jueves, 3 de febrero de 2011

FEBRERO: IDENTIDAD CON TODAS LAS SANGRES - PLAN LECTOR: LA TRENZA DE MI HERMANA - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN

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INSTITUTO DEL LIBRO Y LA LECTURA,
INLEC DEL PERÚ, Y

CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA

Construcción y forja de la utopía andina


FEBRERO


MES DE NUESTRAS LENGUAS MATERNAS

EVOCACIÓN

IDENTIDAD SON TODAS LAS SANGRES


PLAN LECTOR, PLIEGOS DE LECTURA

LA TRENZA DE MI HERMANA


Danilo Sánchez Lihón

“…por ti, Febrero!” César Vallejo

1. Nos llama

Cuando nació mi tercera hermana, séptima en el orden general de nuestra familia sumando varones y mujeres, yo le decía a mi papá:

– ¡Jálenle la naricita, para que no sea ñatita como yo! ¡Jálenle la naricita!

Y a cada momento, cuando alguien salía o entraba al cuarto donde mi madre había dado a luz, yo le decía:

– ¡Jálenle la naricita para que no sea ñatita como yo! –Creyendo que aún era tiempo de formar su nariz que quizá la traía como la mía y que creía yo que todavía había tiempo de moldearla.

Ahora me miro y me pregunto ¿por qué me dirían de niño ñatito?

Entonces mi padre me replicó ya muy enojado:

– ¡Cállese! ¡Cómo le vamos a jalar la naricita a la niña! ¡Eso no se le puede hacer eso a una bebita, que es tierna y delicada!

Pero mi mamá, que estaba escuchando, luego que él se fue a trabajar, nos llamó diciendo:

– ¡Entren a conocer a su hermanita!


2. Nuestras manos

Y entramos. ¡Es febrero!, cuando las piedras del patio, los cordeles de los aleros y las tejas del borde de los techos se tornan traslúcidos y espejean sus brillos de plata.

Y así, todas las cosas; o bien porque han llorado desconsolados y sin motivo aparente, o bien porque en sus pupilas han empozado los charcos de las lluvias y aguaceros que asolan y arrecian la tierra, justo en este tiempo.

Entramos casi sin pisar el suelo, Rosita, Jaime y yo. ¡Nos había nacido una hermanita!

Cuando nuestra madre la descubre, abriendo la frazada que la envuelve y abriga, la vemos nívea. Y con las mejillas coloradas como un melón.

Es una muñeca primorosa de porcelana y biscuit, como aquellas de las vitrinas de las casas solariegas que se ven pero no se tocan. ¡Preciosa! ¡Linda! ¡Pero, la verdad, no la habíamos imaginado así, sino como nosotros!

Nuestras manos, al lado de sus manitas, son toscas y ordinarias. Y, ante ella, las escondemos de vergüenza y recelo introduciéndolas en nuestros bolsillos, porque nos parecen prietas, oscuras y feas al lado de esa muñeca de alabastro que ahora duerme apacible.


3. Ni menos azules

Cuando salimos, confusos y azorados, dijimos que a lo mejor no la vamos a querer, como era nuestro anhelo. Porque es distinta a nosotros y más se parece a un duende.

Aunque Rosita, haciendo un puchero, señala que es igualita, en lo de gringa y todo, a la abuela Rosa.

Pero Jaime, en su media lengua, dice que es más parecida todavía a la tía Elia, que vende alfeñiques a la vuelta de la esquina.

Alta, rubia y de ojos de un azul intenso, como el cielo cuando nos castigan y nos consolamos en mirarlo, esperando que de él baje un ángel o una virgen que nos lleve.

Han pasado los días y casi no entramos a verla.

Pero una mañana mamá da un grito. Y nos llama apurada. Entramos co¬rriendo, por el susto. ¡Había abierto sus ojitos!

¡E imaginen ustedes, qué! ¡Son negros, negros azabaches corno los nuestros! ¡Qué felicidad! Deliramos y saltamos de alegría. No son zarcos como los de la abuela, ni menos azules como lo de la tía Elia. Ni siquiera glaucos como sus alfeñiques.


4. ¡Oh prodigio!

¡Qué ternura que nos dan esos ojos negros!

¡Qué alegría sentirla ligada a nuestra vida, hecha para afrontar grandes desafíos! Esto lo aproximó tanto a nuestros corazones, al punto de bailar enlazados de las manos.

¡Qué emoción profunda sentimos! Nos parecía una renuncia, de nuestra bebita, al azul que le correspondía, por estar con nosotros. Todo por acercarse a lo que éramos, por pertenecer a nuestros juegos y travesuras.

Más, ¡oh sorpresa!

Cuando se le cayó la gorrita descubrimos una presencia muy curiosa: ¡que es calva!

Y esto, ¡en tanto frío! como es el de la serranía, como estar desnuda de la cabeza, como una fruta sin cáscara o una casa sin cerrar. Y esto nos puso nerviosos.

Más, ¡oh prodigio! ¡Allí descubrimos que tenía un solo pelito! Uno solo. Largo, muy largo, casi del tamaño de una trenza.

¡Uno sólo! Y ¡qué maravilla! ¡Es negro! Mamá nos dice que al principio era rubio.


5. La luz del sol

Pero, además, oh portento, es lacio, duro y rebelde como los nuestros. Y eso sí nos conmovió tanto que empezamos a delirar.

Esto terminó por hacerla entrar de golpe y de lleno en nuestros corazones, que ahora ya se ahogaban por quererla.

Esto justo coincidió con otro hecho: que es la primera vez que mamá la pone en nuestros brazos.

Que es a su vez cuando la llenamos de besos y lloramos todos juntos hundidos el rostro en su cuerpecito, como acogiéndola y pidiéndola perdón.

Porque aquel único cabello es como si alguien hubiera trasplantado un pelo de nuestras cabezas, que se paran, no se dejan peinar y son indomables, y lo hubiera injertado en el huesito de leche y de miel de nuestra inocente hermanita.

Eso nos da pena y felicidad al mismo tiempo. Nos hace reír y llorar.

Pasan los días y tenemos que correr para verle sus ojitos cuando los abre, porque casi siempre la ciega la luz del sol.


6. Ese hilo inefable

Mucho más al reflejarse en ellos las paredes enjalbegadas de cal y tierra blanca de nuestra casa humilde, pero primorosamente enlucida.

Entonces nosotros adquirirnos una mala costumbre: cual es que queremos estar haciendo correr entre las yemas de nuestros dedos y templando ese pelito arisco, cerril e insurrecto de su cabecita.

Queremos estar puliéndolo, como si hiciéramos sonar la cuerda de un violín supremo que nos da una nota profunda y llena de resonancias antiguas y nuevas.

Eso a ella le hace gracia y le encanta. Y lo reconoce así riéndose hasta con sonoras carcajadas. Corno si le contáramos algo gracioso y ella lo entendiera.

Pero mi papá la anda cuidando con un rostro muy fiero.

Nosotros, cuando creemos que estamos solos, alzamos muy suavemente la sábana que la cubre, haciendo avanzar nuestro brazo a coger ese hilo inefable y ¡sua!, nos cae un palmazo en el dorso de la mano.

Allí está vigilante la manaza de papá, que nos castiga con un golpe seco y preciso.


7. Una trenza regia

Porque nosotros queremos acariciarle ese fleco insólito, esa brizna infusa, ese velamen impar, de nuestra querida bebita!

– ¡No lo toquen!–, nos regaña. Y, a veces, nos saca de la habitación muy molesto cogiéndonos de una oreja.

En verdad, si nuestro papá no lo hubiera cuidado así, seguramente nosotros le habríamos arrancado esa hebra impertinente y sublime con nuestras manos ásperas y nuestros dedos agitados y confianzudos.

Así pasaron los días. Fueron tantos que nuestra hermana incluso ya gateaba. Y ella sí nos cogía fuerte de los cabellos, trenzando bien sus dedos hasta arrancarnos mechones enteros de cabellos nuestros que se enredaban en sus manos blancas como la nieve.

Nuestra mamá peina ese solo filamento con amor consagrado que se transparenta en sus ojos enternecidos. Le amarraba unos lazos de colores como si fueran cintas o rizos en una trenza regia.


8. Un sorbo de agua

¡Se demora buen rato en ese oficio mirífico! Casi toda la mañana, peinando esa cuerda prima de la sonaja cariñosa que es nuestra hermanita. ¡Y nosotros mirándola!

Para defender ese cabello inconcebible, papá le ha comprado una gorra de pana roja. La tela suave y tersa hace tornasoles en su cabeza.

Se la ponemos y con esa boina queda aún más encantadora.

Pero, entonces, no sabemos cuál es más encendida: si el rostro de mi hermana o la gorra de pana que le cubre ese cabello negro, lacio y rebelde como el mío y el de todos.

Que nuestros ojos no se cansan de contemplar y nuestras manos inquietas se mueren por pulir, alisar y presentir, cogidos a su cauce, acordes y músicas inauditas.

Como si con solo tocarlo extrajéramos un sorbo de agua límpida e infinita de nuestro origen más remoto.

O la nota suprema de un violín escondido en lo más hondo y sufrido de nuestras vidas.

Texto que puede ser reproducido citando autor y fuente

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