1. Devoción
y cariño
A los pocos días de ingresar a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, uno de los impactos más extraordinarios que experimenté fue leer en la Biblioteca Central de la universidad situada en el Patio de los Naranjos, la siguiente frase de Manuel Vicente Villarán:
“Lo mejor del Perú y lo que permanece puro e incontaminado es el indio”.
Fue tremendo, estremecedor e vibrante para mí sentir toda la dimensión de esa advertencia. Recién entendía con meridiana claridad y con toda mi razón encendida, que lo mejor de la historia del Perú fue la resistencia andina a la opresión, insumisión tan gloriosa como el heroísmo del Perú en la Guerra del Pacífico.
Fue revelador, porque toda mi vida anterior había sido escuchar ofensas, insultos y maldiciones para con todo lo que fuera indígena, presencia a la cual se la veía como rémora, como si ello fuese un atraso, un rezago prescindible y aquello que nos sumía hacia abajo y hacia atrás.
En el contexto de ese desdén viví mi infancia, con pocas excepciones, como la actitud de mi padre, no defendiéndolo sino siendo y actuando él mismo como un indio, en su actitud y en su arte. Y mi madre prodigando a los campesinos su devoción y cariño.
2. Era
cierta
Aquella frase me dejó entonces una sensación valerosa, vivificante y dulce; de esperanza cristalina para mi alma expectante porque sabía, por la experiencia vivida al pasar frecuentes jornadas en el mundo rural, que eso era verdad.
Aquello inflamó más la llama que ya ardía en mí ser, y que me condujo a creer en algo; quizás en mucho y tal vez en todo. Y acrisolé en mi corazón todas las imágenes de cariño, de candor y ternura tan exultante que recordaba de la gente del campo. Y hasta viví prendado de la imagen de una niña campesina, que era aferrarme a lo que antes había sido tan vilipendiado y maltratado.
Porque, pese a que mi pueblo es andino y está enclavado en la serranía del Perú, en él constaté, incluso de parte de gente buena, un acendrado desprecio por lo indígena. Por eso, leer esa frase fue para mí también la comprobación de haber llegado a la universidad que siempre fue faro y antorcha en la vida de mi país.
Había vivido ese desprecio al indígena peruano, porque el peor insulto que se podía escuchar, por uno y otro confín, era: ¡indio! ¡chacrero! ¡auquénido! Y se repelía todo lo que él representara como algo abyecto, vergonzante y hasta infame: Guanaco, llama, alpaca.
3. Desde
la madrugada
Se lo consideraba lastre y estorbo para el desarrollo del país, vinculado al embrutecimiento logrado por la coca y el alcohol, que habían dado como producto a un ser humano indolente y supersticioso.
Sin embargo, la frase volvía a ordenarme el mundo, puesto que era cierta: ¡Nada más prístina que el alma indígena!
En los homenajes al campesino que ahora se hacen se reconoce el trabajo significativo de hombres y mujeres que cultivan el campo y aportan con su labor al desarrollo social. A ellos nuestro reconocimiento.
Pero la historia solo en apariencia ha cambiado, porque ni bien vemos que alguien pierde la paciencia y ya escuchamos que los insultos son atribuyéndoles su identidad de cholo, indio o serrano, a veces incluso sin serlo, pero insultamos con ello creyendo que es lo que más descalifica aquí a alguien.
Y es que el mundo andino es un mundo complejo que nos reta a conocerlo, a descubrirlo y a amarlo.
4. ¡Yo
me adhiero!
Con toda seguridad, se vive en él con un amor más difícil, superior e intenso que el amor que sea suficiente para vivir en cualquier otro lugar. De ahí que el Perú además de nacer en él requiere adhesión. Y César Vallejo lo proclamó de este modo:
Sierra de mi Perú, Perú del mundo
y Perú al pie del orbe; yo me adhiero!
Porque esa adhesión hay que buscarla y sostenerla con fuerza y pureza primigenias, con tesón y casi con martirio. Con coraje y mirándole los ojos directa e intensamente a la vida, como también a la muerte; sin temores y sin lamentos.
Solo así cabe amarlo, arriesgando plenamente la vida. Y a cada instante. Riesgo que luego de entrar en su trama y a su turbulencia se convierte en un hermoso, dulce y profundo canto de amor y de esperanza.
Pero hay un contenido más implícito en la frase citada, es que el Perú hay que construirlo como algo nuevo siempre, porque aquí algo se levanta y pronto es avasallado por una inundación o un terremoto o una conmoción de cualquier orden.
5. Permanecer
aquí
Hay otros mundos que Dios los hizo amablemente, pero el nuestro tenemos que hacerlo nosotros cada día y siempre. Y ello tiene su costo, pero más debe importarnos su fascinación y su intrínseca grandeza.
Rehacer no deberíamos sentirlo aquí como una desgracia sino como un don, una virtualidad y un designio.
Hay afuera paraísos artificiales, seductores y ordenados, realidades preciosas que se pueden contemplar cómo estancias seguras, amenas y sin complicaciones.
Como puede haber, en los Estados Unidos y Europa, lugares hacia los cuales muchos se van dejándonos la sensación y el indirecto desprecio de que optan por lo mejor, y nosotros no.
Los que por una u otra razón nos quedamos y permanecemos aquí tenemos que construir este mundo siempre y tenemos que hacerlo cada vez con nuestro aliento y nuestras manos, aceptando que en el intento ha de írsenos la vida o habremos de sufrir mucho.
6. Nuestra geografía
abrupta
Asimismo, es frecuente la frase dicha por don Antonio Raimondi, tan relativa que cotejada con la realidad podría resultar hasta falsa o equívoca: El Perú es un mendigo sentado en un banco de oro.
Ante las moles sobrecogedoras que todos hemos contemplado al viajar por el interior de nuestro país, ante los desiertos inclementes y los ríos encajonados o inconmensurables, hemos pensado ensimismados que no es muy cierta y que más bien es un mito, o una mistificación de la realidad nacional, cuando se dice que el Perú es un mendigo sentado en un banco de oro.
Porque esa frase da la idea de que en el Perú las cosas se nos dan al alcance de la mano, o que es muy fácil aquí la vida. El Perú es un país que tiene recursos naturales, es cierto, pero en donde cuesta a su vez mucho esfuerzo explotarlos, por nuestra geografía abrupta e intrincada.
En cambio, no es así cuando sobrevolamos contemplando cómo son las condiciones naturales de otros países, incluso de América Latina, donde son interminables las extensiones llanas, amables y complacientes, cubiertas de verdor, con llanuras apacibles y climas armoniosos, con ríos que serpentean tranquilos y campos de cultivo que se extienden perezosamente.
7. Brindemos
hermanos
Por eso se acuñaron estos tres principios morales de extraordinario valor y vigencia:
Me dice el Inca: No seas ocioso.
Y no lo soy, porque la comunidad me da trabajo digno, trabajo feliz, jubiloso, en unión con mis hermanos de generación.
Me dice el Inca: No seas mentiroso.
Y no lo soy, porque la comunidad íntegra me da ejemplo de ello, pero me da a la vez un conjunto de razones de peso e ineludibles en las cuales creer.
Me dice el Inca: No seas ladrón.
Y no lo soy, porque la comunidad me da todo, como yo le doy mi trabajo y mi desvelo por el bien de todos. ¿Para qué entonces iba a robar?
Por todo ello, el día de hoy ¡brindemos, hermanos!
Por el desafío de esta hora. Y por la victoria futura que el destino nos demanda.
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