritmo del bombo, presionando y golpeando el pedal con el pie.

4. ¡Y cómo es la vida!

A una señal cantamos:

¡Qué triste es mi vida

llora que llora, llora!

sin ninguna esperanza

de tu amor y confianza.

Mi padre me hace un gesto para que yo eleve la voz:

¡Que triste es mi vida

mentira solo mentira!

Y se mece la hamaca tendida

de aquí para allá,

de allá para acá.

Y se mece la hamaca tendida

de aquí para allá,

de allá para acá.

Él dirige la orquesta y toca también la primera mandolina, adornada en la parte del diapasón con una cinta bicolor, roja y blanca. Pero cuando quiere coge la guitarra o el violín:

Agua de los montes

¿cuándo volverá?

Lágrimas de mis ojos

agua de mi caudal.

Qué triste es mi vida!

mentira solo mentira

y se mece la hamaca tendida

de aquí para allá,

de allá para acá.

Y se mece la hamaca tendida

de aquí para allá

de allá para acaaaaá!

¡Qué bella sobresale nuestra música! ¡Qué armonía hacen las voces cuando se acoplan fervorosas y solidarias. Y confiadas, tal y cómo es la vida verdadera!

Y pienso: ¿cómo estará Pablo? ¡Qué impresión tan fuerte se ha llevado su mamá cuando lo recogimos, cargamos y entregamos. ¡Pobrecita!

5. Junto a tu nido

La segunda mandolina la toca Pedro, que vive en nuestra misma calle pero a dos cuadras más arriba, de oficio zapatero, grueso y de labios amoratados, quien frota las cuerdas dulcemente con la cabeza levantada y los ojos entrecerrados, igual a las pavas cuando duermen.

Ahora, a ver “El saúco verde”. Es curioso, aquí en Santiago de Chuco hasta en las fiestas les encanta escuchar yaravíes. Y es que en estas reuniones no solo se baila sino que también se siente, se piensa y se conversa. Y hasta se contempla arrobado el universo:

Ojitos de saúco verde

color de palo amarillo,

¿cómo quieras que te quiera

sin que tú me hagas cariño?

Siempre he admirado a quienes hacen la segunda voz. ¡Qué profundidad, relumbres y ribetes que adquiere la canción! Aunque mi padre siempre me impulsa a ser más la primera voz y a cantar cada vez más alto:

Tú eres la gloria del cielo

eres placer y fortuna

que brillas como en el cielo

cholita el sol y la luna.

Cholita si tú me quieres

ábreme tu corazón

qué dichoso de placeres

con cariño y emoción. .

Ni Tito ni Nicolás saben lo grave que es la enfermedad de Pablo. Ni tampoco yo sabía, hasta ahora que lo he visto caer.

6. Los espero a todos

La primera guitarra la pulsa y hace vibrar don Leoncio, que vive en la salida del pueblo, camino a Urupamba. Es alto, blanco y ojeroso; que se inclina cuando rasguea las cuerdas, como si se agachara para escuchar a un niño dentro de su pecho. Pero en la fuga levanta el rostro mirándonos con sus ojos negros, buenos y apacibles. En esos momentos: ¿en qué piensa? Y la segunda guitarra la toca Róger, joven límpido, siempre sonriente y atildado.

No le obedecen las piernas a Pablo. Y yo tenía la esperanza que ya pasados los días, podría caminar.

Viva Dios viva María

y toda su compañía

viva Santiago de Chuco

y todas sus melodías.

A la una , a las dos, a las tres

a las cuatro de la mañana...

Después de ensayar varias piezas, mi padre, levantándose, nos dice:

– Pasado mañana saldremos temprano a Uningambal. Los caballos y arrieros llegarán la noche anterior. Los espero a todos para salir a las cinco de la mañana.

7.


Cuando nos quedamos solos papá me llama la atención por la tardanza: “Ser puntual es cortesía, es comedimiento y es respeto a los demás. Nunca lo olvides”.

Me disculpo y le prometo que no volverá a suceder. Y le cuento:

– Papá, Pablo se ha caído y está muy grave.

– Iremos a verlo, –responde.

– ¿Tú crees que pueda viajar papá? ¿Y tocar la batería? ¿Y cantar bien?

– Hijo, solo podremos ayudar a nuestros amigos teniendo valor y no dejándonos vencer por el sufrimiento.

– Pero, ¿cómo podré cantar y estar alegre?

– La música y el canto también contiene nuestro dolor, que a veces no se manifiesta como tal, pero es uno de sus sustentos del arte. Ven, vamos a ver a Pablo. Y avísale a tu mamá, para ir también con ella.

Cuando entramos a casa de doña Mercedes mis padres se quedan hablando con ella. Y yo paso a la habitación, a estar con él a un lado de la cama donde descansa.

Felizmente está consciente, aunque inmóvil.

8. Resuenan los herrajes

– Pasado mañana actúa la orquesta en la hacienda de Uningambal. –Le digo.

– Quizá cuando vuelvas ya no me encuentres.

– ¿Por qué? ¿Adónde irás? Tú sanarás aquí. Pablo.

– Ha venido el médico y le ha dicho a mi mamá que tendrán que trasladarme a Trujillo o Lima a fin de que allí me atiendan.

– Lo que no debemos perder para todo es la esperanza.

– Esperanza... Esperanza... qué difícil es tenerla cuando ni siquiera se puede caminar.

Debe ser. Hay realidades que uno no comprende y solo nos toca ser reverentes y guardar silencio.

Son las cinco de la mañana y ya estamos montados en los caballos. Mi madre al despedimos le ruega a mi padre que se cuide y me cuide.

Los caballos empiezan su marcha, primero paso a paso y luego con un leve galope, haciendo resonar los herrajes en el empedrado de la calle con un sonido fresco y metálico.

En la grupa de las acémilas que trotan adelante van enfundados y amarrados los instrumentos.

Juancho, el arriero, va a mi lado montado en una mula baya. A mí me han dado un caballo pequeño y así colorado.

9. Aves incandescentes

A media mañana estamos ya en la puna o jalca. Hay tupida neblina y cae una lluvia persistente.

Nieva sobre nuestros ponchos, como sobre la crin y las riendas de los jamelgos.

Pero pronto el camino empieza a descender y al caer la tarde estamos entrando a la comunidad de Uningambal.

Nos reciben con cohetes y un jolgorio generalizado.

Las paredes vetustas de la Casa Hacienda, con balcones abombados, echados de lado por los años, lucen guirnaldas y cadenetas que penden de los aleros amarillentos y ya carcomidos por el tiempo.

Al anochecer se queman castillos artificiales, de los cuales salen luces de todos los colores, pétalos, luciérnagas, luceros, mariposas verdes, amarillas, azules. Y aves incandescentes que huyen en la inmensidad del cielo.

Pronto estamos instalados hacia un costado de la amplia sala de la Casa Hacienda, con piso de madera reluciente, untada de kerosén, y de cuyo techo de vigas cimbreantes penden lámparas encendidas con algún motor que atruena en algún corral interior.

10. Préstame tus alas

Penden también pompones, florones y en la pared adornos de cotillón. Y sillas de paja alrededor, arrimadas a las paredes de grandes ventanales por donde se ve la algarabía de la gente en el traspatio.

Y se inicia la fiesta.

Después de entonar una y otra pieza, el ambiente se ha ido tornando entusiasta y apasionado, de tal modo que ya improvisamos canciones que salen mejor que las ensayadas. A ver, “Zorzalito negro”, dice mi padre.

Zorzalito negro

qué bonito cantas,

saltando y brincando

cuando va lloviendo.

El redoble en el tambor me resulta íntimo, confidente y las baquetas me acompañan con ligereza. El pedal del bombo bajo mi pie me obedece febril, sumiso y animoso. Yo marco el ritmo a los demás instrumentos. Y canto:

Palomita blanca

con piquito de oro,

¿qué mensaje llevas

por la cordillera?

Qué bonito vuelas

tras los altos montes,

préstame tus alas

para irme contigo.

11. Unidos en el destino

Y remato la fuga en los platillos, que hace zapatear a la gente.

Alhelí, alhelí, alhelí,

qué bonita flor eres tú,

color de mis esperanzas,

color de mis ilusiones.

Alhelí, alhelí...

La alegría también es tristeza hacia adentro. Porque no dejo de pensar en Pablo. Pero recuerdo también lo que dice mi padre: es con valor que podremos ayudar a nuestros amigos. Y debemos buscar la alegría para dársela a todos. Y no dejamos vencer ni por la amargura ni por las adversidades.

La música siento que sale y entra, hasta el colmo y desde el fondo, del alma:

Esta noche con la luna

y mañana con el sol

las delicias de un te quiero

las caricias de un amor.

La alegría de las personas es grande. Con la fiesta pareciera que compensan todos sus sufrimientos. Como si se encontraran unos a otros y supieran que están muy unidos en el destino. Y que hay que tener coraje, a pesar de todo.

12. Él roza su falda

“Aguacerito”, le confío a mi papá.

– ¡Ya pues! ¿Lo sabes completo? –Me pregunta–. A ver, ¡cántalo! Y arrancamos:

Aguacerito cordillerano

¿Por qué te cruzas en mi camino?

Si tú te cruzas en mi camino

juntos haremos nuestro destino.

Yo pensaba que era para escucharla. Y todos salen a bailarla. Es como bailar la pena. Bailar el coraje, bailar el valor, como el arrojo, el sacrificio, y eso está bien. Así debiera de ser.

Danza el campesino, el artesano y el peón. Danza el caballero, galán y pretencioso, que no se pierde una pieza, que luce orondo como un pavo real, que da vueltas, feliz y animando con su regocijo y su talante a los demás:

Tú irás llorando y yo iré cantando

sobre los cerros sobre las lomas,

aunque tu padre sea un volcán

aunque tu madre sea un abismo.

Baila una pareja que se mira a los ojos como si no hubiera tiempo, o unidos desde que se inventó el tiempo.

Él roza su falda y ambos dan vueltas cogiéndose de las manos.

13. ¡Oiga usted!

Nuestro camino sigue su marcha

sobre la nieve, sobre la escarcha

aguacerito cordillerano

¿Por qué te cruzas en mi camino?

Danza el anciano a quien se le humedecen los ojos y se aparta a un lado para secarse una lágrima, quizá recordando algo muy querido que ahora no tiene pero evoca.

Danza el mayordomo con sus ojos chinos de gusto repartiendo tamales, empanadas y refrescos.

Se acerca el Alcalde y me rodea el cuello con su brazo, diciéndole a mi padre:

– Oiga usted. Este niño canta lindo. Oiga usted, don Pascual.

– ¡No se lo diga que se lo va a creer. Y después ¿quién se lo quita? –Le responde sonriente.

Hay un muchacho melancólico que no baila ni habla y solo se dedica a beber. Pero su gesto es amable y generoso.

Pareciera que pensara en algo que está muy lejos y que es inalcanzable. El se acerca a cantar con nosotros. Y lo hace con una voz quebrada, pero hermosa.

14. Gracias por venir

Y toda la orquesta lo acompaña:

Neblina blanca

del mes de mayo.

Tú eres quien roba

las esperanzas

de mi corazón

apasionado.

Por muchos sitios

he caminado

pero en ninguno

jamás he hallado

amor tan grande

como es el tuyo.

¡Qué belleza! La gente se abraza. Hay un grupo de muchachas que ríen hasta desternillarse. Y se codean cuando alguien pasa tambaleante a su lado.

Hay también niños que juegan aparte, felices de que sus padres sean felices, de que haya tanta comida y tantas cosas que ver en esta fiesta del aniversario del pueblo.

Pero ya es tarde y es hora de retirarnos. Se acerca entonces el Alcalde con un grupo de mayordomos que abrazan a mi padre.

– ¡Magnífico, Don Pascual! ¡Gracias por venir nuevamente! ¡El próximo año les esperamos otra vez!

– ¡Cómo no! ¡Gracias, gracias también!

Mi padre les corresponde con el abrazo y el afecto sincero.

– Quiero obsequiarte algo a este niño, –dice el Alcalde.

Y saca un gallito, que refulge como oro, entre sus manos callosas y nobles.

15. El rumor del río

– ¡Es un Gallo Chuco! –Dice–. Es un gallo especial. ¡Así lo llamamos cuando son corajudos, de tamaño pequeño, pero muy valientes! Es una raza única, propia de estos lares.

– Gracias, Señor Alcalde, –le contesto con palabras entrecortadas por la emoción.

Me lo alcanza y ya entre mis manos siento que se revuelve como queriendo escapárseme.

Ya casi al amanecer iniciamos el viaje de regreso. Prácticamente no hemos dormido. El camino es lento y el clima lluvioso en las alturas.

Yo traigo mi precioso regalo envuelto entre mis brazos.

Juancho me acompaña, siempre en su mula baya.

Mi padre y los músicos se han retrasado, pues las autoridades han querido invitarles algo.

Atravesamos una colina y luego bajamos escuchando el bravo rumor del río.

Cuando estamos vadeando de improviso mi caballo resbala, por ganar de un salto una piedra. Me siento en el aire y caigo al agua que me envuelve y ahoga.

Y por sujetarme suelto al gallito.

16. Zarandean sus monturas

Cuando me recupero, cogiéndome de dos pedruscos que hacen un canal, veo que al gallito lo lleva la corriente y él no puede defenderse porque tiene amarradas las patitas que yo até para que no se me escapara.

– ¡Juancho! ¡Juancho! ¡Mi gallito!– grito.

Viéndome a salvo, con la velocidad de un rayo bota su poncho y veo que se lanza a la corriente que lo envuelve. El gallito ya está lejos y se pierde en las aguas arremolinadas. Pero Juancho se deja llevar, como si estuviera inerte.

La corriente lo saca a flote y lo hunde. Y lo arrastra golpeándolo una y otra vez contra las piedras hasta hacerlo desaparecer.

Pasan minutos interminables. Todo se convierte en soledad, abismo y silencio.

Los caballos se sacuden las crines, se azotan el lomo con las colas y zarandean sus monturas. Ya de impaciencia baten sus orejas y golpean con sus cascos el suelo.


17. Juancho, ¿y tus ojotas?

Cuando la angustia me ahoga ya completamente, escucho un grito:

– ¡Niño Ricardo! ¡No llores! Aquí lo tengo.

Juancho, de pie en lo alto de una piedra, me muestra el gallito que alza en una mano.

Ya a mi lado me lo entrega aterido. Y yo abro mi camisa para darle abrigo.

Como si me hubieran dado una paliza y con un dolor punzante en el pecho y en la espalda seguimos cabalgando, esta vez con un caminar más pausado.

– Juancho. –le digo al verlo cojear– ¿y tus ojotas?

– ¡Se las llevó el agua, niño!–. Y ríe, con una carcajada que me muestra todos sus dientes. Y que despeja las nubes que se apelotonan amenazantes en el cielo.

Ya al atardecer ingresamos a la calle principal del pueblo que nos conduce hasta mi casa. Mi madre al sentirnos sale y yo salto acurrucándome entre sus brazos. Mis hermanos también se cogen a mi poncho.

18. Bate las alas

– Mamá, –le digo–. ¿Me esperan un momento?

– Si, hijo.

– Ya vengo.

Y corro a la casa de Pablo.

Entro a su cuarto y hasta el borde de su lecho, donde está como dormido. Pero despierta y me mira.

– ¡Pablo! ¡Pablo! –Lo sacudo–. Adivina lo que te he traído.

Se incorpora y con la mirada trata de adivinar aquello que escondo y abrazo debajo de mi poncho de lana.

– Mira, es para ti. ¡Es tuyo, Pablo! –Le digo. Y le entrego el hermoso gallito de plumas doradas que se escapa, se echa a correr y vuela.

Sube a la ventana y se detiene altanero. Bate las alas y lanza su primer kikirikí. Que a todos nos hace reír.

Pablo lo mira emocionado.

– Es un Gallito Chuco. –le digo–. Esto es: pequeño, orgulloso y muy valiente.

19. El canto del gallo

Dos lágrimas corren por las mejillas de Pablo quien ahoga unos gemidos.

– ¿Qué pasa Pablo?

– Siento un gran dolor y fuerte calor en mi cuerpo.

– ¿Te está pasando?

– Mira, es como si se hubiera aflojado la rigidez de mi cuerpo.

– ¿Te sientes mejor?

– ¡Ricardo, mira! Ya puedo mover mis piernas! ¡Llama a mi mamá! ¡Ya puedo mover mis piernas!

– Mamá ha salido un momento, Pablo. –Dice entrando su hermana–. ¿Necesitas algo?

– ¡Ya puedo mover mis piernas hermana!

– ¡Sí! ¡Vas a volver a caminar, Pablo, tengamos fe!

– Ahorita seguro viene.

– ¿Sabes Ricardo? –Confiesa, mirándome con sus ojos cristalinos–. Vino a verme una señora que dejó dicho a mi mamá que me iba a sanar el canto del gallo en la ventana. Y que no se preocupara mucho en conseguirlo. Que el gallo iba a llegar a esta casa. Era una señora, pero no sabemos de dónde venía ni quién era.

20. ¡Eso siento!

– Tú volverás a caminar, Pablo, de eso estoy seguro.

– Sí. Ahora siento que podré caminar. Pero quiero que esté presente mi mamá. Su tristeza por lo que me ocurre me destroza el alma.

– Qué bueno que pienses en tu mamá.

– ¿Y has visto como este gallito me ha cantado?

– Te ha cantado y te volverá a cantar como si la vida recién naciera.

– ¡Eso siento! Como si la vida recién naciera.

– ¡Ponle un nombre a tu Gallito Chuco!

– Desde que lo vi ya le había puesto un nombre. O creo que desde antes.

– ¿Cuál? ¿Cómo se llama? –Le pregunto sorprendido.

– ¡Amanecer!

Lo miro asombrado, como si a su vez, yo naciera.

– ¡Claro! ¡Ese es su nombre!

– ¡Amanecer! –Me contesta–. Se llama ¡Amanecer!

Amanecer del pueblo, amanecer de la vida, me digo en silencio.


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