EL RETORNO
Carlos Rodolfo Ascencio Barillas
Pasa una bandada de pájaros surcando las colinas lozanas, negros horizontes. Agrigento denuedo despavorido gravita en el silencio de tu mustio aliento
Hondonadas de abismos dividen los gigantes paraísos de tu indómito espíritu. Labios resecos gimen en la pálida cascada donde danzan las estrellas de tu pecho enmudecido.
Y más allá, en el cielo impensable, se estremece tu voz púrpura inconmutable y languidece inconfundible, galopando a tropel tus frágiles emociones inexplorables.
El mar enhiesto con su filo adyacente y absorto, conmensurable de tu pasión indiscreta. Se rompe el débil cristal impostergable, azotados por tus manos inabordables.
Son tristezas inmanentes que inundan irremediable el peso de tus indelebles lágrimas, en ese sueño donde duermen arcanos tus denostadles aposentos íngrimos, grisáceos,
Imperceptible sendero, indubitable del universo, lámpara de tu macilenta mañana. De aquel escondrijo, lugar inhóspito de luz oscurecida, y que amanece con tus iluminadas pupilas, allá en las desérticas alboredas de tu indoblegable regazo.
De plegarias fugitivas que son bastiones de ríos cristalinos, ahogados por la seca hierba, en el plausible viaje del cosmos que renace inerte con el breve sueño de la muerte.
Incorruptible el cuerpo, convincente inhibe el pensamiento de la noche fría. Muere la flor de primavera y retoña el suspiro fugaz de tus nebulosas ilusiones.
Un alarido noctámbulo y la brizna inconsolable esperando el último suspiro que aparece de torrentes aguaceros impertinentes, en la inmensurable voz de tu eterna primavera.
El cuerpo fenece en la cúspide quejumbrosa del infinito beso, sorprendente; al hombre convierte en un manso riachuelo, y el viento enmudece a las frescas acacias, que vuelven a tus incandescentes ocasos
Así pasa la noche la ardiente hoguera que irrumpe los crueles deseos de tus insuperables manos, y aquella albricia veraz de tus exacerbadles caricias en tus lucífugas mañanas de abril.
Volverás a los manantiales de tu juventud con las mieles hermosas, que contemplan los rosales florecidos y las luciérnagas veloces sobre los frondosos ciruelos.
Y tu espíritu melocotón, suave brisa marina que atraviesa los cerezos de tu belleza inapelable, eclipsada por las flechas sigilosas de ocho metros de tierra inmerecida, insospechada se desvanece en el pensamiento de tu alma inconmensurable…