viernes, 13 de mayo de 2022

13 DE MAYO - PERÚ: DÍA DEL QUÍMICO FARMACÉUTICO - FOLIOS DE LA UTOPÍA: DE JALCA Y DE TEMPLE - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN

 

 
Construcción y forja de la utopía andina

 

MAYO: MES DE LOS TRABAJADORES,
DE CAPULÍ, DEL LEGADO DE LA PAPA DEL PERÚ
AL MUNDO, Y DEL MAESTRO ENCINAS
 
CAPULÍ ES
PODER CHUCO


 
*****
 
13 DE MAYO

 

PERÚ
 
 
DÍA
DEL QUÍMICO
FARMACÉUTICO

 


 
 
FOLIOS
DE LA
UTOPÍA


 
DE JALCA
Y
DE TEMPLE


 
Danilo Sánchez Lihón
 
 
y la función
de la yerba purísima
César Vallejo
 
 
1. Hierba
mora
 
Ni bien salimos a la puerta, yo restregando mis lágrimas, se acercan las mujeres humildes del vecindario a decirle a mi madre:
– ¡Ay niña Elvira! Mi Catita se ha llenado de la erisipela. Dígame, ¡qué le diera!
Ahí recién se me pasa el enojo. Alzo las cejas y estoy atento para ayudar a quien me dio la vida en dar la receta correcta y así el alivio y la curación ante tanto mal que hay en el mundo:
– Le puedes dar....
– ¡Hierba mora!, mamá. –Le digo bajito y jalándole su pañolón a cuadros verdes sombreados de negro, con flecos que cuelgan.
– Hierba mora en ajenjo. –Completa mi mamá.
– ¿No tendrá usted, niña?
– Sí, tenemos. –Intervengo yo, como si la cosa fuera conmigo,
Y sin ningún sentido de la discreción anunció:
– ¡Ahorita traigo! –Y corro a la ventana y a los cajones que allí colocamos a los cuales llamamos “El botiquín”.
 
2. El olor
remoto
 
¡Cómo no! Y es que la hierba mora es buena para combatir la erisipela; pero también los diviesos, los flemones, los panadizos.
¡Y las quemaduras! En infusión, mezclada con verbena y hierba santa, es santo remedio.
Pero es buena también para aliviar la fiebre del tabardillo que samaquea a la gente como si un temblor desde dentro le sacudiera todo el cuerpo.
Lo sé, porque mi madre y mi tía Zarela heredaron de don Benigno Rojas, mi abuelo, el arte y afición de administrar el poder curativo de las plantas. Y mi madre me lo inculcó a mí.
Es por eso que tenemos una caja de madera con divisiones, la misma que vendría seguramente desde Borneo o Sumatra.
Digo yo por el olor remoto y original de las maderas. O vino procedente de cualquier otro sitio, pero eso sí lejano y exótico, desde donde mi abuelo importaba productos para su tienda.
Allí vendría cierto producto oloroso, como esencia de almizcle, porque ese aroma rezuman sus tablas amarillas, con ranuras para las divisiones y una tapa que se desliza entre dos estrías.
 
3. De altura
y de temple
 
Allí guardamos las hierbas en sobres. Y yo soy el almacenero. Y como tal el médico, el brujo, el demiurgo.
Y mi madre me ayuda en ese rol que hago con entusiasmo pero seguramente con inocente torpeza.
Y muchos paisanos míos estuvieran ya muertos y en el cielo gozando de buena vida, y no como ésta afligida de aquí en la tierra en que nos debatimos, si es que ella no me hubiera corregido a tiempo en las recetas, ayudándome en tales menesteres.
¡Horas he pasado oyéndola hablar del valor curativo de cada hierba! Ayudándola a envolverlas, rotulándolas y anotando sus virtudes milagrosas.
Aprendiendo a identificarlas, distinguiendo su color, memorizando su forma, reconociendo su tersura como su profundo y embriagante olor. Y hasta probando su sabor en la boca, con mis labios, y hasta mordiéndolas y saboreándolas con mi lengua.
En dos se dividen los componentes de ese arte milagroso: las plantas de altura o de jalca; y las de temple y valles; abismos, hondonadas y bajíos.
 
4. El toronjil,
el cardo santo
 
Pero tanto o más que el poder curativo o el prodigio de las yerbas que sanan, para mí ese cajón representaba el milagro del lenguaje y la resonancia de las palabras:
Porque hay voces y sonidos que encierran todo el universo; los huertos, paisajes y arco iris. Así: la zarzaparrilla, la trinitaria, el láudano; la panizara, el toronjil, el cardo santo. O bien, el "Juan Alonso", el alcanfor, el "pie de perro"; el acíbar, el membrillo.
¿Acaso no son dijes, abalorios y talismanes? Vocablos más suntuosos y refinados que las joyas persas, egipcias o del fabuloso tesoro del Señor de Sipán.
¿Pueden aquellas alhajas compararse en hondura, fulgor y connotación a los nombres de las plantas y más aún a los dones y virtudes de que están dotadas?
Y a otras, como: la huamanripa, a la que más recurro creo que por su acento y tañido, o por su aroma que me extiende en toda la geografía lacerada de mi provincia.
Y la receto, yendo de la idea al acto, al ponerla a cocer en una olla, no sólo para curar la tos y cólicos de barriga, sino para apaciguar dolores del alma.
 
5. Los hijos
indefensos
 
Otra es la zarzamora, que unida a higo seco, a la raíz de altea, a las hojas de rosas y a brotes de jazmín, todo echado a hervir y colado, es buena para aftas bucales de los niños de teta. ¡Que siempre las en todas nuestras casas!
El ñorbo o la pasionaria, cuyo nombre me explica mamá, evoca la corona de espinas, el clavo y el martillo de la cruz del señor Jesucristo, y que estuvo al nacer Jesús en Belén y también al morir en el monte Calvario, en Jerusalén.
La ortiga, ¡cuánto no he chillado y zapateado por cogerla mal en el camino a Cachulla!, buena cuando está seca, para curar los resfríos o detener la caída del pelo. Pero fresca, con sus temibles hojas aserradas, sirve para latiguear las rodillas o los brazos atacados por el reumatismo.
¡También las madres desalmadas la cultivan frente a la puerta de sus casas para castigar las malacrianzas de sus hijos indefensos!
 
6. Para curar
una vergüenza
 
El matico, de color pardo, sirve para tomarlo en emoliente, cuando hay inflamaciones de pecho, o para lavar las heridas o hacer gárgaras.
El mastuerzo, de pecíolo largo, es bueno para el escorbuto, mezclado con el jugo de granadilla que cuando alguien en casa presenta esas heridas mi padre, poniéndome al hombro una alforja, me envía de madrugada a traerla desde el fundo de Pasabalda, que queda a un día de camino.
La cola de caballo, que en tizana es para las compresas y cataplasmas aplicadas en heridas, hemorragias de la nariz y úlceras de las encías.
Pasada por la barbilla provoca estornudar que lo hacemos de juego; pero que, notando que es a propósito, enoja a las mamás, que por ese hecho nos resondran jalándonos de las orejas.
El llantén y el ajenjo son para dolores de estómago. La congona para curar una vergüenza. El “amor seco” para la inflamación de los riñones.
La escorzonera sirve para la temible tos ferina con que se mueren tanto aquí los niños; la semilla de membrillo en panetela es para formar el estómago de los recién nacidos.
 
7. La resonancia
de sus nombres
 
La valeriana te la damos a sorbos, mamá, en tus desmayos, sin que tú te des cuenta. Así como a olor el “agua florida”, frotándote la frente que la tienes tersa y luminosa como de alabastro.
La trinitaria cocida en hidromiel y pasada en vino, excelente contra las molestias respiratorias y el asma. La pimpinela es para los enjuagues tónicos.
Y los odiosos ¡churgapes!, para baños de "caisas" y consentidos, con los cuales me amenazaron mis tías, pero que tú jamás permitiste que lo hicieran, mamá. Y mi padre ¡menos todavía!
Por eso, cuando a veces me preguntan cómo es que me nació el gusto por las palabras yo contesto que fue por este oficio de niño curandero.
Y esto basado en yerbas que en mi ingenuo sentido era el poder de la resonancia de sus nombres aquello que lo hacía tener sus mágicos poderes curativos y con ellos, ¡inocentes!, bastaba para espantar y hacer retroceder a los males, y exorcizando a la muerte, ¡y haciendo que aflore y estalle la vida!
 
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