Danilo Sánchez Lihón
1. ¡Adiós patio
y corredores!
–
¡Niños! –Nos dice el director de la escuela dirigiéndose a nosotros que
este año somos promoción y egresamos terminando nuestra Educación
Primaria, despidiéndonos de estas aulas que año tras año nos han
albergado en esta nuestra escuela fiscal–. ¡Niños! –Repite.
–
Hoy día ustedes concluyen una etapa importante de sus vidas que
después, en la añoranza, la recordarán como la época más bella y
encantadora de sus vidas. Y siempre volverán con las alas del recuerdo a
este patio y a estas aulas para reconocer que estas fueron los mejores
años. ¡Niños! Hoy se van. ¡Sean fuertes! El mejor honor para con su
plantel escolar es que sean siempre hombres de bien: honestos,
positivos, trabajadores. Y el mejor regalo que pudieran hacer a sus
maestros es amar el saber, la moral y la virtud en toda circunstancia de
sus vidas. ¡Niños, adiós!
– ¡Adiós, querido maestro! ¡Adiós escuela querida! ¡Adiós!
Y cantamos:
¡Adiós! centro escolar
me despido aula querida,
si Dios me presta la vida
pronto podré regresar.
¡Ay!, por eso, sin contento,
ahora siento que me lleno
de aflicción al cantar enternecido,
y al decir ya me despido
¡llevo triste el corazón!
2. El agua
bullente
– ¡Viva su escuela, el Centro Viejo de Varones 271!
– ¡Viva!
– ¡Viva Santiago de Chuco, nuestro pueblo!
– ¡Viva!
–
¡Viva el Perú! –Arenga el profesor y nosotros respondemos enronquecidos
por la emoción. Rompemos filas y nos abrazamos, aparentemente
sonrientes, pero en el fondo compungidos, sintiendo que algo muy hondo
se quiebra y se rompe hoy día, y musitando lastimeros: ¡Adiós patio,
corredores y maceteros llenos de flores! ¡Adiós voces del recreo! ¡Adiós
dilecto salón de clases! ¡Adiós! Y que nunca me olvide, ni siquiera del
color del hueco de la pared sin puerta, ¡y a cuya orilla y a solas
lloré sin saber por qué! ¡Adiós! ¡Adiós!
Por
eso, ya de regreso a nuestras casas, trayendo los pomos de tinta azul,
roja y verde que penden de las pitas con que los amarramos debajo de las
estrías que hacen la rosca de su tapa de lata, habiendo recogido todo
lo nuestro, y sin que quede ninguna huella para que nada pene sin
nosotros, con todos nuestros cachivaches a cuestas, descansamos en la
esquina del chorro de Pichi Paccha, donde se abre la boca de un pozo de
la acequia rumorosa que recorre el pueblo.
3. O
este otro
Por
ella se desliza el agua bullente, entre la humedad y el musgo de las
paredes de piedra. Y es que mañana y tarde los tinteros han ido colgados
del morral, balanceándose por las calles absortas. Topándose con alguna
pared o alguna piedra al agacharnos para recoger un dije, un abalorio,
un vidrio iridiscente caído entre los guijarros, y que convertimos en
amuletos y talismanes, camino a la escuela.
Tinteros
que por la agitación de nuestros pasos atolondrados y el loco corazón
que nos embarga, que nos agita y estremece el pecho, han ido exhalando
sin abrirlos ese encaje mirífico de espuma que se unta en nuestros dedos
azorados.
–
¡Hierve la tinta cuando quiere que algo se escriba! –Es un lema que nos
hemos acuñado todos estos meses y años y que hoy acaban. O este otro
que dice:
–
La vida pasa, las manchas quedan. –Y que se aplica a lo que ahora
tratamos de borrar en nuestros dedos, para conservar indelebles en lo
más profundo de nuestras almas. ¿Qué son? ¡Las manchas de tinta!
4. Con
nuestros pasos
Todo
eso decimos entre chiquillos. Y buscamos explicarnos el motivo de tanta
impaciencia de la tinta por derramarse. ¡Y de la vida por agotarse! Y
nos preguntamos:
¿Por
qué borbota tanto esta espuma compuesta de millares de esferas que
rezuma entre el borde del vidrio y la tapa ajustada a veces con algún
pedazo de hilo enrollado, o con algún pedazo de papel cómplice porque
van con nosotros adonde nos lleven nuestros pasos inciertos y
desmesuradas travesías?
– ¡Cuidado con el destino! –Nos ha advertido el maestro al despedirnos.
Por
eso ahora dejamos a un lado el morral con los demás útiles escolares y
puesta la rodilla en tierra nos inclinamos y hundimos por la abertura
del pozo, sumergiendo la cabeza inclinada hacia adentro.
Y
como el agua, a partir de ahora nosotros pasamos a ser otros. Y esta
vez la mayoría de quienes fuimos niños seremos otros, esparciéndonos y
yéndonos lejos, algunos para siempre, a fin de hacernos hombres hechos y
derechos. Y es que manchas de tinta son también la escritura que hemos
hecho y hacemos en cada circunstancia con nuestras manos, como también con nuestros pasos.
5. Cerros
azulinos
Y
así, pensando a solas permanecemos un rato con las manos hundidas en el
agua, cavilando y tratando de ablandar primero y restregar después las
manchas de tinta que parecieran haberse fundido con nuestra piel en la
falange de los dedos; y hecho marcas indelebles entre la uña y la piel,
así como en nuestros corazones crédulos e ingenuos.
Están
manchados el índice, el pulgar y el dedo medio, que al abrir y cerrar
los tinteros con el corcho y peor si la tapa ha sido de latón que se
enrosca, han teñido con su iridiscencia azul, escarlata y turquesa,
nuestras manos impregnadas con sus pigmentos, pero más los sueños que
ahora libres, aunque asustados deambulan anhelando alcanzar alguna rama o
algún nido para protegerse y olvidarse.
Por
eso, mientras permanecemos hundidos en el pozo extraemos de su fondo la
fina arenisca confundida al limo de hierbas, y con ella nos restregamos
los dedos en algún pedrusco, para que se desvanezca la tinta salpicada
al coger el lapicero de madera con su pluma de metal sumida en el
hechizo; mirando con nuestros ojos azorados la calle y los cerros
azulinos, pugnando por horadar lo que ahora es incógnita absoluta: ¿cuál
será nuestro destino?
6. ¿Cuál
será?
Y
así nos hemos despedido hoy de las aulas y del patio escolar, cuando ya
el invierno se anuncia en el perfil melancólico de los cerros, en el
cielo anubarrado y en el agua cargada que ha llegado repentinamente
desbordante por la acequia.
Cuando
ya se anuncia en lontananza la niebla que exhalan las hondonadas del
Huaychaca y del río Patarata y en la chirapa con que amenazan las
lluvias imprevistas y las tempestades de diciembre que atruenan el
universo.
Cuando ya los designios se esconden y remozan en los viejos y nuevos caminos.
Y
el enigma de la vida vibra sobre nuestras frentes, ¡sin saber qué será
de nuestras vidas! Sin saber que tejerá y destejerá el destino en torno a
cada uno de nosotros con sus largos hilvanes, cosidos, descosidos y
vueltos a unir con disparejas puntadas.
Y la pregunta de fondo es hoy, que hemos dejado la escuela: ¿cuál será a partir de ahora la suerte que nos espera?
7. Cada día
ser mejores
Mientras llegan nítidos y rasgando los aires, los cantos pastoriles que anuncian el nacimiento del Niño Dios.
Y se escuchan desgarrados aquellas notas, que dicen:
Yo soy vientecillo
que vengo a cantar
y al niño que llora
hacerlo callar.
Mi, sol, sol, sol, sol,
mi, sol, sol, sol, do.
No llores bien mío
no llores no, no.
El frío y la escarcha
lo hacen tiritar,
y su madre querida
lo quiere abrigar.
Y otra vez tintinea en nuestros oídos la arenga en el patio y lo que hemos prometido:
– ¡Cada día volar más alto, más lejos y ser mejores!
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