Aracataca - Foto Cubasí.com
ARACATACA ES DECIR ALGO (O MUCHO) DE MACONDO VISTO A VUELO DE PÁJARO
Escribe Ángel Gavidia Ruiz
De Barranquilla a Aracataca existen dos horas de camino a buen trote. Esto de trote es un decir, digamos mejor a buen paso carretero. Por el camino, uno va encontrando letreros que nos remiten a las mejores páginas del Gabo: Riohacha, Valledupar… y claro, desde el comienzo, desde Barranquilla, el río Magdalena protagonista nato de El amor en los tiempos del cólera y, por mayores señas, su escenario final. Siguiendo llegamos a Ciénaga un pueblo semejante a Pachacamac. A su entrada, un bullicioso cartel lo proclama como “Capital del realismo mágico”. Allí, en su placita es imposible no detenerse y desenchapar unas cervezas bien heladas y engullirse las empanadas de carne que ofrecía una morena triste y su patrón malgeniado. El calor, cómo no, es otra constante en este viaje (quizás, por eso, el hielo). Elegimos para atenuarlo esa tienda por su nombre peculiar: “Refresquería Quince letras”. Después nos enteramos que “Quince letras” era el nombre de una canción colombiana, nos informamos, también, que la siesta es algo innegociable en los habitantes de estas tierras lo que justificó a medias el mal humor del tendero que, indolente a la distancia que habíamos recorrido, insistió en cerrar su refresquería a la una de la tarde. Abro a las tres, nos dijo cortante.
Pero el objetivo era Macondo, perdón, Aracataca, y hacia allá nos dirigimos. Encontramos los rieles y algunos esporádicos platanares orillando el camino casi como rastros arqueológicos, como vestigios de la otrora poderosísima United Fruit Company, al amparo de la cual nació, precisamente, Aracataca.
Si las casas fueron en ese tiempo como la del Gabo, el pueblo ha cambiado, pero, aun cuando ha ingresado el cemento con fuerza, mantiene su tamaño de pequeña población. Hay varios negocios con nombre macondianos y felizmente no existen aún esos edificios
mastodónticos que tanto afean a las cunas de los grandes, quizá porque no son necesarios todavía.
La casa del Gabo es en realidad una réplica. Dicen que un incendió la dejó en escombros. Es una construcción nueva de madera. Allí están las fotografías de sus abuelos maternos, la oficina donde despachaba el viejo gobernador de Aracataca, el coronel Nicolás Ricardo Márquez Mejía, el popular Papalelo, abuelo sustancial del nobel. A la entrada de la casa existe un intrigante cuarto que según nos dijeron estaba destinado para alojar a los enfermos de la familia y del pueblo en general. Era un cuarto en donde solo cabía una cama. Luego viene la oficina del coronel y a continuación, el comedor, un ambiente muy agradable, con paredes bajas que le permitía ser bastante aireado, en donde se exhibe la vajilla de la época, el procesado del café, un molino etc. y más allá el cuarto de las mujeres donde el nobel solía entrar clandestinamente y esconderse para escuchar la dulce parla de las féminas; casi al final está la habitación de la tía y un libro de Las mil y una noches y al último una habitación extraña llena de bacinillas; siguiendo hay un patio con un viejo ficus. En él encontramos un par de actores que escenifican a los principales personajes de Cien años de soledad. El hombre, “José Arcadio Buendía” amarrado al gran árbol declamaba, gesticulando, con una mirada de loco sabio, textos relacionados con esa gran novela. Al final está el cuarto de los guajiros que, según la guía, era lo único original que quedaba. Los guajiros eran los esclavos de la familia. Pero no recibían un trato propiamente de tales. Gozaban del cariño de la casa.
Ya fuera encontramos a las mariposas amarillas de Cien años de soledad representadas en simpáticos y baratos suvenires que compramos gustosos. E iniciamos el retorno. En el camino nos acompañó un vallenato compuesto por Diomedes Díaz,” Mi muchacho”, que, no sé porqué razón, me caló en el alma. Decía:
Ese muchacho que yo quiero tanto
ese que yo regaño a cada rato
me hizo acordar ayer,
que así era yo también cuando muchacho
que sólo me aquietaban dos pengazos
del viejo Rafael.
Y se parece tanto a papá
hombre del alma buena ( bis )
se ponía triste al verme llorar
y me daba un pedazo de panela
y entraba en discusión con mi vieja
por que la pobre le reclamaba
que porque diablos me maltrataba
que dejara al muchacho tranquilo
y hoy veo en Rafael Santos mi hijo
todavía las costumbres aquellas.
Recuerdo la cartilla abecedario
el primer día que al pueblo me mandaron
porque era día de fiesta,
recuerdo que iba tan entusiasmado
por que desde que me habían bautizado
no llegaba a la iglesia
el 16 de julio es la fiesta
de la Virgen del Carmen ( bis )
Ese fue el día que le escuche al padre,
que Dios a todos nos tiene en cuenta
y con deseos también de quedarme
po' allá en la noche de la caseta
y me tocó quedarme en la puerta
no tenía plata para pagarles
por eso es que la vida es un baile
que con el tiempo damos la vuelta
pero el tiempo acaba la fiesta
y me voy solito pa'l valle ( bis )
Yo aprendí a trabajar desde pelao
por eso es que yo estoy acostumbrao
siempre a vivir con plata
y con toda la plata que he ganao
cuantos problemas no he solucionao
pero nunca me alcanza
pa' pagarle a mi viejo la crianza,
que me dio con esmero ( bis )
porque en la vida hay cosas del alma
que valen mucho más que el dinero
Por eso Rafael Santos yo quiero
dejarte dicho en esta canción
que si te inspira ser zapatero
sólo quiero que seas el mejor
porque de nada sirve el doctor
si es el ejemplo malo del pueblo ( bis )
y el ejemplo mío es mi viejo
y el ejemplo tuyo yo soy ( bis )
Y ya acá, frente al escritorio, vuelvo a pensar en Aracataca, vuelvo a sentir su calor sofocante, sus rieles, los platanares que ya no están, sus ciénagas, sus habitantes y no puedo evitar pensar en el mar Cámbrico justo con los elementos necesarios y en porciones adecuadas para provocar la vida. Aracataca es el caldo de cultivo de la obra del Gabo, no tengo duda. Los ingredientes: su gente, su familia, su clima, su geografía, en fin, la convulsa vida de Colombia de la cual, el nobel, nunca partió.
Trujillo, 19 de febrero del 2020