Danilo Sánchez Lihón
1. Su aldea
nativa
Santiago
Rodrigo Alvarado Anaya me dice: “Fui engendrado bajo un frondoso palto
de la aldea Supirún”, hoy San Miguel de Malvas; para entonces
perteneciente a la provincia de Aija, “Perla de las vertientes”, pueblo
enclavado en flanco occidental de la Cordillera Negra, frente a la
Cordillera Blanca en el departamento de Ancash, villa de una sola calle y
casitas de quincha enfiladas, iluminadas por el espejo de nieves
relumbrantes de la cadena de glaciales más hermosa del planeta Tierra, y
que engalana ahora a la provincia de Huarmey.
Nace
en una realidad cotidiana donde el idioma en uso es el quechua, donde
crece hablando quechua, jugando en quechua, amando y sufriendo en esa
lengua transida y mimetizada del imperio más grandioso en sus
realizaciones en función a los valores humanos, que jamás haya existido
sobre la faz del planeta, siendo feliz y sintiendo dolor siempre sobre
el tinglado y andarivel de sus fonemas e inflexiones. Lengua dulce,
expresiva, jocosa; capaz de hundirse y regresar de las profundidades y
de los pliegues más intrincados y arduos del alma humana, a darnos una
versión de esas circunstancias y realidades con plenitud de ternura y
valores supremos.
Sin
embargo, corría el año 1942, cuando cursaba el Segundo Año de Educación
Primaria en la escuela de su aldea nativa, cuando llegó una disposición
oficial conminatoria para funcionaros, profesores, personal
administrativo y estudiantes de los pueblos andinos de su provincia y de
otras aledañas.
2. Alegre,
vivaz
Allí
se les notifica, bajo sanción, que no permitan ni consientan que se
hable el quechua en las aulas, ni en los patios, ni en los corredores de
los centros educativos, en razón de las políticas de progreso y unidad
nacional.
Y
que coadyuven a fin de que tampoco se hable quechua en los espacios
públicos ni en las calles, debiendo ejercer en lo posible su autoridad
para que deje de usarse este factor de primitivismo y atraso en la
comunidad y dominar pronto las lenguas universales que nos permitan una
más fluida comunicación con el mundo exterior.
Los
niños escuchan como siempre atentos, absortos y hasta ilusos este
mandato. Y asienten generosos con la cabeza. Y lo intentan de a verdad,
para lo cual se autocorrigen, se auto inculpan, se autocensuran. ¡Pero
es inatajable hablarlo! ¡El idioma aflora y el quechua aparece en
cualquier instante, y en todo su esplendor! Pero muchos niños, es
cierto, se fuerzan por adaptarse a la prohibición. Y no lo hablan, salvo
a escondidas.
Rodrigo
Alvarado Anaya mira a sus amigos: se ríen y no pueden proseguir en su
comunicación, sino es hablando en quechua. Pero, en él el desacato es
más notorio, porque es un niño alegre, vivaz, y espontáneo en todo. Y,
además, es uno de los primeros alumnos de su escuela. El director del
plantel es llamado por el inspector de educación, quien lo amonesta.
3. Pese
a sus ruegos
La
profesora Petronila Bayes, días después, es llamada por el director del
plantel de la capital del distrito de Malvas. Le dice que pondrá a
disposición de la Inspección su puesto de trabajo, porque los alumnos
bajo su jurisdicción todavía se les escucha hablando en quechua, incluso
en el espacio del plantel escolar, lo cual es un desacato a las
autoridades.
La
maestra muy preocupada ha reunido a los padres de familia. Suplica y
llora en la reunión. Y dice que si esto continúa la van a suspender del
trabajo y posiblemente tendría que irse desempleada. ¡Sabe Dios a dónde!
Volviendo
en sí informa acerca de qué niños son rebeldes a la prohibición. Que
pese a sus ruegos, súplicas e inclusive incentivos de darles premios y
recompensas reinciden en hablar quechua.
Pero
después deja de lamentarse y toma otra actitud. Notifica que este
desacato ella lo está informando al subprefecto de la provincia y a la
policía. Que los padres tendrán que responder ante la autoridad
policial.
Y
que ellos llamarán a los padres de los niños, e inclusive podían ser
puestos en la cárcel. Que ella no iba a permitir que la dejaran sin
empleo por algo en lo cual no tiene la culpa sino otros.
4. Luego
entró a ella
Que
las directivas de la instancia correspondiente del Ministerio de
Educación en Huaraz son claras y se dan para ser cumplidas. Que la
mayoría ya había acatado la disposición pero que había algunos niños que
cometían desacato.
El
más notorio y peligroso era el niño Rodrigo Alvarado Anaya. Y que, qué
bueno que hayan venido sus padres que están aquí, porque ella a partir
de este momento, ya no tiene ninguna responsabilidad, sino ellos,
estando de garantes el resto de padres de familia.
Que
todos quienes han escuchado son testigos. Y, si viniera un juicio, que
conste que está explicando estos hechos. Y que está hablando bien claro.
Y que todos podrán ser llamados de testigos e informar que ella ha
cumplido con la aplicación de la directiva oficial.
Cuando
terminó la reunión y regresaban a su casa, la señora Donata no hablaba
por el camino con su hijo Rodrigo, pese a que iba a su lado. Estaba tan
indignada que hablaba a solas, como si el no estuviera: ¿Que ese hijo
pusiera en peligro grave sus chacras, sus animales, su hogar, solo por
seguir hablando el quechua?
5. ¡Nunca
más!
Solo
atinó a dirigirle la palabra al llegar a la casa. Y fue para decirle
una palabra: “Entra” Y ahí lo agarró. Y lo encerró en una habitación. Y
luego entró a ella con un leño de molle en la mano. Y lo arrinconó a
palo limpio, dándole golpes en la cabeza para que se olvide de esa
lengua sucia, oscura y maldita que se le había metido en el cuerpo o en
el alma.
Pero
con su padre Elías fue peor. Él sí quería matarlo. ¿Qué se ha creído
este estropajo? ¿Que por él van a perder todo lo que tanto les ha
costado conseguir en la vida? Y él, su padre, ¿llegar a parar a la
subprefectura, a la comisaría y después a la cárcel del distrito? ¿Por
un hijo desobediente? ¿Y a esta edad, de 6 años? Entonces, ¿cómo iba a
ser a los 20? ¡Un facineroso! ¡Un bandido de siete suelas! ¡Un criminal!
Con el zurriago de los animales le cruzó por todo el cuerpo, rebencazos
que lo hicieron sangrar, incluso en el vientre, y que hasta ahora le
duele.
–
Carajo, –le dijo–. Ahora vas a jurar y vas a prometerme no hablar ya
jamás el quechua. ¡Nunca más! ¿Oíste? ¡Nunca más! Así yo me equivoque en
hablarte en quechua, ¡tú me vas a responder siempre en castellano! ¿De
acuerdo? ¿Me escuchas? ¡Nunca más! Ni siquiera una sílaba. Ni menos
cantando. ¿Me oyes?
– Sí, padre.
– ¡Ni en sueños lo vas a pronunciar! ¿Lo juras?
– Sí, papacito.
6. Ahí tienes
tu merecido
Así
llegó diciembre. En todos los años anteriores los calificativos de
Rodrigo han sido de excelencia. Es el primer alumno de su salón de
estudios, en todo. Y sus promedios no bajan de la nota 18.
Y
la maestra no lo califica con 20 porque tenía la idea que ya sería como
ella. Por eso, el día de la clausura del año lectivo se entregan
libretas y él es el niño más dichoso, feliz y radiante.
Al
ser llamado se acerca, y la recibe. Y al dar los primeros pasos de
regreso a su agrupamiento la abre confiado y jubiloso y siente helársele
el alma. Su cuerpo se estremece de horror desde la punta de la cabeza
hasta la punta de los pies.
Su
nota es diez. En rojo. Y con unas letras grandes que parecen puñales
que dice de borde a borde: ¡Desaprobado! ¡Está jalado de año! Ha sido
aplazado.
Mira
a todos lados y encuentra la mirada de su preceptora Petronila, quien
se sonríe con sarcasmo, como diciéndole con el movimiento de su cabeza:
–
Ahí tienes pues tu merecido, por haberme hecho pasar un mal momento y
haber puesto en riesgo, y amenazado mi puesto de trabajo.
7. ¡Imposible!
¡Ya no!
Y ahí nomás, en la fila, se le nubló la vista. Se doblaron sus rodillas y en el empedrado del patio se echó a llorar.
Los
otros niños miraron a la profesora. Y no se atrevieron a ir a
consolarlo ni socorrerlo. Cuando despertó no había nadie y sintió que la
tierra se le hundía.
Ya
solo, dejó libre su sentimiento, y lloró todo lo que pudo, sentado
sobre la piedra azulada y lustrosa en la esquina de la casa de don
Marcial Huerta. Y se quedó dormido.
Fue tarde cuando despertó y logró recuperarse. Empezó a caminar lentamente su camino de siempre, de regreso a casa.
¿Llevar
esa libreta a su madre y a su padre? ¡No! ¡Nunca! ¡Jamás! Significaba
que la señorita lo aplazaba porque había seguido hablando quechua. Y no
era así. Pero eso dejaba ver. Y esto, entonces, era un desacato a la
autoridad y a la promesa hecha a sus padres.
Ya
no era desobediencia a su profesora sino a su padre y a su madre. ¡Y
que no le importara el riesgo en que los ponía! ¿Regresar a su casa así?
¡Imposible! ¡Ya no!
8. Irse,
fugarse,
Entonces tenía que irse. Debía huir, tal vez río abajo por el valle donde hay muchas haciendas.
El
lugar del camino en donde está ahora de pie se llama Yaru. Y allí se
divide en dos el sendero. Uno que lleva a su casa y otro hacia la costa.
No importa a dónde, tal vez a las haciendas Huamba, Barbacay, Taica o
Congón.
Tal
vez siquiera trabajando en espantar animales dañinos, o irse a la
ciudad de Huarmey, o a la capital del distrito, o de la provincia, o del
departamento o, finalmente, del país. Así no haya ahora quien saque y
recoja los animales del aprisco, ¡lo matarán!
¡Así no haya nadie quien traiga agua del manantial! De todos modos, lo iban a matar. ¡Así no haya ahora quien más los quiera!
¡Jamás
como él! ¡Nadie tanto como él! Quien les haga reír, los escuche, y los
abrace; de todos modos, juntos los dos, su madre y su padre, lo matarán.
De
eso está seguro. Jamás sus padres iban a soportar esa afrenta. La
decisión había que tomarla, pese a la oscuridad, al frío y al hambre: Irse, fugarse, huir es la única alternativa. ¿Adónde?
9. Cantar
por el camino
Nadie
sabe adónde, y menos él. La oscuridad es intensa. Pero ante la
alternativa de ser flagelado y muerto a golpes tomó la iniciativa de
trazarse su propio destino.
Mientras caminaba trató de darse valor para ahuyentar el frío. Y quiso cantar. Empezó a hacerlo en castellano:
Cuando me vaya, cuando me aleje
no me detengas y no me llames.
Y si no vuelvo llora mi ausencia
porque me quieres y yo te amo.
Pero
pronto se calló. Le pareció que no alcanzaban a llegar las notas de las
canciones en ese idioma al fondo de su alma, en donde necesitaba
consuelo. Y siguió callado.
Y dijo: ¿Quién me va a escuchar aquí entre estas tinieblas, en este silencio y en esta soledad si canto en quechua? Nadie.
Pero aun así volteó a mirar para asegurarse que no estaba ahí la sombra de su padre.
10. Tú puedes
hacer algo
Ahí
sí le afloraron todas las heridas, y salieron todas sus lágrimas, y
brotaron todas las canciones. Pero como llanto, como gritos desgarrados:
Ewaqina nikallame (Dímelo, vete nomás)
yarkuqina nikallame (dímelo, salte nomás)
primer gallu cantariptin (al canto del primer gallo)
rastrullata borrarillanqi... (Bórralo mis huellas)
No
cantaba sino aullaba, con gemidos, como reclamos a la vida, como
pedidos de auxilio. Bañado en llanto cantó a gritos mientras huía. Y ese
es el destino del quechua en el Perú, y hasta ahora, huir.
Pero tú puedes hacer algo, aquí y ahora. Y hasta quizá mucho. Porque lo sabes y es tu lengua materna.
Y
eso que puedes hacer es: ¡Hablarlo! Y hablarlo de la mejor manera. Y en
los espacios públicos para que la gente saboree lo dulce y lo sublime
de una lengua que no solo es honda, sino que cura y salva.
NOTA:
Años después Santiago Alvarado Anaya fue el primer especialista en
quechua quien sustentó a nombre de la Universidad Nacional Mayor de San
Marcos y en la misma sede de la Real Academia Española de la Lengua, en
Madrid, la incorporación de vocablos quechas al lexicón de la lengua
castellana.
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