INSTITUTO DEL LIBRO Y LA LECTURA, INLEC DEL PERÚ,
Y CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
AGOSTO:
MES DE LOS NIÑOS, LAS COMETAS, EL DEPORTE
Y LOS PUEBLOS ORIGINARIOS
SÁBADOS 7 PM
CONFERENCIAS Y SIMPOSIOS SOBRE CULTURA ANDINA
Aula Capulí: Tacna 118, Miraflores.
Cuadra 3 de la Av. Angamos Este
Entre Av. Arequipa y Paseo de la República
Ingreso libre.
Se agradece su gentil asistencia
Teléfonos Capulí: 420-3343 y 420-3860
planlector@hotmail.com
PRÓXIMAS ACTIVIDADES:
A. SÁBADO 20 DE AGOSTO
PRESENTACIÓN Y ACTUACIÓN DE WINELVI ALFONZO TROCONIS
ANIMADOR DE LECTURA Y CUENTACUENTOS
ORGANIZACIÓN “LA RANA ENCANTADA”
DE CARACAS, VENEZUELA
B. SÁBADO 27 DE AGOSTO
RAMÓN NORIEGA TORERO
DIRECTOR DE LA CÁTEDRA DE SABIDURÍA ANDINA:
“LOS MONTONEROS EN LA DEFENSA DEL PERÚ”
C. SÁBADO 3 DE SEPTIEMBRE
OMIRA BELLIZZIO
PRESENCIA, ANIMACIÓN Y MENSAJE DE EL TALLER DE OMIRA,
CARACAS, VENEZUELA
CALENDARIO DE EFEMÉRIDES
20 DE AGOSTO
DÍA DEL CALLAO
PLAN LECTOR, PLIEGOS DE LECTURA
MITO DEL CALLAO Y SUS ISLAS
MITO DEL CALLAO Y SUS ISLAS
Por Danilo Sánchez Lihón
1. ¡Es su suerte!
Aquí antes tenían su morada, en tiempos remotos, dos dioses que se amaban con amor transparente y apacible.
Todo andaba bien, salvo un detalle, que hizo que el amor que se tenían, fuera arrebatado, y después se hiciera eterno.
Pasión que ha quedado como un hecho inolvidable perpetuado en dos islas, en el viento que sopla y en una ensenada que se proyecta al mar como un brazo que anhelara algo inalcanzable.
¿Cuál era ese detalle? Lo que motivó este drama es que azotaban estos parajes inclementes las marejadas, las borrascas y los maremotos.
– ¡Lucharé con ellos!, –dijo un día Chucuito–. Expulsaré a estos malvados que asolan las costas del mar océano. Los hundiré en los abismos y en las cavernas donde nacen. ¡Guerrearé hasta vencerlos!
– ¡Déjalos!, –dijo Challa–. Nosotros somos dioses y nada podrán en contra nuestra.
– ¿Y los otros seres? ¿La raza humana que aquí mora?
– ¡Sabrán cómo defenderse! ¡O, sino, perecerán! ¡Es su suerte! ¡Esa es la ley que determina quiénes deben sobrevivir!
– Y, ¿todo aquello que aquí se construya y erija, que se arruine y arrase?
2. Él la apartó
– Entonces busquemos otros parajes.
– ¡No! ¡Corregir a esos perversos! ¿Aquí, nada podrá edificarse por el antojo y el arbitrio de esos seres siniestros? Iré a domeñarlos. ¡Es mi deber!
– ¿Y qué tiempo te llevará combatirlos? –Preguntó Challa, ya inquieta por la probable ausencia de quien era su esposo adorado y padre de su hija Maranga.
– Con precisión no sabría decir cuando vuelva. Solo en ir y volver a sus guaridas no es menos de cinco años. Puedo regresar muy pronto después de ese lapso, si los venzo con soltura. O puedo demorar un tiempo prolongado, si es que es duro someterlos a un orden y a una ley.
– ¿Y si te pasa algo? ¿Si sucumbes? –Dijo ella ya puesta en su delante y cogida a su cuello. Él la apartó suavemente.
– Entonces habré cumplido con lo que es mi designio.
– Y, ¿cómo harás?
– Buscaré con mi embarcación a esos ladinos y arteros, en el mismo lugar donde nacen y se engendran, que es en lo más lejano y hondo del océano.
– ¡Eso es abandonarnos a mí y a tu hija, que es tierna!
3. Lo hago por ustedes
– ¡Ya nada les falta!, salvo que aplaque la furia de estos espectros brutales cuyas fechorías se ciernen sobre estas tierras.
– ¡Te matarán o te quedarás por ahí, enfermo y loco! Para ti ya no habrá regreso.
–Yo pondré todo mi empeño en volver. No depende solo de mí el que me vaya bien o mal en esta empresa.
– Entonces deja esa idea descabellada.
– Tengo que cumplir esa misión que es ineludible. Nada debe amenazar estas tierras. Esa es la obligación que se e encarga que yo cumpla.
– Lo que me extraña es que por una aventura tengas que abandonar a tu familia.
– No confundas deber con aventura. Y tampoco misión qué cumplir con abandono.
– ¡Pero nos dejas solas! ¿No te conmueve abandonarme aquí, a mí y a tu hija pequeña a quien no verás crecer?
– Este trabajo en el fondo lo hago por ustedes.
– ¡Pero si hemos podido vivir así hasta ahora!
– ¿Y no te preocupa vivir con estas amenazas? ¿Acaso, no es bueno corregirlas?
4. Yo volveré
– Si es por nosotras, te decimos ¡que no! ¡Que no lo hagas! ¡Que te necesitamos a ti!
– Lo hago por ustedes y por todos los demás.
– Ya te decimos: ¡no lo hagas!
– Lo haré.
– Si finalmente te vas, ya no nos busques. Ni siquiera regreses. Olvídate de nosotras, de mí y de mi hija. Y no vuelvas ni siquiera a buscarnos.
– De todos modos es mi deber.
– Y si me encuentras te digo que probablemente ya no te pertenezca. Si así lo quieres, ¡vete!
Estas palabras ofendieron a Chucuito, llenaron de amargura y desilusión su alma. No dijo nada y se alejó.
Solo días después se acercó para despedirse, sin detenerse a oír una respuesta:
– He preparado mi nave y voy a partir. Yo volveré. Te buscaré solo aquí, en ningún otro sitio, a ti y a mi hija.
– No nos encontrarás.
– Nada ya depende de mí. Nuestro destino no depende de lo que tú y yo hagamos.
5. La tierra que él amaba
Y Chucuito partió.
Él era hábil en todo. Principalmente en dirigir una embarcación, en reconocer las corrientes marinas, en saber cualquier ubicación orientándose por las estrellas.
En acertar en saber la profundidad de los fondos marinos, en conocer el temperamento y el capricho de los vientos.
Era hábil en interpretar de la noche sus calmas y del día sus esperas; del oleaje tanto sus tersuras como sus sinuosidades. Y de los monstruos también en vaticinar sus sueños y sus ansiedades.
Pero las marejadas que azotaban las orillas de la tierra que él amaba se habían vuelto indomables, atrevidas, sin orden ni concierto.
Y las borrascas cubrían de lluvia, neblina y oscuridad las campiñas.
Y los maremotos destruían toda la vida que encontraban a su paso.
Y por más que Chucuito intentó persuadirlos estos endriagos lo desoían. Y hasta lo trataban con burlas, sorna y desprecio.
Es por eso que se embarcó a expulsarlos y a hundirlos en lo más distante y profundo del bruñido piélago.
6. Una señal en el horizonte
Decidido a eso partió por el océano en busca de las mareas, borrascas y maremotos que asolaban las costas del Callao.
Pero ella también partió, pero en dirección opuesta, hacia las montañas encumbradas, a buscar refugio a su herido orgullo, obcecada de despecho y desengaño.
Aunque no pudo resistir, cuando ascendía, de voltear y ver aquella barca que se alejaba. Un sentimiento de tristeza y desolación embargó su alma.
Y pensó que no volvería a ver nunca más a quien hasta entonces había sido su fiel compañero. Dejó de observar y siguió su camino.
Tiempo después Challa asistió a muchas fiestas. Trató de encontrar distracciones y hasta se envolvió en lances de amor, atenta a los requiebros de otros dioses y huacas que la asediaban.
Pronto descubrió que el único ser a quien amaba era a su esposo. Que nadie a él podía comparársele.
Que no había otro ser como él sobre la faz de la tierra.
Y desde el farallón donde vivía miraba el lejano mar esperando una señal en el horizonte que le avisara de su regreso.
7. A todos hirió
Él, en cambio, navegó por el mar inacabable, hasta poder ubicar dónde se guarecían las olas furiosas, las pérfidas borrascas y los maremotos alevosos.
Todos ellos se habían coludido con artimañas y retirado a fin de tenderle una emboscada.
Y el combate fue en alta mar. Las olas fueron indomables. Sacudían su bajel intentando romperlo. Lo arrojaron fuera de él. Lo ahogaban con sus azotes.
– ¡Te haremos añicos! –Proferían con sus gritos y alaridos ululantes.
– ¡Los hundiré en sus propias lavas y espumas! –respondía él a los engendros.
Desataron en contra suya un furor implacable, sobre todo queriendo destrozar su nave. Pero ella estaba sellada con junturas de plata, y no pudieron destruirla.
Siempre flotaba. Y él bien sujeto de pies a sus travesaños asestaba flechas, hundía su lanza y daba porrazos certeros a los esperpentos que salían a enfrentársele.
Poco a poco eran menos sus enemigos, que los sepultaba en los abismos, dejando un mar completamente en calma.
Fue ardua la jornada y pudo morir en el intento. Pero sobrevivió.
Porque a todos estocó con su lanza. A todos hirió con sus dardos. Y finalmente pudo hacerlos desaparecer en lo más profundo de los abismos del mar.
8. Guardianes valerosos
En ese afán habían pasado diez años. Cuando Chucuito inició su retorno, maltrecho por las heridas y los golpes que había recibido, su amor hacia Challa se había acrecentado. Navegaba veloz y esperanzado otra vez en tocar su tierra y encontrar a su familia.
Llegó al litoral desde donde partiera, pero no encontró ni a su esposa, ni a su hija.
Su desesperación fue inmensa de no poder verlas. Ciertamente, ellas habían huido dejando abandonado este paraje.
¿Dónde buscarlas? ¿Tendría esto sentido?
Ahí pidió a los dioses mayores que lo ayuden en convertirse en guardián de estas costas, diciéndole a Ticsi Wiracocha, el padre supremo:
– Lo que hay que evitar ahora es que otra vez regresen las marejadas, y con ella que reaparezcan los seres infernales que la secundan.
Dijo aquello y acomodó su lanza hacia un lado.
Y los dioses le consintieron el deseo de ser erigido como el guardián de estos lares.
Y presto, dentro de su nave se convirtió en piedra, como su embarcación en moles inhiestas, a fin de cuidar y defender estos parajes, como guardianes valerosos.
9. Y allí está
Un día Challa divisó una nave detenida cerca de la orilla. Y el corazón se le exaltó de júbilo y regocijo:
– ¡Vive! –dijo–. ¡Y ha regresado victorioso! ¡Mi amado ha regresado triunfante! –Abrazó a su hija y le dijo así:
– Tú espérame hasta que yo retorne a buscarte. Mantente entre las nieves. Si no regreso pide auxilio a alguno de los dioses. Yo voy ahora en busca de tu padre amado.
Volvió, pero ya era tarde. ¡Él se había convertido en una isla erizada con otra pequeña, que es su lanza y lo acompaña!
Ella, desesperada y gimiendo se extendió cuanto pudo en la orilla, en un esfuerzo supremo por alcanzarlo, por tocarlo al menos, diciéndole:
– ¡A ti voy! Hacia ti tiendo mi brazo suplicante. ¡A ti me allego, amor mío! –Y que es lo que ahora se escucha susurrar al viento en los acantilados de Chucuito, y en las jarcias de todo navío que allí se adormila.
Y fue estirando su brazo cuanto pudo, para alcanzarlo. Y no le fue posible, ni siquiera rozarlo.
Entonces les pidió a los dioses volverse ensenada, para estar cerca a su amado.
Y allí está, eternizada en la actitud de tender su mano hacia él, como la tierra en esa parte lo ha perpetuado.
10. Hondo canto de amor
Y lloró tanto que es el único lugar del litoral que a lo largo de todo su margen tiene millares de piedras redondas y humedecidas de llanto, de queja y sollozos. Son las piedras redondas y cantos rodados que hay a lo largo del litoral del Callao y que son lágrimas de Challa.
Lloró y clamó tanto que su hija pudo oírla. Y bajó a consolarla.
Encontró tan hermosos estos lugares, en donde ella había nacido y vivido junto con sus padres, que la embelesaron.
Le gustaron tanto que se quedó a vivir aquí, volviendo a poblar estos paisajes.
Y de esa descendencia se formaron varios señoríos. Y luego el reino de Maranga, hija de Challa, la diosa arrepentida y de Chucuito, el dios valeroso.
Él ha quedado para siempre como el protector que nos defiende de las marejadas, borrascas y maremotos, que antes asolaban estos dominios y las playas del Callao.
Por eso, la ensenada con su punta, las playas y las dos islas de enfrente, constituyen el himno del adiós y del retorno de todo viajero que de aquí se ausenta y hacia aquí siempre vuelve.
Y el hondo canto de amor que significa en todo, la tierra, el aire impalpable de su cielo y el mar del Callao.
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