PRÓLOGO A LA NOVELA “AGUAS ARRIBA” DE FRANSILES GALLARDO
Por Luzmán Salas
Por Luzmán Salas
El poeta Fransiles Gallardo nos entrega ahora el ejercicio de su prosa plasmada en la novela Aguas arriba. Lamento no haberla tenido antes entre manos para incluirla en mi libro La prosa de los cajamarquinos, publicado recientemente.
En Aguas arriba se respira un ambiente netamente campesino: costumbres, objetos, lugares, quehaceres, creencias, personajes, peripecias e ilusiones aparecen narrados y descritos de manera sugestiva y conmovedora.
La Playería, escenario principal de la novela, con todo su aliento telúrico se ha impregnado hondamente en el ser del autor; se ha hecho carne y sustancia de Fransiles Gallardo. De ahí proviene la eclosión de esta obra que por sus merecimientos se inscribe sin regateos en el universo de la novelística regional y nacional.
Después de leer los cinco capítulos de la novela, advertimos en ella los dos lados de la existencia humana: los gajos de dicha y los desgarrones de la tristeza. Percibimos el contraste de dos mundos: la alegría y la tristeza.
En el primero hay la aceptación de la realidad circundante; en el segundo se vislumbra el desafío y la aventura. Esta antinomia es la evidencia del vaivén en que vivimos. En el primero, la vida se muestra anclada en un pequeño universo; en el segundo, la vida se extiende hacia otros horizontes; en uno hay presencia; en el otro hay ausencia, con un implícito sentido filosófico sobre el valor de la soledad y la tristeza de los humildes.
La obra encierra indiscutible significación humana y social porque es una forma de conocimiento de la vida rural, de adhesión al mundo campesino serrano, tornándose a veces introspectiva y de tono lírico. Exhibe la idiosincrasia social y cultural de un grupo humano, asentado en una pequeña comarca, cual si fuera una muestra simbólica del universo rural.
El autor, conocedor en profundidad, desde dentro, de la vida campesina en sus diversas manifestaciones, ha logrado una fidedigna contextualización rural y ha hecho gala de un verdadero ejercicio de conciencia social.
Estilísticamente, Aguas arriba ofrece singulares características como éstas: Uso abundante de vocabulario y sintagmas andino-indigenistas (nu'ay durar mucho tu tragedia; juerte hay que ser, o sidenó tieso das das; ¡Pruébeste y veray qui'asta los dedos siay de chupar, niño!, diciendo. ¡Cuidadito, vos también, cholo malcriado, que redepente tu tantito también te toca. Cuántas veces, enrojecidos los ojos, hipo hipo, la escuchamos –moco moco, lloro lloro- contarle la congoja de los hijos ausentes).
Frecuentemente aparece la fonética del sustrato quechua (Gavelancito de los cirros/ no mi llevas mes gallenas,/ llívate me corazón/ pa'nu llurar mes penas. Tan chequetito, recién nacideto lo llévaste por esos friyos, acacaucito me cholito, amarrau al kipe de mama Beca, hasta Santa Rosita.)
Asimismo, aparecen de vez en cuando algunos hipocorísticos e informalidades (Baldo, Balducho por Baldomero; Gonsha, por Gonzalo, Segis, Ashuco) y el uso preciso y apropiado de términos onomatopéyicos.
En algún momento se percibe un rasgo original: frente a cada verso de un yaraví discurre el texto narrativo del autor en un paralelismo que se complementan sentimentalmente para trasmitir hondas añoranzas. Los versos de canciones con sentimiento romántico o notas de tristeza y añoranza de yaravíes y valsecitos del ayer conceden notas líricas a la obra.
Como técnica narrativa cabe destacar la superposición de discursos narrativos: del autor y de los personajes. Ejemplo: “Ni los emplastos de llantén con higuerilla, hierbasanta y barro mitoso del puquio, ni las mezclas de hierbas y menjunjes de doña Lolita Cabrejos, la curiosa del pueblo –tómeste este calientito, friyo dejuro li'a dentrao- le calman los dolores y andares. Ni la mesada del cholo Basilio Chanduví brujo güenazo soy, diciendo con sus rezos to los dañus yo corando ni las danzas a media noche alrededor de un poncho maliro no suy, corador suy con Cristos, sables, calaveras –yo limpiandooo, yo curandooo, levantandooo-, ni las invocaciones del Apu del cerro y a los gentiles, con cigarro y sanpedro inhalados por su nariz –yo, limpiandooo, yo curandooo, levantandooo-; nada.”
Y no faltan los ingredientes humorísticos como éste: “Mojamos con saliva la punta del lápiz de carbón pa' que pinte más mejor las respuesta de Lenguaje.
¿Cajón es con jota o con ge?
Las sumas y las restas.
–Siete más nueve, no sé pue a mí sólo me han enseñao nomá nueve más siete –contando con los dedos–.
–¡Qué gafo que'res, si es lo mesmo pue, burro animal! –escribiendo el resultado–.
–Qué ganas de alabar a tu familia, ¿di?
Las pequeñas historias narradas en cada capítulo, aparentemente cuentos aislados, adquieren sentido de unidad cuando la obra llega a su desenlace.
La novela encierra episodios cautivantes, cuyos personajes centrales son el viejo Joshua, madera de roble, pícaro y burlón, y mama Beca, tierna, dulce y hacendosa.
El último capítulo de la obra titulado Arrieros somos, con sus diez relatos conmovedores, consolida y redondea el corpus novelístico.
El retorno del hijo ausente, después de veinte años, desde los climas fríos de Puno a Lima y de allí a Wamanmarca es desgarrador.
La prosa que en los capítulos anteriores se presentaba tachonada de vocablos y giros regionales, de visible tono coloquial, en el capítulo final se ofrece literariamente más formal, castiza, poética, ágil y fluida, haciendo el autor gala de sus cualidades narrativas:
“La soledad devoradora, en oleadas invade nuestra memoria y se empoza en nuestro pecho, como una laguna de nostalgias y recordaciones.
La melancolía irrumpe candente en nuestras conmovidas fibras, resbalando cuesta abajo por nuestro cansado rostro ajado por el viento, el tiempo y la soledad. Desbarrancándose, como las riadas del Lango Lango en invierno o chispoteando a borbotones, como los canales de riego de la gran represa del río Grande.”
El regreso, a manera de recuento de la vida o colofón de la existencia humana, es un torbellino de sentimientos encontrados entre nostalgia y añoranza, entre tristezas y alegrías; por instantes aflora una vibración de felicidad; es el retorno a la querencia donde habían quedado jirones de sueños infantiles.
Como una queja irremediable, el autor narra cuánto ha cambiado el lugar de la infancia; pero al fin y al cabo persiste la ilusión del reencuentro con los viejos Joshua y mama Beca, abrumados por la soledad.
El final es estremecedor; el corazón se sacude, y si en el lector sensible brota una lágrima, es sin duda el testimonio de que esta obra ha logrado remecer la fibra más profunda de su esencia humana.
Felicitaciones, Fransiles Gallardo, porque con Aguas arriba, estás yendo cuesta arriba.
Fuente:
Fransiles Gallardo Plasencia
Poeta y escritor. Nació en Magdalena CAJAMARCA