Danilo Sánchez Lihón
1. El
principio
Al principio del mundo reinaba aquí una tenue claridad. No había luna, ni sol, ni luceros.
En
lo alto se elevaba el cielo que en aquel tiempo era un árbol corpulento
y gigantesco que cubría con su follaje la tierra con sus lugares
húmedos y otros secos, con sus parajes macizos y otros movibles y
fluidos.
Debajo
del cielo se desliza tranquilo y fantasmal el río Ucayali, aún sin el
sol, ni la luna ni las estrellas que se reflejen en sus aguas.
A
sus orillas vive un Inca con su mujer. Su cabaña se alza en una
península de tierra fértil que entra como una lengua extasiada en el
río. Y donde crecen papayos y pomarrosas; pijuayos y cocoteros, como
otros árboles que producen frutos apetitosos y abundantes. Selva adentro
viven otros paisanos.
Una
mañana la mujer del Inca se puso a lavar su ropa sobre una balsa que
tenía amarrada a la playa del río, cuyas aguas en aquel tiempo eran
límpidas y sin reflejos, salvo en los sitios en donde hay remolinos.
2. La
prenda
Cerca
un bufeo colorado nadaba en las aguas azuladas, agitando sus
deslumbrantes aletas. Aparece en la superficie y luego se sumerge
levantando chorros de espuma.
Mientras
tanto la mujer agita en el agua sus vestidos, los empapa y refriega,
los tuerce y los va dejando sobre uno de los troncos verdecidos.
De pronto, se da cuenta que una de sus prendas ya no está en el madero donde la ha colocado.
– ¡Pero si aquí he puesto mi vestido amarillo! – Dice buscándolo por uno y otro lado.
En
ningún sitio aparece. Piensa entonces que lo ha dejado mal puesto y
posiblemente se ha caído a la corriente y que posiblemente está en el
fondo del río. Mira y se zambulle en las aguas.
Nada.
La prenda ha desaparecido como por encanto. Ese mismo día mientras
duerme se aparece en sueños un joven hermoso que viste una cushma
blanca. Y que la llama con un nombre que ella nunca ha escuchado, pero
que al oírlo le parece su nombre verdadero:
3. Los
sueños
– ¡Iwa! –Le dice.
Y se levanta llena de admiración.
– ¡Iwa! ¡Eres mía! –Le repite.
– ¡Quién eres tú y por qué dices eso! ¡Yo tengo marido! –Contesta desvelada, insomne y casi desnuda desde su tarima.
La siguiente noche nuevamente el extraño de asombrosa belleza reitera su nombre, pero con más insistencia.
Entonces
ella se endereza en la cama, sale y camina hasta la puerta, la abre
lentamente y va hasta el horcón plantado en el suelo en donde él la
espera. Allí conversan y él le coge de las manos mientras su esposo
duerme.
Otra
noche ya platicaron a la orilla del río, bajo las pomarrosas, donde
ella cede a los requerimientos de amor que él le hace, revolcándose en
la arena, en el agua y en las hojas que flotan.
4. Las
aguas
Cuando
él se despide ve que el joven poco a poco se introduce en el Ucayali y
dando un salto se sumerge al fondo del río que en ese momento es
tranquilo, oscuro e insondable.
– ¡Tú fuiste entonces quien robaste mi prenda cuando yo lavaba en el río! Y así me has hechizado. –Le reprocha.
– ¡Sí! –Admite él después de mirarla abstraído y a la vez embelesado.
– ¿Quién eres? ¡Me has mentido! ¡Traicionero!
– ¡Qué importa quién soy, si nos amamos!
– ¡Tú eres el bufeo colorado! –Le dice ella sollozando. Tú me has embrujado.
–
Tal vez su figura he tomado para conquistarte, porque te amo y ya nunca
dejaré que no seas mía. –Contestó el joven, sin vergüenza alguna.
– ¿Por qué robaste mi prenda?
– Porque eres muy bella y me enamoré de ti. Y solo poseyendo tu prenda podía entrar en tu sueño.
5. Dispuesto
a atajarla
Y
poco a poco, y de ese modo, él la fue animando en las noches a
introducirse en el agua mientras su esposo dormía, a ingresar más y
hasta que una noche la arrastró consigo bajo las aguas.
La condujo por un valle donde hay jardines, caminos, caseríos.
Un
mundo feliz y transparente en donde todo está invertido, los techos de
las casas cuelgan de las paredes de caña y el árbol del cielo se mira
hacia abajo sumergido.
Son las casas de las yacu-huarmi que viven para contemplarse en los espejos, sin percibir el paso del tiempo.
Es allí en donde ella se ve más hermosa que nunca, con sus senos turgentes y su cadera henchida y perfecta.
Sus
muslos se reflejan en los espejos contorneados, lisos y fuertes; y su
rostro arrobado bajo su cabellera irisada y flotante. ¡Bellísima!
Y
allí ella ve otras jóvenes preciosas como ella, únicamente con un rasgo
que le inquieta cuál es la nostalgia y la tristeza de sus ojos.
6. Atajarla,
como sea
Deambulan en sus aguas los yacu runas, que son varones; pero que viven sin preocuparse en talar los árboles para hacer siembra.
Como tampoco en abrir trochas para cazar, ni en labrar madera para fabricar flechas, canoas, arcos o cuchillos.
Y
pasean fantasmales las yacu huarmi, que son las mujeres, que viven
únicamente para el encanto y para contemplarse en los espejos
submarinos.
Iwa al poco tiempo regresó a su cabaña y se presentó en sueños a su marido.
– ¡Esposo! He venido a despedirme. El bufeo colorado me ha hechizado. El espíritu del río está dentro de mí.
Al escucharla él se levantó desesperado en donde dormía, dispuesto a atajarla, como sea.
7. Ya no tenía
nombre
Con el rostro angustiado por mirarla, escudriñó en las sombras, pero en la oscuridad nada veía.
– ¿Dónde estás? ¿Dónde estás? –Le habló con voz quebrada.
– Estoy en tu sueño.
– Dime entonces, dime entonces cómo ir a buscarte. ¡Dime cómo tocarte! ¡Dime cómo traerte otra vez a mi vida!
– ¡No puedes! –Contesta ella–. ¡No puedes!
– ¡Dime cómo, y yo podré alcanzarte!
–
¡No puedes! El río es hondo y además sin orillas donde todos son
reflejos. ¡Adiós! ¡Adiós, esposo mío! –Respondió ya desde muy lejos.
Él tendió las manos en la dirección en que oía su voz. Y lloró amargamente llamándola.
Pero sintió que ella ya no tenía nombre. O que su nombre no era el de este mundo.