JUAN OJEDA OJEDA:
VESTIGIOS Y LEGADOS
POR: ÁNGEL LAVALLE DIOS
(Publicado por primera vez en la Revista “Ferrol”, No. 01, en Chimbote con ocasión del Encuentro de Poetas, organizado por la Casa del poeta del Perú. Reeditado el 27-03-2021, conmemorando 77 años de nacimiento de nuestro poeta.).
Según propia confesión, la poesía de Ojeda orilla la metafísica contra un humanismo optimista que no indaga las raíces de la realidad y de la descomposición humana. Y ésta es, precisamente, la clave para develar el propósito y los mensajes de Juan Ojeda.
Ojeda es confesional en su tono y prosaico en su discurso, vestido con las sólidas convicciones del existencialismo filosófico, de allí su postura agnóstica, la simbología de su escritura poética y, en general, el temperamento que nos transmite en todos sus trabajos, en los cuales se percibe claramente su entronque y filiación con la tradición extranjera que, Ojeda denomina también “cultura de occidente”. Por este detalle, Ojeda es, tal vez, un eco tardío de todo un movimiento cultural y artístico que, en las lejanas latitudes del “viejo” mundo, habíase iniciado en el siglo anterior y había llegado a su maduración mucho antes de la primera mitad de la centuria que estamos por concluir. Así, en arte la corriente simbolista y sus mejores puntales franceses: Baudelaire, Mallarmé, Rimbaud y sus mejores cultores simultaneistas norteamericanos: Pound, Eliot, Williams; y, en filosofía, la vertiente metafísica, en específico el existencialismo de la post guerra y sus conceptos y conductas que, en el Perú, tuvo en la misma época dos cultores de gran nivel: Juan Ojeda y Luís Hernández (1941 – 1977), y un grupo de epígonos menores, sobre todo en el norte peruano, que aún insisten en los temas de la nada, el hastío y el exilio.
“Arte de navegar”, se ha dividido, con buen criterio, en dos secciones que conservan cada una su unidad y, en conjunto, dan la impresión de un tránsito de las tinieblas a la luz, desde la I a la II. En la sección I, conjunto de poemas en los que el poeta se confiesa y dice sus homenajes, Ojeda busca su propia identificación en un mar de dudas, de ausencias, de aridez generalizada y, desgarrado, prefigura en mensajes sueltos la temática fundamental de su obra poética: el dolo, la usura, que arruinan las ciudades y el espíritu.
La sección II de “Arte de navegar”, la conforman el poemario “Elogio de los navegantes” y los poemas “Elogio de la destrucción” y “Elogio de la infancia”. “Elogio de los navegantes” es el poemario que le valiera a Juan Ojeda una mención honrosa en 1965, en el concurso “Poeta Joven”. En este poemario, Juan Ojeda logra lo que él se propone como objetivo de su poesía: “…un informe sobre la desintegración demencial que es la historia”. Fiel a sus paradigmas simbolistas, en “Elogio de los navegantes”, Ojeda discurre aludiendo sin señalar; al modo del italiano Dante, Ojeda nos conduce en un viaje por la historia, la sociedad y por el hombre; mira y nos invita a mirar los hedores, los horrores, los defectos, sin precisas nominaciones tempo terrenales, como sí personalizara Dante cuando, en La Comedia, al describirnos la población del otro mundo lo hacía con el ánima de los personajes de éste. Y al modo del norteamericano Ezra Pound, a quien sigue en su binomio “poesía/ economía” y en sus preferencias por Propercio y Con fucio, condena a la “ciudad llena de comerciantes prósperos”, de “promiscuidad y dolo”, donde los “costos” tienen preeminencia. “Elogio de los navegantes”, con las acotaciones previas, es, sin duda, un implícito diagnóstico de la sociedad capitalista que, el poeta, redondea en su “elogio de la destrucción”, donde anatematiza con los contrarios “usura/ indigencia” (términos de factura poundiana), y, en su “Elogio de la infancia” en el que, como lógica consecuencia, Ojeda predice que, después de la destrucción, vendrán los ansiados tiempos de un “orden nuevo”. Todos estos perfiles ideológicos de Ojeda toman claridad en su poema “Ardiente sombra”, homenaje a Javier Heraud.
Bien es cierto que una de las fuentes de nuestra alimentación espiritual es la tradición cultural universal, pero en Ojeda, lo que no sucede con ninguno de sus epígonos norteños, la tradición “occidental”, no anula nuestra tradición americana, sobre la que vuelve para postularla como paradigma del “orden nuevo”, pues, “…nuestros antepasados/ bebían en bajilla de plata” y fue por la conquista europea toda nuestra ruina, toda nuestra nada, por ellos que “venían evidentes con fría coraza y escudo de bronce/…y temíamos a sus armas/ sus nuevas palabras urdidas desde otros mares”.
Los que preceden son, en lo fundamental, los vestigios y legados en la poética de Juan Ojeda, más allá de una abrumadora reiteración y de una extendida retórica que, por momentos, logra distraernos; lo que de ninguna manera supone, como a algunos parece, hermetismo ni impenetrabilidad de su discurso sobre muchos temas a los que Ojeda presta atención y que son tratados permanentemente por la filosofía y la metafísica. Una situación similar puede verterse sobre su versación erudita, patentizada por Ojeda en sus citas y homenajes, en procura de un cosmopolitismo ya transitado por sus maestros extranjeros, gustos que, por lo demás, no logran abandonar los aedas peruanos, predispuestos también hacia lo exótico.
Asuntos, los anteriores, que de ninguna manera desmerecen a nuestro desgarrado cantor de la “Plaza de pescadores”, enamorado de los navegantes y el mar, en cuyas profundidades, movimientos, grandezas y distancias, cual espejo, Juan Ojeda Ojeda contempla desde los espigones chimbotanos, así como nosotros en toda su poesía, todo “el amor que brota como garra”.
“ELOGIO DE LOS NAVEGANTES” (Fragmento)
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A nunca nosotros
pero sí lo de ellos.
Que dejaron el camino y el puente.
Venían evidentes con fría coraza y escudos de bronce;
Nos llevaron a las piedras puras del alba que amábamos,
Y allí nos quitaban, rasgaban la carne del pasto
Y las aldeas, conducían nuestros brazos
Como pájaros quebrados; y temíamos sus armas.
Sus nuevas palabras urdidas desde otros mares.
Y ahora tienen puentes que han hecho como cuevas
Detrás de cada pecho; tienen los minerales,
El trigo, las frutas húmedas
Que hemos sembrado rompiéndonos la piel.
Ahora son de ciudad, después que los primeros se alejaron;
Ellos ahora en sustituto, en nuevo
A los que apagaron el sol y las cosechas-
Transitar funesto en las mismas aberturas,
Mirando diciendo
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Yo no enturbio, no oculto lo que dentro abisma: vivo arraigado
A un mundo de signos diluidos, entre crudas extensiones,
Senderos de apagados rostros, amargas espesuras que inician
El criterio. Levanto el brazo, pido claridad, y una estela
De ceniza profunda emerge con su prédica de pálidas sandalias.
No hay otro camino que el desorden, la exacta libertad de juicio
Para alzarnos.
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Yo no enturbio:
Refiero estos profundos costos., tal la esencia bajo sí, humana,
Asida. Me defiendo y te defiendo, gritándome, a simple tacto
Que en desorden, en fuerza y salto lleva conjuros hasta alzarnos.
…………………………….
Si nos irrumpen,
Nos comen a poco, tal náufragos, casi a medid de la descendencia
Al paso, de la ocasión, nos comen, lo sabemos; si ya por ropa
Andar, nos piden algo, alegran de nuestra sangre,
Se van riendo: ¿acaso es por nosotros? De aquí nos han desarraigado;
Se llevaron también lo que era para amar, como que el corazón,
La piel de sus cosechas; y decían que era su corazón
Y lo mascaban, y decían que era mayor la timidez en la cosecha,
Y desechaban. Sólo algo nos quedó, por una tradición profunda
Que nos camina los huesos. Y nos quebraron al suelo,
Sin corazón con qué empezar a levantar la hierba rota.
Por eso nos reuniremos, con principios, a dentada única,
Con muelas: porque tanto esperar es también un abandono.
Si todo viene de otros, que dejaron libros, que debieron como matar,
Pisando, hollando el maizal que descubría su carne de luz pura,
Y viene a nuestras bocas sólo entre preguntas,
Entonces nada es creación, fuerzas en que avivaron las entrañas
Y los brazos, las esperanzas nuestras. Es de otros, que amaron
Y en cada rincón nos mantenían en silencio; que dijeron
Que éramos así, que estábamos felices; y después justificado el cuerpo
De alguien que fue antecesor, tendió, mirando sus conquistas,
Las legumbres por acá, donde ahora nos cuesta oscuro estos resoles.
Pero somos miles, despiertos y desnudos, llenamos las comarcas
De bocas restallantes; pedimos lo nuestro, para adentrarnos sin miedo,
Arañando, bramando como las piedras, sin lágrimas. Pedimos eso,
Lo que nos pertenece por linaje, por inicio frutal de árbol
Y ramajes, para urdir la realidad con nuestros brazos,
Y destrozar ideas, lo que nos lleva ahora, y encontrar, erguidos,
Las esencias, lo que entraña sernos en mares, montes
Húmedas raíces que nos dicen lo nuestro.
……………………………….
¿Qué dicen los aedos en laudables murmurios,
De esta humana materia vinculada a la promiscuidad y el dolo?
Ciudades llenas de comerciantes prósperos he visto, los escaparates
Sutilmente adornados con luminosos estuches que mostraban
Un gusto refinado por las piedras antiguas, doradas sortijas y ojos
Con incrustaciones de platino y rubí.
Trujillo, 27 de marzo 2021