“PIEDRA NEGRA SOBRE UNA PIEDRA BLANCA”,
UNA MIRADA DE PARTE
Escribe Ángel Gavidia Ruiz
Vallejo, a lo largo de toda su obra, vuelve muchas veces al delicado tema de la muerte y este poema no es la excepción; solo que ahora aborda la suya propia con detenimiento y detalle.
El poema es el siguiente: PIEDRA NEGRA SOBRE UNA PIEDRA BLANCA// Me moriré en París con aguacero,/ un día del cual tengo ya el recuerdo./ Me moriré en París –y no me corro-/ tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.// Jueves será, porque hoy, jueves, que proso/ estos versos, los húmeros me he puesto/ a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,/ con todo mi camino, a verme solo.// César Vallejo ha muerto, le pegaban/ todos sin que él les haga nada;/ le daban duro con un palo y duro// también con una soga; son testigos/ los días jueves y los huesos húmeros,/ la soledad, la lluvia, los caminos... (1)
Interesante el título: Piedra negra sobre una piedra blanca. Es evidente que la piedra negra es la muerte y la piedra blanca la vida. La primera aparece totalmente abierta, la segunda está, digamos, acotada por el artículo “una” que, aunque es indefinido, logra limitarla. La piedra negra pretende aplastar a la piedra blanca; pero esta, piedra al fin y al cabo, resiste; muestra, también, solidez y consistencia. A estas alturas se me vienen a la memoria unos versos de Erasmo Alayo: La muerte no es un cuento/ Es una piedra violenta en las gargantas/Cuerpos que se inundan de precipicios/ Labios que beben naufragios/ Manos que se llenan de pronósticos terribles (2). Y, también, los versos de Bethoven Medina : Mi padre ha muerto/ es decir, desde el cielo ha caído una piedra hasta rajarme el pecho (3). Estos dos poetas ligan la muerte a una piedra en movimiento. Curiosamente las piedras de Vallejo, en este poema, son estáticas, sostenidamente actuantes. Aparentemente quietas; pero están allí ejerciendo su innegable contundencia, porque difícilmente podrá hallarse cosas más contundentes que las piedras.
Las piedras no son tampoco infrecuentes en la poesía vallejiana. Recordemos en Los Heraldos Negros un poema titulado, justamente, “Las piedras”. En este poema el poeta propicia un pugilato entre ellas y dice que la luna es una piedra blanca lanzada al cielo de un puntapié.
La primera estrofa del poema que da título a este artículo arranca con una premonición. Vate viene del latín vates que significa adivino. Vallejo es un vate. Ricardo Silva-Santistevan refrenda su condición de tal en España, aparta de mí este cáliz (4). Vallejo acierta en el lugar y la estación en donde moriría y falla por escasas veinticuatro horas el día en que su muerte aconteció. No murió un jueves, murió un viernes. “Me moriré en París con aguacero, / un día del cual tengo ya el recuerdo”. El título del libro de Enrich von Däniken calzaría bien en el segundo verso: Recuerdos del futuro. Vallejo juega con los tiempos desde Trilce: “El traje que vestí mañana/ no lo ha lavado mi lavandera” (5).
Me moriré en París –y no me corro-/ tal vez un jueves, como es hoy, de otoño. Vallejo era un migrante peruano; por más señas, de Santiago de Chuco, por lo tanto debe haber sido muy triste para él avizorar su muerte en tierra ajena. No precisamente en un destierro pero con algunos elementos parecidos. Y viene aquí a auxiliarnos Juan Gonzalo Rose: “Morirse en el destierro: / eso es morirse (…) la tierra en la que duermes/ ¿no transpira/ sabor a pan ajeno?, tu propio cementerio/ ¿no te parece acaso hotel macabro, / y tú desconocido pasajero? ” (6). Pero se morirá en París y no se corre. En su tierra natal desde muy niños se les educan a los hombrecitos a no correrse aun cuando en la reyerta esté claro que se perderá. Resulta peor no enfrentar el reto. En este caso se trataba de no hacerle el quite a la misma muerte. Era una cuestión de honor.
La segunda estrofa “explica” en qué se apoya su trágico vaticinio. Y se apoya en una señal o en dos. Esto de la señal también es muy santiaguino: un sueño, el canto de un pájaro, el hallazgo de una araña, son señales que hay que tomar en cuenta. Vallejo siente un desgano terrible a tal punto que se ha puesto los húmeros “a la mala” y nunca como ese jueves se ha sentido tan solo. En este mismo poemario, en Poemas humanos, hay un poema que se titula “Los desgraciados” y dice: Ya va a venir el día; da/ cuerda a tu brazo, (….) ya va a venir el día, ponte el saco (…) Ya va a venir el día, ponte el alma (7). Describe actitudes con algún parentesco con este “ponerse los húmeros”. Y en cuanto a las señales también hay un poema que dice: ¿Qué me da, que me azoto con la línea/ y creo que me sigue, al trote el punto? (8). Ese “qué me da” también trata de buscar una explicación a una sensación personalísima y extraña.
La tercera y parte de la cuarta estrofa contiene algo parecido a un reclamo sin llegar a ser tal “…le pegaban/ todos sin que él les haga nada; / le daban duro con un palo y duro//también con una soga…”. Aunque, viéndolo bien, estas palabras las traslada a la gente, al pueblo, a su entorno. Pareciera, por ratos, algo con connotaciones bíblicas y por ratos un mensaje casi infantil. Y hablando de connotaciones bíblicas hay un poema suyo que dice: Hasta el día que vuelva, de esta piedra/ nacerá mi talón definitivo, / con su juego de crímenes, su yedra, / su obstinación dramática, su olivo (9). Versos, estos, que evocan a la resucitación de Cristo; por otra parte, la yedra es una planta que puebla los cementerios y el olivo es un símbolo de la Semana Santa.
Bueno, los poemas de Vallejo denotan un mundo muy injusto en donde el poeta llevó la peor parte. Interesante, por ejemplo, esta estrofa de Trilce en donde le habla a su madre muerta: Tal la tierra oirá tu silenciar, / cómo nos van cobrando todos/ el alquiler del mundo donde nos dejas/ y el valor de aquel pan inacabable. / Y nos lo cobran, cuando, siendo nosotros/ pequeños entonces, como tú verías, / no se lo, podíamos haber arrebatado/ a nadie; cuando tú nos lo diste, / ¿di, mamá? (10). Otro aspecto a resaltar es el de los elementos usados para maltratar al poeta: palos y sogas, utensilios de punición del ámbito pueblerino y aún más, rural. Elementos físicos, concretos. Sin embargo convocan un dolor en el alma.
La tercera estrofa comienza con “Cesar Vallejo ha muerto”, es decir ya no hay tiempo para corregir errores, para restañar heridas, para conjugar injusticias.
El poema termina poniendo por testigos del maltrato del que fue objeto, a los días jueves y los huesos húmeros, / la soledad, la lluvia, los caminos… Los húmeros forman parte de los brazos y ante una agresión con palos y sogas, los brazos instintivamente escudan al resto del cuerpo; los caminos son, obviamente, la vida del poeta; pero también los mismos por donde andaba el corazón del vate santiaguino a pie.
Trujillo, 22 de setiembre del 2020
BIBLIOGRAFÍA
Vallejo C. Obra poética completa. Mosca azul editores. Lima 1983. p 171.
Alayo E. Como la huella de um pie desnudo. Antología. Arteidea Editores. Lima 2004, p 30.
Medina B. Quebradas las alas. Ediciones Cuadernos del Hipocampo. Lima 1983, p 15.
Silva-Santistevan R. César Vallejo. Poesía completa. Tomo IV. Ediciones de la Pontificia Universidad Católica del Perú. 1997, p 9-19.
Vallejo C. Obra completa. Op.Cit p 65.
Rose J. . Cantos desde Lejos. Abreva Ediciones. Lima 2015,p65
Vallejo C. Poesía completa. Tomo III. Pontificia Universidad Católica del Perú. 1997, p 292.
Op. Cit.p 218
Op Cit. P 102