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CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina
2012, AÑO
DE LA DEFENSA DEL AGUA PARA LA VIDA Y
CONSTRUCCIÓN DE LOS ANDENES NUEVOS
JULIO, MES DEL MAESTRO;
DEL SANTUARIO HISTÓRICO
DE MACHU PICCHU; LA BATALLA
DE HUAMACHUCO, DE LEONCIO
PRADO; Y DE FIESTAS PATRIAS
PRÓXIMAS ACTIVIDADES
DE CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
POR LOS 120 AÑOS DEL NACIMIENTO DEL POETA
Y 90 AÑOS DE LA EDICIÓN DEL POEMARIO TRILCE
SÁBADOS 7 PM. AULA CAPULÍ:
CONFERENCIAS Y SIMPOSIOS
SOBRE CULTURA ANDINA
TELÚRICA DE JULIO,
DEL MARTES 24 AL VIERNES 27,
EN SANTIAGO DE CHUCO
FIESTA DEL PATRÓN SANTIAGO
DONDE SE DESARROLLARÁ
UN NUTRIDO PROGRAMA
DE ACTIVIDADES DE CAPULÍ
SÁBADO 4 DE AGOSTO, 2012
PRESENCIA DE CAPULÍ, VALLEJO
Y SU TIERRA EN ISLA NEGRA,
CHILE, EN LA PRESENTACIÓN
DEL LIBRO MIL POEMAS A VALLEJO
Aula Capulí: Tacna 118, Miraflores.
Cuadra 2 y 3 de la Av. Angamos Este
Entre Av. Arequipa y Paseo de la República
Ingreso libre.
Se agradece su gentil asistencia
Teléfonos Capulí:
420-3343, 420-3860
y 997-739-575
capulivallejoysutierra@gmail.com
dsanchezlihon@aol.com
CALENDARIO
DE EFEMÉRIDES
16 DE JULIO
DÍA
DEL
PRESO
PLAN LECTOR,
PLIEGOS
DE LECTURA
ZAVALA
CATAÑO
EN PRISIÓN
Danilo Sánchez Lihón
“Hay que luchar porque en la tierra
un nuevo día amanezca”
Víctor Zavala Cataño
I. LA VISITA
A.
Hace
un poco más de un año, el 27 de marzo del año 2011, Día Mundial del
Teatro, decidí visitar a Víctor Zavala Cataño en el penal Miguel Castro
Castro, que es una de las más temibles prisiones del Perú, ubicada en el
extremo este de Lima, en donde termina el tablazo donde se asienta la
capital del Perú y comienzan los cerros inhiestos de roca, cascajo y
neblina.
Llegar
hasta él es como tocar una fibra honda y herida, triste y a la vez
apasionada, de lo que es el Perú dulce y cruel. Es sentir en carne viva
el drama y la aventura del anhelo de forjar un Perú distinto, con
impaciencia y descalabro, con indignación sacrosanta de sublevarse ante
tanta miseria y ante tanto miserable.
Mientras
viajo en el ómnibus por calles polvorientas, recuerdo la espectacular y
admirada puesta en escena de su obra “El gallo”, por el director
teatral Hernando Cortés, en un escenario emblemático y central como el
de La Cabaña, allá por la mitad de los años 60.
B.
Víctor
Zavala Cataño realizó la proeza de que en los mejores escenarios, antes
reservados para la alta aristocracia de las letras limeñas que tiene
sus aires, sus gestos y sus bucles, que selecciona con sutil
refinamiento sus temas y hasta los moños que debe lucir la gente, en
algún momento lo hayamos visto inundados de ponchos, chullos, trenzas y
polleras.
Como
también del modo de hablar, candoroso y jocundo, de la gente del ande,
de peones, labriegos y cargadores de bultos también con su dejo; una
homérica popular pisando firme en las tablas, antes reservadas para lo
áureo, nobiliario y que supiera a blasonado.
¿Qué
portento había ocurrido para que de la noche a la mañana todo eso
cambiara? ¿Y se representaran obras en donde los campesinos que eran
inicialmente maltratados pronto terminaban reivindicando sus derechos,
venciendo a los poderosos, aporreando a sus verdugos y avizorando la
aurora para un país victorioso que inauguraba un tiempo nuevo de
justicia e igualdad?
Esta
proeza se debía a un hombre que puso calidad en el teatro y que impuso
una óptica y una propuesta ideológica distinta. Logró darle a la escena
peruana de la década del 70 y 80, una fisonomía como no se había visto
nunca antes: hacer que las grandes salas, los grandes actores y los
grupos de teatro, atildados, profesionales y galantes, hicieran teatro
campesino. Una hazaña y un territorio liberado sin que se hubiera
disparado una sola bala ni que hubiera bajas, ni muertos ni heridos ni
contusos.
C.
Alguna
vez lo vi fugazmente acompañado de Luis Figueroa en el bar El Palermo,
escoltados ambos de dos hermosas damas, de primoroso color capulí, ojos
almendrados y actitud arrobada. Hasta en eso eran peculiares y
distintos.
Era
un artista de éxito, consagrado y quien ya podía vivir de prebendas y
halagos, si lo hubiera querido. Podría haberse convertido en un señorito
o en un señorón, en áulico del poder y en un cortesano del sistema,
medrando agazapado en las academias, en los mostradores de las
editoriales o en los pasadizos de los medios de comunicación.
Tenía
para eso condiciones y estampa, que no lo tienen otros que sin embargo
no han tenido escrúpulos para allegarse y ser rastreros. Él prefirió
otros caminos, abruptos, peligrosos y hasta mortales.
Eso
sí, me conmueve el sacrificio de una obra de arte que pudo ser más
amplia, contundente y transformadora para el Perú de base. Me conmueven
¡veintiún años en prisión!
Me
conmueve el drama de una familia: esposa, hijos, nietos, que sin duda
toda su vida han visto a su padre o ubicado a su ser querido en una
prisión. Me conmueve esa dimensión de leyenda que él tiene.
Me
conmueve y fortalece su coherencia, su tajancia y su renuncia. Porque
todo su teatro arribaba al resultado que él ahora padece. Y este ser
consecuente emociona y remece.
D.
Así como me resulta increíble pensar que en estos tiempos haya escritores que sufren cárcel, ¡desde hace veintiún años!
Creía
ingenuamente que eso ocurría en épocas bárbaras, primitivas y
bestiales, en que se encarcelaba a quienes sabían sentir y pensar con
autenticidad y se les hacía sufrir mil calamidades.
Pensaba que eso ocurrió, pero era historia de épocas oscuras, arcaicas y remotas.
Pero
heme aquí ya conversando con él, en la biblioteca del pabellón 2A del
penal de máxima seguridad del estado, el Miguel Castro Castro. Encuentro
en él a un ser dulce, humano, cordial, claro en sus ideas, sin
cortapisas ni ambages.
Encuentro
en él a un ser convicto y confeso no de crímenes sino de ideas.
Encuentro en él a un ser convencido, que piensa que si la vida hay que
sacrificarla por las causas justas del pueblo, está bien.
He
aquí palmaria la inmolación, para que sirva de ejemplo, de proclama y
de consigna. Y de constancia de que aún en estos tiempos hay seres que
lo sacrifican todo por sus anhelos de una patria mejor.
He aquí entonces estar al lado de un ser cabal y un hombre íntegro.
II. LA ENTREVISTA
1.
– Víctor, ¿hace qué tiempo sufres prisión?
–
Primero fue un año, de 1987 a 1988, para después volver a ingresar el
año 1991 que se prolonga hasta ahora, que es veinte años continuos, que
sumados hacen 21 años. Antes estuve en el penal de Yanamayo, a 3,800
metros de altitud, que es una cárcel gélida e inhumana en el
departamento de Puno.
– ¿Y, cómo te sientes?
De acuerdo al diagnóstico, acerca del estado de mi salud, debería estar postrado, sin levantarme de la cama. Padezco de diverticulitis
al colon, que es previo al cáncer. En su estado actual es una
enfermedad feroz y agobiante, con la cual la vida se torna en una
pesadilla y en un desastre, porque postra y
limita. Debieran operarme, pero entiendo que el propósito es matarme, no
recibiendo la atención médica debida. Y, de otro lado, padezco de los
ojos, pudiendo ver con uno en solo un 50 por ciento y con el otro me va
peor, veo apenas la cuarta parte dolencia esta que también está
pendiente de operación. Sin los ojos no puedo leer ni escribir, que es
lo que más me apena y martiriza.
– ¿Y la parte anímica, Víctor?
–
Firme, sólido, invencible. Sé que la vida es un proceso que abarca
nacer, crecer y morir. Eso lo entiendo. Y todo eso es una evolución.
2.
– En estos veinte años, estando aquí preso, sintiendo la injusticia y la impotencia, ¿has llorado?
–
Jamás. Yo estoy de pie, incólume. Nada me ha vencido, nada me ha
doblegado, nada me ha hecho arrepentirme. Estoy enfermo, es cierto, pero
esa es la naturaleza de la vida, siendo la intención de mis captores, y
de quienes quieren que yo sufra, la de matarme de ese modo, dejando que
la enfermedad melle y desangre mi cuerpo. Pero mi espíritu es luchar.
– ¿Te sientes culpable de algo?
–
De nada. Yo no inventé la pobreza ni la miseria de mi país. Yo las he
encontrado aquí arraigadas, desde hace siglos. Lo que no puedo ser es
insensible ni indiferente a ella. He escrito y he denunciado la
explotación del hombre por el hombre y los abusos que se cometen,
aspirando un mundo mejor para mi pueblo. No soy un desquiciado. Lo son
aquellos que piensan que la miseria es normal, que hay que convivir con
ella. Que a unos les ha tocado ser pordioseros y víctimas y a los otros
adinerados y victimarios. Quienes piensan distinto a ese modelo no son
ni locos, ni extremistas ni seres delirantes ni desquiciados. El que se
rebela contra la pobreza, atroz e infame, es más bien un ser moral. Mi
teatro y mi arte no podían ser indolentes a este hecho.
3.
– ¿No sientes, acaso, que has sacrificado tu vida, tu arte, tu familia, tus amigos y toda tu realización personal?
–
Soy conscientye que sii debo pagar con mi vida y con otras exigencias y
abnegaciones esta protesta y posición, ¡está bien! Entonces pago
gustoso esa cuota y sacrificio. Y dejo como herencia esta oblación a las
nuevas generaciones.
– ¿Qué se te imputa?
–
Crímenes que jamás he cometido. Me dieron pena como dirigente máximo. Y
cuando a alguien se le coloca en ese nivel, ya no se le juzga sino que
ya solo se le condena. Y simplemente se le hace cargo de todo,
achacándole lo mínimo y lo máximo. Por eso, yo no he sido juzgado sino
simplemente condenado.
– ¿Estar en la cárcel, teniendo tanto qué hacer, es una expiación que debe ser explosiva? ¿No es así?
–
Lo es. Pero jamás he lanzado un quejido ni menos me he retractado de
sentir y pensar como siento y pienso; ni mucho menos me he arrepentido
de nada.
4.
– ¿Qué es para ti el Perú, Víctor?
–
El Perú es una propuesta a cumplir, un desafío que afrontar. Es un país
convulso, hermoso y formidable, que tiene que reencontrar su porvenir y
su grandeza. En cualquier momento el Perú volverá a ser magnífico, en
la medida en que haya organización de las masas y conciencia social en
el pueblo que se desarrolle en el contexto de nuestra cultura, que es
pujante y asombrosa.
– ¿Y la actual situación, que te parece?
–
Esto va a cambiar. Mi visión del Perú es una visión del futuro. Hay
fuerzas ocultas que anuncian grandes cambios y transformaciones. Los
sucesos de Bagua y Moquegua así lo atestiguan, y nos dan muestra de una
nueva conciencia en sectores que antes no se hubiera imaginado que lo
tuvieran, como las comunidades nativas. ¿De dónde han extraído esas
lecciones? ¡Esto va a cambiar, tiene que cambiar! Ya lo vemos que está
cambiando, cuando las poblaciones salen al frente a defender sus
tierras, el agua de sus acequias y lagunas, y sus derechos en general.
5.
– ¿Cómo nació tu afición por la literatura?
–
En mi comunidad, libro que encontraba era libro que leía, devoraba
todo. Texto que cayera en mis manos lo asimilaba. Mi hermano que ya
estudiaba en Lima me envió “La madre”, de Máximo Gorki, que me fascinó
tanto que lo leí varias veces sea encerrado en m i cuarto o vagando por
los caminos, y me dio un rumbo muy claro para lo que yo quería hacer y
escribir.
– Y ¿lo primero que escribiste?
–
Fue una obra de teatro escolar, que era una recreación del cuento Paco
Yunque, de César Vallejo. Se presenta a un maestro leyendo a sus niños
aquel relato, pero ahí en su clase están todos los personajes del
cuento: Humberto Grieve, Paco Yunque, Paco Fariña, todos. Al final de la
lectura Paco Yunque rompe a llorar inconsolable, sollozando de
sentimiento, pero todos lo consuelan y lo alientan, diciéndole: ¡No
llores Paco Yunque! Es una obra muy simple, pero a la vez muy
enternecedora. Es como imaginar todo lo ocurrido en el Perú, que alguien
nos lo cuente, vernos involucrados en ello, llorar y que alguien nos
consuele. Ganó el Concurso de Teatro Escolar que organizaba el Teatro
Universitario de San Marcos y que dirigía el profesor Guillermo Ugarte
Chamorro.
6.
–
Y ¿cuál crees que es la razón para que el teatro campesino que tú
propusiste, creaste y le diste camino, haya tenido tanto impacto e
influencia?
–
En él se juntaban muchos factores. Por ejemplo, en aquel tiempo el
teatro era un discurso hacia adentro, un alegato más bien psicológico.
El teatro campesino en cambio es un discurso hacia afuera, hacia el
problema social. Todo sale de adentro hacia afuera. Borramos la idea de
escenario, de local y de tabladillo. Al final lo presentamos en la
calle, en el suelo, en el llano; a veces en una hondonada, con los
campesinos alrededor, sentados en los cerros, repitiendo nosotros varias
funciones al día.
– Unos entraban y otros salían.
–
¿No! Quienes veían la primera función no se querían mover y veían la
segunda y la tercera puesta en escena, causando aglomeraciones. Fue
época de muchas salidas a provincias. Mi obra “La yunta”, por ejemplo,
se estrenó en las alturas del centro del Perú, en Ahuac. Y nos dimos el
lujo de citar mediante boletines de prensa, que publicaron los
periódicos de Lima, a su estreno en esas alturas de Huancayo. Como es
lógico una dificultad para llegar, pero Jorge Acuña a la hora en que
salíamos a actuar entró gritando: “Aquí estoy, ah” “Aquí estoy, ah”
“¡Que conste que he venido desde Lima, ah!”. Tuvo que trepar la
cordillera de los andes para asistir al estreno de la obra.
7.
– Marcó mucho, ¿no es cierto?
–
Habían tantos grupos de teatro campesino que se creó una Federación
Nacional de Teatro Popular, y que era en realidad de teatro campesino.
En el Festival de Teatro del año 1981, que se realizó en Cerro de Pasco,
de treinta grupos, 18 eran de teatro campesino, tanto que un
comentarista del exterior dijo: “¿Tanto poncho y tanto chullo en el
teatro peruano?”
– Ahora, ¿a qué te dedicas aquí, Víctor?
–
A escribir y leer, aunque ahora seriamente limitado por este problema
de los ojos, sin que pueda hacerlo como antes. Sin embargo, he escrito
mucho. Tengo obras por publicar. Tengo ahora una visión panorámica de
muchos hechos y cosas.
– Y la familia ¿bien?
–
Toda mi familia está íntegra, indemne e indestructible. Y esto ocurre
cuando los motivos por los cuales se sufre cárcel son de conciencia. En
un preso común la familia acaba el día en que el sujeto entra a la
cárcel. Lo sé porque converso con gente de otros pabellones. En un preso
político como yo, la familia permanece fiel e intachable. Por ejemplo,
estando en Yanamayo, que es puna desalmada, con un frío gélido, y para
llegar a ese penal hay que hacer un viaje de varios días, hasta ahí sin
embargo iba a verme mi familia, cuando la visita duraba únicamente
treinta minutos. Y era después de un lapso 15 días.
8.
– ¿Sufriste escaseces y privaciones en tu infancia?
–
Yo me rebelo no por haber sufrido privaciones sino por ver sufrir a los
demás. Yo soy de extracción campesina, pero de comunidad y de condición
media. Mi padre tenía tierra y toros para arar los campos, lo cual
otorga una posición. El único resentimiento que guardo es que nos
castigaba a sus hijos como un gamonal flagela a sus peones. Hasta un día
en que mi madre, que era dulce y pequeña, se le cuadró y él retrocedió.
Pero cuando voy a trabajar a Huamanga, a dirigir el teatro de la
universidad, salíamos todos los fines de semana a la parte rural y ahí
veía cuadros desgarradores de miseria humana extrema. En una de esas
tantas ocasiones encontramos en plena puna una covacha donde vivía un
campesino con sus cuatro hijas, enfermas todas de tuberculosis. La madre
había muerto escupiendo sangre y todos ellos también tosían y salpicaba
sangre. Estaban tan afectados, tanto que parecían cadáveres. Sin
embargo, porque así es nuestro campesino, nos ofrecieron su comida.
Nadie del grupo aceptó, por su puesto. Al contrario, se salieron. Pero,
yo sí. ¿Qué era esa comida? Agua con unas cebadas flotando, con una
pizca de sal. Era su alimento de todo el día. Prácticamente, ¡nada! Ni
una papa, ni un maíz, ni alberja. Yo cogí el plato que me sirvieron y lo
devoré, como un juramento, como una promesa, como una inmolación. Era
como morir, ir directo al hospital o al panteón. Fue esa mi elección.
Pero ahí juré estar con ellos, ponerme de su lado, asumiendo y
compartiendo su destino. Lo contrario hubiera sido limitarme a mirarlos y
tenerles compasión. Ahí asumí hacerme carne y aliento de su destino,
junto a ellos pase lo que pase. Y aquí estoy.
REFLEXIÓN
A.
En
el momento de despedirnos Víctor quiere acompañarme hasta la puerta
final del pabellón, y así lo hace. Me presenta a todo compañero que
encuentra a su paso.
Y
me conmueve la deferencia y el respeto con que me tratan, especialmente
de él, su cariño y su distinción. Porque, yo me digo: ¿quién soy para
una persona como él, que lleva veinte años preso?
Ya afuera, siento para mí este día como decisivo y memorable. Y se me hace muy nítido que la literatura no solo son textos, sino las imágenes fascinantes y legendarias de la vida de los autores.
Para
apreciarlo basta sintonizar con algunos pasajes del acontecer vital de
César Vallejo, José María Arguedas, Ciro Alegría, José Carlos
Mariátegui, vidas de titanes y gladiadores de fábula.
Respecto
a la trayectoria de Víctor Zavala Cataño la encuentro solo comparable a
la vida de Guamán Poma, aquel indio lacuaz, irredento y pugnaz, quien
nació el año en que los españoles ingresaban al Perú, perdió toda su
hacienda por escribir con su sangre una denuncia, arriesgando su
posición por su afán justiciero, que le deparó ser perseguido,
encarcelado y finalmente olvidado.
Encuentro
en él la misma pasión, la misma pertinacia y el mismo delirio, en
cuanto a su adhesión a los desposeídos, a su proeza creativa, al
sacrificio de su vida y a su aureola mítica.
B.
Solo
falta una página por agregar en esta vida legendaria. Y es: que salga
libre por acción de quienes desde el arte, las humanidades y el civismo,
podemos solidarizarnos con la gestión, el reclamo y el compromiso que
pongamos en ello.
Para
que quede en la historia que el pueblo organizado pudo romperle sus
cadenas, en honor al teatro que hizo o hace, a la obra grandiosa que
alcanzó a realizar, no solo por la calidad inmensa que tiene como
documento estético, sino por su autenticidad, su repercusión y su moral
profunda.
Hagamos
que las generaciones nuevas y las del futuro, con las páginas que él ha
escrito en su obra y en su vida, se llenen de orgullo y fortaleza.
Y
que sepan que es designio de los escritores no poder callar. Que
escriben, declaran, proclaman. Y en eso su vida entra en peligro y
corren riesgos y padecen cárcel.
Pero
qué hermoso es ver la coherencia entre lo que se escribe y se paga con
la vida; considerando que los escritores son francotiradores del verbo,
de la palabra y de las ideas; no de balas, ni de bombas ni de
instalazas. No es su ejercicio ni dominio las mortíferas armas de
guerra, sino aquellas que crean vida y abren nuevos horizontes como él
los ha abierto.
C.
Como
movimientos culturales, como intelectualidad alerta, como generación
histórica sensible y consciente, breguemos porque Víctor Zavala Cataño
salga a curarse, a concluir y consolidar la gran obra de teatro
campesino, legado y patrimonio del Perú eterno, en lo cual está
agregando a la calidad estilística de su obra el ejemplo de ser
consecuente, al solidarizarse con lo más dolido y sufrido del Perú.
Porque
hay algo más que ser célebres y es ser hombres honestos. Hay algo más
que los éxitos y son los principios. Y hay algo más que la calidad
literaria y es ser coherentes con una realidad dramática como es la del
Perú. Y fortalecer todo esto es pedagógico, educativo y formativo de
conciencia social.
Quedará en las páginas indelebles del Perú que el autor del teatro campesino sea liberado. Y, a la inversa, quedará
como un baldón y un bochorno que él fenezca y no hicimos nada por
defenderlo. Porque de lo que sí estoy seguro es que él quedará como una
página proverbial, como el paradigma de un escritor encarcelado por sus
ideas. Y que todo esto lo sufrió por ser fiel al pueblo, a aquel Perú
pendiente por redimir, el de los pobres y desposeídos, siendo su
coherencia un valor nacional que la sociedad del futuro lo sabrá
reconocer.
D.
Él
ya hizo su parte, ahora corresponde que nosotros hagamos la nuestra,
reclamar que él salga libre a curar sus enfermedades, porque esa es una
razón mínima de Derechos Humanos, que nos corresponde poner en vigencia
por ser inherentes a la especie humana.
Que
salga libre y culmine su proyecto creativo y que el teatro campesino
tenga su corolario, como la mejor épica teatral del Perú de la segunda
mitad del siglo XX; que se sustenta además en las legítimas aspiraciones
de ser un país más justo.
Seamos
y hagámonos grandes en esta página de la historia, en razón del
glorioso teatro campesino que él delineara y dejara como una realización
para el Perú y América, ya que dicha expresión se forjó aquí, irradió
aquí y gracias a un hombre proveniente de una comunidad campesina del
Perú profundo, la de Huamantanga.
En
razón de todo ello, solicitemos el indulto para Víctor Zavala Cataño,
pidámoslo en razón del centenario de José María Arguedas.
Hagamos
todo ello, para que la historia sea compasiva no con él sino con
nosotros. Para que en la Tierra y en el Perú, como él lo expresa: “un
nuevo día amanezca”.
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