INSTITUTO DEL LIBRO Y LA LECTURA, INLEC DEL PERÚ,
Y CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
9 DE AGOSTO
DÍA INTERNACIONAL DE LOS PUEBLOS INDÍGENAS
PLAN LECTOR, PLIEGOS DE LECTURA
HAY UN DIOS ESCONDIDO EN ESTA DANZA
HAY UN DIOS ESCONDIDO EN ESTA DANZA
“Tranquilo espera, con ese odio
y con ese amor sin sosiego y sin límites,
lo que tú no pudiste lo haremos nosotros.”
José María Arguedas
y con ese amor sin sosiego y sin límites,
lo que tú no pudiste lo haremos nosotros.”
José María Arguedas
1. Resistencia de un pueblo por defender su identidad
Desde hace siglos nuestro país es saqueado de modo sistemático, ahora más que nunca, arrebatándole solapadamente sus riquezas, sus opciones de vida, sus profesionales y recursos humanos calificados, contaminando los ríos y el medio ambiente, para lo cual los centros de poder se valen de gobiernos obsecuentes e imperdonablemente cómplices.
En la colonia partían desde diversos puertos de nuestro litoral, convoyes de carabelas repletas de oro, plata y fabulosos tesoros, que mantuvieron a cortes palaciegas, frívolas y hasta degeneradas.
Mientras, aquí y a causa de ello, morían indiscriminadamente hombres, mujeres y niños, que sacrificaban su vida en los socavones a fin de extraer los metales preciosos que sustentaban la opulencia en los países europeos, con la consecuente miseria y atraso del ande, la costa y la selva del Perú.
Pero, además de esta rapiña, intentaron también quitarnos el alma, las emociones y los sentimientos; destruyendo, como política de estado, todo vestigio de creencias autóctonas, visiones propias del mundo y la voluntad de identificación que pudiera subsistir con relación a la tierra y su cultura.
Lo intentaron, también organizada y sistemáticamente, pero ¡no lo pudieron!
La danza folclórica del Quishpi Cóndor en tal sentido es una de las expresiones más valerosas y conmovedoras de la resistencia de un pueblo por defender su identidad.
2. Su secreto y su grandeza
En este caso es la defensa de la identidad regional, porque esta danza monótona, triste y compungida, tiene como base y razón de ser que un dios tutelar de nuestra cosmovisión y religiosidad nativa y ancestral, se esconde para abrirle camino –y para ocultarlo simultáneamente– a la deidad cristiana.
Para ello, adopta asombrosamente la figura del cóndor, en este caso titubeante, desplumado y puesto en tierra, aparentemente ajeno a su naturaleza salvaje y bravía. ¿No es esto atroz, ya sea como verdad o simulación? Es esa nuestra sangre mansa o apasionada.
Para confrontar lo que luego expondré, quisiera remitirme a mi infancia.
Recuerdo avergonzado que nunca hice caso del Quishpi Cóndor entre las mojigangas que desfilaban en la procesión del Apóstol Santiago de en mi pueblo, Santiago de Chuco, en el departamento de La Libertad, en la región andina del norte del Perú, cuna del poeta César Vallejo y de tantos otros hombres legendarios.
Incluso, entre todas las comparsas que desde tempranas horas del “Día del Alba”, que es el 24 de julio de cada año, desfilaban por la calle frente a mi casa, situada en el jirón Colón, ahora César Vallejo, del barrio Santa Mónica, cerro Quillahirca, donde yo nací, crecí y me crié, en la parte alta de Santiago de Chuco.
No solamente no le presté atención a la danza del Quishpi Cóndor que bajaba por esa calle, sino que la desprecié, y esa era la intención que ella perseguía, por deslucida y pobre, en lo cual reside justamente su secreto y su grandeza, cual es: ocultar a un dios en medio de los harapos. ¡Ah, pueblo grandioso!
3. Tupidas de ichu
En honor a la verdad, diré que era la danza que más desasosiego y extrañeza me causaba, primero porque era incomprensible.
En segundo lugar, porque no tenia la vistosidad ni la fuerza de Los Pallos de Huayatán, la dulzura y encanto de Los Canasteros de Citabamba que llenaban una cuadra de danzantes, o La Contradanza de Pichunchuco.
Tampoco la majestuosidad de Los Turcos de Chambuc, o la soberbia de Los Diablos de Tulpo, o la honda emoción que despiertan Las Kiyayas de Angasmarca.
Ni siquiera el Quishpi Cóndor tenía la gracia de la Vaca Loca, que ostentaba a un torero con traje de luces y a una vaca hecha de carrizo y forrada de tela o cartón, llevando al frente una osamenta de vaca o toro con sus cuernos en punta y con un hombre metido dentro del armatoste.
De vez en cuando arremetía con sus cuernos afilados no solo en contra del torero de la comparsa, sino contra el público circundante, haciendo correr a la gente, que huía en estampida sabiendo que no era un animal sino un hombre el que iba dentro, pero que por la chicha que había bebido ya estaba tan ebrio que no sabía lo que hacía ni medía la consecuencia de sus actos.
En cambio, el Quishpi Cóndor no hacía nada, ni siquiera asustaba. Bajaba desde la parte alta de la cuenca del río Patarata, de aquellas tierras altas, frías y de jalca, tupidas de ichu, para hacerse presente en la Fiesta del Patrón Santiago, ahora sé que con una intención angustiosa.
De allí que en ningún otro momento del año se lo veía.
4. Simulaba intentar volar
Otras mojigangas se hacían presentes en cualquier fecha. Esta no. Lo que causaba estupor.
Además de su aspecto deplorable, incógnito y subrepticio, era esa ritualidad para ocultarse lo que hacía extraña a esta danza.
Como también el salir solo ante una presencia divina tenaz y contundente, como era la procesión del Corpus Christi, en el mes de junio. O para confundir los pasos del Apóstol Santiago en el mes de julio. De allí que preguntaba:
– ¿Qué representa el Quishpi Cóndor, papá?
– Es una danza ritual del antiguo Perú.
– Pero ¿qué significa?
– Es el lucero del alba –sentencia.
Esta afirmación era peor que no me dijeran nada. Porque nada más distinto y opuesto al lucero del alba, luminoso y espléndido, comparado a la vestimenta y la apariencia llena de andrajos de toda esta comparsa.
Al final, no le hacíamos caso porque su aspecto y coreografía eran deslucidos y deplorables: un hombre con un traje de plumas polvorientas y ya gastadas y, encima de él, un cóndor, disecado con su cabeza y pico largos y huesudos. Y cuyas alas estaban atadas a los brazos del danzante que simulaba intentar volar.
5. Debía haber una razón
Su acompañante, hacía rodar una bola o un ovillo de lana que yo no alcanzaba a asimilar qué podría significar. Decíamos en aquel entonces que hacía rodar al mundo. En verdad no comprendía nada.
Igual me ocurrió la primera vez con la procesión del Corpus Christi, que un día pasó con toda solemnidad y boato cerca de mi casa. Y yo casi me aloco porque era una procesión para nada ni para nadie –según mi manera de entender las cosas en aquel entonces– puesto que no era para ningún santo, sino sólo para un espejo al que se le prodigaba atenciones, respeto y adoración. ¿Por qué? ¿Qué es esto? –Me preguntaba.
Pero, aún así, con ser aquella danza lamentable, abatida y pordiosera, sin embargo tenía mucho de misterio y desafío; porque, en primer, lugar procedía de las alturas.
En segundo término: llegaba por su propia cuenta. Tercero, venía sola. Cuarto, ¿qué hacía el danzante? Nada. Saltaba sorteando la cuerda, nada más. Pero ¿qué significaba eso? En el fondo los chiquillos queríamos que hiciera algún número acrobático y espectacular, por lo menos que se cayera. E hiciera reír o llorar a la gente.
Pero allí está, con toda su monotonía a cuestas. Avanzando con su canción entristecida por las calles. Debía haber una razón para que se haga presente en una fiesta, donde todo era lujo, boato y ostentación. Y esta razón que ahora recién la comprendo era absolutamente subversiva.
6. Las otras eran vistosas
Veamos, ¿a qué venía? A enredar los pasos del Dios cristiano. Por eso el ovillo o bola. Las otras mojigangas sabíamos quiénes las contrataban, casi siempre era de parte de alguien conocido. Con un prioste que los atendía. O bien de una familia o de una comunidad, que se hiciera presente como una ofrenda al Patrón Santiago El Mayor.
Pero de esta danza no sabíamos nada. Más bien nos daba lástima y pena. Eso sí, su tonada entraba por los oídos, se clavaba en los tímpanos y penetraba en el alma. Tocada por uno o más cajeros, era lo que más nos conturbaba. La repetíamos inconscientemente todo el día. Más en la calma, más en el retiro, y más en el silencio.
Yo hasta la he tarareado muchos años después de haber salido e inconscientemente por las calles de esta Lima virreinal, melancólico, añorando e identificándome con mí pueblo de origen. La tonada entonces se la ha ideado con ese fin: horadar el espíritu, penetrar y allí quedarse cambiándonos por dentro.
¡Pobre Quishpi Cóndor!, dejándose despreciar, causándonos conmiseración en aquellas fiestas displicentes; y en aquellas calles empedradas de ostentación, porque todas las otras danzas eran orondas, elegantes, presumidas. Y las entendíamos, menos esta.
Las otras eran vistosas, galanas y hasta regias. Su esplendor se medía también por el número de sus integrantes, criterio que aplicábamos a los batallones del desfile y a las bandas de músicos que iban detrás del anda del Señor.
7. Un tesoro escondido
La danza del Quishpi Cóndor apenas son dos: el danzante, de un lado, que lleva al cóndor en su cabeza, y el brujo que va haciendo rodar su ovillo.
El primero salta, intentando volar.
Pero, ¿cual era la razón para que esa ave grandiosa, como es el cóndor, baile titubeante desarrapada, desahuciada y finalmente maltrecha en plena procesión? ¿Con las plumas viejas y carcomidas? ¿Qué relación hay aquí con la divinidad?
¡Mucha! Lo sabemos ahora gracias a la investigación de Luis Flores Prado en su libro El Quishpi Cóndor, danza milenaria, editado por el Instituto del Libro y la Lectura del Perú en el año 2005, en el cual se nos revela que en ella hay un dios escondido. ¡Oh, prodigio!
Que hay en ella una divinidad emboscada, clandestina y antiquísima. Que pasa de incógnita; pero que el Quishpi Cóndor detiene, contiene y se convierte en su aliento.
En el fondo creo que quizá somos nosotros mismos quienes nos escondemos tras él.
Siendo así, el Quishpi Cóndor es un subterfugio, un tesoro escondido, el retazo esencial del alma nuestra.
Y el ovillo, ¿por qué? O es un arma secreta: la boleadora. O es, a su vez, el símbolo del mundo que rueda, pero con hilos que enredan.
8. Ese rayo fulgurante
¿Re das cuenta? Esconder a un dios, y que éste vaya detrás de otro dios, como actitud cultural es espeluznante. Como gesto anímico es estremecedor. Que vaya triste, compungido y andrajoso es tremebundo. Más desconcertante aún, y peor, es que vaya bailando.
¡Qué manera ésta de persistir así nuestra cultura resistiendo el acoso y el avasallamiento! Aunque sea llagada, herida y con remiendos, pero siempre luchando. Con ganas de pervivir indestructible, el alma indígena en este mundo de oprobio, aunque sea hecha trizas, danzando bajo la lluvia su sonsonete melancólico.
¡Grandiosa raigambre ésta, que nos ofrece intacta su moral y su gracia!
Esta relación de superioridad vital y humana se refleja en la paradoja del encuentro de culturas que Claude Lévi Strauss lo advierte del siguiente modo, en su libro “Tristes Tropiques”:
“Mientras los blancos proclamaban que los indios eran bestias, los segundos se contentaban con sospechar que los primeros eran dioses. A ignorancia igual, el segundo procedimiento era más digno de hombres ciertamente”.
Nos conecta entonces el Quishpi Cóndor con esa savia nutricia, con esa raíz prístina, con ese arroyo de aguas claras y ese rayo fulgurante que es lo que somos, aunque aún retenido pero que tiene intacto el mundo andino.
9. Enredar los pies
Danza que en su extensión tiene su raíz en la nación chuco, en la lengua culli y en el culto al dios Catequil o Catequilla, cuyo asiento está en San José de Porcón en Santiago de Chuco, tierra trémula.
Ahora bien, sería bueno el intento de sondear en el origen del nombre de la danza del Quishpi Cóndor.
He aquí algunos elementos: Quishpi en quechua es: “piedra que descompone los colores del arco iris”.
Es el sol hecho iris, transfigurado y embellecido por acción del agua hecha lluvia. Es connubio y acto de amor entre cielo y tierra.
La danza del Quishpi Cóndor se relaciona con el lucero del alba y con el arco iris. Con el abrir de los caminos, con el enseñar al hijo a batir las alas para el vuelo.
Se vincula con la lucha en el mundo, confrontación con los caminos de tierra y piedra, representados en la boleadora que porta uno de los danzantes, que es un arma indígena, piedra que utilizaban para enredar los pies del enemigo en una pelea, como ahora para abrir el camino.
Es el lucero del alba que antecede al dios sol.
10. La primera visión del día
Quishpi es ser luminoso y translúcido. Padre de los indios caciques y príncipes; protector de los sembríos.
Antiguamente se le adoraba ofrendándole polvo de concha de mullu.
El lucero del alba es un dios tutelar, un guardián, un enviado. Es un ser de altura, superior, puesto allí para preservar el orden, la protección ante el acoso del mal.
Es el paje del sol, su servidor y acompañante; quien lo anuncia, lo resguarda y le vela. Es su representante y mensajero.
En algún momento el sol se vale de él, se vuelca en él. Es su sustituto. Es la alborada andina, que es de fuego y viento. Que está contenida en las alas del cóndor.
Es la primera luz hacia el trabajo, la primera visión del día, el primer amor y el primer símbolo.
En el amanecer también encontramos la presencia de la brisa que es tenue, como un niño que está naciendo.
Soplido que acaricia las siembras en lo alto de un espacio y en lo profundo de una cañada; viento dormido en las plumas del cóndor que se aquieta en pleno vuelo y de aduerme al final de sus alas tendidas.
11. Danza para ocultar a un dios
Por eso, qué ingrato que ahora, por lo menos en la danza del Quishpi Cóndor, todo esto sea ocultamiento ante una realidad cruel y despiadada. Aunque implícita en su rito esté la idea de libertad, del ser intocado, la estrella que algún día renacerá y seremos.
En Santiago de Chuco se cuenta que Quishpi era el apellido de un cacique, quien pretendiendo el amor de una mujer se hizo cóndor.
Ahora, en la danza, es posible que se oculte también, como la deidad antigua, milenaria y anterior al imperio de los incas, aquella historia terrena de un amor imposible.
La danza remite al cóndor, a su vuelo circular. El personaje que da vueltas, se alisa las plumas, salta en zigzag, bate sus alas.
Quien hace de Quishpi, lleva un cóndor disecado en la cabeza, pañuelos en las manos que sacude al aire para significar el viento.
El cóndor, mimetizado en la danza del Quishpi, es un símbolo del mundo andino, escogido y seleccionado por nuestra cultura, en este caso de la danza, para ocultar en ella a un dios.
12. Se deja caer
Los antiguos peruanos no escogieron como alegoría que nos represente, ni a la paloma, ni al águila, ni el oso ni al puma. Seleccionaron al cóndor; símbolo de grandeza, de fuerza y poderío.
¿Por qué? En primer lugar, porque su vuelo es de altura, sidéreo y astral. Se eleva hacia regiones que ninguna otra ave llega. Conoce las elipsis del viento y se vale de ellas.
Sigue los cauces y las corrientes que abren las turbulencias y las tempestades. Es el más próximo a los dioses y a la eternidad.
Sus alas dan y recogen la energía de la gélida atmósfera; absorbe las partículas de calor y no las de frío que ella contiene.
Vuela a ratos en círculos elípticos para alcanzar grandes alturas a las cuales no llegan otros seres vivientes. Y se lanza en plano inclinado por las quebradas, en vuelo o caída vertiginosa.
A veces, pliega sus alas y se deja caer en descenso vertical, para recién abrirlas a pocos metros de tierra.
Alas inmensas que bate en una especie de rito divino, para posarse suavemente sin un solo ruido a ras de suelo.
Es aerodinámico en toda su contextura.
13. Alza el vuelo
El cóndor es de todos los climas y de todos los aires. Duerme en los andes, desayuna a la orilla del mar, almuerza en la amazonía y cena en la zona yunga antes de recogerse a dormir en los picachos nevados.
Domina el espacio, domina el mundo. Es el rey. No conoce fronteras geográficas ni límites telúricos. Trasmonta todos los climas: abarca los bosques y los desiertos, los roquedales y los sembríos; las nieves, los pajonales y los mares.
Vive en las cordilleras escarpadas, cerca de las nieves eternas, en las rocas y en los farallones alzados a pico sobre el pavor y el miedo, y los escoge por su altura y abruptuosidad. No comparte su hábitat.
Es solitario como especie, austero y gélido, tiene alma de roca y de piedra. Pero a la vez de cielo cristalino, tal y cómo es el Perú.
La mirada del cóndor es vasta y profunda. Atalaya las cumbres, se eleva sobre otras miradas, abarca amplios horizontes y luego agudiza sus ojos en el lugar en que quiere fijarlos, casi siempre para atacar. Tiene amplitud, profundidad y praxis.
Jamás el cóndor es domesticado. Puede permanecer cautivo pero no acepta la condición de ave de corral. Si se lo dejo libre inmediatamente alza el vuelo.
14. El dios doliente
El cóndor no comparte sus días al lado de otras aves. Es ser de altura, distante, orgulloso y soberbio. Su relación es distante con las demás especies.
Mira melancólicamente las casas de los hombres que constituyen para él, por lo menos, un profundo misterio. Observa a la mujer, al anciano y al niño desde su altura, quizá sin poder comprenderlo.
Pero se abstrae en ello silencioso y gélido. Se ha acostumbrado a respetar a esos seres que ve celebrando fiestas o sumidos en los más grandes pesares.
Por eso, esta danza conmueve y estremece, tanto por el dios como por el cóndor, que ellos dos se involucren y se oculten en un baile que enmascara.
El primero mimetizado en el cóndor y el segundo ya no aéreo sino como un ser de tierra. que acompaña en las procesiones a los santos cristianos; como en el caso de Santiago de Chuco a Santiago Apóstol, el obrero.
Y que va limpiando el camino con su “bola” u ovillo para que el anda de aquel pase, al compás de los sones de la banda de músicos conde vaya lisiados, deformes y gemebundos.
¿Qué contradicción brutal es esta? El cóndor barriendo el sendero, hecho de tierra, cascajo y polvo, del dios doliente y pesaroso.
¿No hay aquí una estrategia cultural del mundo andino, indígena e irredento?
15. Piedra que inaugura
Por lo menos, se pone de manifiesto una sabiduría, una compasión, un acto piadoso, el de un dios ayudando al otro dios, sufrido y padeciente.
Aquel dios feliz ayudando a encontrar su camino al representante cristiano, que es una divinidad del dolor; sin dejarse engañar, aparentando ser ignaro, salvaje y sucio; esclavo a la vez, pero en el fondo ayudándole a alcanzar, al otro dios su sitial, a encontrar su camino, a resolver el problema de cómo afrontar el mundo y la vida.
La supervivencia del Quishpi Cóndor nos da un mensaje grande para el Perú actual, necesario para su esperanza y utopía. Cual es que perviven, están vigentes, apenas camufladas, pero translúcidas, nuestras raíces y más caras esencias.
Es esta danza una expresión heroica de la resistencia cultural en la vía de nuestra liberación.
Dentro de esta perspectiva, el hecho de que perviva es de por sí asombroso: una montaña que se hizo una piedra mimetizada en el camino.
Es, a su vez, el pedrusco o el terrón de polvo hecho fuego, que puede convertirse, en cualquier momento, en promontorio, en roca que funda y en piedra que inaugura ser otra vez cordillera señera.
16. Nuestra esperanza
Debemos reconocer no solo el heroísmo en los campos de batalla sino en nuestros hechos culturales, porque mantener vivo a un dios no es simple ni fácil.
El Quishpi Cóndor es la presencia de una fuerza ancestral para, por lo menos, no perder el hilo de nuestra identidad, pendiente de construirla y hacerla vigente aquí y ahora.
Es heroísmo no protagónico sino oculto, de quien se mimetiza, se sumerge en un sueño, en una visión y adoración, cauta y silenciosa.
El Quishpi Cóndor es lo que está más allá de lo que se ve, oculta y aparenta. Es el laberinto en nuestras almas que esconden un tesoro. Es un conjuro, un sortilegio y una adivinanza. Vale por lo que representa. No es y sí es.
Es el recipiente de una cosmogonía, de un cuerpo de creencias y de visiones del mundo. Y de fe en la vida, simbolizada no en un tótem: el cóndor, sino en un rito: la presencia delante de algo y detrás de todo.
Sentimos con ella que deben de haber herencias, legados, puentes, tan hondos y atroces como este. Que debemos estar atentos y conscientes de nuestras raíces.
Y estar fuertemente sujetos y enlazados para mirar los abismos y ahí sostenernos y hasta extasiarnos, para saber quiénes somos. Y a admirarnos en el hondo legado y ancestro que cada uno de nosotros representa.
Al final, en el fondo de cada uno de nosotros está nuestra esperanza.
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Desde hace siglos nuestro país es saqueado de modo sistemático, ahora más que nunca, arrebatándole solapadamente sus riquezas, sus opciones de vida, sus profesionales y recursos humanos calificados, contaminando los ríos y el medio ambiente, para lo cual los centros de poder se valen de gobiernos obsecuentes e imperdonablemente cómplices.
En la colonia partían desde diversos puertos de nuestro litoral, convoyes de carabelas repletas de oro, plata y fabulosos tesoros, que mantuvieron a cortes palaciegas, frívolas y hasta degeneradas.
Mientras, aquí y a causa de ello, morían indiscriminadamente hombres, mujeres y niños, que sacrificaban su vida en los socavones a fin de extraer los metales preciosos que sustentaban la opulencia en los países europeos, con la consecuente miseria y atraso del ande, la costa y la selva del Perú.
Pero, además de esta rapiña, intentaron también quitarnos el alma, las emociones y los sentimientos; destruyendo, como política de estado, todo vestigio de creencias autóctonas, visiones propias del mundo y la voluntad de identificación que pudiera subsistir con relación a la tierra y su cultura.
Lo intentaron, también organizada y sistemáticamente, pero ¡no lo pudieron!
La danza folclórica del Quishpi Cóndor en tal sentido es una de las expresiones más valerosas y conmovedoras de la resistencia de un pueblo por defender su identidad.
2. Su secreto y su grandeza
En este caso es la defensa de la identidad regional, porque esta danza monótona, triste y compungida, tiene como base y razón de ser que un dios tutelar de nuestra cosmovisión y religiosidad nativa y ancestral, se esconde para abrirle camino –y para ocultarlo simultáneamente– a la deidad cristiana.
Para ello, adopta asombrosamente la figura del cóndor, en este caso titubeante, desplumado y puesto en tierra, aparentemente ajeno a su naturaleza salvaje y bravía. ¿No es esto atroz, ya sea como verdad o simulación? Es esa nuestra sangre mansa o apasionada.
Para confrontar lo que luego expondré, quisiera remitirme a mi infancia.
Recuerdo avergonzado que nunca hice caso del Quishpi Cóndor entre las mojigangas que desfilaban en la procesión del Apóstol Santiago de en mi pueblo, Santiago de Chuco, en el departamento de La Libertad, en la región andina del norte del Perú, cuna del poeta César Vallejo y de tantos otros hombres legendarios.
Incluso, entre todas las comparsas que desde tempranas horas del “Día del Alba”, que es el 24 de julio de cada año, desfilaban por la calle frente a mi casa, situada en el jirón Colón, ahora César Vallejo, del barrio Santa Mónica, cerro Quillahirca, donde yo nací, crecí y me crié, en la parte alta de Santiago de Chuco.
No solamente no le presté atención a la danza del Quishpi Cóndor que bajaba por esa calle, sino que la desprecié, y esa era la intención que ella perseguía, por deslucida y pobre, en lo cual reside justamente su secreto y su grandeza, cual es: ocultar a un dios en medio de los harapos. ¡Ah, pueblo grandioso!
3. Tupidas de ichu
En honor a la verdad, diré que era la danza que más desasosiego y extrañeza me causaba, primero porque era incomprensible.
En segundo lugar, porque no tenia la vistosidad ni la fuerza de Los Pallos de Huayatán, la dulzura y encanto de Los Canasteros de Citabamba que llenaban una cuadra de danzantes, o La Contradanza de Pichunchuco.
Tampoco la majestuosidad de Los Turcos de Chambuc, o la soberbia de Los Diablos de Tulpo, o la honda emoción que despiertan Las Kiyayas de Angasmarca.
Ni siquiera el Quishpi Cóndor tenía la gracia de la Vaca Loca, que ostentaba a un torero con traje de luces y a una vaca hecha de carrizo y forrada de tela o cartón, llevando al frente una osamenta de vaca o toro con sus cuernos en punta y con un hombre metido dentro del armatoste.
De vez en cuando arremetía con sus cuernos afilados no solo en contra del torero de la comparsa, sino contra el público circundante, haciendo correr a la gente, que huía en estampida sabiendo que no era un animal sino un hombre el que iba dentro, pero que por la chicha que había bebido ya estaba tan ebrio que no sabía lo que hacía ni medía la consecuencia de sus actos.
En cambio, el Quishpi Cóndor no hacía nada, ni siquiera asustaba. Bajaba desde la parte alta de la cuenca del río Patarata, de aquellas tierras altas, frías y de jalca, tupidas de ichu, para hacerse presente en la Fiesta del Patrón Santiago, ahora sé que con una intención angustiosa.
De allí que en ningún otro momento del año se lo veía.
4. Simulaba intentar volar
Otras mojigangas se hacían presentes en cualquier fecha. Esta no. Lo que causaba estupor.
Además de su aspecto deplorable, incógnito y subrepticio, era esa ritualidad para ocultarse lo que hacía extraña a esta danza.
Como también el salir solo ante una presencia divina tenaz y contundente, como era la procesión del Corpus Christi, en el mes de junio. O para confundir los pasos del Apóstol Santiago en el mes de julio. De allí que preguntaba:
– ¿Qué representa el Quishpi Cóndor, papá?
– Es una danza ritual del antiguo Perú.
– Pero ¿qué significa?
– Es el lucero del alba –sentencia.
Esta afirmación era peor que no me dijeran nada. Porque nada más distinto y opuesto al lucero del alba, luminoso y espléndido, comparado a la vestimenta y la apariencia llena de andrajos de toda esta comparsa.
Al final, no le hacíamos caso porque su aspecto y coreografía eran deslucidos y deplorables: un hombre con un traje de plumas polvorientas y ya gastadas y, encima de él, un cóndor, disecado con su cabeza y pico largos y huesudos. Y cuyas alas estaban atadas a los brazos del danzante que simulaba intentar volar.
5. Debía haber una razón
Su acompañante, hacía rodar una bola o un ovillo de lana que yo no alcanzaba a asimilar qué podría significar. Decíamos en aquel entonces que hacía rodar al mundo. En verdad no comprendía nada.
Igual me ocurrió la primera vez con la procesión del Corpus Christi, que un día pasó con toda solemnidad y boato cerca de mi casa. Y yo casi me aloco porque era una procesión para nada ni para nadie –según mi manera de entender las cosas en aquel entonces– puesto que no era para ningún santo, sino sólo para un espejo al que se le prodigaba atenciones, respeto y adoración. ¿Por qué? ¿Qué es esto? –Me preguntaba.
Pero, aún así, con ser aquella danza lamentable, abatida y pordiosera, sin embargo tenía mucho de misterio y desafío; porque, en primer, lugar procedía de las alturas.
En segundo término: llegaba por su propia cuenta. Tercero, venía sola. Cuarto, ¿qué hacía el danzante? Nada. Saltaba sorteando la cuerda, nada más. Pero ¿qué significaba eso? En el fondo los chiquillos queríamos que hiciera algún número acrobático y espectacular, por lo menos que se cayera. E hiciera reír o llorar a la gente.
Pero allí está, con toda su monotonía a cuestas. Avanzando con su canción entristecida por las calles. Debía haber una razón para que se haga presente en una fiesta, donde todo era lujo, boato y ostentación. Y esta razón que ahora recién la comprendo era absolutamente subversiva.
6. Las otras eran vistosas
Veamos, ¿a qué venía? A enredar los pasos del Dios cristiano. Por eso el ovillo o bola. Las otras mojigangas sabíamos quiénes las contrataban, casi siempre era de parte de alguien conocido. Con un prioste que los atendía. O bien de una familia o de una comunidad, que se hiciera presente como una ofrenda al Patrón Santiago El Mayor.
Pero de esta danza no sabíamos nada. Más bien nos daba lástima y pena. Eso sí, su tonada entraba por los oídos, se clavaba en los tímpanos y penetraba en el alma. Tocada por uno o más cajeros, era lo que más nos conturbaba. La repetíamos inconscientemente todo el día. Más en la calma, más en el retiro, y más en el silencio.
Yo hasta la he tarareado muchos años después de haber salido e inconscientemente por las calles de esta Lima virreinal, melancólico, añorando e identificándome con mí pueblo de origen. La tonada entonces se la ha ideado con ese fin: horadar el espíritu, penetrar y allí quedarse cambiándonos por dentro.
¡Pobre Quishpi Cóndor!, dejándose despreciar, causándonos conmiseración en aquellas fiestas displicentes; y en aquellas calles empedradas de ostentación, porque todas las otras danzas eran orondas, elegantes, presumidas. Y las entendíamos, menos esta.
Las otras eran vistosas, galanas y hasta regias. Su esplendor se medía también por el número de sus integrantes, criterio que aplicábamos a los batallones del desfile y a las bandas de músicos que iban detrás del anda del Señor.
7. Un tesoro escondido
La danza del Quishpi Cóndor apenas son dos: el danzante, de un lado, que lleva al cóndor en su cabeza, y el brujo que va haciendo rodar su ovillo.
El primero salta, intentando volar.
Pero, ¿cual era la razón para que esa ave grandiosa, como es el cóndor, baile titubeante desarrapada, desahuciada y finalmente maltrecha en plena procesión? ¿Con las plumas viejas y carcomidas? ¿Qué relación hay aquí con la divinidad?
¡Mucha! Lo sabemos ahora gracias a la investigación de Luis Flores Prado en su libro El Quishpi Cóndor, danza milenaria, editado por el Instituto del Libro y la Lectura del Perú en el año 2005, en el cual se nos revela que en ella hay un dios escondido. ¡Oh, prodigio!
Que hay en ella una divinidad emboscada, clandestina y antiquísima. Que pasa de incógnita; pero que el Quishpi Cóndor detiene, contiene y se convierte en su aliento.
En el fondo creo que quizá somos nosotros mismos quienes nos escondemos tras él.
Siendo así, el Quishpi Cóndor es un subterfugio, un tesoro escondido, el retazo esencial del alma nuestra.
Y el ovillo, ¿por qué? O es un arma secreta: la boleadora. O es, a su vez, el símbolo del mundo que rueda, pero con hilos que enredan.
8. Ese rayo fulgurante
¿Re das cuenta? Esconder a un dios, y que éste vaya detrás de otro dios, como actitud cultural es espeluznante. Como gesto anímico es estremecedor. Que vaya triste, compungido y andrajoso es tremebundo. Más desconcertante aún, y peor, es que vaya bailando.
¡Qué manera ésta de persistir así nuestra cultura resistiendo el acoso y el avasallamiento! Aunque sea llagada, herida y con remiendos, pero siempre luchando. Con ganas de pervivir indestructible, el alma indígena en este mundo de oprobio, aunque sea hecha trizas, danzando bajo la lluvia su sonsonete melancólico.
¡Grandiosa raigambre ésta, que nos ofrece intacta su moral y su gracia!
Esta relación de superioridad vital y humana se refleja en la paradoja del encuentro de culturas que Claude Lévi Strauss lo advierte del siguiente modo, en su libro “Tristes Tropiques”:
“Mientras los blancos proclamaban que los indios eran bestias, los segundos se contentaban con sospechar que los primeros eran dioses. A ignorancia igual, el segundo procedimiento era más digno de hombres ciertamente”.
Nos conecta entonces el Quishpi Cóndor con esa savia nutricia, con esa raíz prístina, con ese arroyo de aguas claras y ese rayo fulgurante que es lo que somos, aunque aún retenido pero que tiene intacto el mundo andino.
9. Enredar los pies
Danza que en su extensión tiene su raíz en la nación chuco, en la lengua culli y en el culto al dios Catequil o Catequilla, cuyo asiento está en San José de Porcón en Santiago de Chuco, tierra trémula.
Ahora bien, sería bueno el intento de sondear en el origen del nombre de la danza del Quishpi Cóndor.
He aquí algunos elementos: Quishpi en quechua es: “piedra que descompone los colores del arco iris”.
Es el sol hecho iris, transfigurado y embellecido por acción del agua hecha lluvia. Es connubio y acto de amor entre cielo y tierra.
La danza del Quishpi Cóndor se relaciona con el lucero del alba y con el arco iris. Con el abrir de los caminos, con el enseñar al hijo a batir las alas para el vuelo.
Se vincula con la lucha en el mundo, confrontación con los caminos de tierra y piedra, representados en la boleadora que porta uno de los danzantes, que es un arma indígena, piedra que utilizaban para enredar los pies del enemigo en una pelea, como ahora para abrir el camino.
Es el lucero del alba que antecede al dios sol.
10. La primera visión del día
Quishpi es ser luminoso y translúcido. Padre de los indios caciques y príncipes; protector de los sembríos.
Antiguamente se le adoraba ofrendándole polvo de concha de mullu.
El lucero del alba es un dios tutelar, un guardián, un enviado. Es un ser de altura, superior, puesto allí para preservar el orden, la protección ante el acoso del mal.
Es el paje del sol, su servidor y acompañante; quien lo anuncia, lo resguarda y le vela. Es su representante y mensajero.
En algún momento el sol se vale de él, se vuelca en él. Es su sustituto. Es la alborada andina, que es de fuego y viento. Que está contenida en las alas del cóndor.
Es la primera luz hacia el trabajo, la primera visión del día, el primer amor y el primer símbolo.
En el amanecer también encontramos la presencia de la brisa que es tenue, como un niño que está naciendo.
Soplido que acaricia las siembras en lo alto de un espacio y en lo profundo de una cañada; viento dormido en las plumas del cóndor que se aquieta en pleno vuelo y de aduerme al final de sus alas tendidas.
11. Danza para ocultar a un dios
Por eso, qué ingrato que ahora, por lo menos en la danza del Quishpi Cóndor, todo esto sea ocultamiento ante una realidad cruel y despiadada. Aunque implícita en su rito esté la idea de libertad, del ser intocado, la estrella que algún día renacerá y seremos.
En Santiago de Chuco se cuenta que Quishpi era el apellido de un cacique, quien pretendiendo el amor de una mujer se hizo cóndor.
Ahora, en la danza, es posible que se oculte también, como la deidad antigua, milenaria y anterior al imperio de los incas, aquella historia terrena de un amor imposible.
La danza remite al cóndor, a su vuelo circular. El personaje que da vueltas, se alisa las plumas, salta en zigzag, bate sus alas.
Quien hace de Quishpi, lleva un cóndor disecado en la cabeza, pañuelos en las manos que sacude al aire para significar el viento.
El cóndor, mimetizado en la danza del Quishpi, es un símbolo del mundo andino, escogido y seleccionado por nuestra cultura, en este caso de la danza, para ocultar en ella a un dios.
12. Se deja caer
Los antiguos peruanos no escogieron como alegoría que nos represente, ni a la paloma, ni al águila, ni el oso ni al puma. Seleccionaron al cóndor; símbolo de grandeza, de fuerza y poderío.
¿Por qué? En primer lugar, porque su vuelo es de altura, sidéreo y astral. Se eleva hacia regiones que ninguna otra ave llega. Conoce las elipsis del viento y se vale de ellas.
Sigue los cauces y las corrientes que abren las turbulencias y las tempestades. Es el más próximo a los dioses y a la eternidad.
Sus alas dan y recogen la energía de la gélida atmósfera; absorbe las partículas de calor y no las de frío que ella contiene.
Vuela a ratos en círculos elípticos para alcanzar grandes alturas a las cuales no llegan otros seres vivientes. Y se lanza en plano inclinado por las quebradas, en vuelo o caída vertiginosa.
A veces, pliega sus alas y se deja caer en descenso vertical, para recién abrirlas a pocos metros de tierra.
Alas inmensas que bate en una especie de rito divino, para posarse suavemente sin un solo ruido a ras de suelo.
Es aerodinámico en toda su contextura.
13. Alza el vuelo
El cóndor es de todos los climas y de todos los aires. Duerme en los andes, desayuna a la orilla del mar, almuerza en la amazonía y cena en la zona yunga antes de recogerse a dormir en los picachos nevados.
Domina el espacio, domina el mundo. Es el rey. No conoce fronteras geográficas ni límites telúricos. Trasmonta todos los climas: abarca los bosques y los desiertos, los roquedales y los sembríos; las nieves, los pajonales y los mares.
Vive en las cordilleras escarpadas, cerca de las nieves eternas, en las rocas y en los farallones alzados a pico sobre el pavor y el miedo, y los escoge por su altura y abruptuosidad. No comparte su hábitat.
Es solitario como especie, austero y gélido, tiene alma de roca y de piedra. Pero a la vez de cielo cristalino, tal y cómo es el Perú.
La mirada del cóndor es vasta y profunda. Atalaya las cumbres, se eleva sobre otras miradas, abarca amplios horizontes y luego agudiza sus ojos en el lugar en que quiere fijarlos, casi siempre para atacar. Tiene amplitud, profundidad y praxis.
Jamás el cóndor es domesticado. Puede permanecer cautivo pero no acepta la condición de ave de corral. Si se lo dejo libre inmediatamente alza el vuelo.
14. El dios doliente
El cóndor no comparte sus días al lado de otras aves. Es ser de altura, distante, orgulloso y soberbio. Su relación es distante con las demás especies.
Mira melancólicamente las casas de los hombres que constituyen para él, por lo menos, un profundo misterio. Observa a la mujer, al anciano y al niño desde su altura, quizá sin poder comprenderlo.
Pero se abstrae en ello silencioso y gélido. Se ha acostumbrado a respetar a esos seres que ve celebrando fiestas o sumidos en los más grandes pesares.
Por eso, esta danza conmueve y estremece, tanto por el dios como por el cóndor, que ellos dos se involucren y se oculten en un baile que enmascara.
El primero mimetizado en el cóndor y el segundo ya no aéreo sino como un ser de tierra. que acompaña en las procesiones a los santos cristianos; como en el caso de Santiago de Chuco a Santiago Apóstol, el obrero.
Y que va limpiando el camino con su “bola” u ovillo para que el anda de aquel pase, al compás de los sones de la banda de músicos conde vaya lisiados, deformes y gemebundos.
¿Qué contradicción brutal es esta? El cóndor barriendo el sendero, hecho de tierra, cascajo y polvo, del dios doliente y pesaroso.
¿No hay aquí una estrategia cultural del mundo andino, indígena e irredento?
15. Piedra que inaugura
Por lo menos, se pone de manifiesto una sabiduría, una compasión, un acto piadoso, el de un dios ayudando al otro dios, sufrido y padeciente.
Aquel dios feliz ayudando a encontrar su camino al representante cristiano, que es una divinidad del dolor; sin dejarse engañar, aparentando ser ignaro, salvaje y sucio; esclavo a la vez, pero en el fondo ayudándole a alcanzar, al otro dios su sitial, a encontrar su camino, a resolver el problema de cómo afrontar el mundo y la vida.
La supervivencia del Quishpi Cóndor nos da un mensaje grande para el Perú actual, necesario para su esperanza y utopía. Cual es que perviven, están vigentes, apenas camufladas, pero translúcidas, nuestras raíces y más caras esencias.
Es esta danza una expresión heroica de la resistencia cultural en la vía de nuestra liberación.
Dentro de esta perspectiva, el hecho de que perviva es de por sí asombroso: una montaña que se hizo una piedra mimetizada en el camino.
Es, a su vez, el pedrusco o el terrón de polvo hecho fuego, que puede convertirse, en cualquier momento, en promontorio, en roca que funda y en piedra que inaugura ser otra vez cordillera señera.
16. Nuestra esperanza
Debemos reconocer no solo el heroísmo en los campos de batalla sino en nuestros hechos culturales, porque mantener vivo a un dios no es simple ni fácil.
El Quishpi Cóndor es la presencia de una fuerza ancestral para, por lo menos, no perder el hilo de nuestra identidad, pendiente de construirla y hacerla vigente aquí y ahora.
Es heroísmo no protagónico sino oculto, de quien se mimetiza, se sumerge en un sueño, en una visión y adoración, cauta y silenciosa.
El Quishpi Cóndor es lo que está más allá de lo que se ve, oculta y aparenta. Es el laberinto en nuestras almas que esconden un tesoro. Es un conjuro, un sortilegio y una adivinanza. Vale por lo que representa. No es y sí es.
Es el recipiente de una cosmogonía, de un cuerpo de creencias y de visiones del mundo. Y de fe en la vida, simbolizada no en un tótem: el cóndor, sino en un rito: la presencia delante de algo y detrás de todo.
Sentimos con ella que deben de haber herencias, legados, puentes, tan hondos y atroces como este. Que debemos estar atentos y conscientes de nuestras raíces.
Y estar fuertemente sujetos y enlazados para mirar los abismos y ahí sostenernos y hasta extasiarnos, para saber quiénes somos. Y a admirarnos en el hondo legado y ancestro que cada uno de nosotros representa.
Al final, en el fondo de cada uno de nosotros está nuestra esperanza.
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