Danilo Sánchez Lihón
Desclávame mis clavos,
¡oh nueva madre mía!
César Vallejo
1. No sé
qué hechizo
Querida Mamá: Cada día yo regreso con más ilusión evocando nuestra casa de infancia en Santiago de Chuco.
¡Pobre casa!, sin corredores, ni patio, ni corral. Porque, más que casa es una escalera, un andamio, un armazón. O, con la mejor intención: ¡un castillo en el aire!
Tal vez un lugar donde nos guarecemos del frío y la nevasca, contigo y papá. Y juntos todos los hermanos.
Porque más que casa es un escondrijo, adonde por la noche tenemos que enlazarnos en una cadena de brazos y corazones.
Como para traer agua desde lejos y subirla en baldes hasta llenar uno y otro barril.
Quizá buen sitio para mirar en la noche el horizonte y las estrellas en lontananza. Pero estrecha para una familia numerosa, sin patio ni corredores; ni horno propio dónde amasar el pan.
Sin lugar en dónde armar un fogón, que finalmente tuvimos que hacerlo al final de la escalera; sin luz del sol salvo la que podemos mirar en los tejados de las otras casas y en las cumbres lejanas.
¡Un nido colgado de una cornisa! Quizá un tobogán, o una flecha disparada al cenit.
2. No sé
qué sortilegio
Donde tú tenías que lavar ropa en el techo, para lo cual retirábamos algunas tejas y nosotros cargando el agua desde el pozo de la esquina hasta ahí. Porque no tenía pozo, ni acequia, ni albañal. Era un agujero como hacen las golondrinas en los aleros, pero a los cuales es sabido que siempre regresan.
Sin embargo, hasta su orilla regreso infaltable cada tarde. A ese lugar destartalado, que tú acomodabas amorosa e incansable hasta volverlo precioso, que para serlo bastara que tú estuvieras allí, tanto que reboza encanto en nuestro recuerdo maravillado.
El cual, hasta tú incluso, mamá, en tus momentos de angustia y amargura decías impaciente:
– ¡Esta no es una casa!
– ¿Entonces, ¿qué es? –Te preguntábamos con estupor.
– ¡Es un hueco en la pared!
– ¿Por qué? –Indagábamos nosotros asustados.
– ¿No lo ven? ¡Es un hueco!
Pero ese “hueco en la pared” no sé qué sortilegio tan inmenso tiene, mamá, para habérsenos quedado clavado en el alma a tus hijos.
3. Y,
en el fondo
Y tan al fondo de nuestro ser más arrobado, para estar hasta ahora adheridos y engarzados a él.
Y eso ocurre así por no sé qué hechizo que nos hace bien y nos hace mal. Y mal, porque tampoco es bueno estar tan aprisionados tras esos barrotes del pasado.
Que nos tienen encarcelados en nuestro terruño y en nuestra infancia. Y en nuestra casa de antaño. Y no porque allí fuéramos felices
¡Porque allí sufrimos pobreza! ¡Y también pasamos hondas penas! Pena, porque ¡te veíamos a ti sufrir, mamá! Y a papá también.
Pero, de él su sufrimiento era peor, porque lo encerraba, lo ocultaba y cada vez lo confinaba más dentro de sí, tanto que no lo permitía ver.
Y casi nunca lo dejaba aflorar fácilmente, salvo creo yo a través de su mandolina, de su guitarra, o su violín.
Que tocaba sentado en una silla y mirando a la pared, de espaldas a lo externo, notorio y abierto, más encerrado todavía que nunca.
Hecho en verdad lacerante.
4. La razón
es el amor
Porque: ¿cómo vamos a desprender acordes, bordoneos o arpegios de una mandolina si a metro y medio hemos puesto una pared? Pero él lo hacía así.
Creo porque tenía mucho más miedo que tú. Miedo de la vida, del destino, y de los días que vendrían. Por tantos hijos que habían traído contigo a este mundo, que cada día se tornaba más incierto, intrincado, y hasta cruel.
Miedo de no saber qué vendrá mañana. Y vergüenza de todo. Y, en el fondo, estremecedora soledad.
Pero, aun así, nuestra infancia es como un madero al cual nos inclinamos reverentes, nos asimos a él, y aferramos siempre para sentirnos bien, ¡y vivos! ¡Y entusiastas!
¿Y gracias a qué? Al amor entrañable al amar con grandeza, hecho que lo justifica todo.
Para ser valientes y poder sobrevivir nadando a brazo partido, muchas veces contra la corriente. Por la razón del amor que nos ofrendaron tú y papá, traducido en desvelo y en consagración.
5. La pregunta
infaltable
Y el sacrificio para que todo en nosotros sea correcto, y consolidado en virtud.
En donde tú eres el centro de nuestra niñez. Así estemos deambulando cual moléculas dispersas por el espacio estelar, regresaremos hasta aquí, hasta esta casa.
¿Por qué motivo?
Para beber otra vez de la sombra de su alero, de su aroma ensimismado y de su claro manantial. Volvemos aquí, a la casa de infancia en donde siempre de todos modos estás tú.
Porque sabemos que al volver siempre estarás aquí. como ahora que te hablo y que me hablas tú.
En esta casa, donde de niños al entrar por la puerta lo primero que buscamos es a ti, por quién preguntamos hasta con desesperación:
– ¿Mamá? ¿Dónde estás? ¡Mamá!
Silencio.
– ¿Hay alguien? ¿Dónde está mi mamá? –Es la pregunta infaltable.
– ¡Mamá! ¡Mamá!
6. O
que será
– ¡Aquí estoy hijos! –Nos hablas, con el hato de ropa en los brazos, desde el rellano de la escalera–. Pero, ¿por qué tienen que gritar?
– ¡Es que no contestas mamá! Y nos asustamos que no estés!
– Pero tienen que irse acostumbrando a que un día yo no esté.
– Ya ves, por eso te buscamos. Pero tú nunca dejarás de estar, mamá, así seas solo aire o viento, aquí estarás para siempre. Pero tienes que contestar, mamá
Esa es la búsqueda que hacemos cuando llegamos a esta casa, así tú no estés. Y es la misma que hacemos en toda instancia de nuestras vidas laceradas.
Atravesados de una flecha que parte desde aquí y nos ha herido en el alma. ¿Por qué?
Porque casi siempre vivimos lo sencillo de una manera tan desprevenida y natural. ¡Y hasta, a veces, desencantada! ¡Cuándo no hay gloria mayor que lo simple!
¡Y sin darnos cuenta de lo prodigioso y sagrado que fue! De lo inmenso y supremo que es. O que era. O que será, cuando lo recordemos más tarde, y después.
7. Una escalera
que da a un tejado
Cuando pensemos en todo ello, pero ya muertos. Porque no creo sinceramente que todo esto cese y acabe solo aquí. ¿Tanta maravilla para que termine en este tiempo fugaz?
¿Y cuál es ese portento? La madre. La casa. El hogar. Y hasta aquello que tú en tus momentos de enojo decías, como si solo fuera: ¡Un hueco en la pared!
Y porque estoy convencido que esto es la clave, que está en el fondo del misterio de la creación. Que es la hebra con la cual está tejido el mundo. Y entretejido yo a ti.
Y que ahora reconocemos como algo tan evidente y precioso, pero que lo teníamos sepulto, hechos que nos parecen no solo de este, como de otros mundos también. En donde no recordamos algo que nos haya ocurrido, pero que está presente en lo hondo de nuestro ser.
Y ello es la madre. Porque en el fondo de toda mamá hay una casa, que es un nido en la cornisa, que es una escalera que da a una estrella. O, “Un hueco en la pared”, como tú decías de esta casa aparentemente pobre pero inmensa. Y ahora, para siempre inolvidable, mamá.