Danilo Sánchez Lihón
1.
¡No!
No la golpeen, bandidos, ni la
retengan en
el camino, ni abusen de ella
asaltantes
que hurtan en las esquinas.
Ella es
una madre despavorida que
a estas horas
corre extraviada para salvar
al hijo
que ha dejado en la sala de
cuidados
intensivos. ¡No! No es ella,
¡ni nadie! una mujer
cualquiera, aunque vaya sin
mantilla,
gorro o abrigo que le cubran
hombros y
pantorrillas. Va desgreñada
y ojerosa
cual si no tuviera rumbo ni
destino.
¡No se equivoquen! Ella no
es
consciente ni sabe siquiera
la ropa
que lleva puesta. Tampoco
sabe
si es tarde o si es temprano,
si es
de repente la medianoche o
la madrugada.
2.
¡No!
No se equivoquen ladrones,
No es
alguien que busque a estas
horas
una aventura: echar a rodar
los dados
sobre una capa tibia, raída
o afelpada.
No es presa para deshonrar
¡No
le hagan daño! El destino lo
ha marcado:
Su hijo espera en una cama
desolada,
en un lecho de enfermos sin
curación
posible. Y ella va por la calle
con un alarido
de angustia y desolación en
el alma.
No rebusquen en su entraña,
que sólo
hallarán súplicas y ruegos al
Dios
de los cielos. No le reclamen
que no lleve
zarcillos, ni aretes ni pulsera,
ni siquiera
ha comido ni hay un centavo
en su monedero.
3.
Fíjense bien,
es una madre como la mía
y como la tuya.
Y como la de todos cuando
éramos
tiernos; quien va con la vida
a tientas
y pendiente de un filamento
muy tenue.
Si la sirga se rompe rodará
indetenible
por un abismo sin principio
ni término,
hasta quedar caída e inerte,
en un recodo
¡lóbrego y funesto de la vía!
¡Ladrones!
No es necesario un insulto
con ella,
ni siquiera una palabra vil o
agresiva
que le haga perder el control.
Menos,
darla de golpes para bajarle
la guardia,
Ella en realidad no tiene ya
guardia
ni defensa que le valga. Va
sola,
Desamparada e inerme en
este mundo.
4.
Aún
así. Pese a estar malherida,
y endeble
un ser conspicuo e inmenso
como
un niño depende aún de ella,
aunque
por tiempo breve que ya se
ha cumplido.
Hijo que en este instante la
reclama,
se queja, retuerce e invoca
detrás de
una sonda que traspasa sus
fosas
nasales, que espera a fin de
morir
en paz que ella ya esté a su
lado.
No la acosen, no la ultrajen
ni lastimen,
forajidos. Ella es madre. No.
¡No le
rasguen el pobre vestido que
lleva!
Musculosos muchachos son
ustedes
quienes ostentan enojo, furor
y se ufanan
de los tatuajes en sus brazos
y bíceps.
5.
Ella
yace destrozada, pero aún
así
lucha y se defiende, porque
alguien
sensible como es un niño se
aferra
a su voz, aroma y recuerdo.
Voz
que de repente, si no llega a
tiempo,
su hijo en situación de coma
escuchará
en su memoria y se sonreirá
por vez
postrera, aunque con dulce
pena;
voz que ustedes oprimen a
fin de
que los vecinos no escuchen
los gritos y
alaridos de dolor que exhala
implorando
compasión y clamando que
la auxilien.
¡Ay, asaltantes de las calles!
No dejen
yerto en el suelo ese cuerpo
ni aquel
aroma que aquel niño espera
ilusionado,
aunque recién haya entrado
en agonía.
6.
Olor
que quizás ya no reconozca
pese a que
sea quien afine sus rasgos
tiernamente,
mientras lo transportan leve
al tópico
y a la cámara frigorífica para
cuando
alguien tal vez lo reclamen.
¡Cuidado!,
¡forajidos y viles criminales!
¡Miren
bien lo que hacen!
Y no sea
que en el rudo
forcejeo ella ya esté muerta
y sean
ustedes los hijos esperando
a que ella
llegue. Aunque ahora sólo
atinen
a correr huyendo espantados
de sí mismos
por las calles vanas, impías,
esta noche
atroz, tan cruel y desalmada.
Pero
allá en la otra vida, solo ella
como madre
busca, implora y encuentra
al hijo
de sus entrañas. Y, ¿quién
si no?
7.
Ha sido
por eso que se ha hecho ley
natural
que la madre de un niño que
lo espera
jamás puede entonces morir.
Que es
invulnerable, a quien nada ni
nadie
puede ya herir ni lastimar. Ni
tocar siquiera.
Ni con el pétalo de una rosa.
A partir
de entonces a ella la cuidan
los ángeles
del cielo, en el mar y cumbres
empinadas.
Desde entonces es prohibido
que la muerte
toque, ni siquiera roce a una
madre.
¡Ni la mire! porque es ángel
de Dios
para alguien sagrado, como
es un niño.
Esta es la única ley universal
y obligatoria
para todo espacio, condición
y tiempo
por los siglos de los siglos,
hasta
la más insondable eternidad.
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