DIVAGACIONES (PASEANTES) EN TORNO
A UNA CRÓNICA DE HILDEBRANDT Y AL ADJETIVO
Escribe Ángel Gavidia
El chato Hildebrandt es un adjetivador nato. Recuerdo una vieja crónica suya en donde hablaba del “enchichado alcalde de Arequipa” refiriéndose a Luis Cáceres Velásquez. Ahora, escribiendo sobre nuestro parquísimo presidente, dice que este “supone monárquicamente, incásicamente, atahualpinamente, que su corona lo libra de juicios terrenales”. Bueno, estas tres palabras al hilo no son propiamente adjetivos, son adverbios de modo, pero derivan de ellos y ahí están como botón de muestra.
El pugnaz inquisidor usa también la frase corta, supongo que aprendida de Mariátegui (del bueno, claro). Vargas Llosa prefiere expresiones más largas. Alguna vez leí un comentario del escribidor acerca esas “frases tartamudas” refiriéndose a las primeras.
Usar adjetivos con la frecuencia que los usa Hildebrandt, tiene sus riesgos, puede restar contundencia a la expresión, a su intención de balazo o de pedrada, peor aun, puede volverla empalagosa, no por algo don Alejo Carpentier decía que los adjetivos son las arrugas del estilo. Pero el viejo lobo sabe lo que hace. En poesía los riesgos aumentan, sin embargo, qué grande nuestro Abraham Valdelomar : “Mi infancia que fue dulce, serena, triste y sola,/ se deslizó en la paz de una aldea lejana,/ entre el manso rumor con que muere una ola/ y el tañer doloroso de una vieja campana”.
Como verá, don Alejo, el Conde de Lemos tenía una poesía de tersa piel. Doy fe de ello. Nada más.
Trujillo, 28 de setiembre de 2021