Danilo Sánchez Lihón
No tengo para amarte
sino un alma ardiente y fatigada
y el exceso de mi desesperación.
Georgette de Vallejo
1. Amor
total
El amor de Georgette a César Vallejo es amor inmenso y sublime, a pesar de todas las diferencias.
Es
amor a un hombre de una cultura enigmática, procedente de un continente
remoto y de una raza acentuadamente distinta, casi opuesta no solo en
sus características étnicas sino en relación a sus contenidos
esenciales: la Francia es lógica, cartesiana y de sutilezas, y el Perú
es abismal, bravío y misterioso.
Es
amor a un poeta que en ese momento no era de éxito, y al contrario su
vida aparentemente había fracasado en todo. Y es amor total, más allá de
todo cálculo y medida.
Amor
a un hombre que aparentemente no publicaba, porque escondía más bien lo
que escribía, y vivía de la mendicidad ante amigos que todo lo
calculan, racionalizan y guardan para cobrárselo después, ya muerto.
Es
amor a un hombre que no era ni de promesas ni de exhibiciones ni de
aspavientos. Ni de aparecer, a como dé lugar, en los medios de prensa. O
de buscar colocación en las vitrinas, aunque sea corrompiéndose. Al
contrario: rehusaba atender cualquier acercamiento a quienes crean
monigotes o ídolos de barro.
2. Consagrado
a la causa del hombre
A ella, pese a la terrible pobreza en que vivían juntos, nunca la consoló ni siquiera con aquello que él sabía hacer.
Nunca
le leyó ni le dijo siquiera los poemas que le había dedicado y escrito
para ella. “No me dijo Georgette, te he escrito esto”. Se quejaba ella
después. “Pero no importaba…” Recapacita: “Yo lo había amado así”, tal
como era.
Por eso es amor sublime y valiente, que traspasa la vida y se extiende más allá de la muerte.
Es
amor, en lo material, a un hombre que vivía de la caridad pública; y
más concretamente del préstamo que le hacían sus amigos, varios de ellos
no siempre sinceros.
Amor
a alguien que era cero en individualismo y en ganar posiciones; nulo en
egoísmo y en hacerse de bienes, desaprobado en “éxito”, viajes y en
entrega de honores, distinciones y reconocimientos. Eso sí, consagrado
totalmente a la causa de la humanidad, a sus ideales y a la conquista de
las utopías sociales.
Amor
a un hombre que era expulsado del país que lo acogía. Y país que a ella
le pertenecía, que era el suyo: la Francia admirada y pretendida.
3. Amor sublime
y valiente
Por eso, es amor sublime y valiente, que traspasa la vida y se extiende más allá de la muerte.
Es
amor a un hombre que para ganarse el pan hacía trabajos humillantes a
cambio de unas propinas, como copiarle los manuscritos a un poeta
mediocre.
Y
tan mediocre que después publicó las cartas de amigo y confidente que
él le había escrito y en las cuales pedía favores que solo un miserable
después hace públicos.
Amor
que requiere coraje para estar de pie treinta y tres días con sus
noches en la cabecera de su lecho de moribundo casi sin comer ni tener
cómo comprar medicinas.
Y
seguirlo después hasta el fin del mundo, no solo por los caminos de
esta vida sino de los trasmundos y por todos los senderos inexplorados
de los tiempos viejos y nuevos.
Por eso es amor sublime y valiente, que traspasa la vida y se extiende más allá de la muerte.
4. Himno
de solidaridad
Amor hondo, lacerado, lleno de reproches como son dos lámparas o antorchas que se juntan y arden.
Amor
que la condujo a desandar los pasos que él había andado y las estelas
que él había tendido, haciendo el camino de regreso hasta dar con su
tierra nativa.
Amor
tan fuerte que le determinara quedarse para siempre en el país desde
donde él partiera. Y donde se le hiciera la vida imposible, un calvario y
una expiación.
Tanto
que la hicieron una ermitaña y eremita, una intemperante compulsiva,
como también una montonera de las causas nobles y arriesgadas de la
vida.
Como
es transformar la realidad para convertirla en himno de solidaridad
humana, tal cual su esposo la enseñara el camino a seguir y la causa qué
abrazar.
Amor de quien va a las actuaciones a enrostrar a quienes recitan sus versos con voz engolada, mímica falsa y alma de mercaderes.
5. Y echándole
de menos
De quienes para adornar los versos conciben que haya que ponerle música de fondo, y modular inflexiones huecas.
Y,
por supuesto, con cobro de boletos de por medio, y pagos subrepticios
de las municipalidades o de cualesquiera otras oficinas confesables o
inconfesables.
Amor
que sobrevivió en esta vida 46 años terrenales, la edad que él necesitó
para morir de vida y no de tiempo, como lo dejó dicho; y en todo ese
tiempo seguir amándolo cada día y cada hora,
¡Y echándole de menos en cada minuto de esta vida para algunos áspera y desolada!
Amor
de quien ya él muerto devuelve las pesetas a quienes declaran y
publican haberle prestado alguna vez algo a su marido. Y lo hace no
porque le sobrara el dinero que siempre le fue escaso, sino para taparle
la boca a los falsos y espurios.
6. Sublime
y valiente
Y
esto lo publicaron, ¡oh paradoja!, para que se les reconozca ¡lo
grandes que fueron como amigos entrañables, y cuánto él les debe!
Cuando
el sentido común sanciona pensar que si se fuera amigos de verdad jamás
dieran a luz ni leerían de algún favor prestado en alguna circunstancia
jamás suficientemente explicable, con lo que se descubre su calaña de
negociantes y mercachifles
Amor
de quien después de 32 años en que él muriera, cuando ocurre más bien
que a más corto tiempo a los muertos se los olvidan, ella junta moneda
tras moneda, y traslada sus restos de un cementerio a otro que ella
recordaba que alguna vez le confesara que allí le gustaría descansar
algún día. Sinceramente, ¿quién lo hace?
Ella
sola, sin nadie quien le ayude, compra a perpetuidad la tumba en el
cementerio de Montparnasse, donde aquel le confiara el anhelo de ser
allí ideal y tranquilo que sus huesos reposaran, si cabe reposo en tan
insigne guerrero.
Por eso es amor sublime y valiente, que traspasa la vida y se extiende más allá de la muerte.
7. Apoteosis
del alma
Amor
de quien eligió quedarse aquí, en el país del amado, pese a que se le
trató con hiel, acíbar y hasta ahora la burla y risita limeña la blanden
los cínicos de siempre para darse aires de refinados.
Dejando
incluso sus huesos en este suelo, para decirnos que hay un tema
pendiente de unir más allá de todo lo visible, palpable y comprensible.
Amor
único y legendario, un paradigma de todos los tiempos, de todas las
civilizaciones y de todas las edades. O eras históricas.
Amor que atestigua gloriosamente el paso de los seres humanos, alentando una llama sagrada en el alma.
¿Cuál
es ella? La del amor entre hombre y mujer más allá de la razón y la
lógica. La devoción de uno a otro más allá de toda mezquindad, como una
apoteosis del alma humana sobre la faz de la tierra.
Por
eso, el amor de Georgette a César Vallejo es amor sublime y valiente,
que traspasa la vida y se extiende más allá de la muerte.