domingo, 21 de febrero de 2021

TIEMPO NUEVO INTERNACIONAL (MIAMI), DE ADDHEMAR H.M. SIERRALTA - AÑO 13 Nº 413, DEL 21 DE FEBRERO DE 2021

         

 
TIEMPO NUEVO 

Internacional 

  Por Addhemar Sierralta 
 
Año 13 Nº 413
 

  Miami 21 de febrero de 2021

 

LA HORA MÁS OSCURA.

 

Por Judd Garrett (U.S.A.).

 

Artículo escrito el 13 de diciembre del 2020 y lo compartimos gracias a nuestro amigo Julio Suárez Lorca, quien nos lo alcanzó.

 

Estaba volviendo a ver la película, Darkest Hour, el otro día, sobre las semanas previas a la entrada de Gran Bretaña en la Segunda Guerra Mundial, y me sorprendieron las similitudes entre la dinámica política de su país durante ese tiempo y los Estados Unidos. , hoy dia. Inglaterra se enfrentaba a una amenaza existencial de un malvado régimen totalitario de la Alemania nazi, y el Primer Ministro de Inglaterra era un hombre ruidoso, franco, grosero y políticamente incorrecto llamado Winston Churchill. Churchill creía que el mejor curso de acción era enfrentarse al malvado régimen nazi, y si iban a negociar, podrían hacerlo desde una posición de fuerza. Entendió que el curso de acción más peligroso para el país sería no luchar. 

 

Churchill no fue bien recibido por las élites o la clase política de Inglaterra. Era descarado y franco, diciendo cosas impopulares. El Rey le dijo a Churchill una vez, “asustas a la gente. Nunca se sabe lo que saldrá de tu boca a continuación. Algo que te favorecerá. Algo que herirá ".

 

Uno no tiene que ser perfecto para ser un gran líder, de hecho, muchas veces, sus defectos son lo que los hace grandes. La esposa de Churchill le dijo: "eres fuerte porque eres imperfecto. Eres sabio porque tienes dudas ".

 

Un contingente de políticos de carrera trabajó entre bastidores, en connivencia para derrocar a Churchill porque creían que sus posiciones e intereses especiales estaban mejor servidos para no pelear. Estaban dispuestos a lograr un tratado de paz con los nazis a toda costa, incluso si eso significaba negociar desde una posición de debilidad. Era muy poco probable que Alemania hubiera cumplido los términos del acuerdo forjado en esas circunstancias. Alemania solo habría utilizado el tratado para explotar la posición más débil de Inglaterra.

 

Lo que el contingente de la paz a toda costa en Inglaterra no se dio cuenta fue que Alemania estaba en guerra con ellos, como lo estaba con el resto de Europa, y simplemente decir "no quiero la guerra", no hace que la guerra termine. lejos. De hecho, hace que la guerra sea inevitable y que los resultados sean más devastadores.

 

Hoy en los Estados Unidos, tenemos una amenaza existencial en forma de chino comunista. Y durante los últimos cuatro años, hemos tenido un presidente que es un hombre ruidoso, franco, grosero e imperfecto llamado Donald Trump. Trump no ha sido bien recibido por las élites o la clase política de Estados Unidos. Es políticamente incorrecto. Nadie sabe qué saldrá de su boca a continuación.

 

Al igual que Churchill frente a los nazis, Trump cree que el mejor curso de acción es levantarse y enfrentar a los malvados chinos comunistas, y al hacerlo, negociaremos acuerdos comerciales y otros acuerdos con ellos desde una posición de fuerza. Entiende que el curso de acción más peligroso para nuestro país sería no enfrentar a los chinos y seguir un enfoque de paz a toda costa.

 

A lo largo del mandato de Trump en el cargo, ha habido un contingente de políticos de carrera, multimillonarios tecnológicos y los medios de comunicación trabajando entre bastidores, coludidos para derrocarlo. Estas personas creen que sus posiciones e intereses especiales estarán mejor servidos si consienten a los chinos, persiguen la paz a toda costa y así ceden nuestro poder en la mesa de negociaciones. Pero estos acuerdos comerciales negociados desde una posición de debilidad hacen que sea muy poco probable que los chinos acaten los términos del acuerdo, simplemente utilizando el tratado para explotar aún más nuestra posición más débil.

 

China está en guerra con Estados Unidos ... fingiendo que no lo están, no hace que sus prácticas comerciales desleales, su manipulación de divisas, su robo de propiedad intelectual, desaparezcan mágicamente. Simplemente los envalentona, haciendo que todas sus prácticas injustas, ilegales y poco éticas empeoren.

 

Tanto Churchill como Trump entendieron la importancia primordial de la soberanía individual y nacional, y la mayor necesidad es defenderla contra cualquiera o cualquier cosa que se proponga quitárnosla.

 

Para aquellos que rechazan el enfoque de "Estados Unidos primero" para las relaciones internacionales que Trump ha promovido, respondan: ¿China pone a China primero? Si. ¿Rusia pone a Rusia en primer lugar? Si. ¿Alemania pone a Alemania en primer lugar? Si. ¿El país (complete el espacio en blanco) antepone los intereses de su país? Si. ¿Por qué es solo malo cuando Estados Unidos pone los intereses estadounidenses primero? Y dado que Estados Unidos, la mayor fuerza del bien del mundo, un Estados Unidos fuerte, Estados Unidos como superpotencia mundial, es inequívocamente lo que está en el mejor interés del mundo. El ascenso de China a la superpotencia mundial sería malo para todo el mundo excepto China y algunas naciones rebeldes. ¿Cuán filantrópico y humanitario será China para el resto del mundo cuando oprima, esclavice y mate sistemáticamente a su propia gente?

 

Cuando Churchill fue empujado a apresurarse a firmar un tratado unilateral por la apariencia de paz, Churchill gritó: “¿Cuándo se aprenderá la lección? Cuántos dictadores más hay que cortejar, apaciguar hasta que aprendamos la lección 

 

 

 

¿SABEN QUÉ NOS JUGAMOS?

Por Enrique Guillermo Avogadro (Argentina).

"Demasiado tardíos los laureles que florecen sobre la tumba".Marcial 

Una vez más, el oficialismo busca cambiar las reglas en medio del partido; ahora, el objetivo es demorar o suspender las PASO, falsamente ilusionado con  que alguna mejora en la catástrofe económica y social que ha generado pueda mejorar el deprimido ánimo de la ciudadanía. Y la oposición, siempre pava, parece estar bailando con la música insolente pero muy afinada que surge de las ventanas del Instituto Patria y, sobre todo, ser incapaz de ofrecer una propuesta que enamore a ese 30% fluctuante que decide los resultados; apostar todo al voto "espanto" parece suicida, en especial en el Conurbano sur.

Me parece razonable suprimir las primarias en aquellos distritos electorales en que sólo exista una lista de candidatos e, inclusive, en aquellas categorías (senadores, diputados, etc.) en que suceda lo mismo. Pero no debemos perder de vista la obvia maniobra que, como ha ocurrido en el pasado, permitiría a los gobernadores feudales presentar varias listas y transformar las verdaderas elecciones de octubre en una interna del Partido Justicialista, que les asegurará, en algunas jurisdicciones, quedarse con los dos senadores por la mayoría y, también, con el de la minoría.

Este año nos jugaremos el futuro, nuestro y de las generaciones que nos sucederán. La importancia crucial de estas elecciones legislativas radica en que, si el oficialismo se hiciera con los diputados necesarios para acceder al quórum propio, tendrá allanado el camino a una reforma constitucional que sepultará, para siempre, a la República y, con ella, a la democracia y la libertad. Si bien hoy mismo hay algunos legisladores que han demostrado su permeabilidad frente a los requerimientos del Gobierno, vaya a saber a cambio de qué, el tema aún le resulta incómodo, como se puede comprobar con su fracaso en sus proyectos de reformar al Poder Judicial para garantizar la impunidad de la PresidenteVice.

De todas maneras, las embestidas contra la Justicia no cesan, mientras la Corte, cuya obligación principal es decidir sobre la inconstitucionalidad de los disparates y mamarrachos que pergeña y vocaliza permanentemente el elenco estable de los militantes, guarda un peligroso silencio. Las primeras espadas de Cristina Fernández en la materia (Carlos Zannini, Graciana Peñafort, María de los Angeles Sacnun, Vanesa Siley, Eugenio Zaffaroni, etc.) siguen, con prisa y sin pausa, en su tarea de destrucción de las instituciones y de persecución a jueces y fiscales díscolos. 

Todas esas reacciones, de todas maneras, generan una certidumbre: nuestra "arquitecta egipcia" y su corte están más que preocupados, porque no hay registros históricos de un triunfo electoral en medio de un estallido inflacionario como el que estamos viviendo y con una pobreza que, bien medida, llega al 50%. Y los gobernadores, que fuman bajo el agua y han comenzado a desligar sus propias elecciones de la nacional, son una cabal prueba de ello.

Con sólo recordar cuántos subsidios llegan a los más necesitados se puede comprobar que sólo cubren a una proporción muy pequeña de los mismos, y el resto pasa, literalmente, hambre. Y es que el Gobierno tiene un problemón entre las manos: es imposible hacer populismo masivo sin recursos aunque, para intentarlo, logrará dejarnos sin gas ni luz, sin comunicaciones ni Internet, sin alimentos en las góndolas y, como siga así, sin exportaciones de granos ni ganado. 

Como espanta a los inversores con sus idas y vueltas y con su creciente y nefasta intervención en todos los mercados, tampoco estará en condiciones de contar con un mercado laboral privado que pueda absorber la gran cantidad de desocupados que, además, carecen de preparación para acceder a trabajos cada vez más sofisticados, tanto por la demencial destrucción de la educación profesional secundaria y terciaria, cuanto por la fuga masiva de cerebros y empresas que, al igual que lo que sucede en Venezuela, huyen de nuestro país por desesperación y por miedo a la miseria generalizada que produce el socialismo del siglo XXI.

Todos los días veo signos que confirman mis peores pronósticos: los controles y los virulentos ataques a las compañías alimenticias a las que se pretende culpar por la inflación, cuando la verdadera causa es la emisión desbordada de pesos para sostener un gasto público que, además de dilapidado es ineficiente y pobrista, impedirá que se llegue a un acuerdo con el FMI y derivará en un nuevo default con el Club de Paris; tras ello, sólo quedará China como financista de este régimen nefasto, y a ella le pagaremos con nuevas claudicaciones de soberanía y le permitiremos transformarnos -como está haciendo en muchos países- en una colonia sólo proveedora de materias primas para alimentar a su creciente industria. Le sugiero, al respecto, ver un espléndido documental de la televisión alemana en dos partes: 

 https://www.youtube.com/watch?v=l322kC4NJ_Q&t=35s   y 

 https://www.youtube.com/watch?v=QYyVjhAU9V4&t=19s. 

Todavía estamos a tiempo de evitar ese triste final, pero sólo lo lograremos si tomamos conciencia de la importancia que tendrán las elecciones de este año y no dispersamos el voto de la oposición. Si perdemos, la única salida será Ezeiza.

Bs.As., 20 Feb 21

 

 

 

EL PRÍNCIPE DEL RÍO.

 

Por Alfonsina Barrionuevo (Perú).

 

Colaboración de nuestra amiga Alfonsina, de su publicación: “Perú: Mundo de Leyendas”.    

 

Los señores de las antiguas culturas disfrutaron tanto con el camarón de robustas pinzas que lo inmortalizaron en su arte. Un homenaje al noble crustáceo decápodo, deleite de su mesa y precioso acompañante para saborearlo en la otra vida. El camarón, -Cryphiops caementarius- , fue una de las primeras criaturas que la naturaleza regaló al  hombre prehispánico.

 

Un crustáceo de carne jugosa, ligeramente móvil,  que  se escondía debajo de las piedras de los ríos como una joya viviente. Al principio lo capturaban con las manos y después levantando una especie de dique con palos llamado wina y desviando el agua para secar los lugares donde abundaba. Con el tiempo inventó unas redes llamadas isiwa, chiwa, chikerillo o atarraya, de donde los trasladaba a unas canastas de junco o caña llamadas isankas  o isangas.

 

Fue el primero en observar que al ocurrir su nacimiento la Mamaqocha o madre mar lo mecía en sus brazos como un bebé, pero que al crecer se encargaba de enseñarle a vivir el padre río, testigo orgulloso de su bravura para vencer la fuerza de su corriente y trepar hasta las partes muy altas. En su laboratorio de genética mar y río crearon una criatura especial.

 

El camarón nace en agua salada y adapta con el tiempo su sistema de oxigenación al agua dulce para hacer ese largo recorrido. Cuando se siente fuerte emprende el ascenso venciendo miles de metros de recorrido. Los machos fuertes se quedan para ser padrillos de muchas generaciones y las hembras fecundadas, incluyendo los juveniles, emprenden una segunda hazaña tan heroica como la primera hasta la desembocadura donde la hembra deposita miles de huevecillos. 

 

Hay algo de ceremonial en este regreso a su fuente de origen que obedece a un extraño impulso similar al del salmón a la inversa. La difícil experiencia  convierte al camarón en un pequeño gigante, tratándose de una criatura frágil que se alimenta de larvas, algas, caracoles y algunos vegetales acuáticos. Al avanzar contra la corriente cuando sube sus brazos o pinzas se van engrosando por el esfuerzo. Su lucha es épica, titánica, casi sobrehumana si cabe usar la palabra. Miles llegarán a su destino y miles caerán en el intento y la persecución de sus depredadores, pejerreyes, anchovetas, patos, garzas y otros. Al cabo de un  año, ya adultos, estarán listos para engalanar las mesas de los privilegiados comensales.

 

El  ojo analítico de los antiguos peruanos debió observar que al llegar la primavera, cuando los campos florecen y el amor llena de fragancias el aire, como si el potente Walllalo Karwincho, señor de la fecundidad, caminara por ellos, los camarones pululaban en manchas prodigiosas, disminuyendo su población en el invierno, como si al cargarse las aguas por efecto de las lluvias buscaran un refugio subterráneo, al abrigo de las piedras del fondo de los ríos o las oquedades rocosas.

 

No se conoce el motivo, pero los centros de vida para el camarón se hallan distribuídos desde los ríos de Chancay y  Chepén al Norte hasta Arequipa al Sur, donde según la leyenda, las illas mágicas o padres con caparazón de esmeralda y ojos de rubí deben estar en lugares muy profundos, extendiendo su área entre ambos extremos.

 

Los camarones machos que son de buen tamaño y notables pinzas, una de las cuales es más gruesa y larga que la otra, habita en los ríos de Ocoña, Vítor, Camaná, Sama, Tambo, Mala, Cañete, Fortaleza, Huaura entre otros, donde procrean justamente cuando aumenta el caudal de sus aguas.

 

El descenso es cuidadoso y van, como suben, apegados a las piedras del fondo para esconderse si hay peligro. La hembra, más pequeña pero más  resistente aprovecha la fuerza de la corriente para descender hasta su desembocadura transportando entre los vellos de sus patas o pleopodos de 30,000 a 50,000 huevos, quedándose donde encuentra resguardo hasta que todos, una vez maduros, eclosionan y nacen las larvas.

 

Por muy poco tiempo viven entre dos aguas, la salada del mar y la dulce del río, porque por un instinto atávico tratan de hacer el mismo recorrido de regreso apenas se sienten con fuerzas. Su travesía río arriba mientras van creciendo es lenta. Miles llegarán a su destino pero miles también caerán en el intento. Muy pocos llegan a viejos, dice Víctor Venturi, y lo increíble es que algunos como el camarón chirire se rodean de hembras como si tuvieran un harem.

 

Antiguamente, cuando la pesca era abundante se preparaba el amuka o ‘camarón seco’ mediante el empleo de fuego y de piedras o arena caliente, escribe Toribio Mejía Xespe. El transporte se hacía en unos cestos de totora llamados chipa en los cuales llegaba a los pueblos vecinos. Las comidas nativas que menciona a base del camarón son el pashe, purka o camarón asado; el yukra chupe o sopa de camarones con papas, rakacha, ají y verduras; el yukra uchu o picante de camarones y la okopa o guiso que se prepara con harina de maíz, maní, verduras y ají que se muelen incluyendo el camarón. Se sirve con papas, yuca y rakacha sancochada.

 

En el siglo XVI cuando llegaron los españoles a Lima el Mamaqmayu, “río de carrizales”, porque crecían en abundancia cubriendo sus márgenes, al que llamaron después Rimac, estaba tan poblado de camarones y peces que había pueblos de camaroneros y pescadores, a los cuales se puso bajo la advocación de San Pedro. Ellos tenían como obligación tributar con los mejores ejemplares para la mesa del virrey, el arzobispo, los oidores y las autoridades municipales. En el siglo XVII el padre Bernabé Cobo informaba que “hay mucha abundancia de ellos en este reino del Perú” y “se prenden (capturan) muchísimos”.  

      

Al transcurrir los años la contaminación determinó su desaparición y está pasando algo similar en otros cursos de agua donde la  naturaleza sigue siendo devastada. Aún el camarón es presa codiciada en los mercados, los restaurantes  y en las mesas familiares. Sin embargo su volumen va en disminución y en los últimos años está en peligro.

 

El anunciado represamiento del río Cañete o Warku, si se concreta, no sólo acabaría con el canotaje, parte del turismo de aventura que practican mucho en Lunahuaná, sino con los camarones que son un recurso vital para los camaroneros y la gente de paso que lo saborea en los caramancheles o comedores populares. Este crustáceo nativo es un medio de trabajo para mantener a muchas familias y una primicia para el paladar de sus visitantes.

 

Para los viejos pueblos del Perú el camarón fue uno de los alimentos de lujo de sus kurakas o reyes. En las vasijas naskas como en las mochikas aparece gloriosamente copiado con todas sus características por el alfarero y en imagen entró a las tumbas para que siguiera recreando el paladar de sus muertos ilustres.

 

 

 

“ENTRE SERPENTINAS, FRUTAS, CONFITES Y AGUA…

 

”CARNAVAL LA “GUERRA” DIVERTIDA.

 

Por Juan Guillermo Carpio Muñoz (Perú).

 

Enviado por nuestra amiga venezolana, la escritora Maigualida Pérez , quien por estas fiestas de carnaval seleccionó esta nota ecocativa de “Arequipa sus Fiestas y Comida Típica” (Páginas 10 – 16) de Juan Carpio.

 

Cuando las “niñas” de 10 a 30 años de edad sentían en el trasero el golpe contundente y preciso de un pepinillo de papa tirado por la cacha de un palomilla, sabían que venía el carnaval. Cuando las muchachas domésticas eran golpeadas y, al mismo tiempo, empolvadas por “matacholas” (otra “arma” de la “guerra” divertida del carnaval, consistente en una larga media de señora que en el extremo cerrado llevaba como un ovillo de trapos y polvos), sabían que venía el carnaval. Cuando los ccoros, después de comprar en las tiendas, eran yapados con confites, sabían que venía el carnaval. Y esto sucedía desde un mes antes del día en que, efectivamente, llegaba el carnaval.

 

Los pepinillos de papa, lanzados como perdigones, eran las reminiscencias de épocas prehispánicas en que los indios en determinadas épocas de año, solían jugar a “la guerra” arrojándose y golpeándose con frutos y otros productos vegetales. Los confites, que en los días mismos del carnaval también servían para ser arrojados y, las “matacholas”, eran versiones mestizas y relativamente modernas de aquellas reminiscencias.

 

En una sociedad tan católica y restrictiva como la arequipeña, los carnavales han sido siempre muy esperados y festejados. Sin embargo, hasta donde podemos precisar de acuerdo a nuestras investigaciones históricas, alcanzaron su apogeo (como en otras ciudades del Perú, particularmente en Lima) en las décadas que corrieron entre 1920 y 1950. De ese apogeo nos estamos ocupando.

 

Por disposición eclesiástica el carnaval dura los tres días que preceden al miércoles de ceniza. En el Perú de los años señalados, los tres días eran de fiesta: domingo, lunes y martes de carnaval. En Arequipa el carnaval empezaba el sábado, con la soberbia “Entrada del Ño Carnavalón” que venía desde Miraflores, escoltado por decenas de muñecos gigantes y algunos centenares de “cholas pampeñas” que bajaban bailando, tomando y cantando con el acompañamiento de “la Banda del Ejército” y el bullicioso reventar de cuetes chinos. Muchas eran las coplas, conocidas e improvisadas, que se cantaban como grito de batalla, pero una era la más repetida de ese y los otros días de carnaval:

 

“Cantemos, bailemos ¡apujllay! / sobre una granada, /  hasta que reviente ¡apujllay¡ /  Agua colorada”.

 

En pocas palabras, las cholas pampeñas bajaban pidiendo “guerra” pues provocaban con sus contoneos, además de arrojar mixtura a la multitud de espectadores y hasta envolvían serpentinas de colores en el cuello de algunos “viejos verdes” que esa tarde al ser tocados por una adoradora del Ño Carnavalón, sentían ser tocados por la inmortalidad. Por la noche del sábado eran numerosos los bailes familiares que se verificaban al son de estudiantinas, pianolas y “vitrolas”; varios de los cuales eran de disfraces o, por lo menos, de caretas y antifaces.

 

Podríamos decir que el Domingo de Carnaval era el día de la galantería, pues las gentes estaban dispuestas a las acciones y expresiones obsequiosas, elegantes y ¿por qué no? cortesanas (si tenemos en cuenta que por aquellos tiempos la Reina de Arequipa era la dama ungida como Reina del Carnaval). Ese día todo era cumplidos, piropos y un cultivo acentuado de las buenas maneras entre las gentes, especialmente en los acercamientos entre solteros y solteras.

 

El acto central del domingo lo constituía el Corso de Flores. Los “carros alegóricos” tenían la particularidad de estar adornados – algunos íntegramente cubiertos - por flores naturales. Presidía el alegre cortejo la Reina del Carnaval que era designada por una junta de vecinos notables ligados a la Municipalidad. Hubo años también en que se eligió por voto popular, con ánforas en el Portal de la Municipalidad y Comité Electoral incluso, a la Reina del Carnaval. Elegida o designada, la reina siempre se escogía entre las más bonitas señoritas “de sociedad” (eufemismo que se utilizaba para nominar a las familias de mayor poder económico). Por supuesto que la radiante Reina estaba rodeada de corte de damas de compañía y pajes, todos vestidos de etiqueta. Su majestad saludaba a sus súbditos agitando sus brazos en alto y les regalaba con la mejor de sus sonrisas, con sus besos volados, ayudada por su corte, desenrollándoles “serpentinas de conversación” y hasta echándoles los confites de carnaval más pequeños (pelotitas de azúcar que por núcleo llevan un granito de trigo, anís o ajonjolí de colores rojo indio y blanco).

 

La animación era general entre los concurrentes al corso que se emplazaban, esa refulgente mañana de domingo, en los balcones, ventanas, azoteas y aceras de las calles y la Plaza de Armas por donde pasaba el festejo. Todas las familias se esforzaban porque sus hijos tengan vestido de estreno en el corso del Domingo de Carnaval. Incluso los más pequeños eran primorosamente disfrazados para concurrir a ver el corso, de pierrots, de chinitas, etc. Todos sabían y respetaban la tradición de no jugar con agua y hasta con polvos ese día en lugares públicos y, por supuesto, en el corso de flores. Para eso estaban las “serpentinas de conversación” con piropos y otras frases galantes; la mixtura colorida de papel picado; los “chisguetes de éter” cuyos chorros provocaban una sensación helada, pasajera y localizada; los confites más pequeños. Los señoritos se daban el lujo de rociar con agua florida y hasta con perfumes finos a las damiselas más atractivas. Las bandas del Ejército y otras menos formales, esparcían con reiteración la melodía del Carnaval Arequipeño y su contagiante ritmo.

 

Pasado el mediodía, concluía el corso, pero no la alegría. Regresaban todos a sus casas y cada familia se entregaba al más extremo sibaritismo que sus recursos les permitían. Para empezar, en toda casa estaban al alcance de la mano los confites de carnaval, no sólo los pequeños ya descritos, sino los grandes que eran de maní, castañas y nueces. Después de ponerles el último toque, la reina del hogar, llena de orgullo, daba de tomar la “chicha de carnaval” que personalmente había preparado en los últimos tres días y de acuerdo a la receta que aprendió de sus antecesoras. En realidad las chichas de carnaval podían ser de dos clases: “la chicha dulce” también conocida como “chicha de frutas”, que era la más difundida y celebrada, hecha con membrillos, manzanas, “granuja” de uvas, piñas maduras, higos secos y otras frutas y especias; y la “chicha de masa”, cuyo ingrediente principal era la harina de trigo. Aunque en su contenido podía ser diverso por las distintas tradiciones familiares o por la especialidad de la dueña de casa, el almuerzo era opíparo. La mayoría de las familias se servían un exuberante puchero con carnes de pecho de vaca, de cordero, lonja de chancho, cecina, papas, camote, choclo en rodajas, zapallo, chuño blanco, ocas, peras, manzanas y hasta duraznos, por supuesto que con abundante repollo y llatan, para los grandes y, ocopa para los chicos. El puchero se servía –“como Dios manda”- en dos platos sucesivos. Primero el “hondo” con el caldo en que se cocinó todo lo enumerado, al que se agregaba un poco de arroz graneado. Y, después, “el plano” en el que se amontonaba todo lo sólido cubierto por las hojas del repollo hervido. Se remataba el almuerzo con un banquete de frutas al natural en que reinaban la sandía, el blanquillo y la uva Italia; teniendo por súbditos al melón, a los duraznos de carne amarilla, a los duraznos de corazón rojo, a los “aurimelos”, a los damascos, a los higos blancos y negros, a los mangos y a las uvas negras. En realidad, ningún día en el año la fruta brilla tanto en la mesa arequipeña como en el Domingo de Carnaval. Cuando la extendida sobremesa contagiaba el sopor entre sus beneficiados, no faltaba un muchacho que sobaba la cáscara de la sandía, por la parte que tuvo su rojo cuerpo, en la cara de la hermanita y desataba – ya en el patio familiar - el juego con agua, polvo y anilina de los menores de casa, entre gritos, ayes y risas. 

 

En la tarde del Domingo de carnaval era de rigor que las señoras mandasen en obsequio a sus amigas y familiares más queridas jarras de su chicha, canastas o bandejas con frutas y hasta pedazos del chancho al horno que habían preparado para dar de “lonche” esa tarde a sus gentes de casa. Como esta conducta era recíproca, en cada casa se verificaba una especie de concurso de chichas de carnaval y las familias se estrechaban entre sí con los lazos de la gratitud y de los cumplidos. 

 

Después de servirse el consabido chancho al horno, generalmente de un lechón criado en casa con puro maíz, la familia con algunas amistades se dedicaban a cantar, beber y jugar con polvos, mixtura y serpentinas. 

 

El Lunes de Carnaval era el primer día en que estaba permitido –públicamente - el juego con agua, por eso muchos lo llamaban “el lunes de agua”. A golpe de nueve de la mañana, cuando el sol comenzaba a calentar el ambiente, salían las pandillas de muchachos desafiantes por las calles de la ciudad, a combatir contra el “ejército” de pimpollos enfaldados que se parapetaban en sus casas y que furtiva, como coquetamente, los atacaban desde balcones, ventanas, azoteas y muros.

 

Aunque la diversidad de “uniformes”, equipos y hasta composición de las pandillas, dependía del poder adquisitivo de sus integrantes; todos utilizaban para la “guerra” a distancia: los cascarones.

 

Meses antes del carnaval, en las casas, en las tiendas y, sobre todo en las panaderías y pastelerías de la ciudad, se atesoraban los benditos cascarones. Para utilizar los huevos de gallina se hacía, con mucho cuidado, un orificio pequeño – cuando más pequeño más valioso - en uno de los extremos de la cáscara. Se consumía el contenido y con delicadeza se guardaban los cascarones en una canasta hasta el carnaval, en que se convertían en un preciado tesoro. Llegada ya la fiesta del Rey Momo, se tenía agua con airampo y se llenaba cascarón por cascarón (después se utilizaría anilina y hasta la tinta de lapicero). El orificio de los cascarones llenos se tapaba con un pedacito de tela pegada con cola. Seca la cola, la munición quedaba lista para ser disparada.

 

Las pandillas de “los niños bien” eran vistosísimas. Todos sus integrantes –más o menos doce - vestían completamente de blanco (camisa, pantalón y zapatillas), indumentaria que ex profesamente se hacían para un día de carnaval y en la que los cascarones que les caían marcaban heridas coloradas imborrables. Además de sus miembros, estas pandillas llevaban contratados a cargadores que en sus espaldas y brazos llevaban canastas y “balayes” llenos de cascarones con agua colorada. Las pandillas más pudientes se daban el lujo de contratar además una banda “de guerra”, perdón una banda de ccaperos, para que no les faltase, en cada uno de sus ataques, el “Cantemos, bailemos ¡apujllay! / sobre una granada, / hasta que reviente ¡apujllay! / agua colorada”.

 

Avanzaban los pandilleros por la calle, cantando, bailando, gritando y entablando pequeñas escaramuzas con algunas francotiradoras. En las casas que presumían “enemigas” hacían algunos tiros de provocación: trizando el vidrio de una ventana o levantándole un chichón a un ccoro curioso de una azotea que no quiso delatar al “enemigo”- Cuando les respondían el ataque o, por sorpresa, les llovían cascarones o baldazos de agua, sabían los pandilleros que ahí era la “guerra”. Entonces se ubicaban frontalmente a la fortificación enemiga, la banda tocaba con más fuerza, los estrategas evaluaban los puntos débiles del emplazamiento rival y determinaban los lugares por donde los asaltarían; mientras la tropa, como hélices humanas, lanzaba los cascarones o sorteaba los que les venían.

 

Cuando estaba por terminarse la munición, procedían al asalto, ya sea escalando muros o forcejeando la puert’i calle. Una vez dentro del campo enemigo empezaba la batalla final en el zaguán de entrada y en el patio casero, donde el combate era cuerpo a cuerpo. Damiselas y jovenzuelos mojándose, resbalándose, manoseándose, pellizcándose y en medio de un griterío infernal se disputaban el control del abastecimiento de agua que estaba depositada en la piedra del pilón, en gamelas y bateas; donde la mayoría de veces terminaban metidas las lideresas de la tenaz resistencia. Terminada la batalla, seguía una etapa de reproches mutuos y, entre la diversión general, la reconstrucción de los hechos. Enseguida los asaltantes eran agasajados con chicha de carnaval, confites y uno que otro bocadillo. Algunas veces los jovenzuelos eran invitados a quedarse a almorzar o, bien, a regresar “por la tardecita” y partían a verificar otros asaltos. No se crea que el éxito en tomar un castillo de doncellas se debía a la sapiencia “militar” de los jovenzuelos, no. Eso era lo que ellos creían. Pero en realidad eran las doncellas quienes elegían con quién combatir y quienes decidían hasta dónde resistir. En conclusión, no era un “casus belli” sino artes del amor galante. 

 

Como que era el último día, el martes de carnaval era de locura, “todo estaba permitido”. Por añadidura, los soldados del Ejército (de a verdad) eran liberados ese día, después de haber estado en los precedentes acuartelados y con ganas de amotinarse. Además de las consabidas pandillas callejeras, en los barrios más populares se verificaban verdaderas batallas campales con cascarones, agua, hollín, polvos, mixtura, harina, serpentinas y en las que no faltaba uno que otro desalmado que tiraba cascarones, pero de huevo de pato o de pavo que, por irrompibles, eran de artillería pesada. Las batallas más célebres se daban en “las siete esquinas” y en “la Casa Rosada” (mocotectes de hoy día, no vayan a pensar que me refiero al Palacio Presidencial de la Argentina. En “illo tempore” se llamaba Casa Rosada a una enorme casa de vecindad, que era como un pequeña ciudadela, que quedaba donde hoy se levanta el Conjunto Residencial Nicolás de Piérola al fondo de la calle del Guatanay, perdón, al fondo de la calle Piérola).

 

Otros dos escenarios bélicos muy concurridos en Martes de Carnaval eran la Pampa de Miraflores y el Cerrito de San Vicente en Yanahuara. Allí los enfrentamientos tenían sus matices, aunque en los dos casos parecía verificarse el rapto de las sabinas. Al final de la Calle Grande, en la Pampa de Miraflores (donde hoy se ubica la Plaza Azángaro) terminaba la ciudad. Allí entre bailes; juegos con polvos, ceniza, agua, cascarones, chisguetes, mixtura, serpentinas; comparsas; estudiantinas; bebida; fritangas; trompeaderas y yote - estimo; los pampeños (miraflorinos) y los ccalitas de la ciudá se disputaban los favores de las más guenamozas “cholas pampeñas”. En forma parecida en el Cerrito San Vicente se parapetaban los recios yanahuarinos a defender “sus” mujeres que los fortachones caymeños querían enamorar y raptar. No se piense que todos iban a la trompeadera o que con ella terminaba el fandango. Había trompeaderas sí; pero lo que más había en San Vicente como en la Pampa, era una emulación entre jóvenes del lugar y los que llegaban de fuera por ganarse el derecho a cortejar a las lugareñas más bonitas, demostrando ser el mejor bailador, el mejor bebedor, el mejor trompeador, el mejor guitarrista, el mejor cantor, el mejor coplista (creador de coplas improvisadas que su grupo cantaba con la música del Carnaval Arequipeño, zahiriendo al grupo rival o piropeando a las guenasmozas). En fin, todos terminaban más mojados por dentro que por fuera. 

 

En la ciudad, la tarde y la noche del Martes de Carnestolendas (como decían los engolados) se efectuaban numerosos bailes sociales, la mayoría de disfraces y “de fantasía” en clubes sociales, deportivos, asociaciones culturales, gremiales y “laboristas”. Los más célebres fueron los del Club Internacional (que entonces quedaba al final de la calle San Juan de Dios) y los de La Casa del Maestro (altos de una casa abalconada de la segunda cuadra de Tristán). No puedo dejar de señalar que nuestros antepasados “movieron el esqueleto” disfrazados de colombinas, pierrots, dominós, kukuxklanes, diablos, japonesitas, turcos, ñustas, toreros, manolas, mosqueteros, gitanas y cuanto hubo; embrujados por la música interpretada por orquestas tan celebradas como las de don Benigno Ballón Farfán y don Aurelio Díaz Espinoza. Los ritmos de moda tenían su esplendor en el Carnaval.

 

En los primeros lustros del siglo XX reinaron las cuadrillas, mazurcas, jotas, galopas, pasodobles, valses y marineras. Entre la primera y segunda guerra mundial, época del esplendor del carnaval en Arequipa, los arequipeños demostraron sus dotes dancísticas y enamoraron, a los compases del “fox-trot”, del “blue”, del “one step”, del “cameltrot”, del “charlestón”, del bolero, de la guaracha, del tango, del vals criollo. Pero por sobre todos esos ritmos, siempre brilló nuestro autóctono carnaval Arequipeño, contagiosa pampeña que constituye la música popular más difundida de la historia de Arequipa.

 

El Miércoles de Ceniza, que ya era laborable, la mayoría de la población volvía a la normalidad acudiendo muy temprano a misa a pedir perdón por los pecados cometidos (propios y extraños) y a recibir una cruz de ceniza en la frente que les recordaba que la Pasión del Señor empezaba. Quienes se resistían de volver a la normalidad, concurrían la tarde del Miércoles de Ceniza al entierro del Ño Carnavalón en la Pampa de Miraflores y; otros, predominantemente chacareros, preferían asistir a las peleas de toros de la Acequia Alta, que eran seguidas de carreras de caballos chuscos (ordinarios), montados “al pelo” por sus jinetes cotidianos. Después del Miércoles de Ceniza, si algún niño usaba algún juego de Carnaval, era reprendido por los mayores y obligado a abandonarlo, con el calificativo lapidario de “diablo cuaresmero”.

 

El domingo siguiente al Domingo de Carnaval se realizaba la fiesta de la Amargura en Paucarpata y, al subsiguiente, la fiesta de Cuasimodo en Tiabaya. La religiosidad de Arequipa volcada a venerar a Jesús Nazareno en esas dos encantadoras villas rurales, demostraba que Arequipa toda se hallaba inmersa en los tiempos de pasión. 

 

 

 

LA LARGA ESPERA (MICRORRELATO).

 

Por Andrés Fornells (España).

 

El día de hoy dedico este escrito especialmente a las mujeres que nos regalan a los hombres este tipo de recibimientos cuando llegamos tarde a una cita que teníamos con ellas.

 

Como dijo, desde el cielo, un hombre que cogió un avión que no debía y éste se estrelló causando la muerte de todos sus pasajeros, él incluido:

 

—El destino puede tener muy mala leche.

 

Yo opiné lo mismo que ese desdichado viajero cierto sábado por la tarde. Marujita, una chica que me gustaba a morir, y yo, habíamos acordado nuestra primera cita en la terraza de una céntrica cafetería a las cinco de la tarde. Yo estaba loco de ilusión. Deseaba tanto estar con ella, como un geólogo dar con una mina de diamantes. Pero el asunto comenzó a complicarse. Mi coche se me reveló y no hubo manera de arrancarlo y eso que probé un método que había resultado infalible en ocasiones anteriores: arrearle un montón de patadas.

 

Cuando agotado y con el dedo gordo de mi pie derecho tan hinchado que parecía una berenjena de buen año, corrí cojeando a la parada de autobús más próxima y lo perdí por un par de minutos teniendo que esperar media hora para el próximo. Durante la espera pensé en mi teléfono móvil, pero descubrí que me lo había dejado en mi casa encima de la mesita de noche. Tenía una cabina cerca, pero no pude llamarla porque no conocía de memoria el número del móvil de Marujita.

 

Por fin llegó el autobús y no llevábamos ni diez minutos subidos en él cuando se rompió una pieza del motor y dijo aquel vehículo desconsiderado: ¡yo me quedo aquí! Tuvimos que bajarnos todos los pasajeros a esperar que llegara otro autobús enviado por la compañía para recogernos. Para entonces yo estaba tan desesperado que ni comerme todas las uñas y tirarme de los pelos conseguía tranquilizarme.

 

Total que cuando llegué a la cafetería donde habíamos quedado con Marujita, llevaba yo casi dos horas de retraso. El corazón me dio media docena de saltos mortales de alegría al descubrir que ella seguía allí sentada a una mesa de la terraza esperándome. En su cara tenía pintada una expresión de aburrimiento y cansancio indescriptibles. Expresión que, al verme, se borró como una raya de tiza al pasarle por encima un borrador. Me entraron ganas de llorar de agradecimiento. Con voz consternada le pedí perdón y le conté el calvario por el que había tenido que pasar. Ella me escuchó en silencio, muy seria entonces y cuando yo terminé, con el resuello perdido por el énfasis empleado, ella me regaló la sonrisa más hermosa de este mundo y me aseguró:

 

—Tonto, yo te habría esperado una eternidad si falta hubiera habido.

 

La cogí de la mano con firmeza y delicadeza a la vez, y cuando la tuve de pie la abracé con infinita ternura y, mientras Marujita se reía entre emocionada y conmovida, yo tuve la certeza de que, por fin, había encontrado a la mujer de mi vida.

 

 

 

MADRES DEL MUNDO.

 

 Por Danilo Sánchez Lihón (Perú).

 

 1.

   

  – ¿Has visto qué lindas son?

– ¡Sí!

– Preciosas, ¿no?

– Como las flores que crecen por cumbres y bajíos

– Pregúntales, a ver, cómo se llaman.

– No. Se van. A ellas todo las asusta. 

– Pero intenta, a ver.

– Ya vez, se fueron.

Ellas son las muchachas de mi pueblo. Que vienen acompañadas de sus padres. Y se esconden hasta de las miradas.

 

2.

 

Que son claras como fuentes, frescas como el amanecer en las cumbres de los cerros. 

Como prodigios y milagros del espacio y del tiempo. Es la gracia que brota, como brotan los capullos de las flores que se riegan por una y otra colina.

– Así son, pudorosas y tímidas.

– Son del campo. Hablarles es espantarlas, como a las cuculíes, torcazas y perdices.

Son las niñas madres, no porque tuvieran hijos ni porque ya hubieran procreado, 

Sino porque la actitud que asumen ante la realidad, a su tierna edad, es la de hacerse madres del mundo; y desde que nacen.

 

3.

 

Madres porque desde muy tierna edad tienen ya la actitud de ser las que protegen lo existente, defendiendo en todo a la vida. 

Y la vida no solo humana sino de todos los seres como son las plantas y los animales 

Mujeres en el sentido natural, auténtico, como un don de la tierra. Mujer misterio, tierra fecunda y centro del mundo. 

Y que forjan una buena humanidad porque escogen al hombre por sus virtudes, como es ser trabajadores, fuertes y valerosos.

Como también ellas alientan lo que es ser personas de bien, que tienen un sentido muy alto y superior de la responsabilidad y del deber. 

Son puquios, lagunas y manantiales cristalinos y profundos capaces de acoger y calmar el dolor y el sufrimiento.

Del sufrimiento propio, suyo, como de sus seres queridos. Y del prójimo que ellas reconocen como suyo.

 

 

SIMPLEMENTE MARAVILLOSA.

 

Por Addhemar H.M. Sierralta (Perú).

 

Es un homenaje a la mujer, a la madre y al amor de mi vida.

 

 

SIMPLEMENTE MARAVILLOSA

 

Me acuerdo de aquel domingo de octubre

Andabas muy bella y rumbo a tu destino

Dudé un instante pero bajé del carro y te seguí

Recorrí un trecho y al acercarme te hice reír

Encontré hace más de medio siglo el amor.

 

Mucha agua corrió por nuestras vidas

Aprendiste a vencer y crecer como mujer

Recibiste la dicha de ser tres veces madre

Alcanzaste serlo de forma maravillosa

Venciste obstáculos y todos estamos juntos

Invencible madre con inteligencia

Lograste buenos hijos con tu ejemplo

Los años te hicieron más hermosa

Ondeaste el estandarte del trabajo

Seguiste con pasión tu esplendorosa vida

Amor eres la mujer y madre maravillosa.

 

Addhemar Sierralta, mayo 2020.



 
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Addhemar Sierralta
 
Año 13 Nº 413 del 21 de febrero de 2021
 
 

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