1. Caminaba
tranquila
– ¡Guau! ¡Guau!
Entre
sueños la gata Candy, que dormía apacible en el cuarto del segundo
piso, muy cerca de la ventana de la casa, escuchó esos ladridos y luego
un grito.
Tenía
casi enterrados los bigotes que apenas vibraban en la suave superficie
de la cama. Como tenía entornados los ojos por la luz del sol aún
radiante, apenas tamizados por sus finos párpados entrecerrados.
¿Qué ocurría?
Elvira,
su ama, había salido a comprar el pan, caminando por el centro del
parque escuchando el bullicioso trinar de los pajarillos que ya se
recogían en los ficus y cañaverales del parque. La niña cruzó la calle y
subió a la vereda donde estaba la panadería olorosa y tibia a esa hora
de la tarde.
Ya
de regreso se balanceaba tranquila con su canasta bajo el brazo cuando
desde la cerca de una casa que tenía la puerta entreabierta se abalanzó
hacia ella un perro bravo, feroz y malvado.
2. Echó
a correr
– ¡Guau! ¡Guau! –Ladró casi en las orejas de la pobre niña.
Era negro y tenía unos ojos enrojecidos de los que salían llamas de fuego.
E hizo brillar unos dientes blancos que parecían relámpagos, agudos y afilados.
La niña un momento se quedó paralizada y el perro también.
Pero le invadió a ella un miedo atroz y echó a correr en estampida.
Y detrás de ella echó a correr también el perro.
Impulsada
por el terror la niña prácticamente volaba, apenas asentando sus pies
que llevaban puestos felizmente unas zapatillas de nylon bien amarradas
que apenas se asentaban en el suelo.
Iba
veloz, como arrastrada por un vendaval que hacía que su vestido y sus
cabellos flamearan como una bandera al viento en el fragor de una
batalla.
3. Abrió
la boca
– ¡Guau! ¡Guau! –Ladraba el malvado perro y se abalanzaba detrás de la niña.
Despavorida
escapaba la niña como llevada por el viento. Raudo corría el perro
lanzado como una flecha, a ratos arqueándose para dar saltos detrás de
su presa.
La
niña ya había cruzado la mitad del parque, había enrumbado por el
sendero y estaba por en medio de la parcela del parque que da a su casa,
donde había cesado el trinar de los mirlos, los gorriones y torcazas
asustados de lo que estaban viendo.
Sentía la pobre niña que ya no podría escapar de los dientes de ese feroz animal.
Y sacando todas sus fuerzas llegó casi hasta la vereda del parque que da frente a su casa.
El perro ya abría la bocaza con sus dientes grandes, brillantes y afilados para coger y desgarrar la pierna de la pobre niña.
4. Bajó
del aire
Y entonces ella gritó:
– ¡Candyyyyy! –Que era el nombre de su gata. Fue un alarido desesperado, pero dicho con toda el alma, ya puesta en un hilo.
La
gata oyó el grito y se lanzó por la ventana como si fuese un cohete, un
bólido o una lanza. O como si fuera un rayo, una centella o un
relámpago. O como si fuera una veloz bola de fuego.
Atravesó
en el aire los hilos de las cometas. Atravesó en el aire los cordeles
de luz. Atravesó en el aire las ramas de los árboles.
Y, como si fuera una golondrina torció buscando sortear la verja de la casa que tenía unas puntas de fierro.
Bajó
del aire como un resplandor, una chispa o un meteoro, y cayó justo en
la jeta del perro malvado que ya iba a coger la pierna de la niña.
Y allí le clavó las uñas.
– ¡Ay!
Se oyó un grito de dolor del perro, cayendo a tierra y revolcándose por el suelo.
5. ¿Por
qué
Pero
la gata no se soltaba del hocico del malvado. Y allí lo tenía bien
agarrado con uñas y dientes. Y le gruñía enseñándole su boca llena
también de dientes blancos, brillantes y afilados.
Pero
también le mostraba sus amígdalas grandes y coloradas que vibraban
amenazantes por la cólera que sentía, resondrándole al can de este modo:
– ¡Perro! ¡Por qué eres malo!
– ¡Perdón! Estás rasgándome la cara, gatita.
– ¡No hay perdón! – Le dice–. ¡Por qué asustas así a las personas que no te hacen ningún daño!
Y, juá y juá, le da la gata dos fuertes latigazos con su cola.
– ¡Perdón! De veras pido perdón. Me estás rasgando la cara.
– ¿Sabes cuál es el destino que corren los malvados?
– No sé. Pero, ¡perdón! Nunca más lo haré. De verdad, te juro. Seré un perro bueno.
6. Lo
juro
– ¿Nunca más asustarás a las personas que pasan por la calle?
– No. ¡Nunca más! –Responde el perro.
– ¿Lo juras? –Le alzaba la voz, torciéndole los labios.
– Lo juro, gatita, ¡lo juro!
– ¿Lo prometes?
– ¡Sí!, lo prometo.
Solo así fue pasándole la indignación y la rabia que sentía la gata.
– ¡Otra vez dilo, ¡Repítelo!
– ¡Lo juro, ya no seré malo!
– Pues bien, vas a tener que cumplir unas normas.
Este
suceso hizo que la gata Candy se hiciera famosa, porque la gente al
pasar por la puerta en donde vivía el perro feroz, repetía como si
llamaran a alguien:
– ¡Candy! –Y lo decían con voz lenta y bien modulada, como para asustar a alguien.
7. Por
emblema
– ¡Candy! –Repetían.
– ¡Candy! –Como para que el perro oyera.
Y
lo decían primero como una defensa, luego como un saludo, y finalmente
como una nota de buen humor. Y hasta como una consigna. Y, como al final
se convirtió en una nota graciosa, que las personas repetían tantas
veces ¡Candy!, se hizo costumbre decir para ir a la panadería:
– Voy a Candy. –Era la voz.
Y
sabiendo y comprendiendo esto los dueños del establecimiento le
cambiaron el nombre que tenía antes, para ponerle como emblema:
PANADERÍA
CANDY
Todos
creen que de repente la dueña se llama así, pero no. Ella misma cuenta
esta historia. Es en honor a la gata que un día dormía apacible en el
cuarto del segundo piso, muy cerca de la ventana, cuando escuchó un
grito: ¡Candy! Panadería en donde ahora se vende el mejor pan de mi
barrio.