Danilo Sánchez Lihón
1. Intrepidez
y ahora misterio
La
imagen que ha prevalecido de don Ricardo Palma es la del anciano
académico puntilloso y reflexivo, imbuido en la trama de alguna de sus
Tradiciones admirables. O bien se ha impuesto la imagen del bibliógrafo,
del catador del vocablo punzante e ingenioso como un venablo, la del
gustador del giro inesperado, del conversador impenitente y empedernido;
del hombre de palabra almibarada.
Y
por tal fascinación se nos ha perdido y esfumado su faceta de valeroso
hombre de acción y guerrero. Sin embargo, su vida fue un pasmo, un
polvorín y una proeza, porque desde siendo joven estuvo al frente de
todos los disparos, asonadas y balas, constituyendo su hazaña vital en
sí misma una temeridad y una novela de aventuras. ¡Y hasta un milagro
que no haya muerto!
Y
así como él hizo de cada rasgo mínimo de la realidad histórica, y con
frecuencia apenas de un retazo exiguo de anécdota logrando un portento
de inventiva y maravilla, así igualmente cada pasaje de su vida resulta
legendaria, apasionada y un dechado de osadía, de intrepidez y, ahora
también, de misterio.
Porque
incluso su nacimiento resulta hoy una incógnita, desde que Luz Samanez
Paz revelara con argumentos contundentes que él no nació en Lima, que es
andino y no criollo, que nació en Talavera de la Reina, en Andahuaylas,
que su nombre originario es Felipe Cusi Mena, hijo de Felipe Cusi
descendiente de la nobleza incaica; y que después se le cambió el
apellido por el de su padrastro don Pedro Gregorio Palma. Y que, a los
cinco años, debido a los continuos maltratos que sufría, fue entregado a
unos religiosos quienes lo trasladaron a Lima. ¡Hace visto tremendo
lance, episodio y contingencia!
2. Una patria justa,
digna y hermosa
Quien
ejerció al principio el periodismo, pero a su vez a los quince años ya
publicaba sus primeros poemas, revelándose como un romántico furibundo,
de catacumbas, un idealista contumaz, un alma inquieta de vida
trashumante, andariega e imprevisible. Y si no hubiera sido por sus
Tradiciones de brillo singular y fulgurante, que han opacado totalmente
su vena de poeta, brillaría y sería reconocido sin duda como un poeta
transido y funambulesco.
Fue
marino y vivió un tiempo embarcado en la goleta “Libertad” estacionada
en Chincha. Pero también prestó servicios en el bergantín Almirante
Guise, en el vapor Loa y en el transporte Rímac. ¡Quién lo creyera!
¡Este gentilhombre abrumado por el polvo de las bibliotecas era un lobo
de mar!
Fue
en este barco, el Rímac, que naufragó salvándose de puro golpe de
dados, porque no sabía nadar, y sin embargo un marinero que le tenía una
ferviente admiración por sus dotes con el lenguaje lo salvó hasta
dejarlo en tierra, desde donde debió caminar una agotadora jornada por
el desierto antes de encontrar ayuda.
Participó
en toda asonada, bochinche y revuelta. Si era alboroto, disturbio o
motín ¡ahí estaba él!, haciendo flamear alguna bandera de cambio y
revolución. Más aún si era golpe de estado, sedición o toma del poder,
que en aquellos años turbulentos se desataban con religiosa asiduidad.
Y
como siempre estaba al frente y en primera fila, aunque fuese de mirón u
observando, por dicha razón fue encarcelado y sufrió destierros muchas
veces y por largos años, a Valparaíso, en Chile; como también a
Guayaquil y Quito, en el Ecuador. Pero al fondo de estas apariencias,
vivía fascinado por el sueño de una patria justa, digna y hermosa.
3. Dos minutos
después
Así:
Integró las huestes de sublevados del General Manuel Ignacio Vivanco
contra el gobierno de Ramón Castilla. Pero después, con un grupo de
civiles y militares de tendencia liberal sueltos y puestos en libertad
por don José Gálvez, asaltó la casa de Vivanco al cual había defendido
poco tiempo antes.
Luego intervino en la sublevación del coronel José Balta, siempre al frente y llevando la bandera.
Fue
cónsul en Belén de Du Pará en el Brasil y abandonó el puesto para
viajar a Europa, sin otro propósito que caminar y deambular por los
pueblos del viejo continente, así como conocer ciudades y personas que
figuraban en libros o en su pródiga y, a veces, delirante imaginación.
En
ese plan visitó Londres, París y otras ciudades europeas, como
peregrino sin recursos, recalando en New York, coincidiendo su estadía
en los Estados Unidos con el asesinato perpetrado contra el presidente
Abraham Lincoln.
Vuelto
a la patria se reincorporó a la Marina de Guerra del Perú y ejerció de
secretario del ministro de ese sector. Un azar lo salvó de morir en la
Torre de la Merced en el Combate del 2 de Mayo de 1866, en que nos
enfrentamos a la escuadra española que tenía el escondido propósito de
recuperar las colonias perdidas en América del Sur.
Dos
minutos después que abandonara ese fuerte militar, a fin de cumplir con
hacer unos despachos cablegráficos, el torreón voló en pedazos
alcanzado por un disparo de cañón, muriendo el ministro José Gálvez
quien fue la víctima más eminente de esa jornada.
4. Una nueva
identidad
En
1872 publicó su primer libro de Tradiciones, donde haciendo uso del
idioma castellano en una versión entre arcaica y festiva, y recreando la
vida de la que fue una de las colonias más ricas y fastuosas de España
en el Nuevo Mundo, cambió el epicentro continental de la literatura
hacia Lima, e hizo voltear los ojos hacia este punto geográfico y
anímico, perfilando un género literario inédito hasta entonces, cual es
la “Tradición”, apta y precisa para perfilar un época con las
características tan fastuosas que aquí ella había tenido; en pasajes que
trasegados por él quedaron eternizados en la literatura. Y fueron tan
convincentes y encantadores sus textos que muchos empezaron a imitarlo
sin alcanzar la gracia y el donaire que le imprimía su fundador y con
los cuales creó una nueva sensibilidad y conciencia para nuestras letras
donde lo coloquial, la oralidad, como lo perteneciente al pueblo es
relievado de manera fresca, desenvuelta y trascendente.
No
es cierto como se ha achacado que con la Tradición Ricardo Palma huyera
del presente, como una realidad compulsiva y urgente, reemplazando los
problemas acuciantes que hay que resolver por otros inexistentes;
incurriendo de ese modo en ser evasivo, claudicante y pasadista; quien
se pusiera de espaldas al futuro que hay que apurar a que se cumpla de
manera inapelable construyendo un mundo mejor. Como tampoco es dable, se
lo reprocha, que podamos buscar refugio obsesionados en ninguna arcadia
o quimera; pero que no es lo que ocurre con Palma, puesto que él más
bien fustiga, ironiza y hace sarcasmo; corroe y fulmina esa época y esa
manera de vivir. Y quien con la magia de la palabra convierte sucesos
triviales en verdades trascendentes, haciendo que una anécdota de
carácter pueril sirva para retratar una época esclareciendo una nueva
identidad.
5. Tal
era el ogro
Tal
fue su renombre que el poeta Rubén Darío tenía 23 años cuando
desembarcó en el Callao en febrero de 1888 y en las pocas horas que el
barco cargaba y descargaba hizo un viaje a Lima solo por conocer a
Ricardo Palma. Sus impresiones las dejó registradas en un artículo en
donde expresa, entre otros conceptos, lo siguiente:
Fui
desde el Callao a Lima por sólo conocerle, en febrero de 1888...
Llevado por un coche que encontré en la calle de Mercaderes, después de
caminar un buen rato por aquellas calles de la alegre ciudad de los
virreyes, me encontré a las puertas de la Biblioteca Nacional. Entré y,
tras pasar largos corredores, llegué al departamento del señor director.
Frente a la puerta de su oficina me detuve un momento, para admirar el
célebre cuadro de Montero, La Muerte de Atahualpa. Por fin, valor y
adelante. Dos golpecitos, en la puerta...
– ¡Oh, mi señor don Darío Rubén!
Ante
una mesa toda llena de papeles nuevos y viejos, viejos, sobre todo,
estaba Ricardo Palma, y me recibía con una amable sonrisa, que me daba
ánimos, debajo de sus espesos y canosos bigotes retorcidos. ¡Figura
simpática e interesante de verdad!
Mediano
de cuerpo, ágil a pesar de su gruesa carga de años, ojos brillantes que
hablan, y párpados movibles que subrayan, a veces, lo que dicen los
ojos; rápido gesto de buen conversador, y palabra fácil y amena, ¡tal
era el ogro!
6. Devoto
y fervoroso
–
«Oh, mi señor don Darío Rubén». Mientras él me hablaba de sus nuevos
trabajos, y de que pensaba entrar en arreglos con el editor Casavalle de
Buenos Aires, para publicar una edición completa de todas sus
Tradiciones, yo recordaba que, en el principio de mi juventud, me había
parecido un hermoso sueño irrealizable, estar frente a frente con el
poeta de las Armonías, de quien me sabía desde niño aquello de:
¡Parto, oh patria, desterrado!
De tu cielo arrebolado
mis miradas van en pos.
Y en la estela
que riela
sobre la faz de los mares,
¡ay! envío a mis hogares
un adiós;
y
con el autor de tanta famosa Tradición, cuyo nombre ha alabado la
prensa del mundo, desde el Fígaro de Paris, hasta el último de nuestros
periódicos. Y veía que el ogro no era tal ogro, sino un corazón
bondadoso, una palabra alentadora y lisonjera, un conversador jovial, un
ingenio en quien, con harta justicia, la América ve una gloria suya.
Se
mostró Rubén Darío tan devoto y fervoroso del maestro que Ricardo Palma
le obsequió el lapicero con que había escrito las Tradiciones peruanas,
de lo cual Rubén se sintió orgulloso siempre, como si albergase el más
preciado tesoro.
7. Los decires
de la gente
Es
en esta perspectiva que la figura de Ricardo Palma es primordial y su
memoria imprescindible. Así: se consigna que nació el 7 de febrero de
1833 y que fue hijo natural de Pedro Palma y Dominga Soriano, los cuales
en la partida bautismal de nuestro escritor figuran como “pardos”, es
decir mulatos, término despectivo al señalar a un híbrido; siendo además
la familia de condición muy humilde. De allí que él dijera:
Hijo soy de mis obras. Pobre cuna
el año 33 nació mi infancia
pero así no la cambio con ninguna.
Detrás
de los muros de la casa donde vivió en pleno corazón de Lima, en la
calle del Puno, estaban las cárceles de la Santa Inquisición, y a media
cuadra el mercado de abastos en cuyo jolgorio escuchó los decires de la
gente de toda condición; de unos que vendían pescado, y cualesquiera
otras especias, como de quienes las compraban.
Un
poco más allá de su casa se situaba el edificio que ocupaba la
Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Y muy cerca el Monasterio de
la Concepción y el Colegio del Príncipe; es decir estuvo rodeado de
tradiciones.
Fue
esto lo que le hizo recrear la historia en esas piezas admirables que
son a la vez literatura, periodismo, historia, etnología, documento
político, folclore, tarjetas lexicográficas, etc.; tal y como son esos
prismas, calidoscopios y talismanes y para mí prodigios, llamadas
Tradiciones.
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