MORIR
PARA ASCENDER
COMO MARÍA
Carlos Castillo Mendoza
Prof. del Colegio Santa Anita
Lima, 15 de agosto del 2021
“Procuren ser con su vida verdaderas hijas de María Inmaculada”
Eduviges Portalet C.
- Ahora que estás en la casa del Padre, intercede por nosotros…
Hace un año partió a la casa del Padre nuestra querida Madre María Cristina Rodríguez Díaz, se fue llevando consigo sus cansancios, sus alegrías, sus silencios y sus plegarias; se fue porque sintió que ya había hecho lo que tenía que hacer, había dicho lo que debía decir y su cuerpo ya no pudo continuar la tarea que se impuso de formar a las religiosas dominicas que hicieran florecer en el Perú la Iglesia de Jesús.
No me sorprendió que partiera un 15 de agosto, día en que los cristianos conmemoramos la Asunción de María a los cielos, hasta me pareció que ella había elegido ese día para alejarse de entre nosotros. Creo también que en esa particularidad está la mano de nuestro Dios Creador y Padre, pues él concede a quienes lo dieron todo para engrandecer su reino esa gracia, y en ello, aún la muerte debe obedecer sus designios. Ojalá todos viviéramos de modo tal que merezcamos ese sencillo, pero significativo reconocimiento de quien no solo nos creó a su imagen y semejanza, sino que nos espera para el regocijo final junto a él. Solo así, la muerte no es una tragedia, se vuelve un acontecimiento, un momento de llegada para el abrazo con el Padre, en ese lugar que es, como dice el poeta César Vallejo; “el plano implacable donde moran lineales los siempres, lineales los jamases”.
- No solía dar discursos
Madre Cristina fue una religiosa que permanece conmigo en mis recuerdos y en mis emociones porque apenas me gradué de profesor en la Universidad Nacional de Trujillo hube de acudir a su entorno para capacitarme y trabajar como profesor del Curso de Religión en el Colegio San Vicente de Paul en Truillo. Desde entonces he pasado más de cuarenta años de mi vida trabajando con la Congregación de Hermanas Dominicas de la Inmaculada Concepción y con ellas me acerqué un poco más a la comprensión del poder de la oración, el servicio y la gratitud.
No recuerdo a Madre Cristina dando discursos, porque vivía con la sencillez y la seguridad de quien sabe cómo el ejemplo puede mucho más que la norma o la sanción.
- “Mis profesorcitos”
Solía decirnos cada vez que visitaba el Instituto Pedagógico Santo Domingo de Guzmán en Surco, Lima, y continuaba: “Sin ustedes nuestras obras no podrían ser completadas. Ustedes son nuestras manos y nuestras palabras”. Y juntando sus manos nos agradecía con esa mirada casi maternal de quien se sabe apoyada, apuntalada y alentada en su tarea. Se necesita tener mucha altura de espíritu para reconocer el trabajo de los colaboradores.
Si estaba en sus manos, ella no dudaba en brindar ayuda a quien se lo pidiera. Estudiantes, docentes, instituciones y aún el mismo Estado han recurrido a ella buscando su auxilio generoso para atender sus dificultades. Se arriesgaba, sí; pero nunca fue temeraria.
- Mujer andina, partió de Otuzco y llegó a Roma
Nacida en el poblado de Lucma, Provincia de Otuzco, Dpto. de La Libertad, el 22 de abril de 1921, Luego de sus estudios iniciales en Trujillo ingresó a estudiar el nivel superior en la Escuela Normal de San Pedro en Monterrico-Lima, donde se graduó de maestra en Ciencias Biológicas. Tomó los hábitos de la congregación dominica y desde allí nunca dejó de construir, crear, reformar, acompañar y extender la obra.
Son muchos los centros de educación básica y superior fundados por ella en el Perú, como el Colegio Santa Anita que hoy nos acoge. Siguiendo la senda de Domingo de Guzmán y Eduviges Portalet, ella también se dio a la tarea de evangelizar educando y de educar evangelizando. Madre Cristina fue Directora por muchos años del Colegio Nacional Santa Rosa de Trujillo (1959-1977). La casa matriz de la obra.
Sucedió a Madre Magdalena Stagnaro como Provincial de la Congregación en el Perú, cargo que ejerció en dos oportunidades y, por primera vez en la historia de las Hermanas Dominicas de la Inmaculada Concepción; esta religiosa, natural de las alturas andinas del Perú, alcanzó el cargo de Priora General de su Congregación con sede en Roma (1977-1982).
- Mujer de oración y emprendimiento
Definir quién fue Madre Cristina es afirmar que se trató de una mujer de oración y emprendimiento, pues durante su gestión la Congregación alcanzó su máximo esplendor por el número de vocaciones religiosas, por la cantidad de instituciones educativas creadas, relanzadas e innovadas y por la presencia de la Iglesia Católica en el acontecer nacional, lo que habla de su compromiso con Jesucristo y con el país. Por ello, el Ministerio de Educación la condecoró con las Palmas Magisteriales en el Grado de “Maestra” reconociendo su aporte a la educación de la niñez y la adolescencia; pues allí donde todos veían impedimentos o pérdida de tiempo, ella encontraba motivos para iniciar una obra y atender a la educación de los más necesitados, sin importarle el rédito material ni la ventaja. El Santo Padre Paulo VI, valorando su labor pastoral la condecoró con la medalla de oro “Benemereti”.
Sin temor a equivocarme, puedo afirmar que más del ochenta por ciento de obras que la Congregación exhibe actualmente en la costa y sierra del Perú, han sido emprendidas o apuntaladas por esa religiosa dominica. Tienen la impronta de su estilo personal y su trabajo.
- “¿Me dará permiso mi priora?”
Fiel al espíritu de su Congregación, cada vez que dejaba un cargo, regresaba a la condición de religiosa sencilla sujeta a su jerarquía, pidiendo consejo, esperando un permiso y hasta preguntando qué tarea se le asignaba.
Retirada ya de todos los cargos y prerrogativas, viviendo en la tranquilidad del sosiego merecido, un día fuimos con mi esposa al Colegio Santa Anita para salir a pasear. “Yo encantada” nos contestó la Madre “Pero, ¿Me dará permiso mi priora?” se preguntó. Al instante comprendimos que sabía perfectamente quién era y dónde estaba su lugar luego de haber dejado las responsabilidades que su Congregación le pidió desempeñar.
- Mujer que ha hecho historia
El día que se escriba la historia de la Congregación de Hermanas Dominicas de la Inmaculada Concepción en el Perú, se verá que toda la segunda mitad de siglo XX está marcada por el liderazgo de Madre Cristina, su estilo afectuoso, su ternura, su amor por los niños y su capacidad para afrontar la ignorancia, la marginación social, la pobreza, la enfermedad, la desilusión, la incultura, la violencia, etc. con las armas de la fe en Jesús, la filiación a María Inmaculada y la porfía por formar en las aulas a los peruanos y peruanas en las virtudes de Domingo de Guzmán.
Trujillo tiene en la Madre María Cristina Rodríguez Díaz a una mujer pionera en la educación y en la cultura a la altura de su rango señorial, ella comparte ese sitial con Florencia de Mora, primera en deshacerse de su Obraje en el Distrito de Sinsicap en Otuzco; es como Micaela Cañete de Merino, patriota que en 1820 izó la bandera con la cual Torre Tagle juró la independencia de Trujillo y es grande como María Negrón Ugarte, poeta del beso y de la flor, entre otras mujeres valiosas que la ciudad exhibe.
- “Pero cuando yo muera de vida y no de tiempo” (Vallejo)
Los pueblos crecen cuando ponen en el centro de la consideración ciudadana a los hombres y mujeres que han dejado huella y cuya obra ha promovido el civismo y la fe. Hacerlo no solo es un acto de generosidad sino un deber moral (habla bien de quien lo hace y a quien se honra), pues de esa manera se colocan hitos, referentes y modelos para que las nuevas generaciones lleguen a ser los ciudadanos que el Perú necesita y los cristianos que el Evangelio exige.
Madre Cristina se retiró del escenario consciente de que no es el poder y el privilegio sino el servicio y la gratitud lo que ablanda corazones, allana los senderos, tiende puentes y permite avanzar en pos de las metas que se pretende alcanzar. Ya no está entre nosotros, pero su espíritu permanece alentando nuestro caminar y el trabajo en las aulas, ella es por siempre nuestra reserva moral.
A un año del fallecimiento de Madre Cristina, este es mi homenaje a la religiosa dominica que alentó mi quehacer docente y siempre tuvo para conmigo y mi familia gestos de afecto y reconocimiento que espero imitar, aunque sea imperfectamente. Lo hago también para recordar a quienes trabajan en los colegios dominicos cuál es la sabia que nos nutre y cómo las aulas donde trabajamos fueron levantadas por mujeres que partieron dejando surcos sembrados que debemos seguir cultivando. Entonces diremos con el apóstol San Pablo a los Corintios: “¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?