viernes, 20 de agosto de 2010

20 DE AGOSTO: CENTENARIO DEL POETA FELIPE ARIAS LARRETA - PLAN LECTOR CAPULÍ - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN

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INSTITUTO DEL LIBRO Y LA LECTURA, INLEC DEL PERÚ,


Y CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA


20 DE AGOSTO 1910-2010


CENTENARIO DEL NACIMIENTO DEL POETA

FELIPE ARIAS LARRETA,

POETA DE LOS LUCEROS Y LAS ESPIGAS



PLAN LECTOR, PLIEGOS DE LECTURA


SERENATA EN TINIEBLAS

Por Danilo Sánchez Lihón


“Vela acunando a los sueños
la blanca paz de la noche”.
Felipe Arias Larreta


1. Estoy listo

Pum, pum, pum, tocaron a la puerta.

– ¿Quién es? –respondió.

– ¡Pascual! Ábreme. Soy yo. ¡Felipe!

Es Felipe Arias Larreta, su amigo entrañable, su hermano del alma.

– Pascual, por favor, saca tu violín. Y acompáñame.

Por el gesto que tiene, es una cita de vida y muerte. Ineludible. Y está demás preguntarle: ¿A quién? ¿Cómo? ¿Por qué?

¿Qué será? ¿Por qué insiste, si ella tiene los ojos puestos hacia otro lado? ¿Quizá viajar de un modo intempestivo? ¿Qué día es hoy?

¿De ayer a hoy, algún detalle nuevo se agregará a esta triste historia?

Todo eso se pregunta en silencio don Pascual, pensando en su amigo.

– Ya estoy listo. Vamos.

– Pero anda y saca tu abrigo y tu bufanda, porque nos vamos a demorar un buen rato.


2. ¿Dónde estamos?

Está claro. Pese a la indiferencia de ella sigue enamorado. Pese a que ELLA ya es de otro. De otro que la maltrata siendo tan bella. ¡Ah, el amor, qué ciego es! Y tanto la maltrata que ya es un escándalo, ella que nació para ser reina, por lo hermosa y distinguida.

Y ahora, ¿qué es de la pobre? Y Felipe, hecho una caña al viento, sufriendo. Pero en descargo, y valgan verdades, él nunca le declaró su amor. Así son los poetas. Ella le ha contado a Carmela, quien la llenó de reproches. Pero le ha dicho: “Felipe nunca me habló. Nunca me dijo nada”. Y es cierto. ¡Amor romántico de poeta!, pero sangrante de dolor, como de cualquier otro mortal.

Enrumbamos de frente por la calle Colón. Claro, a ella es. Por eso vamos por esta recta y dirección, para salir derecho a su casa. Seguro que su marido no está.

De lo contrario ¿cómo atreverse a darle una serenata? ¿Habrá viajado? Pobre Victoria. Y pobre Felipe. ¡El amor, con ser tan glorioso, siempre tiene vendados los ojos!

Pero, ¡nos estamos pasando! ¿No es aquí? Claro que sí. ¿Estamos en Colón con Tomás Ganoza? Claro. Entonces, ¿a dónde estamos?

– Felipe, ¿no es aquí?


3. Por aquí, ¿a quién?

– No. Ahora no es a ella.

Entonces, ¿a quién? ¿Ah? ¡A estas alturas venir a conocer a un Felipe veleidoso! Ah, ¡no lo sabía, amigo! Pero eso está bien, hermano del alma. Así se curan estas heridas. Eso es lo que hay que hacer, convocar al olvido. ¡Olvidarse! Buscar otro cariño. Y me alegra que así sea. Ya que: ¿Por qué sufrir por alguien que ya tiene dueño?

Y entonces, ¿quién vive en esta dirección? ¿Hacia dónde vamos? ¿Ah?

Pero ya dejamos las últimas casas del pueblo. Hacia arriba ¡solo queda el cementerio! ¿Quién se atreve a caminar por estos rumbos, a estas horas?

Solo dos locos temerarios. Y uno de ellos, resulta que soy yo. ¿Habrá bebido?

– Felipe, ¿estás bien? ¿Adónde vamos por esta dirección y en esta oscuridad? ¡Por aquí ya no hay casas!

Y no responde. Por sus pasos se lo siente seguro y convencido de lo que hace. Y que él sabe adónde vamos.

¿Pero, por aquí, a quién? Por aquí solo hay pencas y árboles añosos. Y hacia arriba, en la colina, el cementerio tenebroso. Por aquí chirrían los grillos y entonan su lamento las lechuzas. Y se escucha el ajetreo de las lagartijas que se escapan al oír nuestros pasos.


4. Día a día

Por aquí ya solo silencio, la nada, el horror.

Incluso de día, los árboles gemebundos que hay aquí, parecen llorar.

Gimen desconsolados de ver tanto ataúd y caravanas de gente entristecida y llorosa.

O quizá se quejen por el destino de haber venido a crecer en este paraje sin alegría ni consolación.

– ¡Felipe! ¿Estás bien?

La oscuridad es tremenda. ¡Y no habla! Él que tanto gusta de hacer disquisiciones sobre esto y sobre aquello. Y disertar sobre lo útil y lo vano. Y plantear problemas filosóficos. Y llegar a conclusiones decisivas y tajantes, muchas de ellas de vida y muerte. Para luego pasar a fantasear ¡y soñar despiertos!

Pero la verdad: ¡nadie osaría transitar de noche, en su sano juicio, por estos senderos!

Donde hasta las piedras al resquebrajarse, se conduelen de pena. Donde hasta los árboles al gemir, parecen sentir angustia y pavor.

Y se preguntan acerca del dolor de la muerte que, día a día, pasa incansable por este camino.


5. Es increíble, estoy vivo

¿Estaré bien yo en seguirle? ¿Estará bien que yo lo deje avanzar? ¿O que yo me quede aquí? ¿Estará bien que sabiendo que vamos al cementerio, lo cual a estas horas es una profanación, yo lo deje seguir?

– Felipe, ¿no es peligroso venir a estas horas, por este sitio?

– ¡Solo te pido que no me dejes solo!

¿Qué le pasa a Felipe? ¿Qué ocurre? ¿Quién ha muerto para venir por aquí?

Por aquí de día se ven dos pozas, donde se detiene el agua translúcida de la lluvia sobre la arenisca blanca. Ojalá que no resultemos hundidos.

¿Habrá bebido?

– Estoy bien, Pascual. Estoy ecuánime y sereno. Solo sígueme.

¿Acaso he hablado esto último para que me responda? ¿O él sabe lo que pienso? ¡Son estos lugares que condicionan las cosas de otro modo!

Pero es amargo y pavoroso este camino. En el día es solemne y solitario. En realidad, atroz. Pero en noche cerrada como es ahora, ¿cómo describirlo? El alma se entumece y el cuerpo tiembla.

Ya estamos llegando. Es el cementerio. Es increíble que a estas alturas, ninguno de los dos haya muerto. Que yo aún esté vivo.


6. Por eso, ¡calma!

¿Vamos a entrar? ¡No creo! No, pues, Felipe. No seas insensato. No provoques a la muerte Pero siento que él intenta abrir la puerta. Ojalá no pueda. ¿Cómo va a poder?

¿Tendrá cómo hacerlo? ¿Pero quién va a echarle llave a esta puerta si nadie se atrevería jamás a venir a estas horas? Pero, ojalá esté con llave.

La puerta chirría. Ya la abrió. Él entra. También ingreso yo, como un autómata. Ya entramos ambos.

Caminamos tropezando con cruces y tumbas. Yo detrás de él. Él abriendo el paso entre malvas, retamas y mostazas que aquí crecen.

¿Felipe, eres tú? No vaya a ser que al voltear seas solo una sombra.

Es noche obscura, lóbrega, abismal. Noche que oprime los sentidos y el aliento. ¿Saldremos vivos de aquí? ¿Qué nos depara hoy el destino?

Hay tantos relatos de personas que han muerto por esta osadía. Y que resultan arrojando espuma por boca, narices, oídos y hasta por los dientes. Y todo por el espanto. Por eso, calma.

Por eso, invoco al reposo, a la serenidad y al sosiego.


7. Sentir una mano

Felipe ahora con las dos manos palpa una pared. Da vuelta donde hace una esquina. Ah, esta es la capilla de su familia, lo sé bien.

Está palpando todo con las manos. Creo que para adivinar mejor dónde está la cerradura de la puerta. Debe tener los ojos cerrados.

Ya abrió la puerta. Siento que ingresa.

Ha entrado. Yo espero aquí. Me producen mucha opresión los catafalcos debajo de una bóveda y situados hacia los cuatro costados. De día no los soporto ¿cómo será de peor siendo de noche?

Y, más todavía, ¿siendo las doce de la noche, cuando las almas andan sueltas?

Por eso, ¡cuidado! Cualquier error puede ser fatal en este preciso instante. Sentir una mano, unos pasos que se acerquen. Que algo nos roce, La sensación de una tela o de un trapo. Por eso, tranquilo, tranquilo.

Y tener despiertos y alertas todos nuestros sentidos.

Felipe ha empezado a interpretar en el violín. ¿Qué es eso? Desgrana unos acordes que parecen trizar la oscuridad en mil pedazos.


8. ¿A quién lo dice?

¿Quién soy? ¿Qué es todo este misterio?

¿Por qué estoy aquí? Nunca escuché antes lo que Felipe está tocando. Es algo inaudito, sorprendente, maravilloso. ¿Qué es? Le nace del alma.

Una queja, un llanto, un lamento. Un puñal que se clava, revuelve y tasajea las entrañas.

Ahora los acordes se desgarran en un desmayo absoluto y pleno. ¡Qué atroz es todo esto!

¿Todo eso hacia adentro puede caber en el ánimo de una persona? ¿Y poder así vivir y soportarlo? ¡Pobre Felipe! Es increíble. Entonces ¿quienes somos? ¿Solo polvo? O, quizá somos dioses.

¡Qué terrible y excelso a la vez! ¿Estoy vivo? Me palpo, para saber que estoy vivo.

Y digo: ¿cómo el espíritu pueden soportar estos momentos terribles y excelsos? ¿Puede imaginarse más horror y más hermosura que esta? ¿Hubo jamás expresión más tierna, honda y tremenda de amor que esta queja y que este grito desgarrado?

¿Hubo más adhesión y protesta que este alarido? Y, ¿a quién lo dice? ¿A dónde ha venido? A su familia, a sus seres queridos.


9. Límpidos en esta oscuridad

¡Qué poco merecedora de este amor eres, Victoria Otiniano! ¡Y qué paradoja es tu nombre!

He ingresado a tientas. Quiero acompañarlo. Camino al lugar de donde provienen las notas musicales.

¡Estremézcanse, campos tendidos! ¡Cuerpos ya yertos, despiértense! ¡Huesos y alientos dormidos, sientan!

Levanto mi violín. Siento el peso y la inmensidad de las tumbas que están que están alrededor mío.

Pongo los dedos en las cuerdas, el mango de la madera roza mi cuello y mis mejillas. Estoy empapado en llanto.

Sigo, primero con algunos compases.

Las notas fluyen acomodándose a los arpegios que salen de su violín. Ahí está, ya se encontraron.

Los sonidos brotan de mí, libres, cálidos en esta frialdad. Y límpidos en esta oscuridad. Exploramos juntos, envueltos en lo que es común, y en lo que es de todos.

Es como si hablara a través mío todo lo que está dentro de este suelo, quizá los muertos que hay debajo y en torno nos guíen, ayuden y orienten.


10. Libre al infinito

Ahora yo lo apoyo. Ahí, lo sostengo en mi pecho, en mis hombros. Ahora, lo impulso. Ahora, lo suelto. Lo lanzo con mis acordes a encontrar su destino.

Lo impulso a salir, a irse, a dejar esta tierra. ¡Busca tu destino!, digo pulsando el diapasón y entrando al torrente de la sangre como perlas cristalinas entre estas tumbas. ¡Dios mío!

Allí están las notas de mi violín y las de su violín en la noche aciaga y tenebrosa.

Fluyen ambos acordes seguros y parejos. Ahora él, otra vez, aprovecha para elevarse, ya solo, cabal y absoluto, en un clarín de notas agudas, sublimes, sagradas.

Ha subido tan alto que solo cabe sostenerlo.

¡Que vuele solo! Que se lance libre al infinito.

Y lo dejo. Y lo hace. ¡Que él termine! Es él el oficiante de este rito, de esta misa, de este cruce de caminos. Y de este holocausto. Y de esta despedida.

Hay una claridad al principio estrecha, pero luego es una alborada estallante, espléndida y anchurosa.


11. Albor del mundo

Ambos violines, ya al amanecer, instauran nuevas espigas, frutos, caminos. Nuevos peces, nuevas aves, nuevas semillas; desfloran cielos y noches absolutas.

¿Qué tiempo ha transcurrido? Imposible calcularlo. Toda una noche. Porque ya clarea el día.

Toda la tierra de adentro emerge y se confunde con el mundo de afuera, que trina y estalla en mil arpegios. Es la alborada. Las notas nítidas han triunfado sobre la noche implacable. Y culminan en un arrebato de pasión incontenible.

Jamás se escuchó en el mundo expresión más eminente de amor.

Jamás se elevó tan alto el espíritu humano en una queja, en una súplica piadosa, en un arrobamiento de consuelo.

Jamás se pugnó tanto por encontrar una esperanza.

Ambos amigos lloran en la penumbra de una capilla en el cementerio.

Los dos lloran abrazados en la noche y en el albor del mundo.

Ninguna luz, ninguna claridad, ninguna lumbre fue más verdadera que la de los violines ahora inclinados. Y ya apagados.


12. Mañana me voy

Ambos amigos salen juntos, abrazados y tambaleantes.

El amanecer es espléndido.

Lentamente, como si hubieran cruzado un océano, escalado una montaña. Salvados de un naufragio.

Felipe ajusta las hojas de la puerta del camposanto.

Y desandan juntos el camino, lentamente.

No se dicen una sola palabra. No comentan nada.

Pasan el obelisco. A partir de aquí hay casas y empieza el pueblo.

Son las cinco de la madrugada. Y la noche ha cedido a un amanecer rosáceo en el horizonte, azul celeste en el firmamento. Y dorado en las cumbres de los cerros.

Bajo el campanario de la plaza, al despedirse me alcanza a decir:

– Hoy es el cumpleaños de mi padre. Y quise darle en su tumba esta serenata.

– Ah. Perdóname, hermano, por no haberlo recordado.

– Mañana me voy definitivamente y para siempre. Esta serenata también es una despedida de mi pueblo. Gracias hermano. Y adiós, hermano. He copiado a mano y para ti estos poemas, como un recuerdo:


SINO

Yo no era ni una señal
y mi madre ya tenía
llenos su noche y su día
con mi tristeza fatal.

Y hasta en su recuerdo había
una región funeral
y, además de eso, sentía
en su futuro un puñal.

Ella quería ampararme,
aún mucho antes de encontrarme
con su ternura veraz.

Y sin saber todavía
que yo era quien le dolía,
me lloraba más y más.


LA NOCHE QUE LLEGASTE

Era lenta, de luna y terciopelo,
afinada hasta el néctar la dulzura,
la noche que llegaste a mi ternura
por huellas de fragancia, luz y vuelo.

Porque tú eres idéntica a mi anhelo
y, aún más, en arpegio y en blancura,
trocóseme en deleite la amargura
y en fiesta y en color el viejo duelo.

Entraste como un río hasta mis penas.
Bordaste en tus pañuelos mi voz triste
y en todas mis miradas tu presencia.

Mas de pronto arrancásteme las venas
y el sueño y el remanso, y te perdiste
poco a poco en el polvo de la ausencia.


OH, YARAVÍ

Oh, yaraví recóndito, ya vienes
por mis huesos como un escalofrío,
te detienen mis ojos, gris, sombrío,
y quieres escaparte por mis sienes.

¿Dónde aprendiste esa congoja? ¿Quiénes,
yaraví, te enseñaron ese río
de cruces, sin orilla y sin estío?
¿Quién amarró a tu sangre mis vaivenes?

Te crispas en mis manos, luego tomas
nostálgicos caminos de vihuela,
para irte al terruño, yaraví.

Ya vuelves tembloroso de palomas,
con un clamor de llagas y candela
a refugiar tus vértebras en mí.


COLOFÓN

1.

Felipe Arias Larreta nació en Santiago de Chuco el 20 de agosto de 1910, hijo de Abraham Arias Peláez y de María Elena Larreta, hermano menor del poeta Abraham Arias Larreta.

Fue amante de la naturaleza de la campiña de su pueblo, de su fuerza telúrica, de las espigas, de las parvas y los luceros.

Algunos de sus libros publicados son: Poemas (1940). Romance de Cruzgay (1942). Antara (1948), Espiga de silencio (1949). El surco alucinado (1950). Derrotero de la ausencia (1953).

Fue autor musical, gran cultor del violín, la mandolina y el melodio. Compositor de serranitas que combinan el huayno, el yaraví y la marinera.

Autor fino, exquisito, inspirado en todo aquello que la vida tiene de tierno, secreto e incomprensible.


2.

En Santiago de Chuco participó de las veladas literario - musicales y se recuerda cómo marcó con un halo sagrado de su espíritu y sensibilidad las serenatas.

Su vida breve y ungida dejó una aureola de tristeza y de misterio.

Constituyó un círculo de amigos en el ámbito de la cultura, que cultivaron las artes y fueron protagonistas de acontecimientos que se han hecho parte de la vida legendaria de un pueblo sensitivo, transido y apasionado como es Santiago de Chuco.

La muerte de su padre, ocurrida en el año 1942, lo afectó profundamente. A él dedica su fervor y se cuentan historias proverbiales en relación a ese cariño.


3.

Su padre fue maestro de César Vallejo Mendoza, quien un día llamó al hermano mayor, llamado Víctor Clemente, porque su progenitor ya era muy anciano, y le dijo en plena plaza:

– Júreme que apoyará a este niño. Que nunca dejará de hacerlo. Que estudiará secundaria en Huamachuco. Y la superior en Trujillo. ¡Es un genio! Y quien dará mucho qué hablar en el mundo entero. ¿Cómo lo sabía? He ahí la fibra de un maestro.

Víctor Clemente juró. Y le pidió como hermano mayor que era, que para sellar ese hecho aceptara ser el padrino de confirmación se aquel niño, que al decir de Thomas Merton, es el poeta más universal de la historia de la humanidad, al lado de Dante Alighieri.


4.

Felipe Arias Larreta en el año 1944 se trasladó a Lima. Trabajó breve tiempo en la casa Wiese Ingenieros.

En la ciudad capital editó varios de sus libros de poesía y frecuentó un círculo de amigos que lo alentó en su creación poética. Cultivó una sincera amistad con Alejandro Romualdo y Sebastián Salazar Bondy.

Próximo a su muerte volvió a su tierra natal, Santiago de Chuco, a manera de despedida. Para morir el 3 de septiembre de 1954, en Lima.

Las alas del olvido han cubierto completamente su nombre. Ojalá que sirvan en algo estas páginas conmovidas a cien años de su alborozado nacimiento.


Texto que puede ser reproducido citando autor y fuente

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