Danilo Sánchez Lihón
A tiro
de neblina.
César Vallejo
1. ¿Con qué
afán?
De lejos parece inmóvil; o que apenas se mueve. De cerca se siente su latido presuroso y su respiración agitada.
Y aceza, como si estuviera en el último minuto de salvarlo o perderlo todo.
– ¡Escóndanse! –Escuchamos que ella misma grita.
Así
evita que el mundo desaparezca, sumergiendo a la tierra bajo su velo
cristalino, de silencio y misterio, hasta que la mala hora pase. Hasta
que el sentido misericordioso de las cosas se restablezca.
Otros
creen que la neblina, –que primero es bruma, después neblina y
finalmente niebla– por los dolores y amarguras que sufre, se vuelve
hechicera, que todo lo embruja y esfuma. ¿Con qué afán?
Que se ha convertido en una ladrona de niños; en una vieja loca que ríe y que chilla:
– ¡Niños!
– ¡Vete! ¡Ándate por esos apriscos! –La arrojan nuestras madres.
– ¡Quiero ver niños!
– ¡Vete por esas peñas! –La espantan haciendo sonar cualquier lata.
2. Sin
consuelo
– ¡Niños! –Susurra y manotea ciega.
Entonces, algunas palabras simples resultan haciéndose conjuros:
– Toc, toc, toc. ¿Quién es?
– ¡Soy el soldado! ¿Aquí vive el Ángel? –Se le advierte.
– ¡Sí! ¡Y aquí nos acompaña también la Virgen de La Puerta!
Así se la notifica. Eso hay que decir, porque eso la detiene. ¡Y eso le asusta!
Porque cuando ella roba un niño ya nunca más lo devuelve ni se lo encuentra.
¡Y
tantos que ha robado! Para enterrarlos en la cabecera de los puentes a
fin de que tenga motivos para que regrese y vague presurosa. Eso le
gusta. Ese es su delirio.
Yo te culpo neblina de haberme escondido para siempre a la niña de mi infancia. ¡Para que ahora deambule sin consuelo!
3. Mira
las colinas
Pero, la razón de ser de la neblina es algo mucho más simple:
Es comparar las gemas y matices del verde con los vellones de lana blanca que se extienden y suben por los apriscos.
Y
lo hacen los duendes pintores del universo a quienes de pronto se les
cae la paleta de colores. Así, sobre el ocre resalta el añil del cielo y
el bermejo de las nubes.
Cuando
las tejas rojas de las casas se rompen en el vidrio violeta de los
nevados eternos. Y el amarillo viejo de las paredes crepita sobre el
verde luminoso de la campiña.
Y
todos los matices de las flores y trinos de los pájaros estallan
mientras los duendes desenredan las gasas de sus túnicas en los arbustos
espinosos de valles y colinas.
Más cerca está el bordoneo de una guitarra y las voces de unos chiquillos que juegan en el patio.
Y
que trizan con sus cantos y risas el halo de melancolía y misterio que
la neblina ha destejido y dejado enmarañada en los aleros.
De pronto nuevamente empieza a llover y los vellones se recogen presurosos.
– Ya no llores. Mira las colinas.
4. La cresta
del risco
Sobre
el pueblo viejo y ya cubriendo los techos de las casas se desmadejan
los copos que en breve momento cubren presurosos y a retazos las
esquinas estupefactas, las paredes con bordes de mostazas y malvas, los
pasadizos y corredores titubeantes.
– Yo nunca voy a dejarte ir.
– Ya no llores.
– Y si te vas te voy a seguir, hasta encontrarte.
– Pero si quieres llorar, llora.
– Y tú, ¿qué sientes? ¡Nunca me dices lo que sientes!
Así es la neblina. Una niña enamorada que huye enloquecida porque el joven que ella ama nunca más ha regresado.
Y deambula hablando sola y queda con un fantasma que la hiere. Porque aquel en realidad ha muerto en la batalla.
Es siempre una mujer que delira buscando al amado allí donde algo lo evoca.
Es el agua que cae en cascada, es el árbol de saúco, es el cauce del río, es la cresta del risco.
5. Bajo
su manto
Hasta ahí la neblina se eleva. Hay que estar cerca para escuchar su gemido lastimero:
Los niños la consuelan cantándole esta copla:
Neblina blanca
que al campo saliste
a recoger flores
de mayo a septiembre.
Di: ¿no las encuentras?
Si la noche envuelve al mundo en oscuridad y sombras, la neblina sepulta al día en tinieblas blancas.
Otros cuentan que la neblina es un hada compasiva, que oculta bosques, ríos y lagos; cabañas, animales y sembríos.
Y hasta la tierra y sus confines los esconde de alguien que quiere hacerle daño.
Es
la madre de un mal jugador que ha apostado el mundo en un juego de
naipes, arriesgando en un golpe de suerte el universo entero.
Por eso ella corre rauda y lo va arropando todo bajo su manto piadoso.
6. ¡Siempre
son dos!
Ahora la lluvia ha cesado.
La
tierra exhala fragancias. Verdes exuberantes y turgencias que la
neblina blanca, dorada por el sol oblicuo de la tarde, se apresura
sigilosa a ocultar.
– Lo juro por mi vida, yo nunca voy a dejarte ir. Voy a tirarme a las ruedas del carro.
Pero él ya se ha ido. Y ella deambula enloquecida.
Los
tejados dejan caer sus últimas lágrimas. Y nos miran con ojos
cristalinos ya sosegados, aunque llenos de aflicción y de pena.
Desde la hondonada se eleva el arco iris.
– ¡Ah mira! ¡Son dos arcos iris! El de arriba es varón, y el de abajo es mujer.
– ¡Siempre son dos!
– No siempre.
– Siempre, solo que a veces no se ve. Pero no porque a uno solo se vea el otro no existe.
¡Neblina blanca, compasiva!
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