1. Saber
escuchar
Si supiéramos realmente escuchar no habría peleas, divorcios ni guerras. No habría abogados, ni tribunales ni jueces.
Si
escucháramos, aunque no estemos ahí, los gemidos de los heridos y
moribundos en los campos de batalla nos volveríamos pacifistas.
Si
escucháramos no solo el llanto o los lamentos de quienes han caído en
la refriega sino también de los victimarios o victoriosos.
Quienes
con el correr de los años esas amarguras son peores a las de quienes
murieron porque estos quedaron vivos y no soportan su conciencia salvo
embruteciéndola.
O
quizás la podrán revestir de una coraza inescrupulosa y cínica que a la
postre los ha de menoscabar como seres humanos y será inevitable su
propia autodestrucción. O desde ya corrompen la sociedad en que vivimos.
Si
verdaderamente escucháramos no se propiciarían guerras. Si supieran
escuchar al pueblo al cual dicen representar quienes inician, mantienen y
se solazan con las guerras siempre por soberbia y codicia con el
sacrificio de los ciudadanos de uno y otro bando.
E
incluso de los no involucrados que al final también son víctimas de los
males que las guerras acarrean y que jamás serán favorables para nadie.
2. El sentido
humano
Porque
se escucha decir por ahí que las guerras hacen avanzar la historia y
empujan a la civilización hacia adelante, hacia nuevos estadios de
desarrollo, y que sirven para hacer surgir nuevos inventos.
Y que significa el reacomodo de los pueblos y sociedades a los nuevos tiempos. ¡Sofismas! ¡Falacias! ¡Absurdos!
Todo
aquello se lo sostiene porque no hay referentes de cómo sería el mundo
si no hubiera habido guerras, que indudablemente sería mejor, porque
toda guerra es destrucción, dolor y calamidad.
Si
no hubiera habido guerras este sería un mundo más equilibrado, amable y
hermoso. Y no éste en el cual hay tanta alienación, en donde el sentido
común, o el simple sentido humano pareciera haberse perdido para
siempre.
Ni
tampoco este en donde todos los días, cada 24 horas, mueren 35 mil
personas de hambre, y otras que conviven en una pobreza horripilante que
nos hemos acostumbrado a aceptar como natural.
3. Escuchar
con el corazón
Toda
guerra es un crimen: Y nada moralmente la justifica. Es una aberración y
es bueno luchar porque ellas no ocurran en ninguna latitud del mundo. Y
esta campaña hay que hacerla en todos los tonos y acentos.
Cualquiera
sea nuestra ubicación, evitando que se desaten por cualquier vomitivo
ideológico, sinrazón o delirio que después cause tanta aflicción,
penuria y dolor en los cuerpos y en las almas.
Por
eso desde todo lugar donde nos encontremos y en todos los lenguajes
opongámonos a esta barbarie, cualesquiera sean los países o grupos
humanos que estén envueltos en esas candelas, cenizas o escombros
infernales.
Y
cualesquiera sean las razones que se aducen para iniciar un conflicto,
que no hay ninguna razón valedera jamás para que ningún punto divergente
se haga guerra.
Hay
muchos factores que coadyuven a evitarlas, pero uno de ellos que
considera fundamental es el saber escuchar, cuando en uno de los niveles
de este saber se consigna el escuchar con el corazón, el alma y la
conciencia del otro.
4. ¿Se lo
enseña?
Escuchar
es un arte inagotable, profuso e infinito que demanda mucho valor.
Nunca podremos decir que ya hemos consumado y agotado esta sabiduría, ni
tampoco podremos decir que ya no nos queda nada qué escuchar.
Porque
cuando creemos que hemos terminado este proceso descubrimos que allí
recién comienza la indagación y se abre otro ámbito de reconocimiento
puesto que siempre se puede escuchar y escuchar cada vez mejor. Se
escuchan los árboles, la voz de los cerros, los espíritus.
Por
eso, de las cuatro habilidades básicas de la comunicación integral,
cuales son: escuchar, hablar, leer y escribir; el arte de escuchar
deviene como el más importante y esencial. Y ello por su significación
para una correcta ubicación en todo orden de cosas y para alcanzar la
sabiduría, sabiendo escuchar a todos los seres.
Es
escuchando cómo vamos a ser seres armoniosos y que justificará incluso
nuestra presencia y tránsito como ser viviente por este mundo
maravilloso. Pero este arte, ¿se lo enseña? ¿Se lo practica? ¿Hay una
educación eficaz en relación al cultivo de este arte y sabiduría?
5. Las palabras
vivas
Por eso, más que cultivar en la persona la capacidad de hablar, o leer, o escribir, hay que enseñar a escuchar.
Porque
podemos ser mudos y no será tan grave y lamentable el hecho, como no
saber escuchar, sobre todo el pálpito de la vida y la armonía de la
naturaleza en cada uno de sus múltiples e inabarcables detalles y
manifestaciones.
O
cómo siente y piensa tal o cual persona cuando nos habla, o qué asuntos
y contenidos intrínsecos se están desenvolviendo en la conversación que
vengo sosteniendo. O a qué dar o no dar importancia.
La
actual tendencia a nivel de percepciones es a mirar, pero
superficialmente. Y no a escuchar. Miramos y miramos. Y no escuchamos
mayormente. O escuchamos, pero aquello que es ajeno y distante. Y no lo
cercano, familiar e íntimo, y consecuentemente trascendente. Escuchar no
es oír o grabar sino procesar.
Gabriel García Márquez nos dice:
La
grabadora oye, pero no escucha, graba, pero no piensa, es fiel pero no
tiene corazón, y al final de cuentas su versión literal no será tan
confiable como la de quien pone atención a las palabras vivas de su
interlocutor, las valora con su inteligencia y las califica con su
moral.
6. La voz
interior
En
la taxonomía de la comprensión lectora alcancé a identificar siete
niveles que el Ministerio de Educación del Perú resume en tres,
reconociendo la fuente de dónde extrae dicha doctrina, cuál es la
conferencia que presenté en el Congreso Mundial de Lectura del año 1982
en Buenos Aires. Después en mi ponencia Niveles del Arte de Escuchar
identifico sin embargo catorce niveles, el doble; puesto que dos orejas
duplican a una sola lengua, o a una sola boca, como es lo que tenemos.
Los siguientes son los niveles de comprensión del arte de escuchar, que
he propuesto:
1. Oír el mundo físico
2. Escuchar el mundo viviente
3. Asimilar la intención del lenguaje oral denotativo
4. Asimilar la intención del lenguaje oral connotativo
5. Escuchar el lenguaje escrito
6. Escuchar el silencio
7. Escuchar con el corazón, el alma y la conciencia del otro
8. Escuchar desde el otro lo implícito
9. Escuchar en el otro la intención
10. Escuchar en varios planos el diálogo
11. Escuchar la voz colectiva
12. Escuchar la voz de nuestra conciencia
13. Escuchar la voz del yo moral
14. Escuchar en mi interior a Dios.
Y
son en este número y proporción, porque en este arte todo es más vivo,
presente y actuante. Porque en él el contexto es vigente, activo y
compareciente; hecho que se pierde y hasta desaparece en el lenguaje
escrito.
7. Puertas
de la sabiduría
Porque
en el lenguaje oral, en donde se ubica más el arte de escuchar, los
interlocutores están vivos, con toda su carga de emociones y
pensamientos; personas reales y concretas que expresan sus mensajes con
todos aquellos recursos que complementan el lenguaje verbal. Tiene
entonces más riqueza y variedad.
Desde
luego, cada uno de sus niveles son sutiles y acrisolados, como el
escuchar la voz popular, y de los colectivos humanos que integran y se
sienten, por ejemplo, en un aula o en un auditorio. O lo que la gente
está sintiendo y pensando en un mercado; y en donde una persona que sabe
escuchar y sintoniza con esa voz, se convierte en un líder. Saber
escuchar la conciencia interior permite amarnos, como saber escuchar la
voz de los libros posibilita conocer los mensajes de valor imperecedero
que nos ha de abrir el camino para mejorar, y hasta transformar la
realidad; como también saber escuchar la voz de Dios nos abrirá las
puertas a un camino de perfección.
Las
personas más sabias que yo he conocido han sido analfabetas. Hablo de
sabiduría, no de erudición. No sabían leer ni escribir, sin embargo,
eran personas consumadas en el arte de escuchar, de dejar hablar a los
demás, sobre todo a sus interlocutores. Personas que no hablaban por
hablar, o que lo hicieran más para escucharse a sí mismas. Saber
escuchar nos abre las puertas de la sabiduría; que es, además, de
armonía total con el mundo. Y es que hablar es una necesidad y escuchar
es un arte.
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