martes, 17 de mayo de 2022

MI ABUELO BENIGNO - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN

 


MI

ABUELO

BENIGNO

 


Danilo Sánchez Lihón

 

1. El relato

de mi madre

 

Mi abuelo Benigno Lihón Rojas fue amigo personal del padre de César Vallejo, y firmó como testigo su testamento cuando don Francisco de Paula Vallejo agonizaba el 20 de mayo de 1925 en su casa del barrio Santa Mónica de Santiago de Chuco.

Fue el padre de mi mamá un industrioso nato, quien en su propia casa instaló unas fábricas de bisutería, de aretes, anillos y collares; como también otra de perfumes y jabones; y otra, de velas, cirios y mecheros, así como comerció productos que traía y llevaba de los pueblos aledaños de la provincia hacia la capital donde residía, y viceversa, siendo un agente viajero trashumante e incansable.

La imagen que yo guardo de él en el relato que nos hacía mi madre, quien llegó a ser para él la niña de sus ojos, es que una gritería de ganado de toda clase, que él juntaba por uno y otro caserío, iba tras él, y con los cuales hacía los ricos jamones que es tradición que no hay en la faz de la tierra más sabrosos que los de Santiago de Chuco, y que mi abuelo hacía.

 

2. No tuvo

reparos

 

Así don Benigno conoció a mi abuela Rosa, quien desde niña ayudaba a su madre a vender pan en la puerta de las minas de Tamboras, hasta donde viajaban con mi bisabuela después de amasarlo y hornearlo en Pallasca, de donde mi abuela y su madre eran oriundos.

Con ella se casó mi abuelo, y la llevó a vivir a su casa en Santiago de Chuco. Y con ella tuvo cinco hijos.

Pero, debo anotar que mi abuelo en cada pueblo tenía una o más mujeres, que eran señoras distinguidas, cariñosas y leales. Así las tuvo en Cachicadán, Angasmarca, Tulpo, Mollepata y Cabana.

Y en cada viaje procreaba en cada una de ellas un nuevo hijo, o hija, descendencia que luego juntó en su casa de Santiago de Chuco, en donde vivían bajo la protección de mi abuela Rosa, quien no tuvo reparos en prodigarse como madre de todos ellos.

 

3. Vía es

la educación

 

Muchas virtudes se comentan y destacan hasta ahora de mi abuelo. Entre ellas quisiera destacar la siguiente: era creyente en la prosperidad de las personas, de las familias y de los pueblos.

Y su convicción era que el progreso se alcanza con la educación, pese a que él tuvo una infancia muy dura y desde niño tuvo que ser un vendedor ambulante de chocolates recorriendo mañana y tarde las calles del pueblo donde nació, que es mi pueblo.

Es por eso que protegió a muchos muchachos talentosos para que estudiaran en Trujillo, en Cajamarca y Lima, ¡o donde fuera!, para que se hicieran profesionales, personas de bien y seguras de sí mismas. Conocí a muchas de ellas que agradecidas lo llamaban: “Papá Benigno”.

Así, hizo estudiar y protegió los estudios de Agustín Rojas en la Escuela de Bellas Artes de Lima; de Zoila Aranda, en sus estudios de Educación en Cajamarca; de Celamir Rojas en sus estudios de Contaduría, y quien trabajando como contador en las minas de Consuzo, donó al Colegio Secundario César Vallejo, íntegra la Banda de Guerra.

 

4. En plena

calle

 

Escuché una vez que se encontraron mis tías Luz Lihón y Justa Zárate, en Santiago de Chuco, comentar así acerca de mi abuelo:

– Ay hermana, ¡mira después de cuánto tiempo vuelvo a abrazarte! ¡Y es que esta vida de apuros hace que ya no nos vemos!

– ¡Eso mismo digo yo, hermanita! Y pese a vivir en el mismo pueblo. Pero, eso no era así antes, ¿dí?

– No, no era así. Desde que murió Benigno es que ya no nos vemos. Y es que, ¡él era el que nos juntaba a toda la familia!

– ¡Sí, pues! ¡Qué preocupación ponía en reunirnos! ¿Te acuerdas de las reuniones que hacía en su casa? ¡Hasta banda de músicos había, solo por el gusto de tenernos juntos!

– Y venía por cada casa él mismo para invitarnos y a recordarnos que teníamos que estar presentes. ¡Hombres, así como mi Benigno ya no se ven en este mundo!

Y ambas cogen las puntas de sus pañolones y lloran desconsoladas en plena calle.

 

5. Yo

le rezo

 

Nací cuando mi abuelo ya no estaba en este mundo. Pero todos, cuando yo era niño, decían que me parezco a él.

Mi abuela Rosa, su esposa, de niño a mí me llamaba Benigno, porque decía que era idéntico a él. Y mirándome con sus ojos más dulces resaltaba de mí cada rasgo, como que los había yo copiado de mi abuelo

Cuando iba a visitarla me sentaba en la cabecera de la solemne mesa familiar que tenía. Yo presidía el almuerzo frente a mis tíos adultos y díscolos que eran sus hijos, tenían que sentarse a un lado y obedecerla en todo lo que ella decía.

Y expresaba conmovida:

– ¡Hoy siento que Benigno está aquí en la casa!

No sé por qué ahora yo le rezo siempre a mi abuelo Benigno. Siento que él me defiende, me protege y pone por mí sus manos en el fuego. Y lo siento fuerte, seguro y esperanzado. Y siento que él está orgulloso de mí.

 

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