INSTITUTO DEL LIBRO Y LA LECTURA, INLEC DEL PERÚ,
Y CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina
FEBRERO
MES DE NUESTRAS LENGUAS MATERNAS
FEBRERO, LLAMA VOTIVA
SÁBADOS, 7 PM.
Aula Capulí: Tacna 118, Miraflores.
Cuadra 3 de la Av. Angamos Este
Entre Av. Arequipa y Paseo de la República
Ingreso libre.
Se agradece su gentil asistencia
Teléfonos Capulí: 420-3343 y 420-3860
capulivallejoysutierra@hotmail.com
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PLAN LECTOR, PLIEGOS DE LECTURA
ACUARELA DE UNA CALLE EN FEBRERO
Por Danilo Sánchez Lihón
....1. Mensajes secretos
He vuelto.
Y es febrero. He vuelto a mi terruño y a mi casa nativa.
He vuelto.
Y salgo. Doy un paso hacia fuera de la puerta hacia la calle, y me detengo.
El cielo es límpido. Y el sol de la mañana dora las paredes de enfrente, tendiendo sombras de los aleros, cornisas y balcones.
¡Cuidado!
Cada luz, cada brillo o penumbra son sagrados. Y su significado puede hacer que yo ruede herido y fulminado por el suelo.
Porque es volver a un tiempo mágico, hierático y alucinado. Donde cada puerta, cada ventana, cada balaustre parecen contener mensajes secretos e indescifrables.
2. En todo lugar
Porque, ¿quién de nosotros, que hemos nacido en aldeas como esta, no hemos marcado las calles con algún emblema?
¿Quién no ha dejado un código secreto en algún muro, por haber ocurrido allí algún hecho íntimo, recóndito y confidente?
¿Quién de nosotros no mira ahora un balcón creyendo encontrar a alguien?
¿La armella de esta puerta no contiene acaso, ya eternamente, el temblor de la mano de la niña imborrable que la abriera y cerrara para siempre?
¿Quién no ha trazado su itinerario por esta o por la otra acera, como por estas y las otras vidas?
En realidad, en todo lugar por donde caminamos bastan nuestros pasos para dejar mensajes secretos.
Pero, además, siempre queda algún signo que se ha tornado un talismán, un amuleto o una rayuela hechicera.
....3. Horizontales los cerros
He dejado el portón y camino ahora hacia la izquierda. Me detengo en esta esquina.
He aquí esta calle empinada por donde yo dejé de transitar mucho tiempo. Y la razón la contaré luego.
La llamo: la calle del columpio, porque yo tenía aquí mi balancín, mi trapecio y hasta hice mi hamaca del viento y la brisa que aquí sopla.
Se mira, desde donde estoy ahora detenido, horizontales los cerros de enfrente, para que calculen qué inclinada es esta calle.
Se arroja desde aquí una caída honda por donde los chiquillos de aquella época nos lanzábamos en estampida.
Es una competencia mortal e insensata, por este terreno en declive y abrupto, de lajas pulidas por la lluvia y de piedras resbaladizas con aristas en punta.
4. Cómo fue
Trataré de explicar por qué la he guardado en mi añoranza como la calle del columpio, y es porque los columpios de los niños de las aldeas, ¿qué son?
Los árboles, las cercas, los puentes, e incluso una pared o una escalera.
En los pueblos humildes no tenemos parques ni salones de juegos ni patios de recreos, porque las calles retorcidas, los árboles con sus ramas tendidas y toda la naturaleza constituyen nuestros juegos.
Seguramente, si yo pregunto a la gente de los anexos y caseríos, de los poblados y los bohíos que rodean mi pueblo, por cuáles son sus toboganes, sus subibajas, sus taburetes o gimnasios, recordarán las piedras, las cataratas del río, las parvas y las trojes y hasta las nubes del cielo.
Por eso, yo recuerdo ahora, detenido y absorto aquí, en esta calle y frente a mis ojos que evocan, a mi columpio. Y, contaré para ustedes cómo fue que me prohibieron pasar por este arrecife.
5. Como si volara
Hay aquí, en lo más empinado de este sitio, un techo cuyo alero breve se extiende a la calle.
Véanlo. Aquí está.
De él sobresale una vara de bien templado y flexible eucalipto, ni tan grueso ni tan delgado, preciso para mis manos de chiquillo.
Los techadores no sé por qué no lo quisieron cortar, emparejándolo a nivel de todos los otros maderos que sostienen la techumbre.
Quizá por la ilusión de ver algún ave del paraíso posada en ese mástil horizontal, contemplando los otros tejados, o simplemente la hondonada.
Avanza provocativo hacia la calzada por donde enrumban nuestros pasos.
Hacia él, yo de niño, y cada vez que paso, me arrojo en una carrera vertiginosa, y desde cierta distancia, como si volara.
6. Pero cada vez
Y me cojo a ese madero, para después quedarme balanceando en una especie de columpio hecho de materia celeste y anubarrada del cielo de la mañana o de la tarde.
Con el verde de los campos lejanos y el rojo de los techos que miro desde arriba en el aire.
Y cada día voy aprendiendo más piruetas hamaqueándome en lo alto, mientras me columpio para después soltarme lo más lejos que puedo.
Y hacia abajo, hacia lo más hondo, poco menos que volando y cayendo de pie.
Marcando en las piedras la distancia con el sesgo de mis ojos, para luego seguir corriendo y alcanzar al grupo de amigos que ya está lejos.
Pero cada vez me arrojo desde más arriba, casi a la altura de la que está este madero.
Para quedar pilotando mi cuerpo casi horizontal, cogiéndome como pueda y bamboleándome literalmente sobre un abismo.
7. ¡Pero no!
Pero algún día, por descuido mío o porque no sabía que esto pudiera tener o no algún peligro, yendo con mi madre a casa de mi abuela, me vio hacer esta prueba de vida y de muerte.
Y quedó tan espantada que se encogió y ya no pudo seguir caminando y se recostó a la peña que allí había.
Sin querer avanzar, se olvidó de adonde íbamos y de lo que teníamos que hacer, aunque yo le insistiera en que siguiéramos.
¡Pero no! No quiso.
De allí se regresó a la casa y yo detrás.
Ella a darle aviso a mi padre, que era la única fórmula para que se le pase algo y se cure del tremendo susto.
Y yo en mi condición de reo, inculpado o malhechor.
8. Y luego
Mi padre escuchó sereno los cargos. Y hasta quiso desentenderse del asunto, para seguir leyendo.
Pero entendió que mi madre necesitaba ser calmada de los nervios. Y tenía que darle paz y tranquilidad, antes de continuar leyendo lo que estaba leyendo.
Porque era tal el escándalo que ella hacía, que fuimos esta vez acompañados de mi padre a ver el sitio.
Él se detuvo frente a aquel alero, miró hacia lo hondo, me miró a mí que tenía las manos enlazadas hacia atrás hechas un nudo y la cabeza gacha como un incriminado esperando la sentencia.
Otra vez mi padre contempló la calle, miró el madero, apreció el techo, la bajada de aquella calle.
Y luego otra vez me miró a mí, creo que calculando mi vida y mi destino.
Y dijo:
– No vuelvas a transitar por esta calle.
9. Aún así
Y caminamos de regreso a casa, yo siempre con las manos hacia atrás y la cabeza gacha.
Mi mamá, aunque hubiera querido que él me sermonee y hasta castigue con azotes, se dio por satisfecha, considerando que una palabra de mi padre era más ley que cualquier ley.
Pero aún así, ella se había asustado tanto que desde ese día, evitó también transitar por esa calle.
Vía que es el camino obligado a la casa de mi abuela, porque el otro es ir por las calles del comercio.
Y eso significa encontrarse con gente soberbia.
Y con la sencilla también, pero que por el hecho de caminar por esas calles es para que nos miren de pies a cabeza, para ver cómo estamos vestidos.
Y si son personas conocidas nos entretengan con cualquier conversación.
10. Y volar
Por eso, hubo que buscar otras rutas dando un amplio rodeo.
Imperó así, y para mí, la prohibición expresa, absoluta y llena de amenazas de parte de mi madre de no peregrinar por allí.
Pero su sacrificio solidario era lo que más me conmovía. Y fue que ella tampoco volvió a transitarla nunca más por allí.
Yo no volví a hacerlo nunca. Incluso cuando la patota de amigos tomaba ese rumbo.
Yo tenía entonces que correr y dar la vuelta a toda una manzana y alcanzarlos ya lejos.
Pero, a veces me regresaba solo para quedarme contemplando con embeleso ese madero.
Y para lanzarme imaginariamente y volar.
Lo que significaba que me demorase más todavía.
Ahora el cielo, hace un momento límpido y con sol radiante, se ha cubierto de nubes obscuras que se revuelven y apelotonan amenazantes, dejando breves retazos de cielo azul.
11. Desvelado madero
Hoy he regresado a mi tierra. Y todo está igual. Y todo es distinto, como en las aguas de un río.
Sin embargo, después de tantos años otra vez me quedo mirando la escena en que me lanzo para dar un paseo por el cielo límpido o anubarrado en ese columpio sideral.
Y en donde quedo suspendido por breves instantes en el aire más terso, libre e infinito de mi pueblo, Santiago de Chuco.
Y me observo, incluso en el momento cuando mi padre calculó mi vida y mi destino.
Tal y como yo miro ahora y hacia atrás el mínimo y desvelado madero, hasta donde he vuelto tan lleno de recuerdos y pesadumbres.
Y siento que en él está todo o parte importante de mi ser.
12. Honda eternidad
Siento que aquí, en esta calle, cambió mi vida.
Porque los abismos de la tierra los troqué por los abismos del lenguaje, que son mucho peores. Y de la poesía.
Y aquí me tienen, contemplando nostálgico el columpio a la deriva en donde me sumerjo todavía, de niño.
Ahora han hecho en esta calle una escalera de cemento con jardines escalonados.
Pero definitivamente ya se encapotó el cielo y retumban amenazantes los truenos.
Y ha empezado a llover torrencialmente. Y las calles ya se anegan con las lluvias.
Pero el madero que sobresale del techo queda aquí como el signo para mí imborrable e invisible de una honda eternidad.
Texto que puede ser reproducido citando autor y fuente
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SANTIAGO DE CHUCO
Imágenes: Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
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