domingo, 10 de julio de 2016

EL PAN DE NUESTRAS MESAS - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN




CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina
 
2016 AÑO
CONSTRUCCIÓN DE CONCIENCIA
Y CONCRECIÓN DE SOLUCIONES
 
JULIO, MES DEL MAESTRO;
DEL SANTUARIO HISTÓRICO
DE MACHU PICCHU; BATALLA
DE HUAMACHUCO, LEONCIO
PRADO Y FIESTAS PATRIAS
 
CAPULÍ ES
PODER CHUCO
 

SANTIAGO DE CHUCO
CAPITAL DE LA POESÍA
Y LA CONCIENCIA SOCIAL
 

*****
 
HAY OTROS MUNDOS
PERO ESTÁN EN ÉSTE
Cada vez que viajo por el territorio del Perú no me canso de mirar a través de la ventanilla del ómnibus o del avión la geografía de nuestro país; la miro hechizado, con las pupilas dilatadas de asombro, conmovido y fascinado.
Sobrecoge ese mundo grandioso de montañas inalcanzables y de abismos que no acaban, envueltas sus cumbres en nieblas alucinantes, sobresaliente y avanzando como guerreros indomables.
Basta mirar tal panorama para estremecerse de estupor y reverente adoración frente a ese espectáculo de hermosura infinita, abismal de una belleza sin tiempo: ilimitada y eterna.
Y es que el Perú es un país que no solo reúne todos los paisajes de nuestro planeta, porque tiene lo ameno y dócil pero más lo adusto e indómito; así: los glaciares del Himalaya, la selva tropical del Congo, los riscos y volcanes de Islandia. Tiene los páramos de Siberia, la arenisca y el sol sin piedad del Sahara.
Sino que el nuestro es un país cósmico, no solo por el aire sideral de su serranía, sino porque en su suelo hay parte de la corteza lunar, lo mejor de la geografía de Marte, buena porción de Venus y hasta se cubre con los velos y el misterio del planeta Júpiter.
Por lo demás, en sus regiones altas y resplandecientes luce hacia el firmamento el encanto incomparable del lucero de la mañana y de la luna arrebolada, siempre presentes.
DANILO SÁNCHEZ LIHÓN
 
*****
 

 
EL PAN
DE NUESTRAS
MESAS
 
 

Danilo Sánchez Lihón
 
 
y el valor de aquel pan
inacabable.
César Vallejo
 
 
 
1. La mejor
agua
 
El mejor pan del mundo es el de mi pueblo, Santiago de Chuco, aunque todo ser humano por el hecho de serlo está autorizado a decir lo mismo, sin por eso faltar un solo grumo a la verdad.
Pero mi pueblo ya en sí mismo ya es un pan oblongo, de calles cimbreantes que antes eran de tierra con veredas apenas empedradas y casas de adobe techadas con tejas de resonante arcilla ocre y perla, como es el pan.
Pero además de que mi pueblo mismo es pan, ¿qué argumento tangible me arrogo para sustentar lo que atrevidamente afirmo? Una razón sencilla, cual es: Santiago de Chuco es el primer productor de trigo de todo el Perú, y cosecha en sus graneros este cereal de una calidad que no existe en ningún otro lugar del planeta.
Y cualquier trigo inesperado en tierras de Santiago de Chuco resulta una ambrosía. Porque tiene la mejor agua del mundo, y el mejor viento, como el mejor fuego. Así el centeno, el marengo, el estaquilla y el azulado; ¡el trigo mejo, de fécula dulce y ligosa!
 
2. Panal
de miel
 
Sino, recordemos, ¿cuántas veces no hemos recogido al borde de un camino y junto a un campo sembrado de trigo una espiga fragante?
Y luego de olerla, cerrando los ojos, ¿no hemos acaso reventado los gránulos aún verdes en la palma de nuestra mano? ¿Y no hemos sorbido esa leche que revienta como si fuera un panal de miel?
¿Te acuerdas?
Pero una razón igual o mayor: es que el pan lo hacemos nosotros mismos al interior de nuestras propias casas, con nuestras propias manos y nuestras bocas anhelantes.
En donde juntamos todas las voces, los cariños como también a veces las penas. Y en lo más profundo e íntimo de su esencia, así como en las casas es el horno, ¿qué creen que está?
¡Lo más tembloroso de nuestros corazones! Nuestra capacidad de querer y amar. Y esto es insustituible para que el pan salga bueno.
 
3. Con su rostro
tierno
 
Y otra razón aún: que después de cosechar el trigo somos nosotros mismos quienes lo llevamos al molino por cuestas y bajadas, de atardecida o en los amaneceres y madrugadas.
Y estamos al pie de las dos piedras que lo muelen, cogiendo con nuestras manos ilusas la harina tibia por la fricción de la piedra.
Y diciéndole al molinero que apriete el brazo y la cantidad de grano que cae desde la tova, a fin de que se muela con mayor textura o mayor fineza.
Y porque es siempre nuestra madre la que la que primero unta las bateas con manteca de chancho, luego es ella la que revuelve la masa, y la deja lludar, mientras nosotros ayudamos.
Y luego tablea los panes, y nosotros lo vamos alineando en los tendales insomnes. Porque siempre es ese ser entrañable quien los hornea con su rostro tierno y sonrojado por el calor del horno espejeante. ¿Cómo entonces no ha de ser pan bueno, y el mejor del mundo?
 
4. Maíces
viejos
 
Y digo yo que lo siento así porque se hace también con lo inverso del pan, que es para estar calmos, sosegados y tranquilos, habiendo calmado con él toda hambre; siendo que se hace a su vez con una pizca de aquello que pone a los hombres febriles, achispados y en frenesí por todo lo admirable que hay en la existencia ¡y que es la chicha festiva!
Ponemos nosotros en el centro de nuestro pan apacible un punto, una ñisca o una poñita, como decimos nosotros, de aquello que representa el frenesí, la locura, el extravío o el regocijo de vivir. ¡O la expansión del alma hacia los confines!
¿Y de qué modo vertimos este néctar en su entraña? Es que para que fermente la masa nuestras madres utilizan el concho de chicha donde se encuentran maíces viejos, chancaca no disuelta ¡y hasta raíces!
Y es esta una materia espesa que queda al fondo de la botija o del urpo, y que es un privilegio de nuestro pueblo el tenerlo.
 
5. Terso
y alucinado
 
¡El concho de chicha las matronas de las tiendas donde se expende esta quinta esencia, la venden ya llenado en botellas de vidrio, y tapadas con una coronta gualda de maíz, o tusa!
Este concho de chicha no va así a secas, sino que se lo prepara un día antes de hornear el pan, aguándolo con harina en una batea de rojo quinual.
Y se hace una levadura esponjosa que se utiliza para fermentar la masa de harina al otro día.
Con ella el pan no levanta mucho, pero sale sólido, terso y alucinado como es el pan de mi tierra.
Tiempo después, ya en los años modernos en lo que era pan para la venta, no en la mía sino en otras casas, se pasó a utilizar un producto extranjero traído de Inglaterra y que era la levadura fleischmann.
 
6. Por qué
caminos
 
Se vende en algunas tiendas a dos reales la onza, pero que hace un pan blando, inflado y suelto; no como el nuestro que es firme, consistente y valeroso.
Pero también hay otra razón de peso y quizá el irremplazable ingrediente supremo, que no lo tienen otros panes ni panaderías del universo, cuál es que para hacer el pan de mi pueblo se reúne toda la familia.
Y ese día almorzamos y comemos juntos tíos y primos que vienen de sus casas para hacer el pan, y alineamos mesas en patios y corredores.
Y en la noche se escuchan las guitarras y se entonan cantos con voces que sabemos lo que sienten aunque no por qué caminos y moradas vagan y deambulan.
Y mientras los mayores introducen y retiran pan del horno nosotros los vamos limpiando y envueltos en manteles los vamos depositando en las canastas.
 
7. La frescura
de los manantiales
 
Pero otra razón de peso puedes ser estas petacas en que lo guardamos, que en mi tierra son las petacas de musmún, hechas de la corteza de árboles olorosos como el aliso, que las fabrican en Calipuy.
O también pienso que puede ser los manteles de algodón y otros de lino crudo en que se los envuelve, lavados con agua cristalina del río Patarata, y soleados en las pencas de la subida de la poza La Pamplona.
¡O qué será, pues! Quizá, en el fondo, sea porque sabe a terruño, a dulzura de la casa de la infancia, a tierra recién llovida y oreada. Porque tiene sabor a humo de leña de hogar, a fogón restallante, a lluvia leve o tupida.
En su sabor, que deshace el paladar, y nos hace regresar desde países distantes, porque en él está toda la frescura de los manantiales desde donde recogemos el agua. Y de las yerbas de sus orillas.
Porque en su sabor está el aroma del árbol del linaje familiar, como también de los ríos que se precipitan por las laderas del lar natal.
 
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